En 2014, Roma fue testigo de una extraordinaria reunión de cuatrocientos intelectuales y líderes religiosos de todo el mundo, convocados en un coloquio internacional para hablar sobre la complementariedad del hombre y la mujer en el matrimonio. El libro de RIALP La vida bella recopila dieciséis de estos discursos.

Me gustaría empezar compartiendo con ustedes una reflexión sobre el título del simposio. «Complementariedad» es una palabra preciosa, con muchos significados. Se puede referir a situaciones donde una de las dos cosas, añade, completa, o llena un vacío en otra. Pero complementariedad es mucho más que eso. Los cristianos encuentran su más profundo significado en la I Carta a los Corintios, donde san Pablo nos dice que el Espíritu nos ha otorgado a cada uno diferentes dones, de modo que —igual que los miembros del cuerpo humano trabajan juntos en beneficio de los demás—, los dones de cada uno pueden trabajar en beneficio de los otros (Cfr. 1 Co, 12). Reflexionar sobre la «complementariedad» no es otra cosa que considerar las dinámicas armonías que hay en el corazón de toda la creación. Esta es la palabra clave: armonía. Todas las armonías fueron hechas por nuestro Creador, porque el Espíritu Santo, que es su Autor, es Quien las logra.

A muchos de nosotros la familia nos proporciona el lugar principal donde podemos empezar a «respirar» valores e ideales, y a darnos cuenta de toda nuestra capacidad para la virtud y la caridad.

Es bueno que os hayáis reunido aquí en este simposio internacional para reflexionar sobre la complementariedad entre el hombre y la mujer. Está en la misma raíz del matrimonio y la familia, que es la primera escuela donde aprendemos a apreciar nuestros propios dones y los de los demás, y donde comenzamos a adquirir el arte de la convivencia. A muchos de nosotros la familia nos proporciona el lugar principal donde podemos empezar a «respirar» valores e ideales, y a darnos cuenta de toda nuestra capacidad para la virtud y la caridad. Al mismo tiempo, como sabemos, en las familias hay tensiones entre el egoísmo y el altruismo, la razón y la pasión, los deseos inmediatos y los objetivos a largo plazo. Pero las familias también proporcionan el marco para resolver dichas tensiones. Esto es importante. Cuando hablamos de complementariedad entre hombre y mujer en este contexto, no hay que confundir el término con la idea simplista de que lo roles y relaciones de los dos sexos están fijos en un único patrón estable. La complementariedad tomará muchas formas a medida que cada hombre o mujer aporte sus distintas contribuciones en el matrimonio y en la formación de los hijos; su riqueza y su carisma personal. La complementariedad se convierte en una gran riqueza. No es solo algo bueno sino también bello.

En nuestros días, el matrimonio y la familia están en crisis. Ahora vivimos en una cultura de lo temporal, en la que cada vez más gente está dejando de considerar el matrimonio como un compromiso público. Esta revolución de las formas y la moral a menudo ha enarbolado la bandera de la libertad, pero en realidad ha traído la ruina espiritual y material a incontables seres humanos, especialmente a los más pobres y vulnerables. La evidencia muestra que el debilitamiento de la cultura del matrimonio se asocia con el aumento de la pobreza y conlleva otros males sociales que afectan de manera desproporcionada a las mujeres, a los niños y a los ancianos. Siempre son los que más sufren en estas crisis.

La crisis de la familia ha provocado la de la ecología humana, porque los ambientes sociales, al igual que los naturales, necesitan protección. Y aunque la raza humana ha llegado a entender la necesidad de abordar los problemas que amenazan a nuestros entornos naturales, hemos sido más lentos en reconocer que nuestros frágiles ambientes sociales también están bajo la amenaza, más lenta en nuestra cultura, y también en nuestra Iglesia Católica. Por lo tanto es esencial que fomentemos y promovamos una nueva ecología humana.

En primer lugar, es necesario promover los pilares fundamentales que gobiernan una nación: sus bienes no materiales. La familia es el fundamento de coexistencia y la garantía contra la fragmentación social. Los niños tienen derecho a crecer en una familia con un padre y una madre capaces de crear un ambiente adecuado para su desarrollo y madurez emocional. Por eso en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium subrayé que la contribución del matrimonio a la sociedad es «indispensable», es decir, que «supera el nivel de la emotividad y el de las necesidades circunstanciales de la pareja» (n. 66). Y por eso os agradezco el énfasis de vuestro simposio sobre los beneficios que el matrimonio puede proporcionar a los niños, a los mismos cónyuges, y a la sociedad.

Los ambientes sociales, al igual que los naturales, necesitan protección.

Durante estos días que os embarcáis en una reflexión sobre la belleza y la complementariedad entre el hombre y mujer en el matrimonio, os animo a que elevéis otra verdad sobre el matrimonio: que el compromiso permanente de solidaridad, fidelidad, y amor fecundo responde a los más profundos anhelos del corazón humano. Tengamos especialmente en la cabeza a los jóvenes, que representan nuestro futuro. Es importante que no caigan en la mentalidad venenosa de lo temporal, sino que sean valientemente revolucionarios para buscar el amor verdadero que dura, en contra de la tendencia común.

Respecto a esto quiero decir algo: no caigamos en la trampa de ser calificados según conceptos ideológicos. La familia es un hecho antropológico, una realidad social y cultural. No podemos calificarla con conceptos de naturaleza ideológica que únicamente son relevantes en un momento concreto de la historia y luego pasan. No podemos hablar de una noción conservadora o progresista de familia. ¡La familia es la familia! No se puede calificar con conceptos ideológicos. La familia es fuerte en sí misma y por sí misma.

Que este simposio sirva de inspiración para todos los que buscan apoyar y fortalecer la afirmación de que la unión entre hombre y mujer es única, natural, fundamental, y un hermoso bien para las personas, las familias, las comunidades, y las sociedades enteras.