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    people standing by a stone wall

    Los rostros del desastre de Bhopal

    Cuarenta años después del peor accidente industrial de la historia, los supervivientes siguen viviendo a su sombra.

    por Cristiano Denanni

    lunes, 01 de diciembre de 2025

    Otros idiomas: Deutsch, English

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    Las manos siempre cuentan lo que ocurrió aquí. Aprendo rápidamente a observar las manos de quien habla. Las manos de los enfermos, de los supervivientes, de los padres de las víctimas. Las manos de una niña incapaz de mover los dedos anular y meñique de la mano derecha debido a los efectos de la contaminación. Las manos vivificantes de Champa Devi Shukla. Mientras la boca habla, las manos narran, añaden énfasis, y te llevan de vuelta al origen de la historia.

    La historia es la del desastre químico e industrial más mortífero del mundo: la tragedia de Bhopal, en el estado de Madhya Pradesh, en el centro de la India.

    a woman standing with her arms crossed

    La hija de un sobreviviente muestra sus manos. No puede mover dos de sus dedos. Todas las fotografías de Cristiano Denanni. Usadas con permiso.

    A finales de la década de 1960, millones de agricultores indios buscaban un pesticida eficaz y asequible. La aparente solución llegó de Estados Unidos. Una empresa multinacional llamada Union Carbide vio una oportunidad, sabiendo que un mercado tan vasto como el de la India podía ser una mina de oro.

    Union Carbide había probado con éxito un producto que parecía ofrecer la combinación deseada de eficacia y asequibilidad: Sevin, su marca comercial para el insecticida carbaril. Union Carbide se dio cuenta rápidamente de que, dado el tamaño del país y el potencial de ventas, sería más sensato desde el punto de vista logístico y económico producir Sevin en la India en lugar de exportarlo desde Estados Unidos. Se eligió Bhopal como emplazamiento y, en 1969, se abrió una fábrica.

    women standing by a stone wall

    Mujeres en un balcón cerca del muro de la fábrica abandonada de Union Carbide. Muchos de los residentes más pobres de Bhopal siguen viviendo dentro de la zona contaminada.

    Sevin se produce a partir de isocianato de metilo (MIC), un líquido transparente, incoloro y muy tóxico con un olor acre similar al del repollo. También es altamente inflamable, reactivo y soluble en agua. El MIC debe manipularse con la máxima precaución y no puede almacenarse de forma segura sin un procesamiento adicional. Incluso el más mínimo cambio de temperatura o contacto con el agua pueden desencadenar una reacción química, causando daños potencialmente mortales a personas y a animales.

    Incluso antes de que comenzara la construcción de la fábrica, se cometieron errores. En primer lugar, la planta estaba situada de tal manera que, en caso de fuga de gas, los vientos dominantes llevarían las toxinas a una zona densamente poblada, donde vivían los residentes más pobres de Bhopal y muchos de los trabajadores de la planta. Ese fue solo el inicio de una serie de errores que comprometieron progresivamente la seguridad de la planta y de toda la ciudad; la negligencia continuó con la decisión deliberada de omitir mantenimientos esenciales para recortar costes.

    black and white photo of two kids on a road

    Niños juegan cerca de un lago contaminado.

    La primera víctima de la planta fue Ashraf Khan. Como jefe de un equipo que trabajaba en el departamento donde se producía el fosgeno, un componente del Sevin, Ashraf recibió el encargo de realizar un trabajo de mantenimiento rutinario el 23 de diciembre de 1981, en el que se le pidió que sustituyera una brida defectuosa entre dos secciones de tubería.

    Ashraf cometió dos errores. El primero fue no llevar la pesada bata de goma que exigían las normas de seguridad. Al fin y al cabo, solo estaba desempeñando un trabajo pequeño y fácil. Mientras montaba la nueva pieza, se dio cuenta de que había salpicado un poco de fosgeno líquido en su sudadera. Al darse cuenta del peligro, corrió a la ducha, cometiendo, así, su segundo y fatal error. Impaciente, se quitó la máscara antigás que llevaba puesta antes de que el chorro de agua completara el proceso de descontaminación. El calor de su pecho vaporizó las gotas de fosgeno, enviándolas hacia sus fosas nasales. Pero, aparte de una ligera irritación en los ojos y la garganta, Ashraf no sintió inicialmente ninguna otra molestia.

