My Account Sign Out
My Account
    Ver carrito

    Subtotal: $

    Caja
    newborn Jesus lying in a manger

    Él conoce nuestras necesidades

    En una profunda depresión posparto de la pasada Navidad, entendí que Dios eligió ser un bebé indefenso, asumiendo las penas y crueldades de este mundo.

    por Regina Munch

    lunes, 22 de diciembre de 2025

    Otros idiomas: English

    0 Comentarios
    0 Comentarios
    0 Comentarios
      Enviar

    Mi hijo vino al mundo una semana antes de Navidad. Era el cuarto domingo de Adviento y, ese año, sentí la espera y la expectación en mis huesos, en cada patada y en cada movimiento de la pequeña vida que llevaba dentro.

    El bebé nació tres días tarde, pero cuando llegó el momento, vino con mucha prisa. Lo llamamos Benedict. Algunas personas dicen que, al conocer a su hijo por primera vez, sienten un amor profundo que nunca habían conocido antes. No puedo decir que eso fuera lo que me pasó a mí, y, al principio, me preocupó que algo fuera mal. Pero en los días siguientes, me di cuenta de que el amor que sentía por mi hijo era fuerte y constante, no un rayo, sino un amanecer suave.

    painting of Mary and Joseph looking at their son Jesus lying in a manger

    Gari Melchers, El nacimiento, 1891

    Treinta y seis horas más tarde, una enfermera nos ayudó a preparar todo para traer a nuestro hijo a casa. Llevaba pendientes de Papá Noel y un collar que decía “¡Feliz Navidad!”, pero había algo triste en su aspecto. Nos enseñó a colocar los diminutos brazos de Benny entre las correas del asiento del coche y le arropó con una manta. Cuando nos apartamos para admirar al pequeño que teníamos delante, ella soltó lo que llevaba dentro. “Mi hijo no quiere verme esta Navidad”, dijo. Me volví para mirarla y vi que estaba llorando. “Recuerdo cuando tenía esta edad. Le di todo mi amor. Ahora no me habla”.

    Por supuesto, no conozco los detalles de su situación familiar. Pero mientras observaba a esta mujer recordar a su hijo, que una vez fue bebé recién nacido, mi corazón se estremeció de dolor por ella. También lloré por mí misma al darme cuenta de que me había expuesto al mismo desengaño: algún día, mi hijo seguirá su voluntad propia y también podrá rechazarme.

    Llegó la mañana de Navidad y yo estaba sumida en la depresión posparto. Nadie me había advertido sobre esta pérdida de hormonas, que puede dejarte llorando y débil. Sabía que era temporal, pero me sentía destrozada, emocionalmente indefensa. Lloraba cada vez que alguien hacía algo amable por mí, lo cual ocurría todo el tiempo. Me sentía envuelta en amor cuando la gente nos traía comida caliente, nos lavaba la ropa, nos traía ropa y mantas para el bebé. Lloraba porque estaba muy agradecida por mi hijo, mi maravilla de ocho libras, que estaba sano y feliz.

    También lloraba por otras razones. Benny era tan dependiente y vulnerable. Mi cerebro reprodujo todas las historias horribles que había oído sobre los males que les habían pasado a niños, accidentales o no, y no podía soportar la idea de que alguien hiciera daño a un ser que dependía tanto del amor de otro. De repente, el mundo me pareció muy violento o, al menos, insensible. Las tragedias cercanas y lejanas que aparecían en las noticias —personas que morían en una tormenta invernal, otro tiroteo masivo, la hambruna desenfrenada en Afganistán— me sumieron en la oscuridad. Incluso ver las escenas de batalla de El señor de los anillos era demasiado para mí. Ellos también habían sido los bebés de alguien.

    El amor significa vulnerabilidad, exponerte a todo tipo de dolor que ya no puedes combatir.

