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    Sgraffito of the Good Samaritan

    Probablemente no eres el Buen Samaritano

    Si eres, como yo, un bienhechor, es más probable que seas el sacerdote o levita, de quien se espera que haga lo correcto.

    por Catharine Grainge

    jueves, 22 de mayo de 2025

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    Crecí en un hogar donde mis padres estaban comprometidos a trabajar con las personas necesitadas. Mi papá es pastor y mi mama, trabajadora social; dieron acogida a muchos niños y seis de mis nueve hermanos son adoptados. Mis padres me transmitieron sus valores. Primero, fui abogada defensora de la gente pobre que estaba acusada de cometer un crimen. Ahora, soy directora de apoyo en Jericho Road (Camino a Jericó), un centro comunitario de salud que cuida algunas de las personas más marginadas de Búfalo, Nueva York.

    Cuando estudiaba Derecho, me di cuenta de que no todos miran el mundo de esta manera. Muchas de mis colegas solo querían conseguir el empleo que pagara más, pero ellas también admiraban mi dedicación al derecho de interés público. Primero, como defensora pública, y ahora, en Jericho Road, las personas a menudo me dicen que estoy haciendo buen trabajo. Inclinan la cabeza, sonríen y dicen que soy buena persona.

    Nuestro centro de salud debe su nombre a la parábola del Buen Samaritano (Lc. 10:25-37). Cuando le preguntaron a Jesús: “¿Quién es mi prójimo?”, él respondió con la historia de un hombre que agonizaba en el peligroso camino de Jericó. Pasó un sacerdote, luego un levita, y ninguno se detuvo a ayudar al moribundo. Entonces, un samaritano pasó y se detuvo. Vendó las heridas del hombre, lo subió a un asno y lo llevó a una posada para que descansara y se sanara. “¿Quién fue el “prójimo” para el hombre herido?”, preguntó Jesús. Está claro que fue el samaritano.

    Sgraffito of the Good Samaritan

    Esgrafiado del Buen Samaritano, década de 1950, Siegen-Wittgenstein, Alemania. imageBROKER.com GmbH & Co. KG / Alamy Stock Photo.

    He pensado muchas veces en esta historia, en la ruta igualmente peligrosa que muchos de nuestros clientes toman para llegar a Estados Unidos; y en el samaritano, ¿por qué era necesario que la palabra “bueno” precediera a su identificación étnica y religiosa? También me he preguntado por qué tantos de nosotros nos identificamos con el samaritano.

    Porque cuando se menciona a los samaritanos en la Biblia, a menudo es de forma negativa: fueron marginados religiosos, personas que no invitarías nunca a cenar. Samaria era una zona que se intentaba evitar. Por lo tanto, la palabra “bueno” era necesaria. Sabiendo esto, no parece correcto decir que nosotros —los hijos del pastor, los bienhechores, los empleados sin fines de lucro— somos el samaritano de la historia. Como el sacerdote, nosotros estamos bien situados, incluso se espera que nos ocupemos de los necesitados. Sin embargo, en la parábola de Jesús, fue el forastero, el marginado, quien hizo lo correcto y, a su vez, convirtió la historia en algo digno de contar. Tal vez él comprendió lo que muchos pasan por alto.

    Estoy convencida de que este mandato de amar a nuestro prójimo, de cuidar a los necesitados, tiene menos que ver con ser buenos y obedientes, y más que ver con la posibilidad de sentir a Dios. En esos mismos espacios —donde se supone que yo soy la que hace el bien, la que se detiene y ayuda al moribundo— he sido atendida y transformada por una gracia, cuyo acercamiento apenas percibí.

    Experimenté esta gracia una y otra vez con mis clientes encarcelados, especialmente cuando lo único que podía hacer por ellos era escuchar y ser testigo. Por ejemplo, cuando tuve que decirle a un cliente que su madre no quería que siguiera viviendo en su casa, sabiendo que tendría que quedarse en la cárcel simplemente porque no tenía otro sitio para pasar el arresto domiciliario; este me agradeció profusamente que hubiera ido a verle. O cuando un cliente me dijo que quería acabar con su vida y me enseñó la cicatriz que tenía en el cuello de la última vez que había intentado hacerlo. Lo único que pude hacer fue sentarme y llorar con él, pero cuando salió de la pequeña sala de entrevistas y se dirigió a su bloque de celdas, se volvió y dijo: “Me siento mucho mejor”. Fue mientras estaba sentada en la cárcel con mis clientes, manteniendo algunas conversaciones inimaginablemente difíciles, cuando experimenté esta gracia devastadora. Fue un regalo, quizá de la conexión del quebranto compartido, que me sacó de mí misma y me impulsó a ser mejor.

    Mi trabajo actual me ha acercado a refugiados y solicitantes de asilo, y el tiempo que he pasado con ellos ha transformado mi perspectiva. Por ejemplo, cuando una familia ecuatoriana se ofreció valientemente a compartir su historia con los medios locales, incluso cuando sus vecinos acudían a mítines del ayuntamiento para difundir historias de odio y abogar por su expulsión de la zona. Cada vez que me reunía con ellos, me daban una botella de agua, una humilde muestra de su aprecio, y siempre daban las gracias a “la gente de Búfalo” por ayudarles a empezar una vida aquí. O cuando veía a refugiados que, de alguna manera, seguían siendo capaces de bailar y cantar en la iglesia, incluso después de haber sufrido atrocidades en sus países de origen y haberlo perdido casi todo. Después de tantos traumas, después de tener que empezar de nuevo en un lugar que no siempre era acogedor, vi en ellos fe, alegría resistente y compromiso con los demás. Eso me conmovió y me cambió.

    En Jericho Road queremos hacer el bien y atender a los pobres, pero también somos conscientes de la posición maravillosa en la que este trabajo nos coloca. Las personas que muchos empujan al margen de la sociedad, que son el blanco de los sistemas de opresión y de las que queremos apartar la mirada, estas personas son quienes cambian todo, nos muestran el amor y la gracia de Dios en cantidades que, de otro modo, nunca experimentaríamos. Aunque se nos diga que evitemos al samaritano o al hombre que se está muriendo a un lado de la carretera, a menudo son quienes menos esperamos que se preocupen por nosotros de una forma transformadora. Por eso, en realidad, creo que somos nosotros los afortunados, los que recibimos, cuando tratamos de amar a nuestro prójimo.


    Traducción de Coretta Thomson

    Contribuido por CatherineGrainge Catharine Grainge

    Catharine Grainge, ex abogada defensora, es directora de apoyo en la clínica Jericho Road Community Health Center de Búfalo, Nueva York.

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