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    Un matrimonio roto, pero fiel

    Mis abuelos estuvieron separados durante décadas. Pero jamás traicionaron su vínculo.

    por Dori Moody

    lunes, 13 de febrero de 2023

    Otros idiomas: English

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    No hay superficies bellas sin una terrible profundidad.
    —Friedrich Nietzsche

    Me gusta pensar que toqué la barba de Opa y pude sentir sus fibras. Pero como todo lo referido a Opa, no estoy segura. Quizá sea un recuerdo inventado basado en la foto en blanco y negro de los álbumes familiares. La niña pequeña no soy yo, sino mi hermana mayor. Acerca de Opa, el padre de mi padre, sé poco. Murió cuando yo tenía siete años, pero su esposa, mi Oma Rose (se pronuncia Rosa, al estilo alemán) sobrevivió a su esposo catorce años, muchos de ellos como parte del hogar de mis padres.

    Mis abuelos estuvieron entre los primeros miembros del Bruderhof, una iglesia comunidad fundada en la Alemania rural como respuesta a la destrucción de la Primera Guerra Mundial. Mi abuelo, Manfried Kaiser, era conocido dentro de la comunidad como alguien extravagante y a veces molesto. Estaba parcialmente sordo, tenía un corazón de oro y generalmente pensaba lo mejor de los otros. Pero también era excéntrico y propenso a tomar decisiones impulsivas, y solía confundir a aquellos que intentaban ayudarlo. A pesar de que en 1930 había hecho votos de por vida como miembro del Bruderhof, dejó la comunidad varias veces. Y, aunque creía en el matrimonio para toda la vida y amaba profundamente a su esposa, madre de sus siete hijos, abandonó a su familia más de una vez.

    Volvieron a juntarse muchas veces, pero, a instancia de ella, vivieron separados las últimas décadas de la vida de él. ¿Qué significado tenían, entonces, los votos que habían hecho y que llegaban a un final así? ¿Por qué sometió a su familia a tanto dolor? ¿Qué sucedió realmente durante sus desapariciones? ¿Por qué, existiendo tanto esfuerzo bienintencionado de todos los involucrados, no hubo sanación en esa vida? Esas preguntas me perturbaban y me llevaron a buscar en los archivos familiares y en los registros históricos.

    tapestry art of two birds in an apple tree

    Olha Pilyuhina, Anticipando un abrazo jubiloso, tapiz artesanal de lana natural, 2020 Todo el arte de Olha Pilyuhina. Usadas con permiso.

    Manfried nació en 1900 en una familia de Turingia no lejos de donde Friedrich Nietzsche vivió. Manfried llegaría a valorar a Nietzsche por denunciar la decadencia y el declive de la sociedad occidental. Yo valoro a Nietzsche por una observación diferente. En El nacimiento de la tragedia Nietzsche traza el perfil de los dioses griegos Apolo y Dioniso, ambos hijos de Zeus. Apolo, que simbolizaba la luz y el orden, era el favorito, en tanto Dioniso fue criado por las ninfas de los ríos. Disfrutaba la música y la danza, la bebida y la juerga, y siempre ha sido asociado con la locura. Dioniso fue finalmente asesinado por los titanes, que estaban celosos de él, pero se levantó de nuevo, resucitado de sus miembros cercenados. Nietzsche llamaba a Apolo el “modelador del arte”, el tipo de dios que lograba que las cosas se hicieran. Dioniso, vulnerable y de espíritu libre, representa según Nietzsche el “arte no plástico de la música”. Pero en esto Nietzsche vinculaba con firmeza a los dioses opuestos.

    Esta analogía puede ser ampliada. Imaginemos un mundo que sea todo ley y orden, o imaginemos un mundo que sea solo caos. Cada uno por separado podría infligir daño y dolor; juntos, pueden crear una comunidad dinámica. Toda asociación humana necesita la ley y el orden de Apolo, pero también la creatividad ―y, sí― el caos y la emoción de Dioniso.

