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    La tarea principal de la iglesia

    Las soluciones políticas más efectivas que el cristianismo puede ofrecer a la sociedad no son nuevas leyes ni programas sociales.

    por Stanley Hauerwas

    jueves, 07 de agosto de 2025

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    Queridos hermanos, les ruego —como a extranjeros y peregrinos en este mundo— que se aparten de los deseos pecaminosos que combaten contra el alma. Mantengan entre los incrédulos una conducta tan ejemplar que, aunque los acusen de hacer el mal, ellos observen las buenas obras de ustedes y glorifiquen a Dios en el día de su visitación.
    1 Pe 2:11-12

    El sentido social del evangelio, y por tanto el objetivo de la ética social cristiana, no es en primer lugar un intento de hacer que el mundo sea más pacífico y justo. Para repetirlo sin adornos: la tarea principal de la iglesia, incluso cuando se trata de ética social, es ser iglesia. Tal afirmación puede aparecer egoísta o irrelevante hasta que recordamos que es su fiel manifestación del reino pacífico en el mundo lo que hace que la iglesia sea la iglesia. Como tal, la iglesia no tiene una ética social; la iglesia es una ética social.

    En la iglesia, se cuentan, representan y escuchan las historias de Israel y de Jesús; como pueblo cristiano no hay nada más importante que podamos hacer. Pero la narración de esa historia requiere que seamos una clase particular de personas, si tanto nosotros como el mundo podremos escuchar la historia completa y verdadera.

    Esto significa que la iglesia nunca debe dejar de ser una comunidad de paz y verdad en un mundo de mendacidad y miedo. La iglesia no debería dejar que el mundo dicte qué constituye una ética social viable; la iglesia establece su propia agenda. Lo hace, en primer lugar, por tener la paciencia —en medio de la violencia e injusticia de este mundo— de cuidar de la viuda, del pobre y del huérfano. Este cuidado, desde la perspectiva del mundo, puede parecer que poco contribuye a la causa de justicia; sin embargo, a menos que dediquemos el tiempo necesario para realizar este trabajo, ni nosotros ni el mundo podemos saber cómo es la justicia de Dios.

    El escándalo de la desunión eclesial es aún más doloroso cuando reconocemos esta tarea social: parece que nosotros, que hemos sido llamados a ser el anticipo del reino apacible, no hemos podido, ni siquiera, mantener la paz entre nosotros. En consecuencia, abandonamos al mundo a su suerte. Y las divisiones en la iglesia no solo son aquellas basadas en la doctrina, la historia o las tradiciones, por importantes que estas sean. No, las divisiones más profundas y dolorosas que afligen a la iglesia son aquellas basadas en clases, razas y nacionalidades, que hemos aceptado —de modo pecaminoso— como escritas en la naturaleza de las cosas.

    Pondering Angels

    Daniel Bonnell, Ángeles pensativos sobre el camino a Emaús, óleo sobre tela, 2024. Usado con permiso.

    Repito, la primera tarea social de la iglesia —el pueblo capaz de recordar y contar la historia de Dios que se reveló en Jesús— es ser la iglesia y así ayudar al mundo a verse a sí mismo como el mundo. Es cierto que el mundo es el mundo de Dios, la buena creación de Dios, cuya distorsión por el pecado es aún peor, justo porque todavía está limitada por la bondad de Dios. La iglesia, por tanto, no es antimundo, sino que intenta demostrar lo que el mundo debería ser en tanto creación buena de Dios.

    El mundo necesita a la iglesia, pero no para ayudarlo a funcionar con más eficiencia, ni para que los cristianos vivan mejor y más tranquilos. Más bien, el mundo necesita a la iglesia porque sin ella no sabe lo que es, ni quién es Dios. De la única manera que el mundo puede saber de la redención que está en proceso es que, siendo un pueblo redimido, la iglesia apunte al redentor. Para que el mundo se dé cuenta de su necesidad de redención, de su estado roto y caído, la iglesia debe permitirle golpear con fuerza contra algo sólido: una alternativa diferente a lo que el mundo ofrece.

    Sin tal “modelo de contraste”, el mundo no tendría manera de conocer y sentir que su dependencia existencial en el poder es extraña. Por el hecho de que existe una comunidad formada por la historia de Cristo, el mundo puede saber lo que significa ser una sociedad comprometida con el crecimiento de dones y diferencias individuales, donde la alteridad es abrazada como un beneficio y no como una amenaza.

