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    Abstract painting in red, orange and navy tones

    Una espiritualidad de discipulado

    Un aspecto de la cristología anabautista era la importancia que se le daba a Jesús como modelo y ejemplo de vida para sus discípulos.

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    jueves, 23 de junio de 2022
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    Para los anabautistas de siglo XVI, al igual que para otros cristianos, Jesucristo era centro de toda espiritualidad cristiana. Sus formulaciones doctrinales eran generalmente ortodoxos, es decir, de acuerdo con lo expresado en los credos históricos del cristianismo. 

    Sin embargo, un aspecto importante de la cristología, que no había sido enfatizado en la tradición mayoritaria de las iglesias establecidas, era la importancia que se le daba a Jesús como modelo y ejemplo de vida para sus discípulos. En esto se intentaba recuperar la realidad de la humanidad de Jesús con sus palabras y sus acciones, tal como aparece en los Evangelios, sin que esto implicara un rechazo o menosprecio de la naturaleza divina de Jesús. 

    Tras algunas tendencias hacia el docetismo y monofisitismo —especialmente en los Países Bajos— se impuso una cristología encarnacionista. A Jesús se le veía esencialmente como Señor a ser seguido, y esto condujo a los anabautistas hacia una espiritualidad de seguimiento. 

    En un ambiente en el que a Jesús se le concebía principalmente como «Salvador que muere» y como «Juez que viene», los anabautistas lo confesaban también como «Señor a ser seguido». A diferencia de los católicos y protestantes clásicos del siglo XVI, los anabautistas resistían a la tentación a separar la ley y el evangelio, santificación y justificación, la fe y las obras, el discipulado y la evangelización. 

    Pintura abstracta en naraja, amarillo, verde y azul

    Pintura de Steve Johnson/ Unsplash

    Este compromiso anabautista con el discipulado —que derivaba de su visión cristológica— se asemejaba más a algunos de los movimientos anteriores de renovación radical, dentro y fuera del catolicismo, que a los protestantes clásicos. Su concepto de seguimiento como imitación de Jesús tuvo mucho en común con la visión de los franciscanos primitivos, de los valdenses del siglo 12 y de los hermanos checos del siglo 15; sin embargo, en la visión y las prácticas anabautistas se nota cierta profundización. 

    Además de imitar a Jesús en términos concretos (y a veces un tanto legalistas) a fin de hacer lo que Jesús hacía, el concepto anabautista incluía la toma de decisiones éticas según en el Espíritu de Jesús. Comprender el discipulado como una participación en la naturaleza de Jesús mismo implicaba: 1) Que un discipulado radical era posible, ya que Jesús mismo lo había vivido. 2) Que las palabras de Jesús cobran sentido porque habían quedado demostradas concretamente en la vida que él mismo encarnó. Por lo tanto, una vida radicalmente cristiana no era un ideal imposible —como generalmente se pensaba en la cristiandad del siglo XVI— sino una posibilidad real. 

    Para los anabautistas, el seguimiento de Jesús era la forma concreta que tomaba la gracia de Dios en su medio. 

    Una espiritualidad de justicia y paz

    En su deseo de seguir a Jesús, la mayor parte de los anabautistas se comprometieron con el camino del amor y de la paz. No hallaron ningún apoyo en el Nuevo Testamento que justificara su participación en guerras u otras formas de coacción violenta. Por esta razón, con unas pocas excepciones, fueron reacios a participación en las estructuras socio-políticas de su tiempo. Muchos creían en la existencia de dos reinos: el reino de este mundo que opera en un ambiente de pecado y ley humana, y el reino de Cristo caracterizado por la gracia y el evangelio, cuya expresión más clara se encontraba en la iglesia. 

    Muchos anabautistas fueron perseguidos y sufrieron toda clase de injusticias. Gozaron de notable apoyo popular, aunque la mayoría de las veces en secreto, por temor a las autoridades. Fueron pioneros en la lucha por los derechos humanos, tanto en la esfera económica como en la variedad de formas que tomaba la violencia en su tiempo (clases sociales, feudalismo, opresión económica, guerra, pena de muerte). Las implicaciones del evangelio en cuestiones de justicia, paz y no resistencia (como solían llamarla, por la forma en que aparece el término en las enseñanzas de Jesús en Mateo 5: «No resistáis al que es malo») no fueron igualmente evidentes a todos desde un principio, pero muchos rápidamente de dieron cuenta de la importancia del Sermón del Monte. Las citas que aparecen a continuación son representativas de los muchos testimonios de este tipo.

