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    Capitalismo encantado

    El capitalismo moderno afirma ser secular. No es así.

    por Eugene McCarraher

    martes, 29 de agosto de 2023

    Otros idiomas: English

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    Peter Mommsen, de Plough, habla con Eugene McCarraher sobre el pacto cristiano con las riquezas y sobre los visionarios que lo han resistido.

    Peter Mommsen: Vivimos en un momento en que el capitalismo está siendo cuestionado de nuevo en todo el mundo y, aun así, a pesar de sus crisis, parece ser sorprendentemente resistente. ¿Cuál es tu opinión acerca del estado del capitalismo actual? ¿Son serias las amenazas que enfrenta?

    Eugene McCarraher: De verdad creo que el capitalismo está seriamente amenazado, aunque eso no necesariamente signifique que crea que va a derrumbarse la próxima semana o el mes que viene, o incluso en las próximas dos décadas. Está claro que en la actualidad es un sistema muy frágil: a lo largo de las últimas tres décadas parece haber necesitado un constante refuerzo a través del dinero del gobierno. Ya sea que se trate del derrumbe de la tecnología en 2000, el de los bancos en 2008 o el de FTX apenas el año pasado, parece que el mercado necesita más y más apuntalamiento.

    Pienso, por lo tanto, que este sistema es muy precario. Diría, incluso, que se encuentra en un estado terminal de decadencia. Pero eso se parece más a una languidez que a un derrumbe, creo. Wolfgang Streeck, un sociólogo alemán que cito casi al final de The Enchantments of Mammon, habla acerca del capitalismo de nuestro tiempo como una especie de sistema zombi. Está casi muerto, pero gracias a apoyos estatales de todo tipo, la maldita cosa nunca termina de morir.

    Creo, por lo tanto, que probablemente el capitalismo continúe por un tiempo en este extraño estado, siendo todopoderoso desde un punto de vista material, pero política e ideológicamente vulnerable como nunca lo fue durante los días felices del neoliberalismo.

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    Mark Wagner, Duh-Dunt, papel moneda sobre panel, 2012. Usado con permiso.

    El capitalismo, según mucha gente lo percibe, además de ser solo una realidad, es frecuentemente presentado como una tecnología social neutra que posibilita el máximo desarrollo humano. ¿Podrías hacernos un recorrido por las razones por las cuales no estás de acuerdo con esa afirmación?

    En primer lugar, no creo que la tecnología, social o de otra índole, pueda ser neutral. Y la razón por la que creo esto es que la tecnología está hecha por seres humanos y, por lo tanto, siempre implica algún tipo de interés humano. Así que, a un nivel de definición, me parece poco convincente la idea de que la tecnología esté ocupando algún tipo de punto arquimédico de objetividad absoluta.

    Supongo que el otro punto ―con el que manifiesto discrepancia en The Enchantment of Mammon― es la idea de que el capitalismo nos haya sacado de la pobreza, la miseria, la opresión y la indigencia. Ese es uno de los argumentos que a menudo construyen para sostenerlo: que nos ha traído este gran progreso material. Y creo que la historia es más complicada que eso.

    No niego que estemos materialmente mejor que lo que estábamos en la Edad Media. En líneas generales, somos más saludables, vivimos más, estamos mejor educados. No niego nada de eso. Pero pienso que mucho del progreso material que hemos logrado solo se distribuye con algún grado de equidad gracias a los movimientos políticos. Fue debido a cosas como los sindicatos o los partidos políticos que pudimos organizar la sociedad de un modo más humano. De ninguna manera es algo que el capitalismo haga de un modo natural.

