Cuando hablamos de una revolución social radical, de cambiarlo todo de par en par, de traer a la tierra el reino de la justicia divina, podemos hacerlo sólo a condición de quedar hondamente convencidos de que tal revuelo nos tocará personalmente a mí y a ti, y a cada uno de nosotros, sencillamente por ser partes de la humanidad. Nosotros también debemos ser echados por tierra para ser puestos de vuelta en pie. Todos somos responsables por la injusticia social, la degradación del género humano, las injusticias que las gentes se infligen unos a otros, en el dominio público tanto como en el privado. Cada uno de nosotros es culpable frente a la humanidad entera, porque somos ciegos y sordos a su degradación y humillación.

Todo un enredo de culpa se ha tejido alrededor de la tierra, culpa que pesa en nuestras conciencias…

Uno de los ruegos en el Padrenuestro dice: “Perdónanos nuestras faltas,” queriendo decir nuestra culpa (Mt 12). Todos tuvimos que admitir que estamos involucrados en la culpa del mundo. Somos culpables nosotros también cuando en Rusia se muere una aldea de hambre, cuando en Sudamérica estalla la guerra por un río. Nos damos cuenta de que en todas estas cosas hay culpa nuestra.

Más así en el desempleo. Yo me siento culpable, porque tantos niños no tienen nada para comer. Yo comparto culpa con el gobierno británico por las terribles condiciones en la India. Yo me siento culpable porque la prostitución existe como verdadera forma de esclavitud, porque el dinero reina sobre gente. ¡Nosotros somos culpables por cada niño que muere esta noche! Nuestra culpa es inconmensurable a causa de las condiciones imperantes ahora en la tierra, a causa del aterrador tamaño del pecado. Si nos damos cuenta de eso, comprenderemos porque Jesús dijo “Perdónanos nuestra culpa” – y no mi culpa, sino nuestra culpa.

No somos seres aislados. Somos partes de un todo íntegro, la raza humana. La humanidad está desgarrada por un sufrimiento en que todos tienen su parte. Es uno solo el grito que se le desprende. La humanidad está añorando el día cuando será una. Ese día una gran catástrofe enterrará todo cuanto divide, y amanecerá un día nuevo de la creación, trayendo la alegría del Paraíso para reemplazar el dolor del mundo entero.

El sufrimiento es el arado que labra nuestros corazones para abrirnos a la verdad. Si no fuera por el sufrimiento, no reconoceríamos nunca nuestra culpa, nuestra impiedad, ni la terrible injusticia de la condición humana (Sal 119: 7, 71).

Con todo, gran sufrimiento puede acercarnos a Dios más que ninguna otra cosa. En la impotencia de su extremo dolor Job fue impelido a decir: “¿Dónde encontraré la fuerza para aguantar? En mí no encuentro ayuda. Mi resistencia ha desaparecido” Así fue llevado a confiar en un poder que es más grande que cualquier otro. Aquello fue la purificación de Job. A partir de este momento se fijó únicamente en Dios, deseó a Dios y fue capaz de exclamar: “Sé que Dios, mi Defensor y mi Redentor, vive. Aunque se destruya mi cuerpo, ya libre de sufrimiento veré a Dios (Job 19:25-27).

El amor más grande que pueda uno tener es dar su vida por sus hermanos y hermanas (Jn 15:13). Dar la vida no consiste sólo en morir una muerte heroica; consiste también en encontrar una vida en la cual se vive cada momento por otros. En tal vida podemos dar todas nuestras energías, nuestra fortuna entera, todo lo que poseemos y todos nuestros dones intelectuales por otros.

Tal era la vida que vivió Jesús. No le importaba la extensión da la Palestina; no Le llamó tener un palacio en Roma. No adquirió ni títulos ni honores, no ganó posiciones de influencia. Su derrotero fue el más bajo y el más simple. Cuando recién nacido, yació en un pesebre para ganado. Toda Su vida era de excesiva pobreza. Se desenvolvió en la forma más sencilla, y terminó como había empezado – en extrema pobreza, en la pobreza de la Cruz.


Este artículo está extraído del capítulo Pobreza y sufrimiento en el mundo, del libro La revolución de Dios.

Fotos por miembros de las comunidades Bruderhof ayudando a refugiados en Lesvos, Grecia con la organización Save the Children.