Esta lectura devocional forma parte de El testimonio de la iglesia primitiva.


Jesús trajo al mundo un mensaje fresco y nuevo. Se trata de un mensaje que proclama tanto el juicio como el renacimiento. Anuncia un orden social completamente diferente: el reino venidero de Dios, que llevará a su fin la actual época gobernada por el hombre. Sin Dios nos hundimos en el vacío y la frialdad del corazón, en la obstinación y el autoengaño. En Jesús, el Padre manifestó su amor hacia nosotros, un amor que desea conquistar y gobernar todo lo que alguna vez le perteneció. Jesús llama, urgiendo a una humanidad dividida a sentarse junta a una misma mesa, la mesa de Dios, donde hay lugar para todos. Invita a todas las personas a una comida fraternal y va en busca de sus invitados que están en los costados de los caminos y en los barrios marginales. La futura época vendrá como el banquete de Dios, la fiesta de bodas de Dios, el reino de unidad de Dios. Dios volverá a ser Señor de su creación y consumará la victoria de su espíritu de unidad y amor.

En el padrenuestro, Jesús acude a Dios, nuestro Padre, para que su sola voluntad primordial prevalezca en la tierra, para que la época futura en la que él solo gobierne se aproxime. Su ser, su nombre, serán por fin honrados, porque solo él es digno. Entonces Dios nos liberará de todo el mal del mundo actual, de su crueldad y su muerte, de Satanás, el maligno que ahora gobierna. Dios otorga el perdón de los pecados mediante la revelación de su poder y su amor. Esto nos salva y nos protege en la hora de la tentación, la hora de la crisis para todo el mundo. De este modo, Dios conquista la tierra, con la carga de su desarrollo histórico y la necesidad de sustento diario.

Sin embargo, los poderes oscuros de la impiedad impregnan el mundo actual con tanta fuerza, que solo pueden ser vencidos en el último bastión del poderío del enemigo, en la propia muerte. Por tanto, Jesús nos convoca a su camino heroico de una muerte totalmente ignominiosa. La catástrofe de la batalla final debe ser provocada, puesto que no hay otro modo de expulsar a Satanás con todos sus poderes demoníacos. La muerte de Jesús en la cruz es una acción concluyente. Esta muerte convierte a Jesús en el único líder del nuevo camino que refleja el tiempo venidero de Dios. Lo convierte en el único capitán en la gran batalla que consumará la victoria de Dios.

Fotografía de John Fowler (dominio público)

Hay un abismo entre esos dos campamentos mortalmente hostiles, entre el presente y el futuro, entre la época que vivimos y la era que viene. De ahí que el heroísmo de Jesús sea intempestivo, hostil de todas las maneras posibles hacia el espíritu de la época. Por cuanto su camino somete todo aspecto y toda condición de la vida actual al objetivo venidero del futuro. El tiempo de Dios es en el futuro, aunque se ha manifestado ahora. Su esencia, su naturaleza y su poder se hicieron persona en Jesús, se hicieron historia en él, claramente declarados en sus palabras y victoriosamente defendidos con su vida y sus hechos. Solo en este Mesías se hace presente el futuro de Dios.

El nuevo futuro acaba con todos los poderes, los sistemas legales y las leyes de propiedad actualmente vigentes. El reino venidero se manifiesta incluso ahora allí donde el amor todopoderoso de Dios une a las personas en una vida de fraternidad rendida. Jesús proclamó y trajo no otra cosa que a Dios, no otra cosa que su ley y su orden venideros. No fundó iglesias ni sectas. Su vida perteneció a cosas más grandes. Al señalar el objetivo principal, marcó la dirección. Nos trajo la brújula de Dios, que, al orientarse a partir del norte del futuro, indica el camino.

Jesús llama a las personas a un camino práctico de fraternidad amorosa. Este es el único camino para continuar con nuestra expectativa acerca de aquello que está viniendo. Solo él nos conduce a los otros; solo él vence los obstáculos levantados por el deseo codicioso de poseer, puesto que está resuelto a darse a sí mismo a todos. El sermón del monte1 describe el poder liberador del amor de Dios allí donde reine supremo. Cuando Jesús envió a sus apóstoles y embajadores, les asignó su misión, sin la cual nadie puede vivir como él lo hizo:2 en palabras y en hechos debemos proclamar la inminencia del reino. Él confiere autoridad para sobreponerse a las enfermedades y a los poderes demoníacos. Con el fin de oponernos al orden de la época del mundo actual y enfocarnos en la tarea en cuestión, debemos abandonar todas las posesiones y ponernos en camino. El sello distintivo de su misión es la disposición a volverse un objetivo del odio de las personas en la feroz batalla de los espíritus y, finalmente, ser muerto en acción.


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Notas

  1. En tanto la muerte de Cristo en la cruz —así como el objetivo y la naturaleza de su futuro—son el pilar de su camino, el sermón del monte enseña el nuevo camino de amorosa fraternidad como la realización del amor de Dios en el presente.
  2. Ver Mateo 10, Marcos 6:2-11 y Lucas 9:1-6. A través de los siglos, esta Gran Comisión ha demostrado ser un desafío muy poderoso para seguir su camino. En los tiempos de la iglesia primitiva, enfrentaba a las personas con una decisión trascendental.