    Obsesionarse con el progreso material es señal de un fracaso de la imaginación moral. El modo en que estamos evaluando la economía está preguntando: “¿Cuánto produjimos el año pasado?”. No preguntamos si algo de lo que produjimos realmente contribuyó a la prosperidad humana. No distinguimos cosas como frutas y vegetales de cigarrillos y armas nucleares. Todo se trata de crecimiento económico. No hay ningún tipo de evaluación moral involucrada.

    currency collage of fish

    Por no mencionar que estamos hablando de un sistema que demanda un crecimiento infinito en un planeta con recursos finitos. Apenas estamos empezando a considerar el precio ambiental que hemos tenido que pagar por eso.

    Creo que, como sociedad, sabemos que todo esto es malo y, aun así, no parecemos capaces de actuar de un modo diferente. Creo que una razón fundamental para eso es que no sabemos qué queremos. Aunque el capitalismo no sea ideológicamente invulnerable al grado que alguna vez fue, no tenemos ninguna idea acerca de cómo sería un modo de vida alternativo. Por lo tanto, regresamos al statu quo.

    Quisiera hablar acerca de la palabra encanto, que es clave en tu libro. El capitalismo, incluso para sus críticos, es generalmente considerado como fundamentalmente secular, como desencantado. Karl Marx, por ejemplo, dijo: “El capitalismo ahoga los éxtasis más celestiales de fervor religioso en el agua helada del cálculo egoísta”. Y Max Weber célebremente popularizó la tesis de que la modernidad capitalista es este proceso de desencanto. Tú no estás de acuerdo con esta opinión y argumentas que el capitalismo no está menos encantado que las visiones del mundo que suplantó. ¿Qué significa que el capitalismo está encantado y por qué importa eso?

    Creo que el capitalismo está fundamentalmente encantado porque lo consideramos con asombro y veneración sagrados. Nos decimos: no, realmente no veneramos el dólar, realmente no lo consideramos sagrado. Bueno, en términos prácticos, lo hacemos. La razón por la que hacemos esto es porque, bajo el capitalismo, el dinero sí se vuelve un árbitro de lo que es bueno o incluso de lo que es real.

    Cuando a mis clases universitarias vienen estudiantes de administración de empresas, suelo decirles: “Miren, muchachos, ustedes que estudian economía tienen esta noción llamada demanda efectiva, ¿verdad?”. Ellos suelen responder: “Sí”. Yo digo: “La demanda efectiva dice que, si tengo sed, pero no tengo dinero para pagar por, digamos, una botella de agua, mi sed, en lo que respecta al mercado, no existe. ¿Tengo razón? Y ellos responden: “Ajá, eso es cierto. Tu sed no tiene una demanda efectiva”.

    Ahora bien, tú y yo sabemos que yo sigo teniendo sed, aunque no pueda pagar para saciarla. Pero a los ojos del mercado, mi sed no existe. Y, como señalo a mis estudiantes, ese hecho económico también es una declaración moral, una aseveración ontológica. El mercado es una ontología, un modo de decidir no solo lo que está bien y mal, sino lo que es real o irreal. Y ese es exactamente el tipo de poder que solíamos atribuir a Dios.

    En el pasado, los humanos generalmente creían que la estructura metafísica del mundo estaba determinada por Dios. En una sociedad capitalista, el dinero tiene ese rol: sin dinero, tú, o al menos tus necesidades como ser humano, no existen. En el corazón del desencanto encontramos esta dinámica claramente teológica. Y esto fue observado por Karl Marx, ni más ni menos.

    Marx dudaba acerca del desencanto porque, decía, tal como tú lo citaste a partir del Manifiesto comunista, que el capitalismo es esa fuerza secularizadora, desencantadora que reduce todo al cálculo. Es también la persona que, en el primer volumen de Das Kapital, introduce lo que llama “fetichismo de la mercancía” al describir los productos fungibles del capitalismo, lo que él llama “mercancía”, como algo que “abunda en sutilezas metafísicas y detalles teológicos”.

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    Explica que, en el mercado capitalista, el valor de algo se determina en términos pecuniarios, no según sea o no útil, no según sea bueno desde un punto de vista moral o humano. Se trata de cuánto puede alcanzar en el mercado. En otras palabras, según Marx, en el capitalismo existe un proceso ―“fetichización”― según el cual atribuimos toda clase de poderes al dinero, que solo los tiene por nosotros y por el modo en que actuamos.