    En el siglo XVI fueron los anabautistas los que comprendieron su vocación en términos misioneros.

    La primera cita proviene de Conrado Grebel y su círculo. Es parte de una carta fechada el 5 de setiembre de 1524, dirigida a Tomás Muntzer, radical en tierras luteranas, de tipo místico y revolucionario. Para ellos, los principios y la dinámica de la «regla de Cristo» (Mt 18.15-20), «mediante la oración en común y el ayuno, regido por la fe y el amor, sin ley ni compulsión»1 debían regir como alternativa de amor a la situación que se padecía en el siglo XVI, en el que las iglesias establecidas solían decretar la sentencia que luego sería ejecutada por el brazo secular con tortura, prisión y muerte. 

    Tampoco hay que proteger con la espada al evangelio y a sus adherentes, y éstos tampoco deben hacerlo por sí mismos, como —según sabemos por nuestro hermano— tú opinas y sostienes. Los verdaderos fieles cristianos son ovejas entre los lobos, ovejas para el sacrificio. Deben ser bautizados en la angustia y en el peligro, en la aflicción, la persecución, el dolor y la muerte. […] Ellos no recurren a la espada temporal ni a la guerra, puesto que renuncian por completo a matar […] a menos que estuviéramos sujetos aún a la ley antigua. Pero también allí la guerra es (si no recordamos mal) sólo una plaga, después de conquistada la tierra prometida.2

    Esta misma visión vino a confirmarse casi tres años más tarde en el encuentro anabautista en Schleitheim (24 de febrero de 1527): 

    Con respecto a la espada hemos aunado en lo siguiente: La espada es una orden de Dios, fuera de la perfección de Cristo. Castiga y mata a los malvados y defiende y ampara a los buenos […] Pero en la perfección de Cristo sólo se utiliza la excomunión para la admonición y exclusión de quienes han pecado, sin la muerte de la carne, sólo por medio del consejo y de la orden de no volver a pecar […] Se preguntarán si un cristiano puede o debe emplear la espada contra los malvados, para defensa y amparo de los buenos o por el bien del amor. [Aquí la «guerra justa» está a la vista.] La respuesta nos ha sido unánimemente revelada: Cristo nos enseña que debemos aprender de él, pues él es manso y humilde de corazón, y así hallaremos la paz para nuestras almas […] Las armas de sus riñas y guerras son carnales y sólo se dirigen contra la carne; las armas de los cristianos son espirituales y se dirigen contra la fortificación del diablo. Los gentiles se arman con púas y con hierro; los cristianos, en cambio, se protegen con la armadura de Dios, con la verdad, con la justicia, con la paz, la fe, y la salvación y con la palabra de Dios.3

    Sólo unos tres meses después del encuentro anabautista de Schleitheim, Miguel Sattler, uno de sus principales protagonistas, fue enjuiciado y sentenciado a torturas inhumanas y una muerte cruel. La lista de cargos contra Sattler nos permite ver la actitud de los anabautistas primitivos hacia la autoridad y varias de las formas de violencia humana: 

    Primero: Que él y sus adeptos han actuado en contra del mandato imperial […] Sexto: Ha dicho que no se debe jurar antes las autoridades […] Noveno: Ha dicho que si los turcos invadieran el país no habría que ofrecerles resistencia y que, si las guerras fuesen justas, prefería marchar contra los cristianos, [antes que] contra los turcos; lo cual es muy grave, pues antes que a nosotros prefiere al mayor enemigo de nuestra santa fe.4

    Luego, en su propia defensa, Sattler añadió: 

    Si llegaran los turcos no deberíamos ofrecerles resistencia. Porque está escrito: «No matarás». No debemos defendernos contra los turcos y otros de nuestros perseguidores, sino implorar a Dios en rigurosa oración que asuma la defensa y la resistencia. Pero si yo he dicho que si la guerra fuera justa preferiría marchar contra los supuestos cristianos —que persiguen, prenden y matan a los cristianos piadosos— y no contra los turcos, es por la siguiente razón: el turco es un verdadero turco y nada sabe de la fe cristiana; es turco por la carne. Vosotros, en cambio, pretendéis ser cristianos, os jactáis de cristianos; pero perseguís a los justos testigos de Cristo y sois turcos en espíritu.5

