Un antiguo dicho de donde yo vengo dice que “nada crece a la sombra de un gran árbol”. La gente lo usa para describir cómo algunos hijos e hijas de granjeros importantes son “buenos para nada”. Significa que el padre fue tan dominante, y se aferró a todo por tanto tiempo, que la siguiente generación no creció tanto como hubiera podido.
Comentarios de este tipo son crueles, pero no por eso menos ciertos.
Me identifico con este dicho porque crecí a la sombra de un hombre así: mi abuelo.
Vacas de la raza Belted Galloway pastan en la granja de James Rebanks en Cumbria, Reino Unido. Todas las fotografías cortesía de James Rebanks.
Mi abuelo gobernaba nuestra granja y nuestras vidas como un patriarca bíblico. Era de un carácter imponente y encantador, respetado y querido por quienes lo conocían. Y era una de las personas más inteligentes que jamás conocí. Me llamaba su escudero. Me enseñó a comerciar ovejas y ganado, a hacer negocios con otros granjeros, y cómo cuidar nuestra reputación para que el resto nos apreciara y confiara en nosotros, porque este tipo de cosas importan en una comunidad pequeña de granjeros. Y me llevaba con él a recorrer el campo como un príncipe azul que heredaría su reino. Acabé cultivando sus tierras y, sin duda, también heredé parte de su orgullo. Su abuelo (mi tatarabuelo) había ganado mucho dinero y era muy respetado en la zona.
Sabía que yo no era el mejor jugador de fútbol en la escuela, o incluso el más inteligente de mi clase, pero podía imaginarme con este tipo de inteligencia de campo. Así que me inspiré en él.
Hace algunos años yo tomaba casi todas las decisiones en la granja. Era más duro, tenaz y laborioso que la mayoría, y arrastraba a mi familia conmigo para que las cosas pasaran. Y funcionó, porque ser duro suele funcionar: conseguimos la granja, creció nuestro ganado, y trabajé durante las noches para escribir dos libros bestsellers.
Pero algo cambió en mí la última década: dejó de interesarme ser esa especie de patriarca. De hecho, ese tipo de hombres comenzaron a disgustarme activamente cuando los conocía. Parte de esto sucedió a partir de la muerte de mi abuelo, hace treinta años, cuando vi a mi padre convertirse en el granjero y jefe de la familia, y llegué a admirarlo por convertirse en mucho más de lo que su padre le había permitido. Del mismo modo que un roble le cubre la luz a sus propios retoños, convirtiéndolos en árboles enanos y atrofiados, los humanos también pueden encoger el espíritu de sus hijos si los eclipsan y les niegan experiencias que los hacen crecer. A medida que creces aprendes que tus héroes tienen pies de arcilla. Pude ver que mi abuelo no era un gran esposo, y no el mejor de los padres. Mi esposa e hijos merecían más que eso.
Vista panorámica de la granja de James Rebanks y el paisaje que la rodea.
Tenemos cuatro hijos. Todos ayudan en la granja, pero nuestra segunda hija, Bea, es la granjera más entusiasta en este momento. Empezó con tres o cuatro años y ha crecido ayudándome con las tareas de la granja. Es una niña inteligente, leal y resiliente que quiere trabajar rodeada de vacas y las ovejas, y que se preocupa por nuestro campo. He tratado de enseñarle todo lo que sé. No he conocido a muchos jóvenes tan capaces o que sepan tanto. Y como en la última década he aprendido mucho sobre el suelo y la ecología, ella también lo ha hecho junto a mí.
Esta enseñanza tuvo dos efectos en mí. El primero fue darme cuenta de que muchos de los veteranos que yo admiraba no sabían absolutamente nada sobre la salud del suelo, fotosíntesis o ecología.
Los granjeros que ahora se están retirando dedicaron toda su vida laboral al modelo de granja surgido luego de la Segunda Guerra Mundial, un modelo que se basaba en químicos, drogas, y soluciones mecánicas. Sabemos por qué lo hacían así, y podemos empatizar. Pero muchos de nosotros no lo haremos más sabiendo los efectos secundarios.
Algunos granjeros fueron suficientemente sabios para ver las fallas de esos sistemas, pero muchos otros aún se aferran a la noción de que la inteligencia granjera acabó en 1995, y que no hay nada posterior que merezca la pena saberse. Respeto mucho a los ancianos, pero he escuchado demasiados argumentos terribles de parte de algunos de ellos para curarme de la ilusión de que todos son sabios. En todo caso, se interponen en el camino de los jóvenes en muchas granjas, impidiéndoles aplicar la nueva ciencia e implementar cambios. A medida que creces vas invirtiendo en el statu quo, toda tu identidad está a menudo basada en tu forma de trabajar la granja. ¿Quién es tan maduro para admitir que estuvo toda su vida equivocado?
