Cuando el clero de la catedral de Southwell se para frente a la congregación, los vemos enmarcados por una multitud de ángeles en el vitral de la gran ventana occidental, instalada en 1996. Serafines y querubines brillan como estrellas, bailan, lanzan incienso o hacen girar misteriosas bolas luminosas, mientras que otros, que sostienen imágenes de la creación, nos miran con curiosidad, como si encontraran a los humanos extraños pero intrigantes. En nuestro servicio de Navidad para niños volvemos a estar rodeados por la corte celestial en forma de una multitud de niñas con alas destellantes y halos esponjosos que, en estos días, prefieren ser ángeles antes que María.

La elección de los disfraces no es sorprendente, considerando que en nuestra cultura los ángeles tienen una poderosa presencia. La encuesta llevada a cabo por AP-NORC en 2023 arrojó que un 69 % de los estadounidenses cree en los ángeles, de los cuales un 21 % no cree en Dios. Mientras tanto, en el Reino Unido, menos devoto, la medición fue de un 46% en 2009, bajando a un tercio en 2016, pero incluso entre los no creyentes en Dios, un 20% creía en los ángeles. La Sociedad Bíblica, que llevó a cabo otra encuesta en 2016, también se sorprendió al descubrir que en Gran Bretaña el 11 % de las mujeres y el 8 % de los hombres afirmaba haber visto un ángel. Londres es la parte de Gran Bretaña más frecuentada por ángeles, como es lógico; fue en Peckham Rye donde William Blake, a los ocho años, vio por primera vez a los ángeles en un árbol, con sus alas brillando entre las ramas.

Todo el arte procede de la ventana del Ángel de la catedral de Southwell Minster, en Nottinghamshire, Inglaterra. Fotografías de David Iliff, WikiMedia (dominio público).

Una teología popular acompaña la creencia angelical contemporánea, que se evidencia entre las peticiones de oración dejadas en la capilla de velas de la catedral, donde las súplicas de los afligidos a menudo no se dirigen a Dios, sino al ser querido perdido que ahora “ha ganado sus alas”. Las tumbas de los niños en cementerios están adornadas con estatuas de ángeles, una práctica antigua de un tiempo cuando la figura con alas representaba el alma. Ahora toma un significado menos ortodoxo: los instructores angelicales del místico sueco del siglo XVIII Emanuel Swedenborg le enseñaron que nos convertimos en ángeles después de la muerte, y su antropología influyó en las opiniones del siglo XIX sobre la muerte humana como una transición natural de la crisálida del cuerpo a la mariposa angelical. El espíritu de la Pequeña Nell de Charels Dickens, por ejemplo, “levantó el vuelo tan temprano” a su hogar natural al final de La tienda de antigüedades (1841), mientras los brazos angelicales que reciben a los muertos en tantas tumbas estadounidenses de la Guerra Civil dan la bienvenida a uno de los suyos.

Sin embargo, los ángeles no son igual de bienvenidos en algunos círculos cristianos. Entre los liberales el espíritu de desmitologización de Rudolf Bultmann sigue imperando, separando de manera imposible el núcleo del evangelio de sus “adornos cosmológicos”. Bultmann escribió: "No se puede usar la luz eléctrica y el aparato de radio, o echar mano de modernos medios clínicos y médicos cuando estamos enfermos, y al mismo tiempo creer en el mundo de espíritus y milagros del Nuevo Testamento”. Incluso aquellos que no llegarían tan lejos rechazan la nueva religión angelical, creyendo que es una versión fácil y cómoda de la fe de la Nueva Era, que no exige nada a sus seguidores.

Aunque es innegable que el concepto secular del ángel guardián puede considerarse un amuleto o talismán, no deberíamos rechazar a los ángeles por completo. Tal como escribió el poeta Francis Thompson:

Los ángeles mantienen sus lugares antiguos; —
¡Gira solo una piedra y comienza un ala!
Sois vosotros, son vuestros rostros enajenados,
Que se pierden lo multiesplendoroso.

