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    Path in woods at Manantial, Paraguay

    La oportunidad que es el perdón

    por Stan Ehrlich

    jueves, 31 de julio de 2025
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    Estas cartas dirigidas a hombres y mujeres encarcelados animan a los corresponsales a perdonar. Stan Ehrlich, un judío sobreviviente del holocausto, conocía tanto el yugo de la opresión e injusticia como la alegría de ser liberado del rencor mediante el perdón.

    Querido hermano, me conmovió mucho el contenido de tu carta. No estoy seguro de que haya entendido todos los detalles de lo ocurrido con la casa y los préstamos, pero esto me parece que no es lo esencial. Son más bien las circunstancias que llevaron a toda la desdicha de dos vidas perdidas. Con gran dolor me enteré de que tu hermanito y tu padre ambos fueron asesinados por enemigos tuyos, y que estos crímenes estaban relacionados con títulos de propiedad, préstamos y deudas. Más que esto no me hace falta saber, ni tampoco es importante que lo sepa, porque el objetivo de tu carta no es aclararme aquello, sino de encontrar la forma de perdonar y no sumirte en odios y rencores.

    Este propósito, querido hermano, es valiosísimo, y me atrevo a decir que es inspirado por Dios. El rencor y el deseo de venganza lo corroen a uno aún más que la injusticia sufrida, lo digo también por experiencia personal, aunque debo dejar bien claro que nunca he sufrido lo que has sufrido tú. Pero tu deseo de sobreponerte a estos sentimientos es el verdadero camino de la fe y de superación del mal.

    Fíjate que el hombre más inocente, totalmente inocente que jamás hubo, Jesucristo, sufrió la mayor injusticia posible: la muerte infligida por la mayor tortura conocida en su época; y, aun así, le pidió a Dios que perdonara a quienes lo mataron. No me cabe duda de que esto es lo que nosotros también debemos hacer, si es que queremos seriamente llamarnos “cristianos”. No es fácil; por esto que fue escrito el libro Setenta veces siete, que gracias a Dios te impresionó tanto.

    No es fácil lo que te has propuesto, pero es el único camino hacia verdadera paz y reconciliación con Dios. Tu paz del alma y tu reconciliación contigo mismo y con la vida no son los únicos frutos de tu conversión hacia el amor y el perdón, este cambio en ti hace también algo por el Reino de Dios, por cuya venida rezamos cada día los cristianos cuando recitamos el Padrenuestro. No sé cómo decirlo, pero el hecho es que cada vez que tú o yo nos sobreponemos a nosotros mismos y actuamos como habría actuado Cristo, pasa algo en el plan de Dios. No solo para nosotros dos, sino para otras almas también; sí, trato de hacerlo, pero es muy difícil poner esto en palabras.

    No es fácil lo que te has propuesto, pero es el único camino hacia verdadera paz y reconciliación con Dios.

    Tú tienes 27 años de edad. Eres joven. Cuando yo tenía 27 años (ahora tengo 81), cometí faltas y pecados. No me llevaron a la cárcel, porque eran pequeños y pocos, si se les quiere mirar así, pero en esencia eran pecados y esto es lo que cuenta. Gracias a la misericordia de Dios, somos todos capaces de reconocer nuestros pecados, arrepentirnos y obtener el perdón de Cristo, a la vez que somos capaces de perdonar también. Nosotros podemos condenar el pecado, pero no nos corresponde condenar en nuestro corazón a quien lo comete. Al pecador lo dejamos a la merced de nuestro Padre en los Cielos, que lo tratará como debe ser. Jesucristo dijo que no juzgáramos para que tampoco fuéramos juzgados. Suena y parece muy simple y en verdad lo es, pero sabemos que tenemos que vencer nuestra “carne”, nuestros instintos y nuestros apetitos mundanos para practicar una vida de paz. Y no estamos solos en esta tarea. Jesús responde a nuestras oraciones y nos ayuda.

    Leo con mucho pesar todo lo que te pasó, también, si entiendo bien, parece que tu familia te ha abandonado. Ruego a Dios que te ayude a soportar el peso que te cayó encima, al mismo tiempo, puedo asegurarte que si deseas cambiar de vida —cosa que todos tuvimos que hacer, yo tuve que hacerlo—, Dios te ayudará, absolutamente, sin duda alguna, porque tú te habrás comprometido con Él y con su causa, que es la causa del amor al prójimo —sea quien sea—, de la paz del alma y de la paz entre la gente, y finalmente la causa del perdón.

    Gracias por tu carta, me conmovió mucho. Te aseguro, de todo corazón, que quiero responder a la confianza con la que me escribes y a tu petición de ayudarte en el conflicto espiritual interior en el que te encuentras.

    El dolor de otra persona siempre debe ser objeto de mucho respeto, cuando se le quiere ayudar en su dolor. A mí nunca me ha pasado lo que te está ahora pasando a ti. Y por el mismo respeto que le tengo a tu dolor, no quiero herirte con vanos y fáciles consuelos o consejos. Un sufrimiento como el tuyo merece más y esta consideración extra la conseguimos únicamente si hablamos del sufrimiento y lo miramos desde nuestra fe. No hay otra forma.