    Mi abuelo era como Dioniso, vulnerable y de espíritu libre, y fue ese carácter que lo llevó a visitar el Bruderhof en el verano de 1929. Allí conoció a Rose Meyer, que se había unido unos años antes, y se comprometieron.

    photo of a man and a woman outside

    Manfried y Rose en el día de su boda,1930 Todas las fotografías cortesía de la familia Kaiser.

    Los votos matrimoniales en el Bruderhof se hacían tan seriamente y eran considerados tan permanentes como los votos de por vida que hacían los miembros. Durante el año siguiente, Eberhard Arnold, líder y fundador de la comunidad, preparó con mucho cuidado a Manfried y a Rose para su boda. El 2 de marzo de 1930, Eberhard ofició el matrimonio. El texto comenzaba con las Lamentaciones de Ur del año 2000 a. C. y culminaba con el Apocalipsis. Un verso sobresale: “En la boda celestial de amor puro, la perfección cósmica se revela”.

    En su foto de bodas Manfried y Rose están de pie con la mirada puesta en el horizonte. Manfried escribió que sentía “una alegría más allá de todos sus sueños”.

    Desde el inicio hubo problemas. La actitud cálida y jovial de Manfried era su fortaleza, pero su naturaleza obstinada y su pobre capacidad de decisión provocaban fricciones. Luego de un día particularmente difícil en 1933, Manfried y Rose fueron invitados a hablar a los otros miembros. Rose pidió oraciones. A menudo estaba bastante apremiada en casa con su creciente familia y su esposo impredecible. Eberhard instó a tener compasión por “nuestra querida Rose” y comprensión hacia Manfried, cuyo desafortunado enturbiamiento de mente lo volvía poco confiable, pero quien “claramente tiene buena voluntad y hace lo mejor que puede para irradiar amor y bondad”. Eberhard exhortó a los demás miembros a ayudar amorosamente a lidiar con los desafíos que Manfried y Rose enfrentaban como individuos y como pareja. “Queremos apoyar fielmente a nuestra Rose”, dijo, “y queremos, en tanto iglesia comunidad, estar completamente abiertos para Manfried y ayudarlo”.

    Manfried y Rose jamás olvidaron ese apoyo pastoral. A mi abuelo le encantaba la palabra Gemeinde, que traducida literalmente es “iglesia”, pero para él significaba algo más cercano a una iglesia-hermandad. Su reverencia hacia el cuerpo místico de la Gemeinde recorría su alma. Para Manfried, ser miembro de por vida de una iglesia que amonestaba, pero también perdonaba, era ser parte de un gran todo. Una totalidad que abarcaba hasta las fallas.

    old photo of three children at a table outside

    Los hijos de Manfried y Rose en el Bruderhof en Alemania, 1935

    En 1934 mi padre Leonhard (al que siempre llamaron “Loni”) nació después de dos hijas, Detta y Rosie. Deslumbrado ante la llegada de un hijo, Manfried escribió a Eberhard con gran alegría. Rose también escribió, haciendo referencia a un discurso reciente de Eberhard titulado “La raíz de la gracia”. En esa charla, habló de sus propias debilidades y errores, de las limitaciones del poder humano y de la grandeza de Dios: solo cuando el hombre renunciara a su propio poder podría Dios obrar a través de él. Ya sintiéndose muy indefensa, Rose deseaba encontrar la voluntad de Dios en su propia vulnerabilidad. Estaba claro que la vida en casa con un nuevo bebé no era fácil.

    Y entonces Manfried se marchó. Estuvo ausente por unos días.

    Eberhard se enteró de esa partida y más tarde escribió a Manfried y a Rose: “Fue un momento difícil para ustedes dos cuando tú, querido Manfried, te fuiste tan inesperadamente. Eso me dolió por ti y por todos nosotros, pero agradezco a Dios que te haya protegido y traído de vuelta a casa”. Sugirió: “Si alguna vez te acomete de nuevo una pesadumbre peligrosa, espero que de inmediato acudas a mí en confianza. Cuando se hace seriamente, la oración de fe es poderosa”.