    Los cristianos creemos que Dios eligió venir al mundo como un niño indefenso. Al hacerlo, Dios mostró su gran amor por todas las personas, nos abrazó en toda nuestra pequeñez y vulnerabilidad. Nació de una madre pobre y deshonrada que “meditaba todos estos misterios en su corazón”. (Más de una vez me pregunté: ¿María tuvo la depresión posparto?). Dios conoce mejor que yo los dolores y las crueldades del mundo. A pesar de ellos, eligió estar con nosotros, asumir todo con un amor sin límites. Eso es lo que celebramos en Navidad. Mientras reflexionaba sobre mi propio dolor extraño y visceral, fue esta creencia la que me ayudó a superar esas primeras semanas.

    La depresión posparto terminó, pero algo más la sustituyó. La ansiedad posparto no se discute tanto como la depresión, pero, según algunas medidas, es más común. Puede implicar muchos síntomas y comportamientos diferentes, pero en mi caso se manifestó en pensamientos recurrentes e intrusivos sobre cosas horribles que le podían pasar a Benny: morir en un accidente de coche, ahogarse en la bañera, asfixiarse en su cuna. Racionalmente, sabía que eso era poco probable y que estaba tomando las precauciones de seguridad necesarias. Pero esos pensamientos no provenían de la parte racional de mi cerebro. Una noche, entre sollozos, le pregunté a mi marido: “¿Por qué esto se parece tanto al duelo?”.

    Mi terapeuta me recomendó centrarme en el hecho de que las cosas que estaba imaginando no eran reales y que, por eso, podía dejar ir esos pensamientos. Ese es un enfoque terapéutico, pero no me resultó del todo satisfactorio. ¿Y si ocurre lo peor? ¿Cómo voy a estar preparada? “Endurece tu sensibilidad para que la vida te haga el menor daño posible”, aconseja el estoico Zenón de Citio. “Cuanto más valoramos las cosas que están fuera de nuestro control, menos control tenemos”, escribe Marco Aurelio. “Entrénate para dejar ir e a todo lo que temes perder”, exhorta Yoda. ¿No debería yo meditar sobre la pérdida, para estar preparada para ella?

    Y llegará, incluso si todo va bien. Ya ha llegado. Mis amigos me han dicho que intente ver esta hiperempatía como una especie de superpoder, y puedo ver la sabiduría en su consejo. La maternidad me ha aportado una dosis extra de amor, unas reservas adicionales de fuerza y compasión que me han llevado a amar más a mi familia, así como a los desconocidos y al mundo que me rodea. Pero el amor también significa vulnerabilidad, exponerte a todo tipo de dolor que ya no puedes combatir. Zadie Smith lo expresó muy bien cuando escribió que sus hijos no le hacen sentir felicidad, sino alegría, “esa extraña mezcla de terror, dolor y deleite” con la que “ahora debo encontrar la manera de convivir a diario”. Yo también estoy tratando de hallarla.

    A menudo, en nuestra casa, eso significa recurrir a los libros. En pleno invierno, abrí Consolación de la filosofía, de Boecio. El narrador habla con la señora Filosofía sobre la sabiduría, el amor, el sufrimiento y la fortuna, y ella le guía a través del dolor y la pérdida que está experimentando. “La virtud es lo único que uno tiene realmente, porque no se ve amenazada por las vicisitudes de la fortuna”, le aconseja. En otras palabras, puedes perderlo todo, pero eso es motivo para acumular más de lo que realmente importa —amor, sabiduría y bondad— y eso nunca te lo podrán quitar. El universo está inundado de amor, como un hijo bajo la mirada de su madre. “Qué feliz es la humanidad, si el amor que ordena las estrellas también gobierna en vuestros corazones”.

    Esta Navidad, Benedict cumplirá un año. La ansiedad sigue presente, pero se ha disminuido con el tiempo. Realizar pequeños actos de amor y creatividad —cantarle una canción, cocinar para los amigos, tejerme un chal— me ha ayudado a salir de la oscuridad. Todos nos fortalecemos mutuamente con estos pequeños gestos de bondad y alegría, y pase lo que pase, ellos nos ayudarán a salir adelante.


    Traducción de Coretta Thomson

    Contribuido por ReginaMunch Regina Munch

    Regina Munch es una editora asociada de Commonweal.

    Aprender más
    0 Comentarios