En realidad, ¿los humanos somos algo magnífico o somos una plaga? Hay ocasiones en las que la respuesta es totalmente incierta. es totalmente incierto, especialmente cuando se trata de las relaciones entre personas. Hace unos días, hubo un incendio en la casa de mis padres, quienes son adultos mayores. Las llamas salieron repentinamente de la ventana del sótano y la planta baja se llenó de un humo denso. Este hecho fácilmente podría haber significado su muerte. Pero las cosas resultaron de manera diferente. Se le informó de inmediato al departamento de bomberos y llegaron muy rápidamente. Los vecinos se acercaron a ayudar y les ofrecieron dónde pasar la noche; todo salió bien. Cuando alguien está en angustia, los demás le ayudan. Esto se aplica a las relaciones personales, pero también se refleja en la impresionante disposición de las personas de donar cuando algo terrible sucede en alguna parte del mundo. Nosotros, los humanos, estamos obviamente designados para cooperar; no obstante, algunas veces ocurre exactamente lo contrario. “¿Cómo pueden las personas hacer tales cosas?” es la pregunta intuitiva que nos hacemos cuando las noticias informan una y otra vez sobre intentos de asesinato, tortura o guerras en todo el mundo.

“El hombre, la extraña criatura: con sus pies en el barro, su cabeza en las estrellas” es como la escritora judeo-alemana Else Lasker-Schüler (1869–1945) describió el dilema. ¿Los humanos son magníficos, o más bien una especie patética? O para ponerlo en términos más modernos ¿es el Homo sapiens la corona de la creación o la plaga del planeta?

Recientemente, un joven profesor me invitó a una entrevista en su canal de YouTube. Él es físico y, desde el principio de la entrevista, fue inquisitivo y me hizo las preguntas más recientes y difíciles sobre el límite entre tecnología y filosofía. ¿Algún día, la inteligencia artificial desarrollará la conciencia? Si es así, ¿se les deberían reconocer derechos humanos a estas inteligencias?, y ¿por qué a los robots, que son superiores a los humanos en diversos aspectos, no se les concede la dignidad humana? En efecto, son excelentes preguntas. ¿Por qué los humanos deberían ser privilegiados?, ¿no han perdido su derecho a un tratamiento especial si “la conciencia”, “inteligencia” o incluso su “libre albedrío” ya no son válidos como características distintivas? Mi curioso entrevistador me desafió con estos temas con el fin de responder la pregunta que será la más importante en el futuro: ¿qué somos y qué nos hace especiales?

Fotografía deTerricks Noah / Unsplash.

Mi respuesta empezó con una contradicción. No es una cuestión de cuándo la “inteligencia artificial” desarrollará la conciencia, puesto que no existe tal cosa como inteligencia artificial. Lo que llamamos IA es una extremadamente rápida simulación de los procesos de toma de decisiones, generando resultados de la multitud de datos disponibles en la red, que puede ser engañosamente similar a los logros de la actividad inteligente; sin embargo, no es inteligencia. Intellegere es latín y significa “entender, reconocer”. Cuando un algoritmo selecciona lo que es probablemente la respuesta correcta de millones de módulos textos, ¿quién está haciendo la comprensión? No hay comprensión y reconocimiento sin alguien que entienda y reconozca algo. La “inteligencia artificial” no es más inteligente que una calculadora de bolsillo o una biblioteca: solo porque ambas se pueden usar para encontrar algo rápidamente, no significa que ahí haya una inteligencia que comprenda algo.

La idea de que la conciencia podría desarrollarse a partir de la IA se basa en una mala comprensión. Nuestra conciencia no es un estado abstracto que ocurre en una sustancia arbitraria, como la relación entre el estado de congelación y la sustancia de líquido. La conciencia es el estado de una persona. De hecho, ni siquiera sé si mi vecino ve el prado tan verde como yo lo veo.

La conciencia, que esencialmente nos define como seres humanos, se caracteriza por una perspectiva en primera persona, mediante una introspección de la que no podemos desligarnos. Pero esta no es toda la verdad.

