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    Lo que aprendí de nuestra vaca

    Lo que Rosie, la vaca lechera de la familia, me enseñó sobre ser una criatura, y una madre.

    por Goodie Bell

    jueves, 08 de mayo de 2025

    Otros idiomas: English

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    Era un día perfecto de primavera. El cielo estaba lleno de nubes esponjosas, y la hierba exuberante cubría el suelo como una alfombra. Un coro de pájaros cantaba en los árboles sin parar. Madre, padre y tres niños rubios disfrutábamos del esplendor vernal junto a dos amigos que nos acompañaban. Recorríamos las pasturas en busca de corderos recién nacidos.

    Finalmente, vimos uno... bueno, en realidad, dos. Dos corderos recién nacidos descansaban junto a su madre bajo un árbol. Sus piernas se tambaleaban; sus pelajes estaban enmarañados debido a la lamida de su madre para limpiarlos. Uno de ellos mamaba vigorosamente y pateaba la bolsa de su madre, demandando más, lo que hizo que el otro se cayera. Entonces, su madre lo apartó de una patada. Observábamos, algo nerviosos. “¿Lo has visto tragar?” susurró mi amiga Martha. “¿Lo ayudamos con el acople?”.

    Me quedé observando a Martha; ya habíamos hablado de esto antes. Cuando di a luz, Martha me ayudó durante el postparto. Cuando mi primogénita no quería mamar, Martha estuvo a mi lado aconsejándome: “¡Mira! ¿La has visto tragar? ¿La ayudamos con el acople?”. Mientras miraba a la oveja, a la médica y a mi hija, tuve un momento de reconocimiento. No soy sólo una trabajadora rural, también soy una criatura.

    El académico sobre Nuevo Testamento, Richard Bauckham, escribe en su libro Bible and Ecology (Biblia y ecología):

    Los occidentales modernos, a partir del Renacimiento, olvidaron su propia condición de criaturas, su inserción en la creación, su interdependencia con otras criaturas. Trataron de liberarse de la naturaleza, de trascender su propia dependencia de ella, y se concibieron a sí mismos como dioses funcionales en relación con la naturaleza.

    Ya no miramos al cordero y reconocemos en él nuestra propia experiencia. Cuando vemos una vaca, no nos recordamos a nosotros mismos. Podremos considerarnos amantes de la naturaleza o amos de ella, pero no nos consideramos parte de la naturaleza.

    El primer capítulo del Génesis describe la creación de los cielos y la tierra. El Señor creó la noche y el día, el cielo y las aguas, la tierra, las plantas, el sol y la luna, las criaturas en el agua, los pájaros en el aire y las bestias en la tierra. Luego, en el sexto día, el Señor crea a los humanos. Solamente los humanos fueron creados a su imagen; no hay otra criatura que tenga esta característica. Solamente los humanos “gobiernan” sobre otras criaturas; ninguna otra criatura recibe esta vocación. Cuando leemos el libro de Génesis tendemos a enfocarnos en los rasgos distintivos y el dominio de los humanos, pero no nos damos cuenta, o quizás nos olvidamos, que los humanos también son criaturas. Así como los peces y los pájaros y las bestias, fuimos creados. Así como los peces y los pájaros y las bestias, cada uno de nosotros tiene un cuerpo, un principio y un final.

    a woman milking a cow

    Fotografías cortesía de la autora.

    Somos criaturas y no los creadores. Esta es la distinción fundamental de las escrituras y la teología cristiana: la distinción entre Dios y todo lo otro que no es Dios. Sin embargo, los humanos en su arrogancia cambiaron los términos. Los humanos (y los cristianos en particular), establecieron una distinción nueva y primordial: la distinción entre el hombre y todo lo demás.

