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    kids dressed as knights and ladies walking along a path

    Pequeños caballeros

    Algunas lecciones de vida se aprenden mejor cuando llegan a través del rey Arturo, Robin Hood o quizá algún vaquero.

    por Maureen Swinger

    lunes, 14 de agosto de 2023

    Otros idiomas: English

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    La pequeña escudera se calza su escudo y se pone en marcha. A poco de avanzar por el sendero, ve cómo las copas de los árboles se cierran sobre su cabeza; se había preparado para lo desconocido, pero no pensó que el sendero sería tan sombrío. En ningún momento se le ocurre pensar que este es el bosque donde ha jugado toda su vida; es que ahora debe emprender una travesía y, si cumple las reglas del código de caballería, recibirá el título de caballero al llegar a la meta. Al pasar por debajo de cada rama, recita el código: “Ser fiel al rey. Luchar contra el odio y el mal. No rendirse frente al peligro. No ser arrogante. Proteger al pobre y al necesitado. Ser generosa con todos. Ser amable y atenta con las damas. Reparar las injusticias. Estar dispuesta a dar la vida por mi gente”. Y una regla provisional, dispuesta para esta travesía en particular: “Resistir la tentación de desviarse del sendero”.

    Ajusta el escudo más alto sobre su hombro y sigue camino con paso alegre, balanceando la bolsa de provisiones y pensando si ya habrá andado lo suficiente para merecer la jugosa manzana que golpea contra su pierna a cada paso. De pronto, retrocede de un salto al ver a una extraña figura surgir entre las sombras del follaje; es un hombre encorvado, demacrado… ¡pero no tiene armas! Lo saluda con un “Buen día, señor” y, juntando coraje, le pregunta: “¿Se siente bien?”. “Tengo mucha hambre”, responde el hombre vestido con andrajos. “¿Tienes algo para comer?”. “Tengo esta manzana”, responde la pequeña escudera al tiempo que se la alcanza, con una sonrisa algo nerviosa. Y se aleja brincando por el sendero sin sospechar que esta será la sexta manzana en el bolso del extraño personaje y que habrá cuatro más al final de la jornada —manzanas que el buen hombre no llega a probar, aunque ya está sintiendo hambre de verdad, porque tan pronto pierde de vista al último escudero, ya aparece el siguiente por el sendero.

    kids dressed as knights and ladies walking along a path

    Escuderos jóvenes vuelven victoriosas de una misión. Todas las fotografías de Martin Huleatt. Usadas con permiso.

    En una pequeña loma, nuestra aspirante a la orden de caballería se encontró con una anciana cuya carga de piedras se había volcado en el camino; se la ve muy cansada, pero debe llegar a su casa con la carga antes del anochecer. La pequeña escudera se entrega a la tarea y, en poco tiempo, logra cargar la carretilla y se ofrece a empujarla hasta donde sea necesario. Pero la anciana amablemente le dice que no será necesario, que ahora ella puede seguir sola y agita su mano a modo de saludo hasta que la intrépida escudera llega a la curva en el camino. Luego, sin demora, comienza a sacar las piedras del carro —o, al menos, así le pareció a la escudera al mirar hacia atrás una última vez, pero quizá fue solo un efecto engañoso de las sombras.

    La pequeña aventurera atraviesa la parte más bella y apartada del bosque. Tal vez va desprevenida, porque cuando una ninfa del bosque, de sedosa cabellera rubio-lavanda y sonrisa seductora, asoma entre la espesura ofreciendo con voz cantarina “¡Paletas dulces! ¡Ven a probar estas deliciosas paletas!”, nuestra protagonista adelanta un pie fuera del sendero al instante. Felizmente, una ínfima demora en avanzar el otro pie basta para que su conciencia le recuerde el código: No la sigas; esa ninfa revolotea de árbol en árbol y se aleja más y más del sendero, y las paletas dulces no figuran en el léxico de los escuderos. Una vez más se encamina por la senda angosta que la llevará a convertirse en caballero, ignorando el llamado tentador de la sirena que, curiosamente, suena más fuerte e insistente después de haberlo desechado.