    A medida que la década del treinta transcurría, los tiempos se volvían muy difíciles. Cuando, en 1934, el gobierno nazi cerró la escuela comunitaria (un inspector se escandalizó al constatar que a los alumnos no se les había enseñado ninguna canción nazi), el Bruderhof rápidamente llevó a los niños de la comunidad ―incluyendo a Detta, de cinco años― a Liechstenstein para que allí encontraran refugio y fueran educados. Todos los miembros enfrentaban ahora la separación familiar y la extrema pobreza, a medida que el nacionalsocialismo volvía la vida comunitaria más y más difícil. La ansiedad crecía ante la posibilidad de ser traicionados por los aldeanos locales. El estrés de la persecución y de la separación de la familia desgastó a los Kaiser. La capacidad de audición cada vez más débil de Manfried no funcionaba bien con la necesidad de hablar en susurros para no ser escuchados por los vecinos hostiles.

    tapestry art of two birds in blue and gold

    Olha Pilyuhina, Aves doradas, tapiz artesanal de lana natural, 2019

    Manfried volvió a irse, esa vez durante un mes. El cuidado que Eberhard prodigaba a la pareja los sostuvo y en octubre de 1935 Manfried ya estaba de nuevo en la comunidad como miembro pleno . Pero los golpes que cerraron aquel año fueron rápidos e impactantes. Eberhard murió inesperadamente en un funesto y frío día de noviembre luego de una cirugía fallida. En diciembre, aún afectados, Manfried y Rose perdieron a su cuarto hijo, Daniel Eberhard, apenas tres horas después de haber nacido. En aquel desolado cementerio, Manfried había dicho adiós dos veces, primero a un gran hombre de Dios, luego a su propio hijo que no había llegado a vivir un día. Quedaba el pequeño consuelo de que las dos tumbas estuvieran próximas en el helado suelo.

    Sin el liderazgo de Eberhard, la comunidad se enfrentó a sanciones externas cada vez más severas, y al cansancio y el desaliento internos. Entonces, en setiembre de 1936, Manfried y otros hombres adultos fueron llamados a alistarse en el ejército alemán. Manfried no pudo obtener un pasaporte, por lo que no le fue posible viajar al exterior. Pero en abril de 1937, justo diez días antes de que el Bruderhof alemán fuera disuelto por la Gestapo, la familia Kaiser se aventuró a viajar sin pasaportes rumbo a un Bruderhof inglés. Con un quinto hijo en camino, tomaron un tren que los sacó de Alemania y abordaron un barco hacia Dover. Por alguna razón fortuita, se les permitió la entrada. Manfried jamás regresaría a su patria alemana.

    Cuando, ese junio, Rose dio a luz a otra niña, Sara Monika, Manfried sintió que “Dios era un verdadero amigo” al enviarles a esa nueva hija nacida en Inglaterra. A pesar de que no habían dejado atrás todos sus problemas, su época en los Cotswolds fue un respiro después de años de hambre y persecución. Un día de primavera de 1939 le dieron la gozosa bienvenida a un bebé, Paul Gerhardt.

    Pero la paz no duró. En el otoño de 1939, el sentimiento antialemán creció tanto que, después de que Inglaterra le declaró la guerra a Alemania el 3 de setiembre, los miembros alemanes de la comunidad del Bruderhof de Cotswold debieron comparecer ante un tribunal y se les ordenó que permanecieran dentro de un radio de ocho kilómetros del hogar, o serían enviados a campos de internamiento.

    A semanas de ese anuncio, Manfried fue detectado fuera de ese radio. Por qué se encontraba allí es algo que no está claro. Los relatos son contradictorios. Algunos dicen que deliberadamente salió de la zona para ser arrestado; otros, que se alejó por error. Un miembro de la comunidad recuerda que la señalización en las aldeas vecinas había sido intencionalmente modificada para confundir a un ejército alemán en caso de invasión, pero al final acabó por confundir a un refugiado. El propio Manfried declaró que había experimentado una crisis nerviosa.

    Su caso fue revisado por un tribunal, pero el registro de lo que allí sucedió permaneció oculto por ocho décadas. Solo ahora una solicitud a los Archivos Nacionales del Reino Unido amparada en la Libertad de Información disipó algo del misterio.

