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    Cutting hay, oil painting by Pieter Bruegel

    Ora et Labora

    Buscando el equilibrio entre oración y trabajo en una comunidad cristiana.

    por Coretta Thomson

    jueves, 27 de abril de 2023
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    Ora et labora: ora y trabaja. Benito de Nursia incluyó esta frase en su regla monástica por una buena razón que es también válida para otras comunidades intencionales. No se exhorta al creyente a orar o trabajar, sino que se destacan las dos acciones por igual dado que se compenetran mutuamente en la vida de una comunidad intencional, allí donde las personas son iglesia.

    El Bruderhof, la comunidad cristiana anabaptista de la cual soy miembro, cuyos integrantes son tanto personas casadas como solteras, es un estudio de caso. Nuestro documento clave Fundamentos de nuestra fe y llamamiento dice lo siguiente: “los tiempos de silencio, a solas con Dios, son importantes para cada hermano y hermana. Cada cual tiene que encontrar el justo equilibrio entre los tiempos de silencio y los de comunión, es decir, entre el encuentro con Dios en soledad y en la compañía de otras personas” (107). Puesto que las personas tienen marcadas diferencias entre sí, este reconocimiento de la diversidad es muy sabio. Todas las personas que conozco reconocen que ambos, oratio (oración) y labor (trabajo), son igualmente necesarios, pero he oído diferentes opiniones respecto de cómo balancear estos dos componentes esenciales de la vida cristiana. ¿Cuánto tiempo debemos dedicar al trabajo y cuánto a la oración y lectura espiritual? Si es posible orar en cualquier lugar y circunstancia, ¿es realmente necesario dedicar tiempo extra a la reflexión?

    Cortando heno por Pieter Bruegel

    Cortando heno, Pieter Bruegel, óleo sobre madera, 1565.

    De acuerdo con la advertencia anabaptista de no abusar del lenguaje religioso y la amonestación bíblica de no tomar el nombre de Dios en vano, algunos de mis amigos prefieren no hablar de su vida espiritual. Si no pueden evitarlo, dirán que no es eso lo que importa porque la fe sin obras es muerta (Santiago 2:14-26) y nuestra manera de vivir es la mejor confesión de fe (Santiago 1:22-27; Mateo 5:16). Nunca escuché a mis amigos citar el sorprendente tratado De las buenas obras de Martín Lutero ni De la verdadera fe cristiana del teólogo anabaptista Menno Simons —una defensa de la carta de Santiago frente a luteranos que obviamente nunca habían leído la citada obra de su fundador—, pero no cabe duda de que mis amigos viven esta teología.

    Sí es posible que citen “El amor es trabajo” de Eberhard Arnold, una reflexión práctica y sencilla en esa misma línea, o esta magnífica cita de Gerard Manley Hopkins, poeta y sacerdote católico, que abogó por la santidad de lo cotidiano mucho antes que Josemaría Escrivá y Juan Pablo II: “No es solo a través de la oración que damos gloria a Dios, sino del trabajo […] Al levantar las manos en oración, le damos gloria a Dios, pero un hombre recogiendo estiércol con una horquilla, una mujer con un cubo de desperdicios, también le dan gloria a Dios. Tan grande es él que todas las cosas le dan gloria si así se lo proponen ustedes en su corazón. Mis hermanos, vivan, pues, de este modo”. Maravillosas palabras de la obra The Principle or Foundation (Principio y Fundamento) escrita en el s. xix cuando la opinión generalizada era que los religiosos vivían una vida de mayor santidad que el laicado. El propósito de Hopkins no fue en absoluto desestimar la reflexión religiosa, a pesar de cómo puedan sonar sus palabras sacadas de contexto. Antes bien, ellas son una expresión intemporal de la integración entre oración y trabajo que mis amigos encarnan hoy.

    Además de dedicar nuestro trabajo a Dios, existen otras maneras de integrar el ora et labora. Algunos compañeros y compañeras del Bruderhof me han contado que oran por amigos que están enfermos o por situaciones de crisis en diferentes partes del mundo mientras realizan tareas rutinarias en la fábrica o aun en medio de complejos trabajos de costura industrial. De veras admiro su capacidad de concentrarse en ambas tareas simultáneamente.

    Lo más importante no es la piedad personal, sino que mi voluntad esté en perfecta armonía con la voluntad de Dios.

    Otro ejemplo es el de las personas que buscan la comunión con Dios tomándose un tiempo para disfrutar de su creación. Una muy buena amiga encuentra tanto solaz a solas con Dios, en medio de la naturaleza, que rara vez siente la necesidad de leer la Biblia. Mi amiga nunca justificaría su actitud en la teología de los Dos libros —la idea de los padres de la Iglesia de que Dios reveló su voluntad para con la humanidad en un primer libro, la creación, pero tuvo que recurrir a la palabra escrita porque la gente no entendió la primera edición—, lo cierto es que después de pasar un tiempo contemplando la fuente más antigua, regresa a su trabajo con renovada energía.

    Cabe, pues, preguntarnos si en una comunidad intencional anabaptista, hay lugar para quienes dedican mucho tiempo a la oración y quizá, incluso, a la meditación.

    Sinceramente, no sé de nadie aquí que adopte la posición de loto y repita el tradicional om mani padme hum, pero sí conozco muchas personas, y me incluyo, que necesitan silencio, un lugar apartado y un tiempo en completa soledad para tener una verdadera conexión con Dios. Siempre y cuando el propósito de beber de la fuente sea volver renovados a nuestro quehacer cotidiano, la meditación es una práctica absolutamente válida en la espiritualidad cristiana. Existe una larga tradición de meditación en el cristianismo, que se remonta a la lectio divina de Orígenes, en el s. III, y sin duda, al propio Jesús de quien nos cuenta el Evangelio: “Muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, […] salió de la casa y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar” (Marcos 1:35).

    Nuestra comunidad, a su manera, continúa esta tradición. Por ejemplo, Eberhard Arnold habla de la “pausa creativa”, un tiempo de silencio y reflexión que todo miembro necesita para recargar energías. Y mi abuelo, Richard Thomson, que se unió al Bruderhof siendo joven, en los años cincuenta, me transmitió su amor por la meditación cristiana:

    A mi entender, lo más importante no es la piedad personal, sino que mi voluntad esté en perfecta armonía con la voluntad de Dios. Por supuesto, para ello lo esencial y primordial es obedecer los mandamientos de Dios y de Jesús. Pero la obediencia exterior se sustenta en la comprensión interior, y para crecer en nuestra comprensión interior, debemos despejar todos los obstáculos; cada pensamiento erróneo es un obstáculo. Para mí, la oración de contemplación es la vía para deshacerme de estos falsos conceptos y dejar que la voluntad de Dios sea más importante que mis pensamientos.

    La oración de contemplación no es una actividad de la que espero conseguir algo en particular. Esta oración, en actitud atenta y de escucha, es una actividad permanente en la Iglesia invisible, y es mi deber para con Dios unirme a ella. Lo hago porque es lo que Dios espera de mí y de todos, que participemos en esta oración con absoluta entrega y fe en las promesas de Jesús.

    De modo que, sea que se consideren contemplativos o sientan que no son en absoluto “espirituales”, en el Bruderhof encontrarán hermanas y hermanos que sienten lo mismo que ustedes.


    Traducción de Nora Redaelli.
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