My Account Sign Out
My Account
    Ver carrito

    Subtotal: $

    Caja
    painting of a baby and an angel in a boat

    ¿Qué es sobrenatural?

    Qué tienen en común las lombrices, los humanos y los ángeles.

    por Andrew Davison

    lunes, 03 de noviembre de 2025

    Otros idiomas: English

    0 Comentarios
    0 Comentarios
    0 Comentarios
      Enviar

    Lo sobrenatural no se ha ido. Mientras escribo esto una exhibición está teniendo lugar en Londres, y otra en Oxford, donde se dedican al tarot pasado o presente. Preparándome para escribir este ensayo, concurrí a las dos. Las conversaciones de los asistentes a mi alrededor, especialmente los jóvenes, demostraban un interés vivo en el tema, no solamente curiosidad artística o histórica. La exhibición de Oxford hizo todo lo posible por retener cualquier cosa que se asemejara a juicios de valor. De hecho, alentaba a quienes la visitaban a hacerse leer la fortuna. Mientras tanto, los periódicos informan que la asistencia a la iglesia está creciendo significativamente, de nuevo entre los jóvenes, y que se sienten intensamente atraídos a iglesias donde lo sobrenatural ocupa un lugar destacado en la agenda, donde todavía se dice que Dios habla y cura.

    El interés en la lectura de la fortuna y los milagros, así como la creencia en Dios, volvió a estar en boga. Esto habla de la persistencia de lo sobrenatural. Pero ¿qué queremos decir con “sobrenatural”? O, de hecho, ¿qué queremos decir con “naturaleza” y lo “natural”? Raymond Williams escribió en su brillante libro Palabras Clave que “naturaleza” es “tal vez la palabra más compleja del idioma”. Tenía en mente el contraste entre “naturaleza” y “cultura”, pero lo mismo podría decirse sobre cómo la “naturaleza” se relaciona con lo “sobrenatural”. De hecho, los debates en torno a la naturaleza, lo sobrenatural y su relación resultaron ser algunos de los más acalorados, e incluso conflictivos, de la teología del siglo XX.

    Para explorar las ideas de la naturaleza y lo sobrenatural, es útil comenzar con una distinción rígida que se encuentra en el corazón de la teología cristiana, y luego ver cómo puede ser refutada, al menos hasta cierto punto. Esa distinción es la más importante de todas: entre Dios y sus criaturas. Está Dios, está todo lo que Dios crea, que no es Dios, y eso es todo. No hay matices, no hay un híbrido (y eso incluye a Jesús).

    painting of an angel waving to a young man on a boat

    Thomas Cole, El viaje de la vida: Juventud, óleo sobre tela, 1842. WikiArt (dominio público).

    Al abordar la idea de lo sobrenatural desde esta perspectiva, por “naturaleza” nos referimos a la creación, y lo que está por encima y más allá de la naturaleza (lo sobrenatural) es Dios. Si eso es lo que queremos decir con “natural”, entonces los seres humanos son naturales. Al igual que las lombrices y, más importante, también lo son los ángeles y los arcángeles, e incluso los serafines más gloriosos. Dios creó el cielo y la tierra, y todo lo visible y lo invisible, como lo dice el Credo Niceno. Dios es Dios, y las criaturas son las criaturas. Si lo ponemos de ese modo, solo Dios es sobrenatural.

    Sin embargo, hay otra forma más común de usar estas palabras, donde "naturaleza" se refiere a todo lo relacionado con la creación que implica continuar lo que la creación hace, mientras que lo "sobrenatural" involucra a Dios trabajando con la creación de maneras que la llevan más allá de su naturaleza inherente. Por ejemplo, si alguien sufre una herida y su cuerpo se recupera solo, eso es naturaleza. Sin embargo, si la herida se recupera milagrosamente, con Dios actuando fuera de las tendencias o capacidades de la naturaleza, eso es sobrenatural. A veces esta distinción entre naturaleza y lo sobrenatural es articulada como una entre naturaleza y gracia.