    El primer síntoma de intoxicación por fosgeno suele ser una sensación de euforia. Esa tarde, Ashraf le dijo a su esposa, Sajida Bano, y a sus hijos, Arshad y Shouyer, que quería ir al campo para ver una casa que estaban pensando en comprar. A ella le pareció extraño, pero no puso ninguna objeción. En cuanto salió a la calle, sufrió un grave ataque respiratorio, se desplomó y comenzó a vomitar sangre. La ambulancia lo trasladó rápidamente al Hospital Hamidia, un centro financiado por Union Carbide, donde fue ingresado en cuidados intensivos. Su agonía duró dos días. La primera víctima de una planta “tan inofensiva como una fábrica de chocolate”, según la describió un ejecutivo de la empresa estadounidense, murió el 25 de diciembre.

    a woman holding a document

    Un sobreviviente participa en una marcha que conmemora el cuadragésimo aniversario de la tragedia, el 3 de diciembre de 2024.

    En 1984, la planta funcionaba a una cuarta parte de su capacidad, ya que las pérdidas generalizadas de cosechas habían reducido la demanda de pesticidas. Como ya no era rentable, Union Carbide intentaba vender la fábrica, pero no había encontrado ningún comprador.

    Como bien sabía Union Carbide, el MIC no debía almacenarse sin ser procesado. Esto debería haber formado parte de cualquier protocolo de seguridad. Sin embargo, la noche del 2 de diciembre de 1984, se dejaron almacenadas cuarenta toneladas de MIC en dos tanques. Obras rutinarias en algunas tuberías de agua cercanas provocaron una fuga. Como los tanques no estaban bien sellados debido al descuido en su mantenimiento, el agua entró en contacto con el MIC. Justo después de medianoche, la acumulación de gas tóxico hizo que uno de los tanques reventara su válvula de seguridad. En cuestión de segundos, una nube venenosa se extendió por Bhopal. Solo esa noche murieron al menos 2259 personas, y en los días y semanas siguientes murieron entre 15 000 y 20 000 personas más, con más de 500 000 personas gravemente enfermas.

    Muchas de ellas siguen sufriendo hoy en día.

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    Niños en los barrios marginales junto a las vías del tren, la zona más pobre de Bhopal.

    Mientras la muerte se cobraba miles de vidas en los barrios más cercanos a la planta, la nube mortal se extendió hasta la estación de tren de Bhopal, situada a un kilómetro y medio de distancia. Los testigos presenciales recuerdan escenas desgarradoras: personas con los ojos saltones y dolores agonizantes, contorsionadas por los espasmos y los vómitos; cadáveres apilados unos sobre otros; un recién nacido mamando del cuerpo sin vida de su madre…

    En pocos minutos llegaría el Gorakhpur Express repleto de personas que viajaban al Ijtema, una reunión anual de oración musulmana que se celebra en la ciudad. El jefe de estación intentó detener el tren antes de que llegara a la estación, donde la situación ya empezaba a ser apocalíptica. Junto a tres compañeros, salió a la vía y agitó linternas para advertir al tren que se acercaba. El maquinista no los vio; ahora, la única opción era avisar al inspector, ya fuera para evitar que el tren se detuviera o, como mínimo, para que partiera de nuevo, intentando minimizar, así, el número de personas expuestas a la nube tóxica. Estos esfuerzos salvaron cientos de vidas, pero muchas se perdieron: a pesar de la advertencia, algunos pasajeros, ansiosos por asistir al Ijtema, bajaron del tren antes de que este reanudara su viaje.

    En uno de esos cuarenta y cuatro vagones se encontraba Sajida Bano, que había abandonado Bhopal tras la muerte de su marido y regresaba para resolver algunos asuntos familiares. Al llegar a la estación, se dio cuenta al instante de la gravedad de la situación. Dejó a sus dos hijos durante unos minutos para llamar a una ambulancia. Cuando regresó, sin éxito, vio que, mientras el niño más pequeño, Shouyer, aún agarraba un peluche en sus manos débiles, su hijo mayor, Arshad, tenía coágulos de sangre formando un anillo rojo alrededor de la boca. Ya no respiraba. En tres años, Union Carbide le había arrebatado tanto a su marido como a su hijo.

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    Niños que viven cerca de un vertedero y lago contaminados en las afueras de Bhopal.

    Ninguno de los ejecutivos estadounidenses de Union Carbide fue juzgado, aunque en 2010 algunos ejecutivos de su filial india fueron condenados por negligencia. En 1989, un acuerdo entre los gobiernos de Estados Unidos y la India otorgó una escasa indemnización: aproximadamente, 500 dólares por persona afectada. Cuando se señaló que la indemnización era totalmente desproporcionada en relación con la gravedad del desastre de Bhopal, un portavoz de Dow Chemical, que desde entonces había adquirido Union Carbide, respondió: “500 dólares es mucho para un indio”.

