Los viernes por la mañana, la ciudad de Mafraq duerme. Es el primer día del fin de semana en Jordania; a mediodía, los hombres y los niños se dirigirán a las mezquitas locales para la oración antes de regresar a casa a almorzar con sus familias. Normalmente, la red de calles estrechas y polvorientas del centro está atestada de tráfico y bocinazos. Esta mañana, los comercios están cerrados y los coches, aparcados.

Para Laith Sahawneh, gerente de la clínica del Sanatorio Annoor, los viernes por la mañana son menos tranquilas. En su oficina en las afueras del centro de Mafraq, el teléfono fijo suena constantemente. Los mensajes de texto no paran de llegar a su teléfono móvil. Farmacéuticos, médicos e incluso los propios pacientes entran y salen de su oficina, haciendo preguntas y buscando asesoramiento. Aunque es fin de semana, el hospital especializado en enfermedades torácicas se mantiene en funcionamiento, atendiendo a pacientes que tienen una semana laboral normal de domingo a jueves.

“Queremos atender a tantos pacientes como nos sea posible”, afirma Sahawneh, un cristiano jordano.

Con seis consultorios, un laboratorio y una farmacia —me informa Sahawneh— el personal de la clínica atiende actualmente a un promedio de doscientos pacientes ambulatorios por semana. Antes de la pandemia de Covid-19, cuando Annoor estableció un sistema de agendamiento de citas telefónico para minimizar las aglomeraciones, los ingresos eran más caóticos. Sahawneh recuerda que, en ocasiones, más de cien personas enfermas hacían fila en la entrada del hospital desde antes del amanecer.

La Administración del Sanatorio Annoor. Todas las fotografías cortesía de la Asociación del Sanatorio Mafraq.

Los pacientes llegan a Annoor —que significa “la luz” en árabe— con enfermedades torácicas crónicas: asma, fibrosis pulmonar, brucelosis, tuberculosis. Vienen de todas partes de Jordania —e incluso de otros países árabes, como Irak, Arabia Saudita y Yemen— atraídos por la reputación del hospital. Los doctores de Annoor hacen preguntas y escuchan los historiales médicos; escuchan, en lugar de diagnosticar y prescribir apresuradamente. El personal trata a sus pacientes con amabilidad, con amor. Los pacientes musulmanes aceptan las oraciones de sus médicos cristianos. La curación se puede encontrar en Annoor.

Sahawneh afirma que la mayoría de los pacientes de Annoor ya han visitado a múltiples médicos sin experimentar mejoría. Debido a esto, el noventa por ciento de los casos que llegan a la clínica son muy difíciles de tratar. Algunos de los peores son admitidos como pacientes internos; Anoor puede acoger un promedio de quince pacientes en cualquier momento. La mayoría de ellos sufren de tuberculosis (TB), una enfermedad bacteriana que asola los pulmones del paciente “como un terrorista, bombardeando y luchando”, dice Sahawneh. La enfermedad, que en 2022 infectó aproximadamente a cuatro de cada cien mil personas en Jordania, puede tratarse mediante un régimen estricto de varios antibióticos tomados durante seis meses.

Los casos de tuberculosis multirresistente (TB-MDR) representan un desafío aún mayor y algunos llegan a dejar perplejo al equipo médico, compuesto actualmente por seis doctores de Egipto, Corea, Estados Unidos y Gran Bretaña. En ciertos momentos, la curación parece descabellada desde una perspectiva humana. No obstante, en Annoor suceden milagros; no magia, como algunos pacientes conjeturan. Dios interviene en favor de los enfermos, según Sahawneh, en ocasiones sin recurrir a la medicina.

“Cuando escuchas una petición de los lugareños o de los pacientes, dirás: ‘Esto es imposible, ¿cómo puedo hacerlo?’”, afirma. “Entonces, de una manera milagrosa, el Señor abre un camino”.

Cerca del pabellón de hombres, un pasillo conduce a la oficina de Nasri Khoury. Apilada con cajas y equipo médico sin usar, parece un área de almacenamiento. En la antecámara más pequeña, unas sillas rodean una mesa llena de tazas, platillos y recipientes de plástico de café y azúcar. Fotografías de la familia real de Jordania y de los fundadores de Annoor decoran las paredes. Una pila de Biblias se amontona en una silla.