    Una faceta impactante de la iglesia es que la historia de Jesús proporciona la base para derribar las barreras arbitrarias y falsas entre personas. Esta historia nos enseña a considerar al otro como un miembro más del reino de Dios. Esta visión no se basa en las doctrinas fáciles de tolerancia o igualdad, sino que se forja a partir de nuestra experiencia común de formación en el discipulado de Jesús. La universalidad de la iglesia se fundamenta en la particularidad de la historia de Jesús y en el hecho de que su historia nos capacita para vernos, los unos a los otros, como el pueblo de Dios. Porque hemos sido formados de esta manera, somos capaces de ver y condenar las estrechas lealtades que nos dividen los unos de los otros.

    Tal como los primeros cristianos, debemos aprender que una profunda comprensión de la vida de Jesús es inseparable de aprender a vivir la nuestra. Eso significa que debemos ser personas que soportan la carga de la historia de Jesús con alegría. Nosotros, no menos que los primeros cristianos, somos la continuación de la verdad que el gobierno de Dios posibilita. Continuamos esta verdad cuando vemos que la lucha de cada uno por mantenerse fiel al evangelio es esencial para nuestras propias vidas. Comprendo mi propia historia viendo las diferentes maneras en que otros están llamados a ser discípulos de Jesús. Si así nos ayudamos unos a otros, quizá podremos decir, como los primeros cristianos cuando se les cuestionaba la viabilidad de su fe: “Pero mira cómo nos amamos”.

    La iglesia proporciona el espacio y el tiempo necesarios para desarrollar las habilidades de interpretación y discernimiento que nos permitan reconocer las posibilidades y los límites de nuestra sociedad. Para desarrollar estas capacidades, la iglesia y los cristianos deben desentenderse del sistema político de la sociedad e implicarse en el sistema gubernamental que es la iglesia. El desafío de la ética social cristiana dentro de nuestro sistema gubernamental secular no es diferente de lo que fue en cualquier otro tiempo o lugar: la tarea social cristiana siempre consiste en formar una sociedad basada en la verdad y no en el miedo.

    Así que nuestra respuesta a un problema como el aborto es algo comunitario, social y político, pero a la vez totalmente eclesial: es el bautismo. Cada vez que se bautiza a una persona, la iglesia la adopta en una nueva familia. Por tanto, no podemos decir a la quinceañera embarazada: “El aborto es pecado. Es tu problema”. Más bien, es nuestro problema. Reflexionemos sobre qué clase de iglesia tendríamos que ser para que una persona promedio, como ella, pudiera ser la clase de discípula a quien Jesús la llama a renovarse.

    Lo que es más importante, su presencia en nuestra comunidad ofrece a esta congregación la maravillosa oportunidad de ser iglesia, de examinar honestamente nuestras propias convicciones y ver si las vivimos o no con fidelidad. No deberíamos ver a esta joven como un problema social acuciante, que haya que resolver para eximirnos de nuestra responsabilidad y de la necesidad de sacrificarnos por ella; de hecho, nuestra historia nos enseña a buscar esa responsabilidad y ese sacrificio, no a evitarlos con ayudas públicas. Por el contrario, tendremos la capacidad de verla como un don de Dios, enviada para asistir a personas promedio, como nosotros, a descubrir que la iglesia realmente es el cuerpo de Cristo.

    Las soluciones políticas más interesantes y creativas que los cristianos podemos ofrecer a nuestra atribulada sociedad no son nuevas leyes, consejos a los responsables políticos ni una mayor financiación de los programas sociales, aunque de vez en cuando apoyemos esos esfuerzos. La estrategia social más efectiva que podemos ofrecer es ser la iglesia. Al hacerlo, mostramos al mundo una forma de vida que nunca se podrá alcanzar mediante la coacción social o la acción gubernamental. Servimos al mundo mostrándole algo que no es: un lugar donde Dios está formando unos extraños en una familia.


    Extracto del libro Jesus Changes EverythingTraducción de Coretta Thomson

    Contribuido por StanleyHauerwas Stanley Hauerwas

    El teólogo y ético cristiano Stanley Hauerwas es profesor emérito de Derecho y Ética Teológica en la Duke University. Es autor o editor de más de cincuenta libros.

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