    Menno Simons, quien proveyó el liderazgo que el movimiento anabautista necesitó para su supervivencia en los Países Bajos durante las décadas posteriores al desastre de Munster, ofrece un testimonio en sus escritos sobre el tema de la paz y la no violencia muy similar al que hemos visto entre los voceros del movimiento en Suiza y el suroeste de Alemania: 

    No, amado señores, no, [haber derramado sangre] no podrá librarles en el día del juicio de nuestro Dios (Lc 22.50) […] porque las armas de nuestra milicia no son carnales sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo (2 Co 10.4-5).6

    Menno no dudaba en dar testimonio a las autoridades que llevaban el nombre de cristiano: 

    Reconozco de todo corazón que la autoridad secular es del orden de Dios. Pero desprecio a los que se llaman cristianos, y quieren serlo y luego no siguen a su príncipe, su cabeza, su Señor, Cristo, sino que cubren sus injusticias, maldad, pompa y orgullo, avaricia, egoísmo y tiranía, todo con el nombre de magistrado. Los que son cristianos tienen que seguir al Espíritu, la Palabra y el ejemplo de Cristo, no importa que sean el emperador, el rey, o quien sea.7

    Jacobo Hutter sirvió a la comunidad anabautista de Moravia, que era radicalmente pacifista. Aunque los nobles estuvieran dispuestos a favorecer y proteger a los anabautistas de la persecución decretada por las autoridades imperiales —debido al aporte positivo de los anabautistas a la economía de sus territorios— Hutter fue intransigente en su resistencia ante la insistencia de las autoridades en el pago de impuestos para costear las guerras contra los turcos: 

    Dios ha provisto que todo autoridad recaude impuestos anuales, o rentas, para poder llevar a cabo las responsabilidades de su cargo, resistir a esto equivaldría a resistirle a Dios […] Por eso, nosotros jamás hemos resistido en esto, como sujetos obedientes a la autoridad humana, por amor a Dios. Sin embargo, cuando […] cobran impuestos para costear la guerra y pagar al verdugo, u otras cosas semejantes, que no son propias para un cristiano y no tienen base en las Escrituras sino que son más bien contrarias a Dios y a su Hijo, no podemos consentir. [Cristo] no vino para perder las almas sino para salvarlas, no a devolver el mal por el mal […] sino el bien por el mal, a fin de poner de manifiesto el carácter de nuestro Padre Celestial, haciéndoles bien a nuestros enemigos.8

    En un documento fechada en 1642, los anabautistas dejaron constancia de que este principio de paz y no violencia también era aplicado a toda la gama de relaciones interpersonales: 

    «Uno siempre debe actuar hacia el pobre de la misma forma en que uno esperaría que Dios actuará con nosotros» (Col 4.4). Muchas veces, personas son severas con el prójimo y, cuando tendrían que perdonarles algo, insisten en una extensa confesión de culpabilidad, antes de poder perdonárselo. Cuando se divide una herencia, son muy exigentes insistiendo en recibir su parte, en lugar de simplemente ser generosos a fin de vivir en concordia. Lo mismo pasa cuando se compra algo. Pierden de vista al vendedor a fin de concentrar en el producto que están comprando, sin preguntarse si el prójimo recibe algún beneficio en el proceso, o no. Y cuando tienen algo que vender, le ponen un precio muy alto y alaban al cielo su producto. Esta es verdadera avaricia, amor propio, e injusticia. Y también el obrero, muchas veces pide jornales altos mientras trabaja poco […] Todo esto viene de un corazón impuro, carente de compasión para su prójimo.9

    Andreas Ehrenpreis, el último de los principales líderes de los huteritas en Moravia, en un escrito de 1650 enfatizó las dimensiones económicas de una convivencia radical caracterizada por la paz y la justicia:

    Quienquiera que pretende pertenecer a Cristo y vivir en su amor, pero es incapaz de entregar sus bienes a la comunidad por amor de Cristo y los pobres, no puede negar su amor por los bienes del mundo, sobre los cuales ha sido puesto como mayordomo por un tiempo, más que a Cristo. Por eso Cristo dice: «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5.3). Pero Cristo no nos pide esto simplemente por el bien de los pobres sino también para que sus seguidores sean libres y entregados.10 

    Una espiritualidad con vocación misionera

    En la cristiandad europea del siglo XVI no hubo prácticamente sentido de vocación misionera. Con la excepción de unos pocos judíos y moros entre la población europea, se pensaba que los demás habían sido «cristianizados». 

