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    factory smokestacks with grey smog

    Las raíces espirituales de la crisis climática

    La respuesta a los desafíos ecológicos ya no es la tecnocracia, sino la conversión.

    por Peter Turkson

    lunes, 17 de octubre de 2022

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    En noviembre de 2021, en Roma, Peter Mommsen entrevistó para Plough al cardenal Peter Turkson, en aquel momento primer prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. En abril de 2022, el cardenal Turkson fue nombrado rector de la Pontificia Academia de Ciencias y de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales.

    Peter Mommsen: Usted ha jugado un papel preponderante en el Vaticano al reclamar que se actúe para responder al cambio climático, señalando los daños que acarreará a las personas más vulnerables del mundo. Sin embargo, muchos responden a esta realidad con indiferencia o con un sentimiento de resignación. ¿Qué les diría a esas personas? 

    Cardenal Peter Turkson: Les diría que una actitud más loable es aprender y comprender lo que significa el cambio climático y cómo algunas de sus consecuencias ya son lamentablemente evidentes. No hay duda acerca de que es esencialmente antrópico, causado por la conducta y la actividad humanas hacia la creación: las temperaturas extremas afectan negativamente la biodiversidad y el hábitat. La lluvia impredecible trastorna los ritmos de siembra y cosecha que han existido por mucho tiempo, y así se crea y exacerba el hambre. La sequía y la reducción de los casquetes polares crean inestabilidad y crisis del agua. El hielo que se derrite y los niveles del mar en aumento amenazan los estados isleños y los establecimientos costeros. Pero, en lugar de desesperación y resignación o indiferencia, deberíamos estar llenos de remordimiento y reparos acerca de cómo tratamos la creación de un modo abusivo e irresponsable. Isaías nos dice cómo la tierra puede languidecer a partir del pecado, y San Pablo, en el capítulo 8 de su epístola a los romanos, asocia el destino de la creación con el de sus habitantes. Por lo tanto, la actitud adecuada que debemos adoptar ante el cambio climático, tal como observa el papa Francisco, es “volvernos dolorosamente conscientes, animarnos a transformar lo que está sucediendo al mundo en nuestro propio sufrimiento y, por lo tanto, descubrir lo que cada uno de nosotros puede hacer al respecto”.

    Por supuesto, comprendo cómo algunos pueden desesperar ante la enormidad y la complejidad del fenómeno, y la aparente imposibilidad de una solución. ¡Pero la indiferencia ante el cambio climático es sencillamente un suicidio!

    El cambio climático puede ser un problema moderno, pero es síntoma de una antigua condición humana.

    Lo es. En tanto algunas de sus causas son relativamente modernas —por ejemplo, la revolución industrial y la consiguiente dependencia en los recursos energéticos que producen gases causantes del efecto invernadero—, la condición humana subyacente es antigua. Se remonta a la experiencia que la Biblia describe como “la caída”.

    Según el relato bíblico de la creación, la persona humana es un ser relacional, concebido para vivir en una relación ordenada y armoniosa con Dios, su creador, así como con la tierra en tanto huerto para cultivar y mantener, y con sus iguales. El cambio climático podría ser comprendido como un síntoma de la conducta humana desordenada y explotadora que la Biblia atribuye al pecado en la vida humana, después de la desobediencia original a Dios. La relación ordenada que corresponde al mandato bíblico de “cultivar y mantener” se sustituye por actividades con escasa o nula consideración por la interrelación de las partes necesarias para mantener un equilibrio saludable dentro de la creación.

    sandstorm at a refugee camp in Kenya

    Refugiados somalíes en un centro para refugiados en Kenia. El cambio climático fue un factor detrás de la escacez de lluvias en el este de África que desencadenó una hambruna en Somalia en 2011. Fotografía de Arnaud Finster/ABACAPRESS. Usado con permiso.

    Me pregunto si podría reflexionar acerca de la enseñanza social cristiana del destino universal de los bienes; en ocasiones usted ha reclamado por un modo de vida más comunitario. ¿Hay algo así, u otras partes de la tradición cristiana, que se pudiera aplicar a problemas tales como la pobreza profunda y el cambio climático?