    ¡Prueba cumplida! A la salida del bosque, la esperan Arturo y Genoveva, sus compañeros escuderos y un grupo de damas y caballeros … todos ellos, por cosas del destino, padres y madres de los valientes expedicionarios, deseosos de prodigar abrazos y felicitaciones. A continuación, se celebra la ceremonia de ingreso a la orden de caballería, seguida de un banquete, un torneo de caballería, una competencia de tiro con arco y un clima de alegría generalizada.

    Al participar de esta ceremonia de iniciación, mi hija, alumna de primer grado, se une a una larga lista de niños que recibieron el título de caballeros durante los campamentos de verano; allá lejos y hace tiempo, yo misma fui parte de ese grupo.

    Las escuelas Bruderhof permanecen abiertas durante el verano, aunque los niños almuerzan junto al resto de la comunidad y tienen una hora de descanso, en casa, al mediodía. Las actividades incluyen caminatas, huerta, natación, campamentos y estudio de la naturaleza. Puede que los mayores preparen y presenten una obra de teatro al aire libre, pero el programa de los más pequeños suele girar en torno a un libro que leen en grupo; por lo general, una historia de coraje y aventura: Robin Hood y sus alegres compañeros, los vaqueros del lejano oeste o los caballeros de la Mesa Redonda. Sin ninguna duda, los veranos más felices de mi infancia los pasé en Camelot, en los bosques de Sherwood o siguiendo la ruta de Oregón: balanceándome entre los árboles vestida de verde, disparando con arcos y flechas de fabricación casera o calzándome un sombrero vaquero y aprendiendo a montar un poni de mal genio. ¡Ah, aquellas “extensas” llanuras entre las montañas Apalaches de Pensilvania!

    Los veranos más felices de mi infancia los pasé en Camelot, en los bosques de Sherwood o siguiendo la ruta de Oregón.

    Reconozco que fui una niña con una imaginación desbordante, pero, bueno, con los abuelos que tuve, ¡qué se podía esperar! Mi abuelo paterno, John Bazeley, procedente de la “antigua alegre Inglaterra”, se deleitaba con las historias de los bosques de Sherwood y era un apasionado defensor de redistribuir la riqueza mal habida de los ricos entre aquellos a quienes habían explotado. En otro tiempo, por muy ficcional que sea, pudo unirse a la banda de Robin Hood, aunque quizá hubiera surgido un pequeño obstáculo: mi abuelo estaba bastante orgulloso de su apellido, cuya forma normanda, “Basilia”, se remonta al siglo xii y ostenta un escudo de armas con un campo azur, tres flores de lis de plata y una mano sosteniendo un sombrero entre dos ramas de laurel.

    Mi abuela era aún más romántica —si acaso fuera posible—, algo que bien podría atribuirse a su nombre: Marguerite Gwladys Dering (siempre pensé que debía estar precedido de lady, pero la llamaban Peggy, acortado a Pegs por sus hermanas Josephine e Yvonne, conocidas como Jo y Bobs). Cuando me prestó su preciado libro sobre la leyenda del rey Arturo, me explicó que era el único objeto que conservaba de su niñez, regalo de su padre cuando cumplió nueve años.

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    La hija de la autora espera su turno para recibir el título de caballero.

    A los diez años de edad contrajo una enfermedad infecciosa infantil, y sus padres se deshicieron de todos sus libros y juguetes por temor al contagio. Pero ella rescató su amado libro de la pila y, con aire majestuoso propio de la Dama del Lago, anunció: “¡Este libro no irá al fuego!”. Su padre respondió con la debida caballerosidad y, pacientemente, desinfectó cada página con un atizador caliente. Por cierto, el libro corrió mucho más riesgo de ser destruido por el atizador que las personas de contagiarse, pero sobrevivió, y con él, una gran historia. Tiempo después fue mi turno de leer con avidez aquellas páginas gastadas y las magníficas cuarenta y ocho láminas a color, asir la empuñadura de una espada imaginaria surgida de las aguas del lago y llamarla Excalibur.