    Habiendo hecho esta distinción, los seres humanos complican el panorama. Históricamente, los teólogos cristianos no han creído que el alma humana tenga un origen natural. Lo más central y distintivo de cada ser humano sería creado directamente por Dios, fuera de cualquier proceso natural. No todos los teólogos o tradiciones siguen esta corriente, pero, según los que sí, los seres humanos solamente son naturales en el sentido de ser criaturas haciendo cosas de criaturas. Sin embargo, en otro sentido, hay algo sobrenatural en ellos, considerando que, a diferencia de un gato o un perro, el alma humana o la persona es más de lo que la naturaleza puede crear. Es una obra de Dios, más allá de la naturaleza.

    Incluso si pensamos que cada ser humano puede tener un origen natural, siguen existiendo desafíos. A partir de que existe una criatura como nosotros, una criatura que puede conocer y amar, se dificulta sostener una distinción clara entre lo natural y lo sobrenatural. Las preguntas sobre Dios comienzan a surgir simplemente por vivir una vida natural de forma natural. Podríamos empezar a preguntarnos de dónde viene todo. Podríamos cuestionar por qué hay algo en lugar de nada, o por qué el universo es como es. Podríamos reflexionar sobre si la bondad, la verdad y la belleza son más que simples nombres que damos a las cosas. Empieza a parecer que la naturaleza, sin dejar de ser en ningún momento otra cosa que natural, no puede estar totalmente separada de Dios, ya que solo puede entenderse adecuadamente en términos de su relación con Dios, es decir, en relación con lo sobrenatural.

    A partir de que existe una criatura como nosotros, una criatura que puede conocer y amar, se dificulta sostener una distinción clara entre lo natural y lo sobrenatural.

    El entendimiento humano, entonces, podría exhortarnos a no establecer una distinción absoluta entre lo natural y lo sobrenatural. Sin embargo, lo que realmente causó revuelo en el siglo XX no fue el entendimiento, sino el deseo; no fue el conocimiento, sino el amor. Esto nos lleva al centro de algunos desacuerdos entre católicos, que también han resultado ser relevantes para los protestantes.

    A principios del siglo XX los teólogos católicos tendían a creer en un deseo natural humano de saber algo acerca de Dios. Este deseo podría estar nublado por el pecado, pero en el corazón de cada ser humano, cuando funcionamos como deberíamos, yace el anhelo de conocer a nuestro Creador. Sin embargo, según esta idea, dado que este tipo de deseo es natural, debe ser algo que Dios satisface dentro de los límites de lo que es natural y humanamente posible. Un ser humano perfecto, sin mancha de pecado, sería un gran filósofo. Sabría todo lo que se puede saber sobre Dios dentro de los límites de la razón natural y, con ello, su deseo natural de conocer a Dios quedaría satisfecho.

    El gran opositor frente a esta posición fue el francés jesuita Henri de Lubac (quien se merece ser recordado, además de otras cosas, por su papel en la resistencia heroica contra el Tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial). Él no creía que nuestro deseo hacia el Dios infinito pudiera satisfacerse ni siquiera mediante un intento finito perfecto de conocer a Dios (incluso suponiendo que tal conocimiento perfecto fuera alcanzable), utilizando lo que tenemos a nuestro alcance en términos mundanos. No creía que nos bastara con saber simplemente que existe un Dios, o llegar a algunas conclusiones naturales sobre cómo es Dios. No: queremos conocer a Dios como Dios. La afirmación de De Lubac puede explicarse mediante una cita conocida de San Agustín de Hipona: nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti. Esta idea agustiniana complica la relación entre lo natural y lo sobrenatural. Si nuestra naturaleza no se satisface con nada menos que Dios, debe existir un deseo natural por lo sobrenatural.

    painting of a baby and an angel in a boat

    Thomas Cole, El viaje de la vida: Infancia, óleo sobre tela, 1842. WikiArt (dominio público).