    Hace poco, el papa Francisco escribió una carta encíclica, Fratelli tutti, en la que repasa las enseñanzas de San Francisco de Asís acerca de cómo un vínculo fraterno une todo lo que existe. Los frailes de San Francisco eran “una banda de hermanos”; para ellos, el sol era un hermano y la luna, una hermana. La característica esencial de los hermanos y hermanas es que, puesto que tienen el mismo origen, son iguales en dignidad. Por lo tanto, la referencia a la familia humana como “hermanos todos” en el título de la carta es un modo poderoso de afirmar la unidad y la igual dignidad de todos los seres humanos. En consecuencia, los bienes de la tierra concebidos para salvaguardar la dignidad y el bienestar de las personas, el “bien común”, deben ser destinados a todos. El Concilio Vaticano II lo dice de este modo: “Dios destinó la tierra y todo lo que contiene a todos los hombres y todas las personas de manera tal que todas las cosas creadas fueran justamente compartidas por toda la humanidad bajo la guía de la justicia moderada por la caridad”.

    Un sinónimo poderoso de “bien común” es lo que papas recientes (Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco) han llamado “desarrollo humano integral”, el objetivo o la responsabilidad de una comunidad de asegurar las condiciones que garanticen el bien personal, familiar y asociativo de sus miembros, de manera tal que puedan vivir una vida digna y alcanzar la realización de su desarrollo integral y personal completo.

    Estos sentimientos son discernibles en las prescripciones del Año del Jubileo en el Antiguo Testamento, y son vividos, como fruto del Espíritu Santo, por las comunidades cristianas primitivas, según se describe en Hechos 2 y 4. Los Padres de la Iglesia los promovieron como expresión de la caridad de Cristo; San Justino incluye las colectas para los pobres en su rito de alabanza; y Clemente de Roma enseñó que todo lo que tenemos nos es dado por Dios para ser usado en la construcción del cuerpo de Cristo. Los ricos deberían ocuparse de los pobres en la iglesia, en tanto los pobres deberían agradecer a Dios por darles hermanos y hermanas capaces de ser generosos. Pero la enseñanza de la iglesia también prevé “instituciones estatales y civiles que estén primordialmente interesadas en los individuos y en el bien común”.

    Para completar esto, necesitamos mencionar que las enseñanzas del bien común y del destino universal de los bienes de la tierra no se oponen a la propiedad privada ni a los negocios ni al uso del capital.

    Algunos economistas han respondido a esta crisis reclamando el decrecimiento.

    En términos económicos, el “crecimiento” es positivo: designa progreso e iniciativa, por ejemplo, en los casos de las comunidades indígenas. En esos casos, el decrecimiento sería una experiencia negativa. Pero, cuando la expresión fue empleada por el economista Nicholas Georgescu-Roegen en los setenta, y discutido por el Club de Roma en su informe de 1972, Los límites del crecimiento, se la tomó como un recordatorio general de la naturaleza finita del mundo y sus recursos y, particularmente, para preguntar si algunas áreas podrían reducir su consumo de recursos para permitir que las naciones más débiles y pobres avanzaran.

    Un recordatorio de la oferta finita de todo lo que ha sido creado es positivo y saludable, aunque requiere tener una autoridad firme y ética para hacer cambios efectivos. Y sugiere soluciones a la actual búsqueda de modelos de desarrollo sustentable, de justicia ecológica y desarrollo equitativo. El crecimiento que deja atrás a los otros estaría en contra del impulso de un desarrollo sustentable y del reclamo de algunas medidas de decrecimiento.

    El crecimiento que deja atrás a los otros estaría en contra del impulso de un desarrollo sustentable.

    Usted jugó un papel fundamental en la creación de dos recientes encíclicas importantes del papa Francisco: Laudato si´ y Fratelli tutti. Algunas personas las acusan de tener contradicciones internas: condenan la tecnocracia globalizada, en tanto a la vez reclaman caminos a seguir que parecerían requerir más tecnocracia global.

    La tecnología es una expresión del talento y la creatividad de la mente humana; y el poder transformador es lo que nos hace cocreadores con Dios: Dios crea árboles, pero la tecnología humana los transforma en casas y muebles. Las eras industrial y posindustrial han estado caracterizadas por desarrollos tecnológicos que han mejorado y transformado la vida humana. Pero la misma tecnología está también preparada para dominar, manipular, incluso destruir a la persona humana. En palabras de Laudato si´: “La humanidad nunca ha tenido un poder así sobre sí misma; sin embargo, nada asegura que será usado sabiamente”. Pensemos acerca de su uso para fines médicos, económicos y militares, o acerca de la inteligencia artificial.