Khoury —mejor conocido como Abu Steve, por su hijo mayor— ha sido testigo de las obras milagrosas de Dios en Annoor desde 1965, cuando el hospital abrió en un edificio de 195 metros cuadrados en Mafraq. La población de la ciudad era entonces de menos de siete mil habitantes, con cinco coches y cinco televisores. “Los conté”, dice, con una gran sonrisa en el rostro.

Khoury me habla de los primeros años del hospital mientras prepara café en un pequeño quemador alimentado con alcohol isopropílico. Más tarde, Herb Klassen, director ejecutivo de Annoor, me comenta que, durante más de treinta y cinco años de encuentros informales con pacientes masculinos internos, Khoury ha perfeccionado el arte de compartir la historia del amor de Dios en lo que tarda en hacer un café.

Aileen Coleman (derecha) con la doctora Eleanor Soltau en la primera ubicación del hospital.

Aunque es cristiano y la mayoría de sus pacientes son musulmanes, Khoury ve el amor de Dios como algo que trasciende esas distinciones. “El ángel vino para hablarnos de un Salvador, no de la cristiandad”, afirma. “Estamos aquí para dar la Buena Nueva”.

Khoury creció en Beit Sahour, un pueblo cristiano palestino cerca de Belén, y estudió enfermería en el Hospital Baraka para Enfermedades Torácicas en Arroub, al sur de Belén. Allí conoció a Aileen Coleman, una enfermera y partera australiana, y a Eleanor Soltau, una médica torácica estadounidense. Ambas mujeres solteras se sintieron llamadas por Dios para servir a los beduinos, quienes a menudo no se recuperan completamente de la tuberculosis debido a la pobreza y su estilo de vida nómada.

Cuando las diferencias teológicas con el liderazgo de Baraka forzaron a Coleman y Soltau a abandonar el hospital, le comunicaron a Khoury que un día planeaban establecer un hospital de tuberculosis en Jordania y esperaban que él se les uniera.

Poco después, Coleman conoció a Lester Gates en Jerusalén. Gates, un agricultor de Ohio, recién enviudado, buscaba iniciar el siguiente capítulo en su vida. Inspirado por la visión de Coleman para el hospital, llegó a Jordania para ayudar a ponerlo en marcha. Aunque inicialmente tenía la intención de quedarse seis meses, Gates terminó permaneciendo veintidós años, construyendo Annoor con sus propias manos y recursos financieros.

Mientras tanto, Khoury consiguió un empleo rentable en un hospital de Arabia Saudita. Una vez que Coleman y Soltau le comunicaron su retorno a Medio Oriente, él pidió un mes de vacaciones para viajar a Mafraq. Su empleador aceptó, aunque también adquirió el pasaje de vuelta de Khoury y reamobló su apartamento dentro del recinto del hospital saudita.

Abu Steve visita un paciente.

Pocas semanas más tarde, Khoury y Gates —quien pronto se convertiría en su guía espiritual— se arrodillaron en la habitación de Khoury en Annoor. Juntos, oraron para discernir la voluntad de Dios sobre su futuro: regresar a Arabia Saudita o permanecer en Annoor, donde su sueldo mensual era de sólo dieciocho dinares jordanos. Khoury afirma que la presencia divina llenó la habitación de forma inconfundible, dándole la certeza de la dirección de Dios.

“Tomé el billete de avión y lo quemé”, dice.

Para fines de la década de 1960, Annoor necesitaba instalaciones más grandes. Gates y Khoury pidieron prestado el vehículo del hospital y condujeron hasta que encontraron el terreno que Dios le había mostrado a Gates en un sueño: veinticinco acres baldíos a las afueras de Mafraq. Cuando le preguntaron al guardia de seguridad de Annoor sobre el terreno, este les informó que pertenecía al alcalde de Mafraq.

Khoury se mostraba reacio a acercarse al alcalde: ¿qué derecho tenía él, un joven enfermero, para pedirle al líder de la comunidad que vendiera su tierra? Pero al día siguiente, cuando Khoury le explicó que Annoor esperaba adquirir un terreno para una nueva instalación, ni siquiera tuvo que pedírselo.

“Poseo una”, ofreció el alcalde.

