John Swinton trabajó más de una década como enfermero de salud mental, y fue capellán de salud mental por muchos años, ayudando a personas con problemas severos retornando del hospital a la comunidad. Es catedrático de Teología y Estudios Religiosos en la Universidad de Aberdeen en Escocia, y ha publicado numerosos trabajos sobre temas relacionados a la salud mental, la discapacidad y la atención pastoral. En esta entrevista Joy Clarkson de Plough habla con Swinton sobre cómo la Biblia puede ayudarnos a entender la salud.
Plough: ¿Cómo figura la salud como tema específico en el ministerio de Jesús, y cómo pensamos en ello desde un punto de vista teológico?
John Swinton: Lo primero que debemos tomar en cuenta es que la salud, como la entendemos hoy en un contexto biomédico, no había sido inventada en la cultura mediterránea del siglo II. Al menos en occidente tendemos a enmarcar la salud en términos de ausencia de enfermedad. Según esta forma de pensar en la salud, si algo anda mal, visitamos a un doctor o a un psiquiatra para que identifiquen cuál es la parte rota, ya sea un tumor en el pulmón o algún tipo de enfermedad mental. Los médicos te diagnostican y luego te tratan, lo cual ayuda a superar el problema.
Pero el entendimiento bíblico de la salud es bastante distinto. De hecho, no hay una palabra equivalente para el entendimiento biomédico de salud. El término más parecido en el que puedo pensar es shalom, que significa paz. Pero es una paz mayor. Es una paz con Dios, paz contigo mismo, paz entre nosotros, y paz con la creación. Hay dimensiones teológicas, sociales y ecológicas ligadas a ese concepto de salud.
La clave sobre este entendimiento es que la salud no se define por la ausencia de enfermedad sino por la presencia de Dios. Eres saludable cuando habitas en la presencia de Dios. Eres saludable cuando vives según has sido creado. Y eso no siempre necesita que se quite el sufrimiento o que se cure una enfermedad. Algunas enfermedades permanecerán. Algunas heridas no curarán. Pero eso no nos exilia de la paz. Enfermedades crónicas o duraderas no nos sitúan fuera del ámbito de la salud, porque la salud, en el imaginario bíblico, no es lo mismo que curación. Se trata de vivir plenamente aun estando roto. Se trata de vivir con shalom, un espacio donde el dolor es real, pero también lo es la presencia de Dios. En ese espacio la salud no es el triunfo del cuerpo, sino la cercanía del Espíritu.
Bartholomew Beal, Nada más que esto, óleo sobre lienzo, 2013. Todo el arte de Bartholomew Beal. Usado con permiso.
La implicancia de esta forma de pensar es que sanar no es el opuesto a la enfermedad. Sanación en este modelo bíblico se convierte en una forma de conectar con Dios, con otras personas. No necesariamente deshacerte de tu afección, eso sería curar, pero verdaderamente vivir en shalom en el presente sin importar cual sea tu estado. Por ende, esa tensión entre sanación y curación es de veras muy importante porque a veces asumimos que para sanar se necesita curar, pero no son necesariamente lo mismo.
Vemos esto en los evangelios: por ejemplo, en la mujer con pérdidas de sangre en Lucas 8:43-48. Su condición la convierte en ritualmente impura, socialmente aislada y teológicamente marginada. Vive como algo que no es una persona, intocable, invisible, apartada de su comunidad y, por extensión, de la presencia de Dios. Cuando se acerca a Jesús y toca el borde de su manto, deja de sangrar. Se cura. Pero la historia no termina ahí, porque la cura no es lo mismo que la sanación. Jesús se detiene, la busca e insiste en encontrarla. Y cuando ella aparece, temblando, él escucha. Él habla. Y él la nombra: hija. Es un giro asombroso: de la exclusión a la pertenencia, del silencio a la palabra, de la marginación al parentesco. Y solo entonces dice: “tu fe te ha sanado”. La sanación aquí no es meramente el cese de los síntomas, sino el recuperar la condición de persona. La mujer no sana cuando se detiene su hemorragia, sino solamente cuando la ven, le dirigen la palabra, y le devuelven la comunión, con Cristo y con su comunidad. Esta es una visión radicalmente distinta de la salud: una basada no en la perfección corporal, sino en la presencia relacional, el reconocimiento y la reconstitución del yo en la mirada de la gracia.
Ese aspecto de la sanación es tan importante porque uno de los mayores tormentos de la enfermedad es cómo nos aísla y puede separarnos de la comunidad con los demás.