    Creo que el capitalismo es único desde un punto de vista histórico en este sentido, pero muchas sociedades antiguas sospechaban del poder del dinero. A través de tantas culturas, no solo en el Oriente Próximo donde se le daba el nombre de mammona, el dinero es deificado, y no de una buena manera. Mammona, es decir, las riquezas, es el espíritu de la adquisición, el espíritu de la crueldad. Es un dios malo.

    Hay una cita del teólogo Jacques Ellul sobre este asunto, que me encanta. Escribe: “El dinero es un poder. Este término debería ser entendido, no en su significado vago de fuerza, sino en el sentido específico en que se lo usa en el Nuevo Testamento. Un poder es algo que actúa por sí mismo, capaz de cambiar otras cosas, que es autónomo o dice serlo, que se rige por su propia ley y se presenta como un agente activo”.

    Ajá, creo que la parte verdaderamente importante de esa cita de Ellul refiere al hecho de que el dinero se presenta como un agente activo, un poder autónomo. Una cosa en la que, según me parece, la tradición marxista es muy fuerte ―y algo a lo que creo deberían prestar especial atención los cristianos― es la idea de que el poder del dinero es nuestro propio poder que, de algún modo, hemos deificado como algo externo a nosotros.

    Hablar del dinero como un poder, por supuesto, nos trae al Nuevo Testamento. Hay un dicho de Jesús que es conocido por todos nosotros: “Nadie puede servir a dos señores. (…) No se puede servir a la vez a Dios y a las riquezas” (Mt 6:24). Así pues, ¿qué son las riquezas, y cómo usar este término cambia el modo en que concebimos el capitalismo?

    Bueno, las riquezas ―o mammona― en el Nuevo Testamento son un dios, o al menos un espíritu, un demonio. Son un demonio que estimula la codicia, la estupidez, la insatisfacción ilimitada, todo a los efectos de la adquisición ilimitada. La razón por la cual considero importante hablar de las riquezas en tanto fuerza espiritual, y la razón por la que considero que es importante para nuestra comprensión del capitalismo, es que generalmente entendemos el capitalismo estrictamente como una política económica.

    Seamos marxistas, progresistas o conservadores, solemos pensar en eso en términos de una cierta configuración de los mercados, la propiedad y el Estado. Sin embargo, me parece que el capitalismo es también un tipo de imaginación moral y una cierta forma de formación espiritual. Eso quiero decir cuando me refiero a las riquezas: que el capitalismo permanece “encantado” y que conserva esa dimensión espiritual y moral. No solemos pensar en el capitalismo como una fuerza espiritual, por supuesto, pero creo que eso es.

    Y creo que reconocerlo nos ayuda a ver lo que realmente es el sistema, por debajo de la superficie. Así que en mi libro argumento que deberíamos comenzar por entender la publicidad como una forma de iconografía, por ejemplo: imágenes que visiblemente revelan una realidad invisible. Creo que este es uno de los mejores modos de intentar explicar lo que sucede con la publicidad, porque no solo se están vendiendo bienes, sino que se está invitando a los receptores a ingresar a un universo moral completo.

    Eso es exactamente lo que los vitrales de los santos de la catedral de Chartres hacen. El rosetón y el cartel de la autopista tienen un conjunto de valores integrado a ellos: una cierta concepción de lo que está bien y lo que está mal. Y esos valores son un tipo de formación espiritual que dirige nuestra alma hacia un objetivo particular, una escatología particular.

    En Chartres, esa visión escatológica es el cielo, el reino de Dios, la comunidad amada, como quieras llamarle. Dentro del universo simbólico de la publicidad, bajo el capitalismo, nuestra formación espiritual tiene el objetivo particular de la acumulación, de cómo hacer la mayor cantidad posible de dinero. El cielo es una abultada cuenta bancaria.