    Al dorso de la tarjeta de “Varón refugiado internado enemigo extranjero”, el juez de la causa describe a un refugiado que “prácticamente no habla inglés, es intratable en el campo y obviamente mentalmente inestable. Es posible que vuelva a huir del campo, manifiesta su intención de hacerlo y tiene la idea de que el encarcelamiento lo transforma en mártir”. (La referencia de Manfried a ser “mártir” probablemente esté referida a reuniones llevadas a cabo en 1935, cuando Eberhard Arnold había advertido a los miembros de la comunidad que estuvieran listos para mantenerse firmes ante el régimen nazi. Eberhard había recordado a los anabautistas de la época de la Reforma que habían sufrido encarcelamiento y muerte como mártires por su fe; instó a los miembros de la comunidad a que estuvieran listos para un destino igual).

    El juez recomendó que no se lo internara y planteó la posibilidad de recluirlo en un manicomio. Pero cuando, “en contra de mi advertencia de ayer”, Manfried volvió a salirse de los límites, el juez indicó que fuera internado. No se supo más de él hasta febrero de 1940, cuando envió una nota incoherente desde su campo de internamiento al sur de Inglaterra.

    Mientras tanto, en los Cotswolds el día de la desaparición de Manfried cayó como una bomba. Rose debió lidiar con todas las preguntas sin respuesta, los informes de las autoridades, el desconcierto de los otros miembros de la iglesia y la devastación de sus hijos. La pequeña Rosie lloraba noche tras noche muerta de miedo por la seguridad de su padre. Pero a la luz del día la perspicaz niña sentía vergüenza. ¿Qué enorme crimen había cometido su padre para que la policía se lo arrebatara?

    El 24 de junio de 1941, Manfried fue enviado con otros presos al puerto de Liverpool. Allí, el transatlántico Duchess of York los condujo a Canadá. Un convoy similar de prisioneros había salido de Liverpool hacia Canadá el 2 de julio de 1940, a bordo del Arandora Star, que fue torpedeado y hundido por un submarino alemán frente a la costa irlandesa. Más de la mitad de las 1, 524 personas (entre tripulación y pasajeros) murió. The Duchess of York, afortunadamente, arribó sin problemas a Canadá.

    Manfried jamás mencionó los siguientes años que pasó en el exilio.

    Rose y sus hijos tampoco se quedaron mucho tiempo en tierras inglesas. Debido a una creciente hostilidad local contra el pacífico y germanoparlante Bruderhof y a las noticias que llegaban sobre “extranjeros enemigos” que habían sido detenidos, el Bruderhof decidió abandonar Inglaterra. En marzo de 1942, el resto de la familia llegó a la selva paraguaya. Hubo, al menos, algo de comunicación: cinco cartas que Rose escribió a su esposo desde Paraguay fueron de algún modo preservadas por un prisionero, Hugo Brinkmann, que transcribió en su propio diario esas cartas que Manfried debió de haber compartido con él. (Después de la guerra, Hugo, quien se volvió el mejor amigo de Manfried, se uniría al Bruderhof, que había conocido gracias a las cartas de Rose ).

    La primera carta de Rose fue fechada el 28 de agosto de 1941, casi dos años después de que Manfried desapareciera de la comunidad de los Cotswolds. Con su humildad característica, comenzó pidiendo ser excusada por cualquier daño que pudiera haberle causado. Escribió acerca de su deseo de que Manfried regresara a su vocación y que fuera revitalizado por el amor que había sentido cuando se había unido al Bruderhof. Su última frase fue: “Eso te pido con sinceros deseos de perdón y te saludo con un antiguo y, sin embargo, nuevo amor”. ¿Acaso mi abuelo alguna vez le pidió a ella perdón? No lo sé.

