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La venida de Jesús entre nosotros
por Dietrich Bonhoeffer
jueves, 27 de noviembre de 2025
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“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”.
Cuando los primeros cristianos hablaban del regreso del Señor Jesús, pensaban en un gran día de juicio. Aunque esta idea nos parezca muy diferente a la Navidad, es el cristianismo original y debe tomarse muy en serio. Cuando oímos a Jesús llamar a la puerta, lo primero que nos remuerde la conciencia es: ¿Estamos bien preparados? ¿Es nuestro corazón capaz de convertirse en la morada de Dios? Así, el Adviento se convierte en un tiempo de examen de conciencia. “¡Poned en orden los deseos de vuestro corazón, oh, seres humanos!” (Valentin Thilo), como dice la vieja canción. Es muy notable que afrontemos la idea de la venida de Dios con tanta calma, cuando antes los pueblos temblaban ante el día de Dios y el mundo se estremecía cuando Jesucristo caminaba sobre la tierra. Por eso nos resulta tan extraño ver las huellas de Dios en el mundo tan a menudo junto con las huellas del sufrimiento humano, con las huellas de la cruz en el Gólgota.
Nos hemos acostumbrado tanto a la idea del amor divino y de la venida de Dios en Navidad, que ya no sentimos el escalofrío de miedo que la venida de Dios debería despertar en nosotros. Somos indiferentes al mensaje, tomamos solo lo agradable y placentero, y olvidamos el aspecto serio, que el Dios del mundo se acerca a la gente de nuestra pequeña tierra y nos reclama. La llegada de Dios no es solo una buena noticia, sino, ante todo, una noticia aterradora para todos los que tienen conciencia.
Solo cuando hemos sentido el terror de la cuestión, podemos reconocer la incomparable bondad. Dios viene en medio del mal y de la muerte, y juzga el mal que hay en nosotros y en el mundo. Y al juzgarnos, Dios nos limpia y nos santifica, viene a nosotros con gracia y amor. Dios nos hace felices como solo los niños pueden ser felices. Dios quiere estar siempre con nosotros, dondequiera que estemos: en nuestro pecado, en nuestro sufrimiento y en nuestra muerte. Ya no estamos solos; Dios está con nosotros. Ya no estamos sin hogar; una parte del hogar eterno se ha trasladado a nosotros. Por eso, los adultos podemos regocijarnos profundamente en nuestro corazón bajo el árbol de Navidad, quizás mucho más de lo que los niños son capaces de hacer. Sabemos que la bondad de Dios se acercará una vez más. Pensamos en toda la bondad de Dios que recibimos el año pasado y sentimos algo de este maravilloso hogar. Jesús viene con juicio y gracia: “He aquí, yo estoy a la puerta. . . . ¡Abrid las puertas!” (Sal 24:7).
Un día, en el juicio final, separará las ovejas de las cabras y dirá a los que estén a su derecha: “Venid, benditos. . . . Tuve hambre y me disteis de comer. . .” (Mt 25, 34). A la pregunta sorprendida de cuándo y dónde, respondió: “Lo que hicisteis a uno de estos más pequeños, a mí me lo hicisteis. . .” (Mt 25:40). Con eso nos enfrentamos a la realidad fuerte: Jesús está a la puerta y llama, en la realidad más absoluta. Te pide ayuda en forma de mendigo, en forma de ser humano arruinado con ropas rasgadas. Se te presenta en cada persona que encuentras. Cristo camina por la tierra como tu prójimo mientras haya personas. Camina por la tierra como aquel a través del cual Dios te llama, te habla y te hace sus demandas. Esa es la mayor seriedad y la mayor bendición del mensaje del Adviento. Cristo está a la puerta. Vive en forma humana entre nosotros. ¿Mantendrás la puerta cerrada o se la abrirás?
Cristo sigue llamando. Aún no es Navidad. Pero tampoco es el gran Adviento final, la venida definitiva de Cristo. A través de todos los Advientos de nuestra vida que celebramos, se extiende el anhelo del Adviento final, donde se dice: “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas” (Ap 21:5). El Adviento es un tiempo de espera. Sin embargo, toda nuestra vida es Adviento, es decir, un tiempo de espera de lo definitivo, del momento en que habrá un cielo nuevo y una tierra nueva, en que todas las personas serán hermanos y hermanas y todos se regocijarán con las palabras de los ángeles: “Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”. Aprendan a esperar, porque él ha prometido venir. “Yo estoy a la puerta. . .”. Nosotros, sin embargo, seguimos llamándole: “¡Sí, ven pronto, Señor Jesús!”. Amén.
Traducción de Coretta Thomson de un texto que aparece que Watch for the Light: Readings for Advent and Christmas.

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