    Es posible que los lectores no encuentren problemática la idea de un deseo natural por lo sobrenatural, pero los oponentes de De Lubac la criticaron enérgicamente, y sus objeciones no carecían de sentido. Basados en Aristóteles, consideraban como una regla inviolable que nada en la naturaleza es en vano. Eso significa que no puede haber ningún deseo natural que sea inherentemente frustrado en sus propios términos, ningún deseo que no pueda satisfacerse excepto que la naturaleza vaya más allá de la naturaleza. Suponer lo contrario parecía implicar una de dos posibilidades desagradables. Una es que Dios creó criaturas condenadas, al menos en sus propios términos: condenadas a ser frustradas por sus propios deseos naturales, ya que lo sobrenatural —como el conocimiento, la visión y el reposo en Dios— es precisamente lo que la naturaleza no puede proporcionar por sí misma. La otra posibilidad, pensaban, sería una restricción igualmente problemática de la libertad divina, con la idea de que Dios creó criaturas que luego estaría obligado a elevar más allá de la naturaleza. Eso parecía ofender la idea de que la gracia y la visión de Dios son dones de Dios, totalmente libres y gratuitos.

    Detrás de estas razones también se escondía el deseo de defender la bondad de la creación. Sí, los seres humanos son pecadores. Sí, corrompemos el mundo que nos rodea de diversas maneras. Sin embargo, eso no invalida el hecho de que Dios calificara la creación como buena al principio, incluso “muy buena”. La teología contra la que se posicionó De Lubac deseaba, noblemente, oponerse a la idea de que la creación es pecadora por el simple hecho de ser creación, o que carece de una integridad inherente otorgada por Dios. La naturaleza, querían decir sus oponentes, no necesita la gracia, ni lo sobrenatural, para ser muy buena.

    Es importante resaltar que aquí hay más en juego que la mera discusión sobre los efectos del pecado. Ciertamente ninguna criatura pecadora tiene la capacidad de conocer a Dios como Dios, pero tampoco lo hacen las criaturas que no pecan. El foco en esta disputa es la “visión beatífica”: la visión de Dios total, absoluta y trascendentalmente satisfactoria. Ningún pecador puede ver a Dios y vivir, pero tampoco podría hacerlo una persona completamente inmaculada, ni siquiera el arcángel más elevado. Es una opinión muy extendida, en todas las tradiciones cristianas, que ninguna criatura tiene la capacidad natural de ver a Dios: la visión de Dios se concede como un don elevador de la gracia.

    Podríamos decir que la naturaleza humana es como una goma elástica. Entre otras cosas, las gomas elásticas son útiles para mantener juntos manojos de lápices. Una persona pecadora es como una goma elástica rota, que ya no es capaz ni siquiera de hacer eso. Sin embargo, la visión de Dios no es como sujetar un montón de lápices; es como contener oro fundido. Una goma elástica rota no puede hacer eso, pero tampoco una intacta. Para recibir la visión de Dios, necesitamos elevarnos más allá de lo que somos por naturaleza. Solo por medio de Dios podemos ver a Dios.

    Las preocupaciones que los oponentes de De Lubac planteaban sobre el deseo natural de lo sobrenatural puede abordarse. Por un lado, la naturaleza ya es en sí misma un don totalmente gratuito. La creación es el don que inventa su destinatario. Ante cualquier intento de separar lo natural de lo sobrenatural podemos responder “¡demasiado tarde!”. Por decirlo suavemente, la creación de todo a partir de la nada no es algo que pertenezca a la naturaleza. Desde su inicio la creación tiene el carácter de superabundancia y exceso que, por lo demás, asociamos con milagros y gracia.

    La naturaleza, sin dejar de ser en ningún momento otra cosa que natural, no puede estar totalmente separada de Dios, ya que solo puede entenderse adecuadamente en términos de su relación con Dios, es decir, en relación con lo sobrenatural.

    Y, ¿qué hay para decir sobre el riesgo de que Dios atara sus manos al crear seres con un deseo hacia él que él mismo debe cumplir? Bueno, al crear, y al crear de la manera que lo ha hecho, Dios también fue enteramente libre. Dios no necesitaba crear criaturas con el tipo de apertura y anhelo que solo puede satisfacerse mediante la gracia. Si Dios efectivamente creó tales criaturas de tal manera, nada lo obligó a hacerlo. Y tampoco nada de nuestra naturaleza debería envalentonarnos a demandarle a Dios cosas con soberbia, aun si no hubiéramos pecado. El deseo humano de Dios debería más bien ponernos de rodillas en humilde súplica. Solamente podemos pedir; solo Dios puede proveer. Lo que Dios provee depende mucho más de cómo es Él que de cómo somos nosotros, sobre todo porque Dios siempre se nos anticipa: “Y antes que clamen, responderé yo” (Is. 65:24).