    Pero esa no es la visión que presenta la Biblia. Una y otra vez las escrituras colocan a los humanos entre, y no sobre, una vasta multitud de criaturas. Salmos 104 dice: “¡Cuán numerosas son tus obras, oh, Señor! A todas las hiciste con sabiduría; la tierra está llena de tus criaturas”. Aquí, los humanos se posicionan junto a leones y el leviatán como aquellos que reciben su alimento de Dios a su debido tiempo. Salmos 148 describe la alabanza del rayo y el granizo, de los árboles frutales y los cedros, de los hombres y las mujeres. El escritor de la preeminencia de Cristo en Colosenses 1 no individualiza a los humanos, sino que los incluye dentro de “todas las cosas” en los cielos y en la tierra. En la visión apocalíptica de Juan, los redimidos adoraban junto a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, dándole alabanza, honor y gloria a Dios (Ap 5:13).

    La Biblia no se enfoca en la singularidad ni en la supremacía humana. En la mayoría de los casos, las escrituras asumen, pero no insisten, el llamado a que los humanos gobiernen y dominen la tierra. El Antiguo y Nuevo Testamento simplemente no reflejan nuestra ansiedad sobre la supremacía humana. En cambio, las escrituras se enfocan en la gloria de Dios y la vasta multitud de criaturas, no solo del hombre, que magnifican el nombre de Dios. La variedad y cantidad de cosas creadas, todas hechas por Dios y dependientes de él, demuestran su poder y creatividad: el sol y la luna, las estrellas que brillan, las montañas, las criaturas del mar, los humanos y más: todas estas criaturas juntas forman un coro para alabar al único señor del cielo y de la tierra que no fue creado. Juntos, demuestran la dimensión de la generosidad y la creatividad de Dios de una manera en la que ningún ser vivo puede hacer por sí solo. Escuchar solo las alabanzas humanas es apagar el canto de la creación. Elevar y aislar a las criaturas humanas es disminuir la gloria de Dios, y distorsionar la humanidad.

    Lynn White Jr., un historiador y también clérigo, culpó notoriamente a la Iglesia de nuestra crisis ecológica moderna: “El cristianismo es la religión más antropocéntrica que ha visto el mundo”. Sin embargo, la distinción entre el hombre y la naturaleza persiste también en el movimiento ecologista secular. En su libro Sex, Economy, Freedom & Community (Sexo, economía, libertad y comunidad), Wendell Berry expone este argumento:

    La idea de que vivimos en algo llamado “el ambiente”, por ejemplo, es totalmente absurdo… Un “ambiente” quiere decir lo que nos rodea o nos envuelve; significa un mundo separado de nosotros, externo a nosotros. El estado real de las cosas, desde luego, es mucho más complejo, intimo e interesante que eso. El mundo que nos rodea, que está a nuestro alrededor, también está en nosotros. Estamos hechos de él: lo comemos, bebemos y respiramos; es hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne.

    Tal como señala Berry, cuando hablamos del ambiente, nos referimos a algo que está fundamentalmente separado de nosotros. El ambiente es lo que los humanos salvan o protegen, pero los humanos no somos parte de él. El movimiento ecologista marca esta separación para limitar la devastación humana del mundo no humano, pero, aun así, la separación es falsa. No pasa la prueba de la ciencia y las escrituras.

    El Génesis proclama que del polvo de la tierra Dios hizo la carne del hombre. Este nacimiento extraño se parece al origen de Eva, a quien Dios formó a partir de una costilla de Adán. En ambos casos, Dios usa algo que ya ha creado, la tierra, el hombre, para hacer algo nuevo. En ambos casos, la creación toma su nombre de lo antiguo, la mujer del hombre, Adán de la tierra. Sin embargo, leemos todo esto de forma distinta. Reconocemos fácilmente la relación entre el hombre y la mujer, pero con demasiada frecuencia negamos el vínculo entre el hombre y la tierra.