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    A través de la historia cristiana los creyentes han respondido de distintas maneras a la advertencia de Jesús acerca de las riquezas. En Hechos 2 y 4 se muestra una imagen de los primeros creyentes que tienen todas las cosas en común, que comparten según su capacidad y reciben según su necesidad. ¿Cuál es la importancia de ese comunismo voluntario y qué distinciones deberíamos hacer entre él y el comunismo político del siglo XX?

    Lo que esa imagen muestra es que los cristianos primitivos eran comunistas con C mayúscula.1 No me canso de decirlo.

    Durante siglos los cristianos han encontrado todo tipo de ridículas estrategias exegéticas para intentar que el texto no diga lo que claramente dice: que los integrantes de la iglesia primitiva tenían los bienes en común y que distribuían aquellos bienes según la necesidad. Especialmente durante la Guerra Fría, hubo una obsesión por intentar hacer que ese texto diga algo completamente diferente de lo que realmente dice.

    Y la razón por la cual existía esa obsesión es porque demuestra que el comunismo es el inconsciente político del cristianismo, ¿correcto? El comunismo con C mayúscula no implica, sin embargo, que los cristianos primitivos tuvieran un programa para cambiar la sociedad. Así que esa es una diferencia.

    Otra de las diferencias realmente fundamentales entre los dos comunismos es que el marxismo, en un sentido, comparte una visión del mundo con el capitalismo. Los capitalistas siempre están hablando acerca del crecimiento, la innovación tecnológica, la producción constante de abundancia material. Y se hace muy claro cuando uno lee Das Kapital que Marx tiene básicamente la misma visión del mundo. Marx ve el desarrollo tecnológico y la abundancia material como bienes en sí mismos, sin importar cualquier otra finalidad. Eso no es de ningún modo lo que pensaban los cristianos primitivos. Así que, según creo, esa es la diferencia determinante entre las dos formas de comunismo.

    Incluso mucho después del libro de los Hechos los cristianos continuaban sospechando del dinero . Así que es impactante el gran papel que acabó jugando el cristianismo en el surgimiento del capitalismo. ¿Cómo fue que el cristianismo hizo las paces con las riquezas?

    Creo que es parte de una historia más larga de compromiso. La paz que fue afectada por las riquezas fue, en un sentido, modelada en la paz afectada por César en lo que a veces es llamado el pacto de Constantino. Según ese pacto, si uno ―incluso siendo parte de la iglesia cristiana― jura fidelidad a las estructuras de la Roma imperial, podrá vivir tranquilo. Será tolerado, podrá predicar y celebrar sus liturgias.

    Una vez que uno hace ese tipo de pacto con César ―y, si se desea nombrar a otro dios, con Marte, el dios de los ejércitos y la guerra―, en cierto sentido hacer la paz con mammona es inevitable. Llegar a algún tipo de entendimiento con los poderes fácticos, creo, es parte del trato.

    Sin embargo, existe esta tradición opuesta dentro de la historia de la iglesia, una corriente de personas en todas partes que no estaban de acuerdo con esto, personas que fueron críticas con el pacto, que recordaban aquellas “semillas comunistas” originales del cristianismo e intentaban revivirlas.

    Ajá, el nombre que doy a esta tradición opuesta es Romanticismo con R mayúscula. Incluye a los cristianos a lo largo del espectro teológico, desde lo tradicional hasta lo heterodoxo, como William Blake. E incluye a no cristianos, tanto religiosos como no religiosos, como John Ruskin, que conservan un tipo de visión del mundo poscristiana.

    Básicamente, creo que los románticos son los herederos de la imaginación sacramental medieval. Esa imaginación proclamaba: Dios está en todas partes, Dios se expande hacia el mundo natural, hacia el mundo material. Y esa visión del mundo era sacramental, por cuanto percibía lo divino como una parte constitutiva de la arquitectura del mundo. Puedes observar esto en el famoso verso de Blake acerca de ver los cielos en una flor silvestre, o en Wordsworth que escribe sobre su sentido de lo sublime expandiéndose hacia todas las cosas.