Puesto que somo seres sociales y nos encontramos en un espacio de un idioma, acciones y diversas interdependencias sociales compartidas, experimentamos nuestra conciencia como conectada a la conciencia de otros. De hecho, un infante desarrolla auto conciencia solo gradualmente. Antes de que aprendan a decir “yo”, dicen “mamá”, perciben la mirada de otra persona y, gradualmente, son conscientes de sí mismos. Como lo describe el filósofo Martin Buber: “las personas se convierten en ‘Yo’, a través del ‘Tú’”. Atribuirles conciencia a otras personas por consiguiente nos parece tan natural a nosotros los humanos experimentarnos como seres conscientes. No lo podemos hacer de otra manera. Nos sostenemos firmemente al hecho de que, desde el principio, la conciencia es mi propia conciencia y al mismo tiempo está orientada hacia otras personas. No existe tal cosa como la conciencia abstracta porque la abstracción de la perspectiva de mi propia experiencia es meramente un experimento de la imaginación.

Autorretrato de Ibreem / Flickr.

Todo lo que se percibe, se hace por medio de una persona. Esto toma sentido si te preguntas: ¿cómo se puede leer un libro, si no hay nadie que lo lea? Una fotocopiadora puede escanear las páginas, pero no puede entender el contenido del libro. La percepción pertenece a una persona que puede decir “yo”. Por supuesto, no significa que el mundo solo existe porque alguien lo percibe, pero sí significa que la conciencia siempre requiere una perspectiva en primera persona. Como se ve el mundo a través de los ojos de otra persona, permanece como algo fascinante, un misterio no resuelto. No obstante, nosotros asumimos, por naturaleza, que las otras personas también se relacionan con el mundo; de otra manera, nuestro idioma no tendría ningún sentido. De hecho, constantemente encontramos que podemos actuar juntos en el mundo por medio del lenguaje, evidentemente con éxito. Pensando que es algo que solo me pertenece a mí pero que únicamente puede tener lugar en el espacio social. Después de todo, ni siquiera inventamos el lenguaje como individuos. Puesto que no podemos separar nuestro “ser” de otras personas que también dicen “yo”, tratamos a las personas de forma diferente a las cosas.

En una de sus secciones más importantes sobre ética, Immanuel Kant escribe en su Crítica a la Razón Práctica que las personas son seres que no solo tienen valor, sino que también tienen dignidad. Con esto, él quiere decir que mientras podemos usar cosas, nunca debemos tratar a las personas meramente como medios para alcanzar un fin. Una piedra no tiene perspectiva de primera persona; no es una persona. No se contradice la esencia de una piedra si se usa como un medio para construir una casa. Por otra parte, la dignidad humana asume que la esencia de una persona se niega completamente cuando es usada simplemente como medios para alcanzar un fin. Todas las personas lo experimentan intuitivamente cuando se sienten explotadas, manipuladas o abusadas. Esta es precisamente la razón por la que la esclavitud y el tráfico de personas son delitos contra la dignidad humana. El rostro de una persona que me confronta exige: “Trátame como a un ser humano, no como una cosa. Porque llevo conmigo una misteriosa perspectiva de primera persona, igual que usted”. En últimas, usted no puede ver a través de mí y el mundo se ve diferente a través de mis ojos, que a través de los ojos de cualquier otra persona”.

Además de nuestra característica única de tener una conciencia que siempre es de un sujeto en primera persona y siempre se entrelaza socialmente, nosotros los humanos tenemos otra característica que radicalmente nos distingue de las máquinas. Nuestra conciencia es encarnada. Nuestra percepción del mundo es inseparable de la percepción de nuestro propio cuerpo. Veo un árbol porque me paro en frente de él con mi cuerpo; lo veo desde una perspectiva diferente si subo a sus ramas. Lo percibo aún más si lo toco, lo huelo, escucho el movimiento de sus ramas al soplar el viento; todo esto sucede a través de mis sentidos físicos. Siento la corteza del árbol pero esto es porque siento mi propia palma en la corteza. Por tanto, la conciencia no habita en el cuerpo como un genio vive en una botella; sin embargo, los dos se entrelazan inextricablemente. No hay percepción de que no se relacione con nuestros sentidos físicos. En este mundo estamos como seres físicos y habitamos como personas materiales.

Fotografía de Rachel McDermott / Unsplash.