    Cuando releo esas cartas, siento la angustia de una esposa que extraña a su esposo. Escribía grandes pensamientos como si estuviera respondiendo a sus propios dolorosos, necesarios y pequeños pensamientos de supervivencia inmediata. Tenía que criar sola a cinco hijos que iban entre los dos y los diez años. Aún lloraba la pérdida de su cuarto hijo y se preguntaba cómo les estaría yendo a su madre y hermanos en Alemania. Rose se mantuvo fiel a su vocación, pero en la amarga batalla contra la duda y la desesperación, la paz desapareció junto con su esposo. También parecía que la hubieran internado en alguna parte, muy lejos.

    Manfried escribió a Rose con fidelidad, pero solo una de sus cartas ha sobrevivido, una respuesta a la sugerencia de los pastores del Bruderhof de que, cuando fuera liberado, primero se dirigiera a una colonia huterita en Canadá (en la época en que el Bruderhof y los huteritas eran iglesias hermanas). Manfried aceptó sin reservas; nada era demasiado duro si, al final, conducía a la Gemeinde. Pero la última frase de la carta, “¿Cuándo llegará la redención?”, capta la profunda soledad de Manfried.

    old photo of a group of men

    Manfried, extrema izquierda de la fila intermedia, en un campamento para prisioneros de guerra en Canadá,1942

    En agosto de 1943, Manfried se había unido a otros prisioneros a quienes se les permitía trabajar fuera de los campos para granjeros canadienses. El trabajo al aire libre les permitía algo de libertad. Aparentemente, el deseo abrumador de regresar con la Gemeinde bombardeaba el corazón y la mente de Manfried tan poderosamente como para vencer a la razón. A pesar del hecho de que la colonia huterita más cercana estaba a kilómetros de distancia, decidió dirigirse hacia allí y dejó una nota en la que explicaba sus intenciones y su destino. Una vez más se encontraba prófugo, ausente sin permiso. Fue recapturado camino arriba. Pudieron haberle disparado, pero los canadienses eran amables y pacientes. Su castigo no fue severo, aunque sus días de trabajo en granjas habían terminado.

    Este episodio jamás fue parte de la tradición familiar; solo me enteré de él gracias a una pista encontrada en un museo canadiense. Mientras lo imagino, todos estos años después, mi corazón siente como si lo alentara: “¡Vamos, Opa, vamos!”. Luego siento una avergonzada desazón ante mi reacción, pues en lo profundo de mí estoy complacida de que sea bastante improbable que alguien en el Bruderhof haya sabido que una vez más había “huido”. Me hace feliz compartir ese pequeño secreto con Opa y las autoridades canadienses.

    El 8 de mayo de 1945, los reclusos de los campos fueron convocados para anunciarles que Alemania se había rendido y que la guerra en Europa había terminado. Un prisionero recuerda el discurso de despedida del oficial a cargo del campo, que advirtió a aquellos que abandonaban la paz y la seguridad relativas del campo que estaban regresando a una realidad distinta: “Cuando vayan a casa, recuerden que su relación de pareja habrá cambiado y que ustedes han cambiado. Han estado separados por mucho tiempo”.

    Todos los reclusos que habían llegado de Inglaterra primero debieron regresar a ese país. Luego, en agosto de 1946, Manfried inició su lento viaje hacia Paraguay vía Marruecos. Mi imagen de él durante una escala en Casablanca proviene de la película que lleva ese nombre: lo veo pasar caminando frente al Café de Rick con conmovedores fragmentos de la canción de Dooley Wilson desvaneciéndose hacia el sonido de la calle: “Woman needs man, and man must have his mate, that no one can deny”.1 Después de siete años, Manfried estaba en camino al encuentro de su Rose.

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    Olha Pilyuhina, Fidelidad, tapiz artesanal de lana natural, 2020

    Para su tan esperada llegada, la familia Kaiser se reunió junto con el resto de la comunidad. Aproximadamente doscientos miembros se dispusieron en un gran círculo para darle la bienvenida. Loni se estiraba para ver llegar el vagón y Paul Gerhardt daba saltos. Dos hombres estaban en el vagón: uno alto y joven, uno envejecido y desgastado. “¡Corran adonde su padre; ahí está su padre!”, exclamaban los miembros de la comunidad.