    A cien años del episodio del atizador, mi hija se suma a aquel mismo espíritu de aventura: viste su atuendo de caballero —en realidad, se parece más a la Dama de Rohan— y se embarca en su misión caballeresca. En próximos veranos, quizá se aventure en los bosques de Sherwood o se convierta en vaquera.

    Hoy, igual que en mi niñez, ni las maestras ni los niños marcan diferencias de género al tratar estos temas. “¡Este verano somos vaqueros!”. Así suena el feliz anuncio que les llega a los padres una tarde cualquiera del mes de junio. A partir de ese momento, niñas y niños por igual se dedican a aprender las canciones, construir una carreta, armar un campamento y resolver el tema de las monturas y los arreos. O bien: “¡Vamos a ser caballeros!” En algún lugar, habrá un castillo, y tendrán que fabricar y grabar sus propios escudos. Vivirán grandes aventuras en el bosque y recibirán estrellas por practicar las virtudes ancestrales: honor, honestidad, coraje y lealtad.

    Vivirán grandes aventuras en el bosque y recibirán estrellas por practicar las virtudes ancestrales: honor, honestidad, coraje y lealtad.

    Los pequeños caballeros pueden recibir estrellas en su comunidad por abrirle la puerta a personas ancianas, ofrecerse a empujar la silla de ruedas de alguna persona o hacer mandados. Puede que el rey Arturo lo registre y agregue una estrella brillante a algún escudo, pero también es posible que nadie lo note y que esa estrella sea algo entre el caballero y la persona que recibió su ayuda. Pero allí está y brilla con fuerza.

    ¿Qué es el honor? Puede ser algo tan simple como no tomar la última galleta cuando ves que otro compañero también tiene hambre. La lealtad se manifiesta de muchas maneras, por ejemplo, caminar junto al escudero que viene rezagado en la travesía más larga. O alegrarse por el título de caballero de sir Robert que acaba de salir del hospital, justo a tiempo para la ceremonia, y celebrar su aporte a la Mesa Redonda. El coraje también puede interpretarse de diversas maneras; no se limita a atreverse a seguir un sendero que se adentra en la penumbra del bosque, sino que también se pone en juego al confrontar a un caballero del grupo que se ha vuelto algo presumido. En lenguaje moderno, la dignidad del código de caballería podría expresarse como respeto por sí mismo.

    Estos aprendizajes en la formación del carácter aparecen claramente representados en los símbolos heráldicos que cada niño elige pintar en su escudo personal. Mi hija escogió un camello y una manzana, y a mí me causó gracia imaginar la combinación de esos dos elementos, pero en seguida me explicó que, en heráldica, el camello representa paciencia y perseverancia, y la manzana, paz y alegría. (También agregó una gran cruz roja de San Jorge que simboliza fortaleza). Me alegré de no haber dejado traslucir mis ganas de reír y, en el momento en que salió corriendo de la habitación para contarle al padre, pensé en el significado del primer y segundo nombre de nuestra hija: Gracia de Dios y Alegre: esta niña que siempre nos sorprende, que no hace nada lentamente o a medias.

    Camellos y manzanas. Paz y perseverancia. ¿Qué aprendió mi hija este verano? A proteger, ayudar y animar. Quizás el próximo año cuidará a un rebaño hipotético o construirá una enramada en el bosque. El valor de recrear otras épocas con la imaginación va más allá de representar algo que pudo ser; es experimentar lo que puede ser, una enseñanza válida para el punto de partida de todas las aventuras, de todos los comienzos: “Estoy aquí, en este mundo hermoso, por un buen propósito. En el camino, algunos necesitarán mi ayuda, y yo necesitaré que me ayuden a mí. ¡En marcha!”.


    Traducción de Nora Redaelli

    Contribuido por MaureenSwinger2 Maureen Swinger

    Maureen Swinger es editora de Plough; vive en Fox Hill Bruderhof, en Walden, Nueva York, EE. UU., con su esposo Jason y sus tres hijos.

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