Desde luego que los ángeles tienen “lugares antiguos”, están en las escrituras: son agentes divinos en el Antiguo Testamento y aún más recurrentes en el Nuevo. Son los ángeles quienes anuncian la concepción, nacimiento, resurrección y asunción de Cristo. Para Cristo, estos espíritus son una realidad íntima; son sus compañeros en el desierto y le sostienen durante su oración agonizante en el Getsemaní. Se refiere a los ángeles de sus “pequeños”, quienes ven el rostro de Dios en Mateo 18:10, y él anuncia su venida con los ángeles en los evangelios sinópticos. En Juan 1:51 les dice a sus discípulos que serán testigos de los ángeles ascendiendo y descendiendo sobre el Hijo del Hombre. Atribuirle todo esto a cierto escaparate cósmico pone en riesgo perder el significado teológico de la vida y el ministerio de Jesús.

De hecho, los ángeles bíblicos ni siquiera son sobrenaturales ni “míticos” sino criaturas naturales como nosotros. Los ángeles en el cristianismo se consideran creados directamente por Dios, no emanaciones, incluso por un escritor neoplatónico como Pseudo-Dionisio Areopagita en su tratado del siglo V Sobre la jerarquía celeste. Más bien, son nuestros amigos y guías. El comentario de Jesús sobre los ángeles de cada “pequeño” llevó a que Gregorio Magno sugiriera que cada uno de nosotros tiene un ángel guardián. De hecho, en la oración que me enseñaron de pequeña, tenía cuatro: “Uno para cuidar, otro para rezar, y dos para mi alma al cielo llevar”. Era un pensamiento reconfortante entre los terrores nocturnos y confirmaba mi valor como una niña protegida por Dios. Y me enseñó que Dios también tenía descendientes muy diferentes.

Por ende, los ángeles hacen del universo un lugar más amigable y compañero, y también revelan que no somos las únicas partes conscientes de la creación de Dios. De hecho, sus diferencias con nosotros nos ayudan a comprender de forma más clara qué significa ser humanos. Compararnos solamente con bestias y plantas puede darnos una idea excesiva de nuestra propia grandeza, mientras que la existencia de inteligencias puras nos pone en nuestro lugar y nos quita del centro.

Sin embargo, Cristo también dice que estos espíritus poderosos no saben cuándo será el tiempo final; Hebreos 1:6 y siguientes sugieren su asombro ante la Encarnación. Los humanos podemos tener algo de conocimiento que no tienen los ángeles. Siempre me conmueven los ángeles de las escenas medievales de la crucifixión, como las de Giotto. Se abalanzan sobre la cruz con actitudes de agonía y horror frenéticos, incapaces de comprender lo que está sucediendo, cómo Dios puede sufrir. Dios nos ha revelado secretos a los humanos que maravillan a los ángeles.

También somos bendecidos con nuestra materialidad, algo que los ángeles no poseen. Los rabinos nos enseñaron, de hecho, que envidiaban nuestros cuerpos humanos. El arcángel caído de Milton, Satanás, está consumido por la envidia y el odio hacia Adán y Eva porque son amados por Dios, pero también porque disfrutan del amor físico: ¿Hay espectáculo más odioso e insufrible? ¿Han de gozar encantados éstos, uno en brazos de otro [...]”

A su vez, aprendemos de los ángeles, a quienes Richard Hooker describió como un “modelo y un estímulo” para la humanidad. Nos enseñan a adorar, desde el serafín proclamando “Santo, santo, santo es el señor de los ejércitos” desde el templo en Isaías hasta los coros angelicales del Apocalipsis. No es casualidad que recemos “con los ángeles y los arcángeles, y con todos los coros celestiales”; las escrituras los muestran como intercesores. En Daniel 10 un ángel viene a responder sus peticiones y en Apocalipsis 5 las oraciones de los fieles están dentro de una copa que sostiene el ángel, quien la llena de incienso para acelerar su ascenso.

Esto necesita algo de explicación. Buscamos en la oración alinear nuestras voluntades y deseos con la voluntad buena y perfecta de Dios. Los ángeles nos ayudan en estos propósitos divinos: Tomás de Aquino los divide en tres tríadas. En primer lugar, los ángeles y los arcángeles nos guían y protegen a nosotros y a la Iglesia, y los principados guían a las naciones; en segundo lugar, las dominaciones gobiernan y ordenan el mundo angelical; las virtudes angelicales hacen posibles los milagros, y las potestades participan en la lucha espiritual. En la cima de la tercera tríada, los serafines arden con el amor de Dios, los querubines reflejan su sabiduría y los tronos transmiten su autoridad al segundo grupo. Por ende, a través de la oración, a medida que nos volvemos más justos y amorosos, nos aliamos con las virtudes angelicales, y por intuición se nos acercan y nos elevan hacia el amor y sabiduría de Dios. San Agustín nos recuerda que por naturaleza se aferran a Dios en amor y adoración. Por lo tanto, ayudarnos es un acto de amor desinteresado de su parte.