    En un informe de 2024 titulado Bhopal: 40 años de injusticia, Amnistía Internacional denuncia que Dow Chemical, en colaboración con las autoridades estadounidenses e indias, ha creado una “zona de sacrificio” donde más de medio millón de personas, de varias generaciones, siguen sufriendo. Las “zonas de sacrificio” son áreas marcadas por daños catastróficos y duraderos para la salud de las comunidades marginadas, como resultado de la contaminación causada por las actividades corporativas. Ni Union Carbide ni Dow Chemical se han comprometido jamás a evaluar el alcance de la contaminación ni a descontaminar adecuadamente el agua y la tierra que rodean la fábrica, donde todavía viven miles de personas. En resumen, Dow Chemical siguió el mismo camino que Union Carbide, negando su responsabilidad frente a las víctimas y el medio ambiente.

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    Mohammad Shafique, un sobreviviente, llora mientras cuenta su historia.

    Mohammad Shafique, un sobreviviente, relata las penurias de los años que siguieron al desastre. Tiene una caja de plástico con medicamentos a su lado, en el suelo. Junto a esta, hay un vaso de agua y la próxima pastilla que debe tomar. Sus manos hojean un periódico de hace unos años, señalando las fotografías del reportaje sobre el desastre de Bhopal. Entonces, la historia lo abruma y sus manos se presionan contra sus ojos, con fuerza, rígidas, como una máscara que lo separa de un mundo que lo ha marcado brutalmente. Quizás, de vez en cuando, siente la necesidad de distanciarse, de mantener una parte de sí mismo alejada de su propia vida.

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    Una niña que vive en las afueras de Bhopal.

    Cuando hablo con Chote Khan, otro sobreviviente, toda la familia se reúne a nuestro alrededor. La habitación está llena y más gente se asoma por la puerta.

    La casa de Khan, como las otras que he visitado, se encuentra justo al otro lado de la vía férrea que bordea el muro perimetral de la fábrica, a unos cien metros de un lago contaminado y un vertedero. Es una zona sumergida en las toxinas que dejaron los responsables del apocalipsis, sin que se haya hecho ningún esfuerzo por limpiar la devastación. Increíblemente, a pesar de todo, es acogedora y vibrante. La luz del sol se filtra a través de las puertas, posándose suavemente sobre las alfombras, y cada objeto parece estar en su lugar. Es fácil sentirse como en casa.

    Mirar a los supervivientes de Bhopal a los ojos revela el peso de su historia y su firme determinación por la justicia, pero también su humanidad: sonrisas genuinas, ganas de compartir, de superarse, a veces con timidez, otras con una persistencia inquebrantable.

    En un momento dado, Khan llama a una de sus hijas, que está preparando chai para todos. Le pide que me muestre los dos últimos dedos de su mano derecha, doblados y apretados. No puede moverlos. “Es una de las consecuencias de la contaminación”, dice, aunque no está claro si se refiere a que es una consecuencia directa o que ella nació así. No indago más. Después de la entrevista, en el pasillo, la hija, una mujer de belleza impresionante, me deja fotografiar sus manos. Cuando las cruza para la fotografía, comienzan a temblar.

    Es una reacción humana, entrañable. No puedo entender del todo qué hay detrás. Es como si ella dijera en silencio: “Esta es mi vida, mi dolor. ¿Quién eres tú y qué vas a hacer con ello?”. El cuerpo habla un lenguaje más profundo que el que pueden transmitir las palabras. Las manos no mienten.

    a young boy reaching out his hand

    Un niño con discapacidades probablemente causadas por la contaminación de sus padres recibe atención gratuita en la clínica de Chingari Trust.

    Champa Devi Shukla es cofundadora de la Clínica Chingari Trust en Bhopal, un centro de rehabilitación infantil en el que profesionales de diversos campos colaboran para ayudar a niños con problemas psicológicos y físicos causados por la contaminación por isocianato de metilo en el suelo y en el agua de la ciudad.

    Hablo con Shukla mientras caminamos por los pasillos y los jardines de la clínica, y conocemos a algunos de los niños. Habla con calma; es una mujer dulce, delicada y sabia. Me cuenta que su trabajo es una forma de resistencia y lucha.

    Al fin y al cabo, hay muchas formas de resistir. A veces, simplemente persistiendo, como todas las personas que he conocido aquí. Porque no se puede resistir si no se existe. Se resiste continuando a pesar de la enfermedad y las deformidades, enfrentándose —con nada más que la propia dignidad— a gigantes que carecen de ella.


    Traducción de Coretta Thomson

    Contribuido por CristianoDenanni Cristiano Denanni

    Cristiano Denanni es reportero independiente y maestro de primaria en Italia.

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