Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos. Hebreos 4:15-16

Hay momentos en que la vida se vuelve tan difícil que te sientes incapaz de orar, incluso tal vez sientas que ya no tienes fe. Parece como si el Salvador estuviera lejos de ti y que ya no le pertenecieras, o que para empezar nunca estuviste en el buen camino. Es como si estuvieras en el infierno, presa del temor y de la sensación de estar perdido. Incluso quizá desearías nunca haber nacido. El dolor es demasiado grande, el futuro demasiado desesperanzador.

¡Cuánto me encantaría guiarte de tal manera que todas las tinieblas fueran arrancadas de tu alma! Pero tal agonía no puede desaparecer de un solo golpe. Para eso, tenemos que esperar por un tiempo de gracia. Sin embargo, aun ahora el Salvador puede darte mucho, pero solamente si permaneces tranquilo y pones tu esperanza en él. Si permaneces sencillo como un niño respecto a tu condición, no pensarás que todo está perdido, aunque escuches voces discordantes dentro de ti. El Salvador está ahí para consolarte. Y si no puedes permanecer tranquilo, no te preocupes. El daño no es irreparable, la incapacidad no es un pecado. El Salvador te ama, aunque solo puedas suspirar.

Recuerda, Jesús vino en la carne, en tu misma condición, para que puedas saber que Dios no es indiferente a tu sufrimiento. Suspiras y lloras, sufres y te lamentas ante el Salvador. Todo eso está bien, mientras lo hagas con la actitud correcta. El Salvador no dijo: «Dichosos aquellos cuya causa es justa», sino dijo: «Dichosos los pobres en espíritu... Dichosos los que lloran» (Mateo 5:3-4). ¡Créelo!

Si no puedes sentir al Salvador, entonces debes creer todavía más en él. Aquellos para quienes el amor de Dios está más cerca son precisamente los que no ven y sin embargo creen (Juan 20:29). Lo mismo es verdad de aquellos que no sienten y sin embargo creen. El enemigo con frecuencia causa estragos en nuestros sentimientos, pero no puede tocar tu fe. El diablo no puede poseer tu fe, a menos que te des por vencido.

A veces sentirás que no tienes fe, pero en lo profundo todavía crees. Cree entonces en tu fe. Las cosas van a mejorar. Cristo está ahí, aunque esté algo oculto. Ni siquiera tengas temor del infierno, él también está ahí. Todo el que suspira y anhela no se perderá. Es por nuestra causa que Dios revela su gloria. Recuerda, el Salvador intercede en nuestro favor (Romanos 8:34) y no puede sino intervenir con su ayuda si tienes un anhelo en tu corazón.


Este artículo es un capítulo del libro El Dios que sana.
Imagen: Ivan Aivazovsky, Ship «Empress Maria» in storm (detalle). Fuente: Wikimedia Commons