    Dando un paso atrás y reflexionando nuevamente sobre los fundamentos de nuestro tema en términos de las palabras que utilizamos, De Lubac tiene aún más que ofrecer. Él nos animaba a utilizar las palabras “naturaleza” y “sobrenatural”. No se trata de dos sustantivos (naturaleza y sobrenaturaleza), tampoco de dos adjetivos (natural y sobrenatural). Es un sustantivo y un adjetivo. La idea de De Lubac era que solamente hablamos de lo que Dios realiza (la naturaleza) y el estado al que Dios puede elevarla (un estado sobrenatural). Dios no crea algo nuevo e independiente (sobrenatural); toma lo que ha creado y derrama su gracia sobre ello. Dios toma lo que ha creado y aunque lo mantiene enteramente creado, lo eleva. Esa elevación no convierte a la naturaleza en algo más, como si ya no fuera naturaleza. No existe nada que Dios borre y luego rehaga.

    Recapitulando: el cristianismo insiste en que Dios es Dios y las criaturas son criaturas: las lombrices, los humanos, y los ángeles por igual. Las criaturas dependen totalmente de Dios para su existencia y carácter, mientras que Dios no recibe su existencia y carácter de nadie ni de nada más. Las criaturas son creadas y naturales: viven, se mueven y existen gracias a Dios, de acuerdo con la naturaleza que Él les ha dado. Según este punto de vista, solo nos encontramos en el ámbito de lo sobrenatural cuando Dios hace con una criatura más de lo que su naturaleza divina le permite, por ejemplo, curando, realizando milagros o revelándose de una forma que la razón natural nunca podría comprender.

    Sin embargo, también podemos pensar en formas en las que lo sobrenatural permea la creación como el reino natural. Puede hacerlo en la forma de una pregunta: ¿Quién es este Dios del que da testimonio esta creación, simplemente por el hecho de existir? O puede adoptar la forma de un deseo que nada en la naturaleza puede satisfacer. Tales preguntas y deseos pueden llamarse “sobrenaturales” por una suerte de analogía: son preguntas y deseos de cosas naturales, pero apuntan hacia el Dios sobrenatural, quien excede la naturaleza supremamente.

    Teniendo en cuenta la analogía, podríamos recurrir a Karl Barth, un titán de la teología del siglo XX, conocido por establecer una clara distinción entre Dios y las criaturas. Por esa distinción, su sugerencia de que los cielos (ya sea el cosmos físico o la residencia de los ángeles) son creación y, a la vez, apuntan más allá de su condición de creados, es aún más interesante. Para Barth, la forma en que los cielos exceden la tierra nos presenta una imagen o analogía sobre como Dios excede toda la creación.

    painting of an angel guiding an old man in a boat

    Thomas Cole, El viaje de la vida: Vejez, óleo sobre tela, 1842. WikiArt (dominio público).

    Otras intimaciones con lo sobrenatural también se nos podrían sugerir, otros momentos o instantes cuando la creación, incluso en lo natural, exhibe una especie de plenitud que da testimonio de Dios, o parece especialmente tocada por Dios. Pensemos en la creatividad humana, en la cual podríamos oír el eco de la capacidad de Dios de crear “de la nada”. Escuchemos un concierto de piano de Mozart, o una fuga de Bach. ¿No poseen una perfección que, aunque natural, parece apuntar también a algo más que natural? O tomemos en cuenta el pensamiento y el lenguaje. Aunque son naturales, poseen un estilo de infinitud. O considera la primavera que, según John Henry Newman, ofrece un atisbo del mundo invisible que irrumpe en el visible. La primavera sugiere algo parecido a la gracia, ahí mismo, en la naturaleza en su estado más natural.