    La tecnocracia sugiere que cada problema puede ser resuelto por la tecnología. Esto conduce a un absolutismo que implica que todo aquello que no puede ser “arreglado” debe ser descartado, lo que tiene implicancias claras para nuestra comprensión de la persona humana.

    En tanto expresión de la creatividad humana, la tecnología sirve al bienestar de la persona y no necesita volverse tecnocrática. En tanto ejercicio de poder, la tecnología se vuelve tecnocrática y mantiene a la persona sujeta a sus reglas e intereses. Tanto Laudato si´ como Fratelli tutti están comprometidas con esta importante diferencia.

    Usted creció en Ghana. ¿Cómo se asocia su pasión por estos asuntos con la manera en la que creció?

    Nací y crecí en Nsuta Wassaw, una pequeña aldea donde mi padre trabajaba como carpintero en la mina de manganeso. Fui testigo de cómo los métodos de minería a cielo abierto desnudan los bosques vírgenes de su madera y destripan la tierra con dinamita para extraer el mineral que los trenes locales transportaban hasta Takoradi, el puerto sobre el Atlántico, a unos ochenta kilómetros. Siendo niños, nos tapábamos los oídos con los dedos cuando la dinamita explotaba y, según soplara el viento, también nos tapábamos la nariz y los ojos.

    Nuestro arroyo fue embalsado para formar un lago donde lavar el mineral antes de ser embarcado. Para continuar nadando en el arroyo y para pescar en él, debimos mudarnos aguas arriba, invadiendo involuntariamente la ecología de la cabecera del arroyo.

    A pocos kilómetros estaban las ciudades mineras. Eran parte de la deforestación, los enormes agujeros y las cavernas de explotación subterránea. Había una sección en una de las ciudades, que todo el mundo llamaba “Cianuro”, una parte arenosa de la ciudad donde los niños jugaban sin el menor conocimiento de lo que significaba cianuro ni de su constante exposición al veneno.

    Tiempo después, ya como sacerdote y obispo, visité varios de estos asentamientos y pueblos mineros. Algunos se han transformado en pueblos fantasma; todo lo que pueden mostrar son gigantescos pozos vacíos, tapados por yuyos y pilas de escombros. Cuando se le preguntó a un agente de la compañía por qué los pozos no eran llenados con las pilas de rocas y piedras, respondió: “No es económicamente viable”. Opinaba, sin embargo, que los enormes agujeros contaminados con mercurio y otras sustancias químicas, ¡podían ser usados como estanques!

    factory smokestacks with grey smog

    Contaminación ambiental sale de la planta siderúrgica ArcelorMittal Temirtau en Karaganda, Kazajstán Fotografía de Yuri Varigin. Usado con permiso.

    Hace poco, The New York Times publicó un artículo acerca del fenómeno de algunas personas jóvenes que manifestaban su deseo de no tener hijos debido al cambio climático, o solo uno

    Preguntaste sobre el decrecimiento hace unos minutos, ¿verdad? La cara opuesta del decrecimiento es otra corriente de pensamiento, la “ecología humana”, que estudia las relaciones entre los seres humanos y su ambiente. Algunos exponentes de la ecología humana afirman que el aumento demográfico afecta negativamente la tierra y sus recursos, y, por consiguiente, abogan por el control demográfico para salvaguardar el bienestar de la creación. Los jóvenes que no desean tener bebés probablemente consideren que el aumento demográfico es una mala noticia para la tierra y el ambiente.

    También es posible que aquellos que temen las consecuencias catastróficas del cambio climático, en lugar de comprometerse con la promoción de estilos de vida y hábitos ecológicos, estén decidiendo evitar a su descendencia que viva el desastre. Oro para que estos no sean pretextos para una ética irresponsable y liberal acerca de la sexualidad y los nacimientos. De hecho, casi todos los países occidentales están teniendo una natalidad decreciente que amenaza la viabilidad de sus poblaciones nacionales. Los gobiernos no pueden sustituir la fuerza de trabajo para sostener los planes de pensiones. Japón está languideciendo bajo las políticas antinatalistas. China ha renunciado a su política de hijo único. Y el mundo occidental necesita pensar acerca de extender sus preocupaciones de viabilidad a la población.