En los últimos años he aprendido varias veces, no sin dolor, los límites de mi conocimiento y la cantidad de cosas sobre las que estaba sencillamente equivocado. El otro día vi una foto vieja de nuestra granja con las ovejas pastando, y era una imagen de un sobrepastoreo realmente terrible, cada brizna mordisqueada hasta el suelo, yuyos desagradables abriéndose paso por todas partes, los campos amarillentos y las ovejas luciendo enfermas.
Pero hay algo más. Mi pequeña comenzará su vida en la granja sabiendo más cosas valiosas que yo con cuarenta años.
Eso me ilusiona. La he llevado conmigo a visitar a los mejores granjeros del mundo. Y dado que escribo libros, recibimos una procesión de visitantes inteligentes de todo el mundo que viene a ver nuestra granja. Mis hijos han crecido escuchándolos hablar de la biología del suelo, pastoreo adaptativo en múltiples praderas, y estrategias de cría funcionales para vacunos y ovinos. A veces me limito a escuchar a mis hijos intercambiar ideas sobre estos temas con invitados en la mesa de nuestra cocina. Hace poco el doctor Allen Williams, un pionero en agricultura regenerativa, nos visitó, y toda mi familia le pude hacer preguntas sobre estrategias de pastoreo, formas de las células y otros tecnicismos.
El padre del autor con James (derecha) y otros miembros de la familia.
En algún momento del camino dejé de pensar que esta granja se trata de mí. Me he dado cuenta de que eso es limitante y simplista. No estoy compitiendo con mis hijos por el poder, quiero ayudarles a empezar, a convertirse en buenos aprendices, y que comiencen a tomar las decisiones de vida y negocio de las que aprendes, porque nada te enseña mejor que cometer errores. Estamos aprendiendo juntos, y es de las cosas más geniales que he vivido.
Hace un par de semanas mi hija entró en la nómina. Técnicamente es una aprendiz. Ha terminado la secundaria y va una vez por semana a la universidad a estudiar agricultura.
En los días buenos trabajamos como equipo, le enseño las cosas que sé mientras trabajamos, y ella absorbe todo. A veces discutimos e intercambiamos puntos de vista de frente y con franqueza. Un día especialmente malo le dije que estaba despedida, y luego me disculpé por haber perdido los estribos, típicas cosas de padre e hija. Nos pasamos el verano y el otoño trabajando en nuestra primera camada de toros para vender. Hace algunos años pasamos a criar una nueva raza: Belted Galloways. Invertimos en hembras de calidad genética de algunas de los mejores establecimientos, pero nos ha llevado un tiempo criar algo lo suficientemente bueno para las subastas de la sociedad, en especial la principal en Castle Douglas. Me falta un poco de habilidad para preparar vacunos, habiéndome dedicado muchos años solamente a los ovinos. Mi hija probablemente lo presintió y el año pasado visitó un tiempo a Helen Ryman, una ganadera de referencia, dueña de un maravilloso ganado de muchos años en la costa oeste de Escocia.
Helen fue increíblemente generosa en acoger a Bea bajo su ala y ser su mentora. Bea estuvo en su casa y trabajó con ella por una semana antes de llevar el ganado al Royal Highland Show.
Desde ese entonces Bea ha liderado nuestro trabajo con el ganado. Sus conocimientos sobre nudos de bozal, peinado, lavado, secado y paseo son que los míos, y yo suelo hacer lo que ella dice. Varias veces por semana entramos a los toros, los atamos y pasamos tiempo acariciándolos y lavándolos, consiguiendo que confíen en nosotros para que caminen tranquilos con sus bozales. Fuimos al Royal Highland Show con tres de nuestros toros el verano pasado y Bea aprendió mucho de otros expositores, muchos de los cuales también compartieron su conocimiento. Pero la exposición culminó sin mucho éxito. Fue desalentador, aunque recibimos algunos cumplidos por nuestro ganado. Aprendimos mucho, igualmente, sobre las condiciones necesarias para exponer y los tiempos de las distintas etapas de preparación. Nos desafiamos a nosotros mismos a levantar la vara para la venta de toros en octubre.
El pasado octubre llevamos nerviosos a nuestro primer toro. El Royal Highland Show nos había hecho un favor, obligándonos a bajar un poco a tierra y trabajar más duro, así que nuestras expectativas eran modestas. Sin embargo, luego de atarlo en su corral, lavado y secado, me fui a dar un paseo a ver el ganado del resto y recibí una grata sorpresa. No solamente estábamos compitiendo, sino que parecíamos tener uno de los mejores toros de la feria. Cuando los criadores renombrados nos reconocieron el buen trabajo, lo decían en serio.