    En este sentido, aunque debemos insistir que los ángeles son completamente naturales, en el sentido de que son criaturas, ellos también tienen un pie en el reino sobrenatural, están envueltos en misterio y esplendor sobrenaturales. Por un lado, no nos visitan por propia voluntad: ser un ángel es ser un mensajero de Dios. Son enviados de Dios, y solamente enviados, me imagino, para cumplir con alguna misión de gracia, para elevar a la naturaleza más allá de la naturaleza. O consideremos que, aunque ningún ángel tiene la capacidad natural de ver a Dios, sin embargo, por la gracia de Dios, los santos ángeles ven el rostro del Padre (Mat. 18:10). Puesto que ver a Dios es estar lleno de Dios, los santos ángeles son, en ese sentido, más que naturales: transfigurados, encendidos por la gracia. Incluso según la definición más estricta de lo sobrenatural, hay algo profundamente sobrenatural en los ángeles.

    Los seres humanos podrán solamente disfrutar de esta transformación en la vida del mundo futuro, pero es buena teología bíblica suponer que Dios vive en el cristiano aquí abajo: que somos, por ejemplo, templos del Espíritu Santo (1 Cor. 6:19). Una maravillosa historia sobre un santo en el desierto en tiempos de la primera iglesia sugiere que el perdón es una forma en la que los seres humanos podemos vivir vidas en la tierra que ya parecen ser más que humanas: “Decían acerca de abba Macario el Grande que llegó a ser, según está escrito, como un dios terrestre. Porque como Dios cubre el mundo, así abba Macario cubría los pecados, y los veía como quien no los ve, y los oía como quien no los oye”.

    Preguntémosle a alguien en la calle qué quiere decir con sobrenatural y probablemente hable de fantasmas y demonios y cosas similares. Como ya hemos visto, considerando que esas cosas también serían criaturas, entonces serían naturales, no sobrenaturales. Pero hemos comenzado a estirar el significado de “sobrenatural”, y eso también aplicaría en este caso. Si los ángeles santos, por ejemplo, son sobrenaturales, siendo mensajeros de gracia y transformados por la visión de Dios, entonces los ángeles caídos no serían tan naturales tampoco. Sin embargo, en su caso, sería más por déficit que por exceso. El mal es una atenuación, por ende, su antinaturalidad, su extrañeza, es más subnatural que sobrenatural.

    No debería concluir con demonios sino con Cristo. El cristianismo trata de él. ¿Jesús subvierte la distinción entre naturaleza y gracia? Sí y no. Por el lado de la aparente subversión, él tiene humanidad divina y divinidad humana; en él encontramos una vida humana que es la propia vida de Dios, una existencia humana que es la propia existencia de Dios. No parece haber mayor derrocamiento de categorías que ese y, sin embargo, nuestra forma de pensar sobre Jesús también se basa en las formas en que estas distinciones (entre Dios y la creación, la divinidad y la humanidad) son respetadas y mantenidas. La humanidad de Cristo no es menos humana, no menos natural, no menos creada que otra humanidad. Y, como nos recuerda tan maravillosamente Tomás de Aquino, nada sobre el hecho de que Jesús es Dios invalida lo que significa para alguien presentarse ante Dios como una criatura. Jesús oraba y adoraba. Ayunaba e iba al templo y a la sinagoga. Aprendió la Torá, creció en la gracia, se formó en la virtud. Jesús no es un extraño híbrido, yaciendo en el medio de la humanidad y la divinidad; es perfecta, unida y distintivamente ambos. En Jesús, vemos que la naturaleza elevada sobrenaturalmente no es menos natural. Se nos recuerda que la tarea del cristianismo en el siglo XXI es tanto defender la naturaleza como predicar la gracia.


    Traducción de Micaela Amarilla Zeballos
    Contribuido por Andrew Davison Andrew Davison

    Andrew Davison es un teólogo cristiano anglicano británico, profesor Regius de Teología y canónigo residente en Christ Church, Oxford.

    Aprender más
    0 Comentarios