    Los lectores de la Biblia han promovido una distinción falsa entre el hombre y todo lo demás, pero yo creo que la Biblia puede enmendar eso. Entre las páginas de las escrituras existe otra narrativa. Los humanos son parte de la comunidad de la creación. Nos encontramos entre, no encima, de todas las cosas creadas. Nuestro desarrollo de nuestros vecinos no humanos, y todos juntos dependemos de Dios. Dios no ha abandonado el mundo que creó; ha sufrido con el mundo, y por él, en la persona de su hijo, quien prometió que un día haría todas las cosas de nuevo. Dios es el único que puede salvar al mundo, los humanos fueron creados para cuidarlo. Pero para ser buenos cuidadores, debemos recordar que somos criaturas.

    Algo sorprendente me ocurrió ese perfecto día de primavera. Tenía tres hijos y había prometido no tener más, pero los corderos cambiaron mi postura. Recordaba la maternidad como una experiencia de aislamiento, atrapada en casa en un frío día de invierno con un recién nacido y dos niños pequeños. Sin embargo, observar a las ovejas y a los corderos me ayudó a pensar de otra manera, a verme a mí misma como parte de una comunidad de madres, humanas y no humanas por igual.

    Un año después nació mi hija Pheobe. Al igual que los corderos en nuestra granja, Pheobe tuvo que aprender a acoplarse y a ponerse de pie. A diferencia de nuestras ovejas, pude beneficiarme de la ayuda de niños mayores y un compañero dedicado. Nunca pateé a mi recién nacida cuando quería comer, aunque admito que a veces la ignoré. Sin embargo, cuando llegó el momento de destetar a nuestra hija, no estaba del todo lista. Estaba lista para abandonar el horario habitual de lactancia, pero no mi papel de dar sustento a mi hija. Entonces, para nuestros cumpleaños, el primero de Pheobe y el mío número cuarenta, pedí una vaca lechera.

    a little girl standing next to a cow

    Un par de meses después mi marido trajo a Rosie a casa. Rosie era la vaca más linda que había visto jamás. Su cara tiene la complexión ósea de un ciervo, no la corpulencia de nuestras vacas para carne. Manchas blancas salpican su pelaje marrón, incluyendo un corazón dentado en su lado izquierdo. Sus ojos grandes y oscuros parecen los de una princesa Disney, no los de un bovino. ¡Un gran regalo de cumpleaños!

    Desde hace un año que la leche de Rosie es el elemento básico de la dieta de Pheobe. La mayoría de las mañanas Pheobe camina conmigo hacia el corral y juega cerca mientras yo ordeño. Un día, cuando Pheobe estaba acariciando entusiásticamente el ternero de Rosie, me di cuenta de algo más: ambos tienen la misma dieta. El ternero bebe de la ubre, y Phoebe bebe de una taza; pero los dos obtienen la mayor parte de sus calorías del mismo animal.

    La antropóloga Sarah Blaffer Hrdy, que ha escrito extensamente sobre el tema, denomina “alopadres” a los animales que cuidan de crías jóvenes y vulnerables con las que no están emparentados. Hrdy nota esta cooperación entre pájaros, humanos y otros mamíferos. En Costa Rica, las hurracas llevan comida a otros nidos; las madres lémures se turnan para amamantar a las crías, dándole libertad a las otras madres para buscar comida.

    Podría decirse que yo desteté a mi hija, o podría decirse que encontré una “alomadre”. Rosie le dio a mi hija lo que yo ya no podía: leche. Pero yo retuve un rol, ordeñando a Rosie y dándoselo en una taza a Pheobe. De esta pequeña forma, comparto uno de mis deberes parentales no solo con mi marido, sino con una vaca.

    ¿Llamarías a esto dominio o dependencia? Quizá ambas cosas. Para mí, es un nuevo tipo de asociación, una asociación que me hace sentir más humana y, al mismo tiempo, más como el polvo de la tierra.


    Traducción de Micaela Amarilla Zeballos

    Contribuido por GoodwynBell Goodie Bell

    Goodie Bell es la pastora principal de la Blacknall Memorial Presbyterian Church en Durham, Carolina del Norte, EE. UU. Trabaja también en su granja familiar con su esposo Jack Bell y sus hijos.

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