El cosmos cristiano, entonces, es un vasto intercambio de amor mutuo y oración entre ángeles y humanos, que incluye también a las criaturas inferiores, que adoran a Dios con su vida y sus acciones. Recordemos que en Marcos 1:12 Jesús iba acompañado por fieras y ángeles mientras rezaba en el desierto. Henry Vaughan dijo:

Vientos que se alzan
Manantiales que fluyen
Aves, fieras, todas las cosas
Lo adoran según sus seres

Y así como la humanidad, según George Herbert, es “el sumo sacerdote del mundo” que ofrece la oración y la adoración inconscientes de la naturaleza, los ángeles hacen posible nuestra ofrenda humana. Todos nos servimos unos a otros, lo cual es un regalo de Dios en la economía de la gracia. Esto lo expresan de manera conmovedora los humanos y los ángeles abrazados al pie de la Natividad Mística (1501) de Botticelli, en una imagen de alegre reciprocidad.

Algunos lectores pueden aún sentirse incómodos ante la idea de que los ángeles interceden. ¿Acaso no puede Dios comunicarse directamente? Sin embargo, si prestas atención a cualquier encuentro bíblico entre un ángel y un humano, te das cuenta de que el ángel nunca viene solo, como un sustituto divino. Trae lo que representa. En cada caso lo divino se revela a través del visitante angelical; cuando visitantes misteriosos comieron con Abraham, o cuando el ángel luchó junto a Jacob, Dios estaba presente. Dios envía al arcángel Gabriel a anunciarle a María la venida del Espíritu Santo e inaugurar la Encarnación. De hecho, la encarnación de Dios en la humanidad es la justificación para que cualquier cosa o persona hable de Dios y medie su presencia. Dios se dio al mundo en Cristo, y brilla en cada parte de él. Todos (humanos, ángeles, plantas y bestias) somos espejos de Dios los unos para los otros.

La Anunciación marca la unión entre las órdenes humanas y angelicales en una nueva relación, dado que cada uno es nuevamente revelado al otro. El poeta Edwin Muir describe este momento vívidamente:

Cada uno refleja el rostro del otro,
hasta que el cielo en ella y la tierra en él
allí brillan firmes.

No hay ninguna escena anterior en las Escrituras que represente un encuentro angelical tan íntimo, una conversación tan prolongada, en un verdadero intercambio de descubrimiento mutuo:

Pero durante la larga tarde
ninguno habla ni hace un gesto,
solo se miran fijo en profundo trance
como si su visión jamás se quebrara.

Cuando contemplo los rostros serios de los ángeles de la ventana occidental de Southwell, que rodean a la figura central de María, su santa patrona, siento una fascinación similar por un modo de vida tan “diferente” y, sin embargo, al que me siento llamado: tal y como prometió Cristo, nuestra vida en el cielo se parecerá más a la de los ángeles. Y son una parte crucial de nuestra vida aquí y ahora. El diseñador de la ventana de Southwell, Patrick Reyntiens, fue inspirado a pintar estos espíritus porque había sido salvado de la muerte por una mano invisible y angelical, que impidió que fuera atropellado. Los ángeles son agentes de la providencia de Dios y, si los esperamos, vendrán y serán nuestros compañeros, así como Rafael lo era para niño Tobías.

Los ángeles en la cultura popular son un símbolo de deseo de trascendencia, de una realidad más allá de los límites del mundo material, y de nuestro destino en el cielo. Entonces, en vez de despreciarlos, presentémosle a la gente los verdaderos ángeles de la revelación cristiana, que son poderosos y diferentes, que acercan a Dios y pueden ayudarnos y protegernos. Al comprender el ministerio de los ángeles bíblicos, las personas estarán preparadas para encontrarse con aquel que es su Rey, que se hizo inferior a los ángeles en su entrega a nuestro mundo, para ser coronado con la gloria y el honor de aquel que venció a la muerte y a todo mal. Cuando vuelva, lo hará con su ejército angelical, que nos llevarán con ellos como ciudadanos de la Jerusalén celestial, donde nuestra alabanza será perfecta y nuestra conversación mutua eterna.


Traducción de Micaela Amarilla Zeballos