La mañana siguiente era la muestra de preventa y luego de una hora o dos de peinarlo y sacarle brillo, lo llevamos al palco de exhibición. Bea lo dirigía, una chica esbelta de dieciocho años codo a codo con un toro de una tonelada. Cuando llegué al portón me pidió que la dejara, que ella lo tenía bajo control. Los ayudantes cerraron el portón y la multitud se apiñó detrás. Tuve que pararme de puntillas para ver lo que pasaba.
Bea con su toro laureado en las ventas de Belted Galloway en Castle Douglas, octubre de 2024.
En algún lugar de mi mente había asumido que todavía me necesitaba, al menos para ir detrás con el puntero y dar al toro pequeños empujones y palmadas para mantenerlo en movimiento. Pero caí en que Bea ni quería ni necesitaba nada de eso. Por primera vez desde que era pequeño no me encontraba en medio de la acción. Bea desfiló con el toro como una profesional, lo detuvo justo donde el juez lo quería y luego lo paseó para demostrar su andar. Minutos después el juez, con un gesto, le pidió a Bea colocar al toro en la zona del primer puesto, a su segundo elegido por debajo de ella, y así sucesivamente. Luego de los chequeos finales le alcanzó a Bea la roseta del primer puesto, y la multitud aplaudió. Brilló con la sonrisa de adolescente más grande que había visto jamás. Los competidores, algunos también jóvenes, se inclinaron mientras sujetaban sus toros para estrecharle la mano. Y yo saltaba detrás de la multitud, extasiado, apretando algunas manos de otros granjeros que me felicitaban.
Tras el espectáculo los compradores llenaron nuestro corral, y sentimos tener una joya de propiedad bovina. Más tarde ese día fue nuestro turno en el remate para venderlo. Bea lo paseó firmemente por el ruedo y las ofertas no paraban de llegar. Su valor ascendió a USD 32.000, igualando el récord de su raza. Yo seguía siendo algo así como un pasajero, de pie junto a la tribuna. Habíamos superado nuestros sueños más locos, y habíamos establecido un nuevo estándar para la raza, uno con el que tendremos que estar a la altura en los próximos años.
Pero hubo algo mágico sobre esa venta, más allá de los precios altos y el orgullo. Varios de los precios más altos los obtuvieron familias como la nuestra, con ganaderos adolescentes o veinteañeros. Existe la idea de que los ganaderos se están avejentando, y quizás eso muestran las estadísticas, pero no es cierto en ningún sentido significativo. Todos mis hijos están comprometidos con la granja, y tienen a muchos amigos y colegas haciendo lo mismo.
Ya no quiero ser el tipo de patriarca que fue mi abuelo. No necesito, o no quiero, gobernar mi mundo de esa forma. Finalmente estoy viendo ese tipo de autoridad como limitante y más que un poco egoísta. Solo se conserva si se la aferra con fuerza y se la niega a los demás, y vuelve a todos quienes rodean al patriarca más pequeños y menos realizados.
James Rebanks (cuarto desde la izquierda), Bea Rebanks (tercera desde la derecha), y Helen Ryman (derecha) posan con otros miembros de la familia y el toro.
He descubierto, un poco tarde, que los sabios empoderan a quienes los rodean, compartiendo su conocimiento y autoridad para que la próxima generación sea más efectiva. Al ver a Bea liderar a ese toro en el ruedo supe que algo había cambiado. Aún quiere a su padre y puede aprender algún que otro truco de mí, pero ahora sé que, si yo falleciera, ella estaría bien, al igual que mis otros hijos. Saben trabajar duro, lidiar con otras personas y avanzar hacia las metas que elijan. Saben cómo tener clase y ser amables.
Aunque espero vivir muchas décadas más, saber esto ya me da paz. Imagino que mi propio padre, falleciendo de cáncer, sintió algo similar cuando vio que sus hijos ya tenían trabajo, parejas e hijos y podían navegar el mundo. Espero que haya sido así.
El día después de la venta mi hija publicó unas fotos muy orgullosas del toro y su muy elegante adiestradora en su momento de gloria.
¿Quién podría culparla? Ese día fue un sueño para una chica de granja ávida de mostrar al mundo cuán en serio se tomaba ser una ganadera.
En estas publicaciones había una selfie conmigo apoyados en el toro, y escribió que lo mejor de ese día fue haberlo hecho todo con su mejor amigo, refiriéndose a mí.
Puedes gobernar una familia, incluso un país, con miedo, pero me resulta penoso ese tipo de autoridad. Cuando empoderamos a las personas alrededor, debajo y más jóvenes que nosotros, construimos algo mucho mayor que lo que había antes. Estamos cultivando la verdadera riqueza: humanos más felices y sanos, y una comunidad a nuestro alrededor que está llena de amor. ¿Qué otra riqueza existe que valga más que esta?
Traducción de Micaela Amarilla Zeballos