    Me impresionó mucho que tú mismo te dieras cuenta de que tus deseos y pensamientos de venganza son malos y te estorban. Querido hermano, gracias a Dios que te has dado cuenta de esto. Los sentimientos de rencor y venganza —que el mundo llama naturales— corresponden a nuestra naturaleza, la mía tanto como la tuya, pero esta cosa “natural” pertenece a una naturaleza en decadencia, marcada por el pecado, que no corresponde a nuestra fe.

    ¡Te hicieron un agravio terrible! Es algo que pasa miles de veces cada día. No digo esto para disminuir la importancia de tu dolor, sino para que ambos, tú y yo, nos demos cuenta del mundo en el que vivimos. Es el mismo mundo que dio muerte a la persona más inocente que jamás hubo, la persona más buena, el más puro, Jesucristo. Y él dijo a Dios “perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

    Tú y yo hemos recibido el don de la fe. Tener fe consiste en creer en Jesucristo y creer en Jesucristo consiste en hacer lo posible por vivir como él vivió. Yo sé que esto es pedir mucho, ¡muchísimo! ¡No creas que yo lo consigo! Pero en momentos como el que estás viviendo ahora, tú bien puedes recordar tu fe y tener la seguridad de que, si te solidarizas con Jesús y no con los demonios de la venganza, él te ayudará y te dará paz, porque en lugar de aumentar el mal y el odio en el mundo, los has disminuido. Recuerda que en una carta anterior te escribí que cada vez que dos (o más) creyentes desean y oran por la misma cosa, pasa algo que nos acerca al Reino, este Reino por el cual rezamos cada día “venga tu Reino”.

    Querido hermano, únicamente por la fe en Jesucristo, pensando en él y en el sufrimiento que padeció para que nosotros pudiéramos sobrellevar el nuestro —porque él se solidarizó con nuestro dolor—, solo así es posible soportar la injusticia cometida contra ti y tus hermanos. Estas injusticias se han cometido miles de veces por miles de años; y por eso el mundo está tal como lo vemos hoy. La pregunta que nos tenemos que hacer tú y yo es la siguiente: ¿vamos a agregar otra injusticia, otro mal, otro crimen al mar de males que ya existe en el mundo? o mejor nos mantenemos fieles a nuestro maestro y salvador Jesucristo y respondemos con bien al mal.

    Únicamente por la fe en Jesucristo, pensando en él y en el sufrimiento, es posible soportar la injusticia cometida contra ti y tus hermanos.

    Ya en el Antiguo Testamento dijo Dios: “la venganza es mía”, pero en el Nuevo Testamento dijo Jesús: “amad a vuestros enemigos”. No con un amor emocional y sentimental, sino con el reconocimiento de que ellos también son criaturas de Dios, que él se va a ocupar de ellos y que, si nosotros nos ocupamos de los que hoy cometen faltas y grandes pecados, es obligación nuestra preguntarnos si nosotros hemos cumplido con nuestros deberes. ¡Nuestra obligación y responsabilidad es obedecer los mandamientos de Dios! ¿Y dónde estoy yo en esto? ¿He cumplido? Si yo peco, ¿estoy presto a echarle la culpa al mundo, porque está desarreglado? Y es verdad, el mundo está descompuesto. Pero ¿por culpa de quién? Y si pecan los demás, ¿no será por la misma razón? ¿Porque el mundo está desarreglado? Y si es así, ¿que estoy haciendo para mejorarlo, aunque sea un poquito?

    Estos son los razonamientos que me hago, cuando he sufrido una injusticia. Es verdad, como dije antes, que nunca he sufrido como tú, y todo lo que digo lo digo con mucho respeto por ti y tu dolor; pero básicamente es esto lo que creo.

    Esta es una oportunidad para ti —como lo fue en mi caso— para pensar y sentir según los pensamientos (¡y los mandamientos!) de Cristo, para entrar en su mundo, que es un mundo de amor y paz, según la voluntad y la intención de Dios, dejando atrás nuestro mundo de justicias y emociones, que —en la práctica— perpetúan las luchas, las enemistades y las desgracias. O ¿has visto alguna vez que odio y rencor hayan arreglado algo? Nunca.

    Sigue informándome cómo te va, cómo sigues. No pretendo que esta carta sea la ayuda que pides. Tampoco sé si yo soy quien te la puede dar. Pero tengo la plena seguridad que, si tú le pides a Jesús, esta ayuda te será dada; fíjate en él y recuerda el sufrimiento que él aceptó por ti y por mí.


    Imagen: Parque privado en el departamento de Paraguarí, Paraguay, 2018. Fotografía de Coretta Thomson.
    Path in woods at Manantial, Paraguay
    Contribuido por StanEhrlich Stan Ehrlich

    Stan Ehrlich, un judío alemán-belga y sobreviviente del Holocausto, se convirtió a la fe cristiana a la edad de 34. Luego compartió sus pensamientos con un amplio círculo de amigos y parientes con quienes mantenía una correspondencia extensa.

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