Además de estar en el mundo, experimentamos el mundo emocionalmente. Estamos cansados, malhumorados o felices; interesados, enamorados y ofendidos. Todo esto colorea nuestra experiencia, moldea y determina la manera en que percibimos el mundo. Nuestros temperamentos y emociones son inseparables de nuestro cuerpo. El mundo tiene un efecto diferente en nosotros cuando tenemos hambre o estamos estresados y existen razones físicas para el hambre y el estrés. Cada uno de nosotros es un cuerpo animado, una unidad de conciencia y cuerpo. Y como esta unidad, también somos habitantes de un mundo ético y significativo desde el comienzo de nuestras vidas. Esto empieza con el hecho de que cuando percibimos el mundo, siempre elegimos inconscientemente en qué centramos nuestra atención, qué es importante para nosotros. La forma correcta de vivir, lo que es bueno y lo que es verdadero, hacia dónde deberíamos dirigir nuestras energías y de qué deberíamos distanciarnos: todo esto ya está inscrito en el lugar básico en el que nos encontramos en la vida.

Este entrelazamiento misterioso es la fuente de nuestra dignidad y nuestra más grande vulnerabilidad. Si pudiéramos simplemente abstraernos de la forma en la que otras personas nos tratan, seríamos mucho menos vulnerables. Los seres humanos somos infinitamente vulnerables al mal. Y puesto que solo los humanos somos verdaderamente libres en cuanto a la forma en cómo nos tratamos unos a otros, y porque no estamos atados por instinto a tratarnos bien, también podemos tender al mal. Los leones comen gacelas, pero nadie pensaría en llamar a este comportamiento como maligno. Los leones nunca tendrán que ir a juicio. Pero nosotros como humanos llamamos a ciertos comportamientos de otros y con nosotros mismos como malvados. Esta es la única razón por la cual tenemos jurisdicción y leyes, precisamente porque vemos que tenemos ciertos derechos y, por lo tanto, también ciertas obligaciones. Lo que suena como una pregunta filosófica abstracta, se convierte en extremadamente relevante al investigar con la IA: ¿quién es responsable si un coche autónomo atropella a alguien? No se puede demandar al carro. Algunas veces escuchamos en el contexto de debates ecológicos que los humanos son la plaga del planeta, la única especia capaz de destruir todo el planeta. Sin embargo, el otro lado de la moneda se descuida. Solo los humanos podemos hacer el mal, porque solo nosotros podemos hacer el bien. Las ardillas no ejercen un bien moral al cuidar a sus crías. Ellas lo hacen por instinto y no deben sopesar un bien moral contra otro; sin embargo, los humanos lo hacen. Bajo ninguna circunstancia, el bien siempre es el camino fácil; no obstante, los humanos con frecuencia hacen el bien.

Entonces, ¿por qué los humanos tenemos dignidad? Porque somos y tenemos algo que no existe en ningún otro lugar de la creación visible: el espíritu, la conciencia y la habilidad de plantear preguntas morales y estéticas. ¿Por qué los humanos tenemos todo esto? Una simple mirada biológica de los seres humanos no puede responder esta pregunta, y ¿por qué debería hacerlo? En definitiva, la biología únicamente mira a todos los seres humanos en términos de sus características naturales. Sin embargo, nosotros, los humanos, no estamos obligados a vernos como meros seres biológicos. Por el contrario, con frecuencia escogemos buenos medios éticos de manera directa, buscando escoger el que esté acorde con la ley, y esta elección podría ser la obvia desde una perspectiva biológica. Los seres humanos también pertenecemos a un orden diferente del ser, el del espíritu. Donde la biología debe permanecer en silencio, la interpretación religiosa empieza. Una imagen del creador: así es como en los relatos de la creación bíblica vemos nuestro lugar en el cosmos.

En círculos radicales del movimiento de protección del clima, a los humanos se nos considera como la “plaga del planeta” y para autores como Yuval Noah Harari, se nos describe como animales con un software “posible de ser hackeado” en nuestro cerebro; en definitiva; tan solo computadores. En tiempos como estos, es importante hablar nuevamente de la dignidad del Homo sapiens. Se debe defender la humanidad en contra de sus detractores.


Traducción de Clara Beltrán