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    Trabajo y oración: dos deberes del cristiano

    por Óscar Romero

    lunes, 03 de agosto de 2020
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    Que las buenas obras son el esplendor de la Iglesia, pero fíjense que insistencia en las lecturas de hoy. Las buenas obras a partir de los pobres. Qué hermosa y elocuente la palabra de Isaías: Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo, no te cierres a tu propia carne (Is 58:7). Como que el mendigo soy yo, es mi carne que tiene hambre, dale de comer; como el que te viene a pedir posada, es tu carne que tiene frío, dale abrigo; siente esta fraternidad, siente la identidad. No digo contigo solamente, sino sobre todo siéntela con Cristo. Todo lo que le hagas a él, a mí me lo haces (Mt 25:40).

    ¡Cómo no le va a doler a la Iglesia una civilización de egoísmos, una civilización de desigualdades tan crueles, en que el pobre, el desamparado, el hambriento, el desnudo, el sin techo, como si no fuera hombre, como si no fuera hermano! Ya hemos dicho, hermanos, que esto no es una defensa de la pereza, de la holgazanería, «el que no trabaja –dice la Biblia– que no coma» (2 Ts 3:10). Pero se trata de estas situaciones que ya se hicieron como una costumbre entre nosotros, como si fueran diversas clases de hombres, los ricos y los pobres. Si somos la misma carne, si somos del mismo origen y tenemos el mismo destino; si a todos nos ha amado Cristo, y con todos se ha identificado.

    Todo aquel que se preocupa del hambriento, del desnudo, del pobre, del desaparecido, del torturado, del prisionero, de toda esa carne que sufre, tiene cerca a Dios.

    Vivir, entonces, haciendo buenas obras ¿qué dice el profeta? «Entonces, cuando hagas todo esto, romperá tu luz como una aurora, enseguida te brotará la carne sana que abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor» (Is 58:8). Esta es la gloria que sigue a la Iglesia, al hombre que vive la justicia y vive la caridad. Por eso hermanos, en nuestra Arquidiócesis, y cada uno de nosotros, tiene que ser un devoto enardecido de la justicia, de los derechos humanos, de la libertad, de la igualdad; pero mirándolos a la luz de la fe.

    Entonces clamarás al Señor y te responderá; gritarás y te dirá: «Aquí estoy» (Is 58:9). ¿Qué más queremos, hermanos? Hay un criterio para saber si Dios está cerca de nosotros o está lejos: el que nos está dando la palabra de Dios hoy: Todo aquel que se preocupa del hambriento, del desnudo, del pobre, del desaparecido, del torturado, del prisionero, de toda esa carne que sufre, tiene cerca a Dios. Clamarás al Señor y te escuchará. La religión no consiste en mucho rezar, la religión consiste en esa garantía de tener a mi Dios cerca de mí; porque les hago el bien a mis hermanos. La garantía de mi oración, no es el mucho decir palabras, la garantía de mi plegaria está muy fácil de conocer: ¿Cómo me porto con el pobre?, porque allí está Dios; y en la medida en que te acerques a él y, con el amor con que te acerques o el despreció con que te acerques, así te acercas a tu Dios. Lo que a él haces, a Dios se lo haces; y la manera como mires a él, así estás mirando a Dios. Dios ha querido identificarse de tal manera, que los méritos de cada uno y de una civilización se medirán por el trato que tengamos para el necesitado y para el pobre.

    — 5 de febrero de 1978

    Yel otro papel de la Iglesia, en la otra hermosa página del evangelio: «Maestro, enséñanos a orar», y Jesús les enseña: «Padre» la hermosa palabra que todo lo arreglaría, si todos supiéramos decir «Padre» al Creador de todas las cosas, y sentiríamos hermanos a todos los hombres, y le pidiéramos: «venga tu reino» (Lc 11:1-2), el anhelo supremo del corazón del hombre, porque cuando venga tu reino a la tierra habrá más justicia, más amor, habrá más igualdad entre los hombres, más fraternidad. Perdónanos, porque somos pecadores. Hermanos –y esto es hermoso– la oración es la cumbre del desarrollo del hombre. El hombre no vale por lo que tiene, sino por lo que es. Y el hombre es, cuando se encara con Dios y comprende qué maravillas ha hecho Dios consigo. Dios ha creado un ser inteligente, capaz de amar, libre.

    La oración es la cumbre del desarrollo del hombre.

    Rezar no quiere decir perder tu grandeza; rezar quiere decir ensanchar tu grandeza. Rezar no quiere decir que vas a esperar de Dios lo que tú puedes hacer. Realiza lo que tú puedes hacer, pon en juego toda tu técnica, inventa los regadillos para tus campos, abono a tu tierra, alimenta tu ganado lo mejor que puedas, y cuando hayas hecho todo eso, reza. No lo esperas todo de Dios, porque tú has hecho todo lo que puedes, pero dejas en las manos de Dios lo demás. Haz como aquel que ya dijimos una vez aquí, los que prepararon todo un sistema de un viaje a la luna, y un técnico cristiano dice: «La técnica ha hecho todo lo que se podía hacer». Esperamos que vaya a ser un éxito. Pero ahora nos toca rezar para que Dios bendiga nuestro trabajo. Esto es rezar, hermanos. No es empequeñecer. Cuando uno reza, esperando que Dios lo haga todo y uno cruzado de brazos quiere que Dios lo haga, esto es un Dios falso. Pero cuando uno trabaja, desarrolla su mentalidad, su capacidad de organización, y entonces le dice a Dios: «Señor, a pesar de todo este misterio de grandeza que soy yo, entiendo que tú eres más grande, que me abarcas, que me comprendes, que me completas».

    Pues para esto está la Iglesia, hermanos, para enseñar a rezar. Pero para enseñar a rezar como se debe no aquella oración que adormecía, confórmate, vive pobre, a la hora de la muerte Dios te dará un cielo. Eso no es cristianismo, por eso nos dijeron a los cristianos que dábamos opio al pueblo, y ahí tenía razón el comunismo, porque ellos trabajan mientras los cristianos sólo rezaban y no hacían nada. Pero, aquí le gana el cristianismo al comunismo: cuando trabaja como comunista y espera en Dios como cristiano, ven qué diferencia hermanos, porque la Iglesia tiene que trabajar esta doble promoción, de despertar al hombre que desarrolla sus capacidades y hacerlo esperar en Dios, el trascendente, sin el cual, hemos dicho en la oración de hoy, nada es válido, nada es poderoso.

    — 24 de julio de 1977

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    Contribuido por OscarRomero Óscar Romero

    Monseñor Óscar Arnulfo Romero, intrépido defensor de los pobres y desamparados, alcanzó renombre mundial durante sus tres años como arzobispo de San Salvador. Se murió por la bala de un asesino en 1980.

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