    Loni y Paul Gerhardt, de pronto inseguros, fueron empujados hacia delante. Rosie iba tras ellos y vio cómo sus hermanos no sabían a cuál de los recién llegados elegir. Abrazaron al hombre alto, el equivocado. Vio a su madre, abrumada por la vergüenza, permanecer al fondo. Rosie se dirigió a su padre, quien lucía mucho más pequeño de lo que ella lo recordaba. Manfried caminó de una persona a otra, estrechando manos y clavando la mirada profundamente en cada rostro. Estaba en casa.

    Primero hubo un milagro. Diez meses después del regreso de Manfried a Rose, muy temprano el 25 de julio de 1948, nació una niña. Manfried despertó a Rosie para contarle la feliz noticia. Phoebe Elfriede Kaiser, nueve años menor que Paul Gerhardt era la bebé que sus hermanos tanto habían soñado.

    Luego llegó la realidad. Manfried volvía a ser padre a sus cuarenta y ocho, pero se sentía demasiado viejo para eso. No podía oír bien y a menudo sufría de dolores de cabeza. Mientras tanto, Rose estaba impaciente por que él comprendiera qué significaba ser un padre de familia. Luego de siete años, solo rodeado de hombres, había perdido el hábito de estar entre mujeres y niños. Los problemas de la vida hogareña eran un reflejo de la vida comunitaria. La Gemeinde, después de haber luchado durante una década de pobreza, clima riguroso y hechos mundiales terribles no era como Manfried la recordaba.

     A lo largo de la década siguiente la pareja intentó recuperar los años perdidos. Había poca ayuda profesional disponible para los problemas auditivos que Manfried padecía o la angustia mental que ambos sufrían.

    Durante uno de esos períodos, un amigo de mi padre le enseñó a jugar ajedrez, una pasión que luego compartiría conmigo. En el ajedrez, una situación en la cual uno está obligado a hacer un movimiento desfavorable se conoce como zugzwang. Casi siempre significa la pérdida de una pieza clave y, a menudo, la derrota. Zugzwang resume el estado de la familia Kaiser durante esos años; mantener el matrimonio unido parecía estar condenado.

    En 1956 el gobierno alemán aprobó una ley que autorizaba una compensación federal para las víctimas del nacionalsocialismo. Manfried, Rose, Detta y mi padre presentaron una demanda. La demanda de Manfried se extravió (algo tan común que apenas me sorprende), pero las otras demandas estaban con los registros de mi familia que escudriñé durante semanas, traduciendo y recopilando información. Al final, sin embargo, las cantidades no importan realmente. ¿Quién puede poner precio al sufrimiento humano? El dinero no puede comprar el perdón ni determinar un cierre, y me encontré una vez más enojada con los hombres y los gobiernos desaparecidos hacía tanto tiempo. Entonces descubrí algo.

    Erróneamente anexado como el último documento del registro de setenta y cinco páginas de mi padre, hay una página dactilografiada de notas del archivo perdido de Manfried. En ese documento me enteré de cuál enfermedad causó su sordera y contribuyó a su comportamiento excéntrico a lo largo de los años.

    En 1925, años antes de que conociera a mi abuela, Manfried había sido hospitalizado en Hamburgo con “fiebre cerebral”. El registro dice: “Desde entonces, dificultad auditiva progresiva con tinnitus y dolores de cabeza”. Probablemente se trataba de encefalitis, una afección severa que causaba secuelas permanentes, como dolores de cabeza, convulsiones y pérdida de memoria, incluso psicosis. Sus dolencias físicas y mentales no fueron culpa de nadie. Pero el dolor que provocaron fue el nacimiento de la tragedia de su familia y de la mía.

    Sea cual sea la causa de la fragilidad humana, la pregunta es: ¿Qué se debe hacer? Nietzsche describió la vida del übermensch (superhombre) como el modo para que el hombre se levante sobre un estado caído; el hombre condenado al fracaso a menos que pueda generar cualidades superhumanas.

    Eberhard Arnold abogaba por lo opuesto. Allí donde Nietzsche se lamentaba por el ser “demasiado humano”, Eberhard sostenía que ser humano no era una vergüenza siempre y cuando esa vulnerabilidad condujera a una dependencia del poder de Dios. Para Eberhard, Jesús era el übermensch, el hombre que estaba por encima de todo.