    Con el «descubrimiento» del nuevo mundo surgieron nuevas órdenes misioneras al servicio de la iglesia católica. Mientras los franciscanos y dominicos «cristianizaron» a los pueblos paganos en el hemisferio occidental, las fuerzas católicas y protestantes clásicas guerreaban en Europa para determinar cuál de las iglesias sería la establecida, resultando en una solución política más bien que misionera (cuius regio, eius religio). No fue hasta el avivamiento pietista a fines del siglo 17 que surgió, al margen de las iglesias oficiales, un sentido de misión. 

    En el siglo XVI fueron los anabautistas los que comprendieron su vocación en términos misioneros. La gran comisión de Jesús fue uno de sus textos claves. Pero también concebían a la iglesia de su tiempo como anticipo de la era en que «a casa de Dios será establecida por cabecera de montes», cuando las naciones aprenderán los caminos de Dios y su ley saldrá por toda la tierra (Mi 4.1-4). [Es interesante notar que éste fue también uno de los textos más citados por la iglesia de los primeros tres siglos.] Otro de sus textos misioneros favoritos era el Salmo 24.1: «De Señor es la tierra y su plenitud, el mundo y los que en él habitan.» 

    Los anabautistas del siglo XVI fueron obligados a llevar a cabo su misión al margen de las leyes vigentes. No sólo sobrevivieron en la clandestinidad, sino que se atrevieron a evangelizar bajo condiciones extremadamente adversas. Los lugares de trabajo llegaron a ser los contextos predilectos para esta actividad. Bajo estas condiciones difíciles, las mujeres fueron muchas veces las evangelistas más efectivas. La tercera parte de los mártires anabautistas fueron mujeres. 

    Sin recurso al poder socio-político, económico y religioso, y sin acceso a los medios de comunicación pública y a la influencia e imposición civil —tales como edictos y leyes oficiales, la imprenta, la erudición universitaria, etc.— los anabautistas evangelizaron desde afuera y desde abajo mediante la palabra hablada, personal y directa —avalada por la integridad de la vida (y de la muerte) de los testigos— subvirtiendo así, en nombre del Reino de Dios y su justicia, a los antireinos opresivos de su tiempo. 

    En conclusión, la espiritualidad anabautista del siglo XVI, al igual que la espiritualidad cristiana del siglo 1, se destacaba por ser:

    1. Una espiritualidad inspirada por el Espíritu mismo del Cristo vivo.
    2. Una espiritualidad orientada por las Escrituras, leídas e interpretadas en comunidad de fe.
    3. Una espiritualidad notablemente comunitaria, nutrida y compartida en el contexto de una convivencia radical en comunidad de fe.
    4. Una espiritualidad cristológica en la que el seguimiento de Jesús ya no era monopolio de unos pocos ni sólo para una elite de «espirituales» sino el privilegio de toda la comunidad de Cristo.
    5. Una espiritualidad caracterizada por la justicia y la paz, en sintonía con el sentido bíblico de shalom.
    6. Una espiritualidad que se expresa en una participación plena en la misión salvífica de Dios, que anticipa y anuncia el reinado de Dios en el mundo.

    Extracto de Convivencia radical: Espiritualidad para el siglo XXI.

    Notas

    1. John Howard Yoder, op. cit., p. 137.
    2. Ibid., p. 138.
    3. Ibid., pp. 161-162.
    4. Ibid., pp. 172-173.
    5. Ibid., p. 174.
    6. Cornelius J. Dyck, Spiritual Life in Anabaptism, Herald Press, Scottdale, 1995, p. 113.
    7. Ibid., p. 114.
    8. Ibid., p. 116.
    9. Ibid., p. 119.
    10. Ibid., p. 123.
    Contribuido por JohnDriver John Driver

    John Driver es un teólogo menonita quien trabajó en América Latina durante décadas. Escribió varios libros sobre la vida cristiana desde una perspectiva anabaptista.

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