    Nos hemos permitido ser formados espiritualmente por el capitalismo, moldeados por la lógica de los mercados.

    Algunas personas consideran el Romanticismo como un movimiento literario y artístico bien diferenciado, que comenzó en los siglos XVIII y XIX y se extendió, como mucho, hasta la Primera Guerra Mundial. Creo que el Romanticismo, en realidad, es una característica distintiva de la modernidad, desde la Revolución inglesa, Gerrard Winstanley y los Cavadores hasta la década de los setenta en el siglo XX con personajes como Kenneth Rexroth, Thomas Merton, Dorothy Day, y hasta la actualidad con personajes como el papa Francisco, quien, según creo, pertenece de muchas formas a esa estirpe romántica.

    Y, como puedes suponer a partir de esa lista, los románticos son para mí una gran referencia, un gran toldo. Pero ese toldo no es tan grande para que la etiqueta en sí misma carezca de sentido. Comparten algunas características generales. Muchos de los personajes románticos en mi libro consideran el trabajo como propiamente artesanal más que mecánico, el acto del trabajo en sí como un tipo de poesía en acción. A menudo, están a favor de un control directo de los trabajadores sobre la producción; un tema recurrente es que creen que la tecnología debería ser a una escala más humana. Muchos son anarquistas o radicales políticos. Incluso cuando aceptan alguna versión de los derechos sobre la propiedad privada, también consideran la propiedad como algo que desde siempre ha sido en algún sentido comunitario. Y puesto que no consideran la naturaleza exclusivamente en términos de cuán útil puede ser para los seres humanos, a menudo son más sensibles ante la ecología que sus pares.

    ¿Cómo esperas que las personas convencidas de que hay una alternativa al capitalismo vivan su vida de un modo diferente? Una de las conclusiones de tu libro es que hay una necesidad de comenzar a partir de una “escatología realizada”, un modo de “vivir el nuevo mundo en las ruinas del antiguo”. ¿Cómo se vería eso en la práctica?

    Esa es la pregunta que siempre intento evitar, porque es desde donde parto siendo un historiador que escribe sobre el pasado, hasta alguna clase de profeta que hace predicciones acerca de nuestro futuro político. Creo que, de muchas maneras, la práctica fundamental es ser un buen cristiano. Ser bondadoso, caritativo y misericordioso en la propia vida. En lo que respecta a la exacta crisis política de esa práctica, no estoy del todo seguro acerca de qué se trata. Creo que significa apoyar un movimiento de trabajadores revitalizado, porque si vamos a manejar cosas como la IA o la crisis ecológica, entonces debemos estar arraigados en luchas en los lugares de trabajo referidas al diseño y la utilización de la tecnología.

    Lo que también creo necesario es tener un activismo dentro de las iglesias: protestante, católica, ortodoxa, el sistema completo de iglesias. Todos somos culpables. Todos hemos elegido las riquezas por encima de Dios. Nos hemos permitido ser formados espiritualmente por el capitalismo, moldeados por la lógica de los mercados. Pero también somos capaces de realizar una escatología diferente, de vivir con un objetivo diferente, de buscar el reino de Dios. Necesitamos aprender cómo ser cristianos.


    Esta entrevista, realizada el 20 de marzo de 2023, ha sido editada por razones de extensión y claridad. Traducción de Claudia Amengual.

    Notas

    1. N. de la T.: En el original dice “the early Christians were communists with a small c” para diferenciarlo del movimiento político desarrollado a partir del siglo XIX, que en inglés siempre va con mayúscula, Communism.
    Contribuido por EugeneMcarraher Eugene McCarraher

    Eugene McCarraher es profesor de Historia e Humanidades en la Villanova University.

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