    Vale la pena agregar que la expresión “ecología humana” tiene una aplicación completamente diferente en el pensamiento social católico y en su discurso acerca del ambiente. Cuando el pensamiento social católico habla de ecología natural, se refiere a las condiciones ambientales que conducen al crecimiento. Cuando habla de ecología humana, significa que la humanidad también requiere que una serie de condiciones (morales, filosóficas, económicas, sanitarias, laborales) exista para su prosperidad y crecimiento exitoso. Por poner un ejemplo, parafraseando la encíclica Centesimus annus del papa Juan Pablo II: Sí, el daño al ambiente natural es grave, pero la destrucción del ambiente humano es más grave. Vemos a personas preocupadas por el equilibrio de la naturaleza y los hábitats naturales de varias especies animales amenazadas con la extinción. Pero, mientras tanto, se hacen pocos esfuerzos para proteger las condiciones morales para una auténtica ecología humana.

    Debemos insistir en la dignidad de todas las personas en tanto imágenes de Dios y en su vocación de hermandad de hombres y mujeres.

    La ecología humana integral, tal como la acabas de describir, no está respaldada por la fuerza política en ninguna parte del mundo. En Estados Unidos, por ejemplo, puedes tener un grupo de personas muy preocupadas por los no nacidos, pero que luchan con uñas y dientes para evitar la regulación ambiental, y viceversa.

    Los desacuerdos van a existir. Pero es importante que tengamos principios que guíen incluso nuestros desacuerdos, para asegurar que seamos coherentes en nuestras creencias y acciones. El papa Benedicto XVI ilustra el punto: “Es una contradicción pedir a las nuevas generaciones el respeto al ambiente natural, cuando la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas. El libro de la naturaleza es uno e indivisible, tanto en lo que concierne a la vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia, las relaciones sociales, en una palabra, el desarrollo humano integral. Los deberes que tenemos con el ambiente están relacionados con los que tenemos para con la persona considerada en sí misma y en su relación con los otros. No se pueden exigir unos y conculcar otros. Es una grave antinomia de la mentalidad y de la praxis actual, que envilece a la persona, trastorna el ambiente y daña a la sociedad”. Debemos insistir en la dignidad de todas las personas en tanto imágenes de Dios y en su vocación de hermandad de hombres y mujeres.

    Estas divisiones, por supuesto, también están profundamente arraigadas en el propio cristianismo. Pero, desde un punto de vista positivo, tal como usted estaba diciendo, este foco en los seres humanos hechos a imagen de Dios une a las personas. Nuestra reunión es un ejemplo: un católico y un anabautista. La verdad que compartimos nos une.

    En su discurso de apertura del Concilio Vaticano II, el papa Juan XXIII dijo que deseaba que las ventanas de la iglesia se abrieran de par en par, de manera tal que la iglesia pudiera ver la realidad del mundo afuera y el mundo pudiera ver hacia el interior de la iglesia. Una realidad del mundo es que está quebrado, tanto como la división de sus iglesias. Como resultado de esto, el Concilio Vaticano II culminó sus sesiones con una resolución para establecer diálogos con las comunidades cristianas y no cristianas.

    Con humildad, debemos reconocer lo que sucede cuando aplicamos la inteligencia humana a la Palabra de Dios. Nuestras interpretaciones del evangelio siempre requieren la purificación del Espíritu. El Señor nos dio su evangelio y está destinado a extenderse hasta los confines de la tierra y ser puesto en práctica. Confiando en la presencia del Espíritu Santo y sometiéndose a su poder para que nos guíe a estar otra vez juntos, debemos reconocer al Señor y Dios de nuestra fe, en diálogo y en amistad constante.


    Esta entrevista se llevó a cabo el 23 de noviembre de 2021. Más tarde se invitó al cardenal Turkson a que ampliara sus comentarios por escrito. La entrevista ha sido editada para adaptar su extensión y lograr una mayor claridad. Traducción de Claudia Amengual.

    Contribuido por a portrait of Cardinal Peter Turkson Peter Turkson

    El cardenal Peter Turkson es rector de la Pontificia Academia de Ciencias y de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales.

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