Annoor adquirió el terreno por solo dos mil dólares. Khoury cuenta que, de inmediato, Gates comenzó una siembra de árboles masiva: ocho mil pinos donados por el Ministerio de Agricultura de Jordania, y cientos de olivos y frutales. “Cuantos más árboles plantemos, más almas se acercarán al Señor”, razonó Gates.

Cuando el gobierno insistió en que no encontrarían agua en la propiedad, Gates afirmó lo contrario. Perforaron en el punto que Dios les indicó y hallaron agua. Desde 1973, año en que Annoor se trasladó a su ubicación permanente, el hospital ha operado con agua de su propio pozo.

“Qué hermoso es transitar por las sendas de Dios”, reflexiona Khoury. “Cuando transitamos por las sendas de Dios, Él lo arregla todo”.

Con noventa y cuatro años, Coleman reside ahora en una casa de piedra caliza de una sola planta, escondida entre los olivos que Gates plantó. Su patio está engalanado con buganvillas y plumbagos. Desde un sillón en una sala de estar espaciosa y llena de luz, me recibe, vestida con una túnica negra con bordados azules. “Esta es la que me pondré para mi entierro”, comenta de buen humor.

En 2024, para conmemorar su jubileo de plata, el rey Abdalá II de Jordania otorgó a Coleman un medallón de plata, reconociendo así sus más de cincuenta años de servicio al Reino Hachemita. Incluso ahora, a pesar de su condición de silla de ruedas, ella sigue atendiendo a los beduinos, visitando a las familias en sus tiendas dos veces al mes.

Coleman comenzó su ministerio en Sharjah, en los actuales Emiratos Árabes Unidos. Cuando se mudó a Belén para trabajar en el Hospital Baraka, aprendió la importancia del cuidado de enfermedades a largo plazo y se enamoró de los beduinos. Dedicó décadas a integrarse lo más posible en la cultura beduina para llevar el amor de Dios a la comunidad, y ha sido madre de acogida de al menos nueve niños beduinos.

La clave para servirles física y espiritualmente, explica ella, “reside en amarlos, no en procurar modificar su modo de vida beduino. Somos nosotros quienes debemos cambiar. Me llevó mucho tiempo asimilarlo”.

Debido a su testimonio abiertamente cristiano, Annoor se ha ganado la reputación local de “el hospital que predica”. Una película popular basada en la Biblia se reproduce continuamente en la sala de espera de la clínica. Cinco noches a la semana, los pacientes hospitalizados pueden optar por asistir a reuniones donde se cantan himnos y se comparten las escrituras.

Como una de las fundadoras de Annoor, Coleman ha sido acogida por todos, a pesar de las diferencias religiosas. En la década de 1970, durante una guerra civil que enfrentó al régimen jordano con la Organización para la Liberación de Palestina, una tribu local prometió protección a Coleman y Soltau y a su hospital. Cuando Coleman sufrió un accidente automovilístico casi fatal en 1996, quince hombres beduinos donaron sangre. El Rey Hussein, padre del rey actual, pagó él mismo su factura del hospital.

Al preguntarle a Coleman, qué motiva a pacientes, voluntarios y médicos de todas partes del mundo a venir a Annoor, su respuesta es sencilla: “Amor”, afirma. “Los queremos”.

Mientras estamos caminando hacia y desde la casa de Coleman, Heather Klassen, esposa de Herb y directora de enfermería de Annoor, me habla sobre el cambio en el panorama de la tuberculosis en Jordania. Cuando llegó a Annoor en 1984, la mayoría de los pacientes hospitalizados eran beduinos. Sin embargo, las estadísticas actuales del Ministerio de Salud de Jordania indican que más del cincuenta por ciento de los pacientes con tuberculosis en todo el país son sirios, bengalíes o filipinos.

“Actualmente, contamos con muy pocos pacientes hospitalizados con tuberculosis que sean beduinos y, por ello, estamos realizando otras actividades de extensión”, afirma.

Aileen Coleman visita a una familia beduina en su casa.

Durante veinte años, los Klassen trabajaron en uno de estos programas de extensión, una clínica en Ras An-Naqab, unos trescientos kilómetros al sur de Mafraq. Esta ubicación —con vistas a las vastas arenas de Wadi Rum— se inauguró en 1990 gracias al aliento de la Princesa Shareefa Zein, prima del difunto Rey Hussein, quien ha apoyado la labor de Annoor entre los beduinos desde que supo de ella a fines de la década de 1980.