Cuando tienes un diagnóstico, puede llegar a definir toda tu identidad. Para la mujer de la historia, su hemorragia definía quién era y cuál era su lugar en la sociedad. Y los diagnósticos a menudo pueden tener ese mismo efecto hoy en día. Pero Jesús la llama hija. Es una cosa tan sutil pero tan profunda a la vez. Y el equivalente a eso en términos de salud mental debería ser devolverles a las personas sus nombres. No piensas en esquizofrénicos o en depresivos, piensas en personas. E incluso las enfermedades físicas son iguales, porque muchas de ellas están bastante estigmatizadas en ese sentido. Hay algo muy poderoso en la dinámica de devolverle a las personas sus nombres, respetarlos por quienes son, en lugar de permitir que la enfermedad que padecen se imponga a todo lo que son.
Cuando estaba en la universidad discutimos sobre un cuadro que representaba la resurrección de los muertos. El artista había pintado lo que creía que serían cuerpos resucitados: cuerpos sanos e impecables de treinta y tres años, la edad en la que resucitó Jesús. Aunque la mayoría de nosotros rechazaría la idea de que Kim Kardashian sea más espiritual que una persona normal en virtud de su cuerpo perfecto, plantea una cuestión interesante: ¿Cómo pensamos en los cuerpos resucitados y sus imperfecciones?
En lo que respecta a cosas celestiales, lo primero que hay que notar es que la Biblia no nos da mucha información. Proyectamos constantemente nuestras ideas del cielo y de los cuerpos resucitados desde donde estamos. ¿Y quién nos dice qué es hermoso? Los medios. Ves imágenes en internet o en las revistas y piensas, ah, eso es bello, eso es la perfección. Por ende, probablemente es cómo luzca yo en el cielo. No nos damos cuenta de que estas construcciones de belleza son exactamente eso: están allí para venderte cosas. Y son creadas por personas poderosas que tienen un montón de dinero para moldear la forma en la que piensas. Pero la Biblia no hace eso. No te da ese tipo de información. De hecho, es bastante misteriosa con respecto a esos temas. Pero el apóstol Pablo en 1 de Corintios 15, cuando habla de la resurrección del cuerpo, no dice que el cuerpo será reemplazado, dice que será transformado.
Bartholomew Beal, En ningún lado, óleo sobre lienzo, 2017.
N. T. Wright hace hincapié en que algo similar ocurre en el Apocalipsis cuando la nueva Jerusalén baja del cielo sobre la vieja. La vieja Jerusalén no será reemplazada, será transformada. Los cuerpos que tenemos ahora tienen algún tipo de durabilidad, algún tipo de significado eterno. Y el hecho de que no sepamos qué conlleva ese significado quiere decir que debemos respetar a todos sin importar cómo lucen, sin importar cómo funciona su cuerpo y su mente. Algo de ti como persona tiene durabilidad. Cuando piensas de esa forma en la resurrección tiene implicancias significativas en cómo miras a las personas de aquí en adelante. Ocurre lo mismo con las cicatrices que tiene Jesús. Si tienes una visión de belleza que es perfecta, de la forma en la que te lo muestra una revista, entonces o el cuerpo de Jesús es imperfecto, o entendimos algo mal. Y elijo optar por lo último.
¿Cómo te imaginas la salud? ¿Cómo luce y se siente la salud para ti?
He estado pensando recientemente en esta palabra llamada homefulness. La encontré en un comentario breve de Walter Bruggemann. Tiene que ver con cómo te sientes en casa en cualquier situación. Supongo que está vinculado a la doctrina de la creación: Dios creó el mundo y lo llamó nuestra casa. Pero sentir el homefulness significa tener una sensación de quién eres y por qué estás aquí, y algún tipo de conciencia y control sobre tus circunstancias. Porque tu casa es el lugar donde encuentras tu identidad. Es donde haces todo con tu familia o comunidad. Es un punto de encuentro.
Homefulness es un concepto que, a mi entender, resuena profundamente con la salud y la vocación de los trabajadores sanitarios. Ser una presencia sanadora, en todos sus aspectos, es convertirse en alguien con quien otros puedan sentirse como en casa. La enfermedad, en muchas de sus formas, es un tipo de exilio. Disloca. Te aparta de tu cuerpo, de tu historia, de tu comunidad, y a veces incluso de Dios. Y así, el trabajo de sanar debe involucrar más que un diagnóstico y una intervención; debe participar en el trabajo de volver a casa. Ofrecer homefulness es ofrecer presencia espaciosa, habitable y confiable, un espacio donde las personas se sienten reconocidas, seguras, y nombradas. Es en ese espacio donde las personas, por más que estén sufriendo o atravesando síntomas sin resolver, podrán empezar a sentir que están volviendo a casa: a sí mismos, a otros y, tal vez, de una forma más profunda, a Dios.
Traducción de Micaela Amarilla Zeballos