    Al igual que mi abuelo, Nietzsche experimentó una enfermedad mental importante hacia el final de su vida, y llegó a firmar sus cartas como "Dioniso”. Su brillantez y su voluntad de poder no pudieron salvarlo de un final solitario y desesperado.

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    Rose Kaiser en los primeros años de la década de 1980

    En el otoño de 1953, siete años después del regreso de Manfried, mis abuelos se separaron para siempre. Rose se mudó a otra comunidad del Bruderhof y no volvieron a vivir bajo el mismo techo como esposos. Esa separación final llegó después de mucho esfuerzo desde dentro de la familia y desde fuera. ¿Tenía razón Nietzsche y no Eberhard? Todo indicaba que Dios no había respondido a sus oraciones con una sanación.

    Manfried jamás renunció a la esperanza de volver con su esposa. En una carta de marzo de 1955, aproximadamente en su vigesimoquinto aniversario, Manfried volvió a escribir a “¡Mi amadísima Rose!”. Simplemente la saludaba con amor, porque no podía visitarla en persona.

    Rose siempre trabajaba duro y rara vez se quejaba. Pero su alma padecía. Después de casi veinte años en Paraguay regresó a Alemania en 1961, para visitar a su madre y a su hermano Willi en Dresden. Willi tenía tuberculosis y lucía envejecido y desgastado; su esposa y sus dos hijos, de ascendencia judía, habían sido exterminados en el Holocausto. Su hermano Gerhard también había muerto en la guerra. Hubo felicidad en el reencuentro, pero también la extrema tristeza del recuerdo y la pérdida. El pueblo natal de Rose estaba en ruinas y su familia, destrozada.

    Dándose cuenta de su frágil estado mental, un médico del Bruderhof acompañó a Rose a un hospital psiquiátrico, donde recibió un tratamiento por seis semanas. Sus psiquiatras observaron que estaba “bajo el peso de cargas especiales” y era “propensa a reacciones paranoides”.

    Las cargas especiales que Rose llevaba eran tan innumerables que me sorprende que su vida no haya terminado en ese 1961, a sus cincuenta y siete años. Pero vivió otros treinta y cuatro. No puedo decir que sus cargas hayan desaparecido. Me cuesta hablar de sanación. El espíritu de una persona puede estar roto sin que haya posibilidad de repararlo. Historias de resiliencia y el indomable espíritu humano pueden suceder en otras familias, pero no en la mía. Sin embargo, la carga más pesada que Rose llevaba, la carga del fracaso percibido, sí sanó.

    La vida de Manfried estaba hecha pedazos. La muerte de su padre espiritual y de un bebé pesaban sobre él, y ahora también su esposa se había marchado. Estaba abatido, disminuido. ¿Qué integridad puede surgir de ese quebrantamiento? ¿Qué significa para Dioniso levantarse con vida en sus miembros cercenados?

    photo of an old bearded man with his granddaughter

    Manfried con una nieta, la hermana de la autora, en 1974

    En su sexagésimo cumpleaños, Manfried escribió: “Al principio, solía enojarme con frecuencia por mi entorno acuciante”. Desde esas profundidades decidió: “Así que vuelvo mis ojos hacia la grandeza de la causa, y solo serviré al amor, no a la ira”. Concluyó: “Humilde debo permanecer”. Su decisión de apartarse de la ira y enfocar su corazón en la humildad era el camino de Eberhard Arnold, quien treinta años antes había legado a Manfried y a Rose un gran regalo: la guía para tratar de aflojar, desmantelar el poder humano y entregar todo a Jesús.

    Esa entrega había comenzado hacía tiempo en otro voto. Manfried y Rose habían sido bautizados siendo adultos; mi abuela, antes de unirse a la comunidad y mi abuelo, por Eberhard Arnold. Sus votos bautismales a Dios proporcionaban un cimiento para su vida y los ligaba a “la hermandad de creyentes”. Muchas veces a lo largo de los años, ese vínculo les daría algo sólido sobre lo cual pararse.