En la actualidad, el equipo de Naqab asiste a veinte a cuarenta pacientes cada viernes en la clínica. Los demás días, visitan a la población beduina en zonas remotas, ofreciendo apoyo a familias que tienen niños con discapacidades brindando cuidados paliativos a aquellos en fase terminal. Asimismo, dirigen un taller de generación de ingresos para mujeres locales, empleando lana de oveja y pelo de camello para hilar y tejer mediante métodos tradicionales.

“Deseo mostrar a aquellos olvidados y desesperados, que Dios verdaderamente se interesa por ellos como un padre que ama”, expresa la enfermera holandesa a cargo del programa de alcance en Naqab.

De 1999 a 2019, Annoor operó una clínica en Ruwayshid, un pueblo cercano a la frontera entre Jordania e Irak. Actualmente, dos veces al mes, un pequeño equipo de personal hospitalario viaja 200 kilómetros desde Mafraq hasta Ruwayshid para dar seguimiento a los antiguos pacientes. A lo largo de esta ruta, también visitan a familias en sus hogares, ya sean tiendas de campaña o viviendas de ladrillo y mortero.

La parte favorita de su trabajo, según la enfermera noruega que lidera esta iniciativa de divulgación, es tener la oportunidad de visitar a niños con discapacidades en sus hogares, animar a sus madres, educar a los pacientes sobre el cáncer de mama y la diabetes, y ofrecer oración.

“Deseamos que las personas experimenten una transformación”, expresa. “Anhelamos que las familias disfuncionales se transformen. Aspiramos a que la drogadicción cese por completo y que los niños con discapacidades reciban un trato justo y sean plenamente incluidos, no relegados ni ocultados”

En 2013, Annoor obtuvo un equipo poco común que hizo posible una tercera labor de acercamiento: una clínica dental móvil 7.6 metros de largo, la cual había sido concebida inicialmente para su uso en Corea del Norte, pero fue abandonado en Dubái. Con el tiempo, el vehículo fue enviado a Mafraq, donde presta servicio tanto a pacientes internos como a comunidades sin acceso a servicios dentales locales.

Un sábado por la mañana, me reuní con un grupo diverso de voluntarios bajo las palmeras afuera de la clínica: dos dentistas, uno mexicano y otro ecuatoriano; una asistente dental siria; una enfermera china; un hombre libanés-británico; y tres jordanos. Leyeron las palabras de Jesús en Mateo 25:40: “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis”. Después de una breve oración, el equipo subió a dos vehículos y se dirigió hacia el Este.

El sol en ascenso tiñe de blanco la autopista hacia Zimla, una de las diversas comunidades remotas que el equipo dental atiende. Tras aproximadamente treinta minutos, el asfalto da paso a un camino de tierra. A ambos lados, arbustos bajos se intercalan entre fragmentos dispersos de basalto. Un hombre pastorea su rebaño de ovejas, con un fondo de tiendas de campaña. En el horizonte, surgen huertos de olivos, albaricoques, melocotones y caquis, y luego el camión dental, estacionado junto a una tienda de campaña a rayas blancas y negras.

Después de saludar a quienes aguardan en la fila, el equipo se adentra en el camión a alistarse para la labor del día. Los odontólogos tienen la capacidad de tratar a dos pacientes a la vez. Un tercer paciente puede esperar en el interior, lo que permite a los voluntarios interactuar y manifestar el amor de Dios.

“Dios obrará”, comenta uno de ellos.

Afuera, dos jóvenes me invitan a la tienda de su familia. Sentados sobre alfombras que cubren la tierra, conversamos mientras bebemos pequeños vasos de té negro dulce y espantamos las moscas de un bebé. Siento la alegría contagiosa que he observado este fin de semana en el personal de Annoor, el amor que motiva su servicio entre personas a menudo invisibles para la sociedad en general.

A pesar de que las tasas de tuberculosis en Jordania han disminuido desde la década de 1960, los sueños de Coleman para el futuro permanecen inalterables. Ella visualiza a familias beduinas difundiendo la Buena Nueva en sus propias comunidades.

“He visto algo de este comienzo”, dice ella. “A Dios sea la gloria”.


Nota: Este artículo salió en inglés en junio de 2025. El 9 de julio, Aileen Coleman partió de esta vida, con 94 años.

Traducción de Clara Beltrán.