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    Volver a lo básico de la educación

    por Eberhard Arnold

    lunes, 24 de agosto de 2020
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    ¿En qué forma hemos de educar a nuestros hijos para que se hagan combatientes valientes en fe, y valientes mártires para Cristo? ¿Cómo podemos educar a nuestros hijos en tal forma que se den cuenta inmediatamente de que están dedicados a Dios? Hijos no se poseen; desde el momento de su primer aliento están consagrados a la gran causa del futuro. Están consagrados a Dios hasta antes ya de nacer, y después de nacidos, y particularmente así en los primeros años de su vida. Durante esta época es muy importante que sus instintos estén guiados en tal forma, que no persigan sus propios placeres, sino que se les aliente que desde temprana edad superen sus egoísmos y se entreguen a la causa.

    El único auténtico servicio que le podemos rendir a nuestros hijos es de ayudarles a llegar a ser lo que ya son en el pensamiento de Dios. Cada niño es un pensamiento en la mente de Dios. No nos corresponde a nosotros moldear a un niño según nuestras ideas para su vida. Esto no sería servirle verdaderamente. Podemos servirle únicamente comprendiendo para cada uno, cual había sido el pensamiento que desde toda Eternidad Dios había tenido para este niño, todavía tiene y siempre tendrá.

    Cada niño quiere ser valiente y emprendedor. Cuando las relaciones entre adultos y niños se basan en confianza mutua, se impondrá un mínimo no más de restricciones sobre actividades como ser trepar árboles, poner arneses a un caballo, montarlo, almohazarlo, y enfrentar peligros con valor.

    Esta libertad ofrece la mejor protección. Exagerada protección por parte de temerosos adultos no protegerá a ningún niño. Verdadera protección es dada cuando se le enseña al niño adquirir un instinto acertado de situaciones que son peligrosas – en último análisis, confiando en un cuidado de más allá de nuestro alcance es lo que provee la mejor protección.

    Es importante que uno no se acostumbre a hacerse demasiado indulgente con los estados de ánimo de los niños, ya sea en casa o en sus grupos. Niños tienen que aprender a dominarse. Deben aprender a reconocer con firmeza lo que han hecho, y a declararlo con pocas palabras. No deben sentir que hayan sido abusados cuando alguien tiene que hablarles severamente. Tienen que acostumbrarse a ver las consecuencias cuando se les muestra que han estado equivocados, y no contestar con medias respuestas que podrían significar una cosa u otra. Deben mostrarse animosos, y contestar firme y claramente.

    Cuán difícil es para seres humanos, que no estamos libres del pecado, educar a niños. ¡Qué responsabilidad! Sólo santos y sabios son capaces de ser educadores. Nuestros labios son impuros. Nuestra dedicación no es sin reservas. Nuestra sinceridad es quebrada. Nuestro amor no es perfecto. Nuestra amabilidad no es abnegada. No estamos libres de faltas de amor, de codicias, de egoísmos. Somos injustos.

    Es el niño que nos lleva al Evangelio. Si consideramos cuan sagrada es nuestra tarea con los niños, queda evidente que somos demasiado pecaminosos como para siquiera educar a un niño solo. Este reconocimiento nos enseña cuan dependientes estamos de la gracia. Si no es en una atmósfera de gracia, nadie puede trabajar con niños. Únicamente aquél que se encuentra él mismo como un niño delante de Dios, puede educar a niños, puede vivir con niños.

    “Uds. tienen que volverse como niños.” (San Mateo 18:3) Al igual que los niños, debemos vivir en la presencia de la gracia. Debemos aprender a maravillarnos. Conscientes de nuestra propia pequeñez, debemos maravillarnos delante de la magnitud del divino misterio oculto en todas las cosas, y detrás de todas las cosas. Sólo entonces se nos revelará la visión de este misterio. Esta visión nos permite olvidarnos de nosotros mismos porque nos abruma con lo grande que es la causa. Únicamente los que miran con ojos de niños se olvidan de sí mismos en medio de su asombro.


    Estos párrafos son extractos del capítulo ‘Educación’, del libro La revolución de Dios por Eberhard Arnold.

    a boy and man sitting on a curb next to a soccer ball
    Contribuido por EberhardArnold2 Eberhard Arnold

    Eberhard y su esposa Emmy estaban desilusionados por el fracaso del establecimiento - especialmente de las iglesias - para ofrecer soluciones a los problemas de la sociedad en los turbulentos años después de la Primera Guerra Mundial.

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