    Las últimas décadas de la vida de mis abuelos fueron similares. Ambos fueron miembros gozosos de la Gemeinde. Manfried hacía tareas de jardinería, cantaba, leía vorazmente y escribía a mano “salmos” o poemas para las personas que amaba. Rose también se ocupaba del jardín, tejía y, cuando sus nietos se lo pedían, hacía malabares. Las partes tristes del pasado se desvanecieron.

    Opa Manfried vivió ochenta y un años y murió rodeado de sus hijos. Fue enterrado un Viernes Santo, el 15 de abril de 1981. Su esposa Rose no encontró el valor para asistir al funeral, pero escuchó el servicio por teléfono desde su casa, una comunidad del Bruderhof a dos horas de distancia. Mi tía Rosie, lamentando su pérdida, sentía además un profundo dolor por sus padres separados. Cuando regresó luego del funeral, no sabía cómo relatarle la experiencia a su madre. Se sentía incapaz de compartir la sagrada victoria que rodeó las últimas horas de su padre. Manfried había corrido hacia su destino final. Finalmente, estaba en casa.

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    Olha Pilyuhina, Vuelo hacia ti, tapiz artesanal de lana natural, 2020

    Cuando leo las memorias de la tía Rosie sobre ese día no puedo contener mis lágrimas que salpican mis notas. Me seco las lágrimas, enojada, pues de pronto me siento molesta. Pero ¿con quién? ¿De quién es la culpa, al fin de cuentas? Entonces me quedo en silencio, extrañamente reconfortada por saber que Opa fue enterrado en Viernes Santo. Y no me animo a hablar de justicia al Padre del Crucificado en Viernes Santo.

    Así como el desmembramiento de Dioniso acaba en renacimiento, del mismo modo el Viernes Santo no es el fin. Mis propios votos bautismales, hechos apenas semanas antes de la muerte de mi abuela en 1995, mantienen la certeza eterna de que la resurrección corona la pena, que la perfección cósmica será revelada.

    En algún punto de mi investigación leí que el 80 por ciento de los hombres que regresaron del internamiento en Canadá después de la Segunda Guerra Mundial tuvieron relaciones fallidas. Sea o no cierto, el matrimonio de Manfried con Rose no sobrevivió esos años de separación. Incluso una iglesia amorosa no logró remendar su unión interrumpida. Después de todo, la Gemeinde no vuelve perfectas a las personas. Pero continuó sosteniéndolas cuando su fuerza humana llegó a su límite.

    Los seis hijos sobrevivientes de Manfried y Rose eligieron una vida de compromiso con la misma comunidad cristiana a la que sus padres se habían unido. Aquellos que se casaron han sido fieles en su matrimonio, y una docena de nietos han comenzado su propia familia. Los muchos descendientes de Manfried y Rose, incluyéndome a mí y a mis hijos, estamos agradecidos por la unión imperfecta que nos dio la vida y por la comunidad de la Gemeinde. A menudo nos reímos juntos. Pero cuando llegan los momentos de prueba que no dan lugar a la risa, recordamos la confianza de aquellos que amaron intensamente, siempre creyeron y confiaron en que Dios intervendría cuando la vida los colocara en zugzwang.


    Traducción de Claudia Amengual.

    Sobre la artista: Olha Pilyuhina vive en Reshetylivka, Ucrania, donde realiza el arte tradicional de tapicería artesanal. Al reflejar sobre la serie de pájaros que acompaña este artículo, Pilyuhina dice: "Estas tapices muestran historias de amor, confianza, fidelidad y el encuentro de espíritus afines".

    Notas

    1. N. de la T.: La canción a la que se hace referencia es As Time Goes By. Una posible traducción para estos versos podría ser “La mujer necesita al hombre, y el hombre debe tener su pareja, nadie puede negar eso”.
    Contribuido por DoriMoody Dori Moody

    Dori Moody es miembro del Bruderhof y una editora de Plough. Vive con su esposo e hijos en Danthonia, una comunidad del Bruderhof en Australia.

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