¿Son las enseñanzas de Jesús sobre fidelidad para toda la vida en el matrimonio demasiado difíciles de cumplir? Una editora de Plough, Miriam LeBlanc, escuchó a este hombre contar su historia y la grabó para nuestros lectores, con su permiso (él prefiere permanecer anónimo por el bien de su familia). Casado en 1991, él y su esposa tuvieron tres hijos antes de que ella lo dejara, después de diez años de casados. Hoy él dirige un ministerio para fortalecer matrimonios y ayudar a aquellos que sufren después de una separación.

Estoy solo porque soy casado, pero divorciado. Tenemos tres hijos y estoy separado hace doce años. Mi esposa me dejó para estar con otro hombre. Pero no quiero que tú juzgues a nadie, porque en una separación hay dos responsables.

Dicho esto, procedo al relato. Yo decidí permanecer fiel a mi esposa. El momento de la separación fue una conversión para mí. Cuando uno está abandonado, vive un momento de rebelión: “¿Por qué a nosotros? ¿Por qué yo?” Yo sentía mi abandono más agudamente por haber sido traicionado: mi esposa no solo se fue, sino que se fue con otro. En mi caso la separación abrió llagas profundas. Yo tenía que lidiar con esto y fue demasiado; estaba totalmente destrozado. Ya no sabía quién era yo, ni adónde ir; toda referencia había desaparecido. El matrimonio se describe en Génesis, como el encontrar su otra mitad —un hombre se convierte en sí mismo por medio de su esposa. La separación significa estar perdido.

Ese fue el momento cuando Cristo entró en mi vida. Todo era demasiado pesado para soportar, pero yo sentí que Cristo se había juntado conmigo. De veras yo estaba solo, pero estos son momentos decisivos, porque de ahí en adelante todo se hace posible. Algunos sienten desesperación y anhelo de venganza; yo tomé la mano de Cristo. El tiempo parece pasar muy lento, pero si Cristo actuara más rápido, no sería tan profundo. Eventualmente, yo descubrí que estaba sanado, porque tenía fe en Cristo. Todavía tenía estas llagas, pero ahora podía crecer, cosa que no podía hacer antes.

También es una historia de reconciliación: la reconciliación conmigo mismo. Nosotros tenemos dos mandatos principales. Dios dice: Tú me amarás con todo corazón y alma; y tú amarás a los demás como a ti mismo. Es difícil amar a otros cuando uno no se ama a sí mismo. Yo tenía que entender mis fallas y limitaciones. Es purificador y es una gracia poder decir a Dios: “Muéstrame mis pecados” Esto nos permite ser purificados. Algunas personas tienen una idea errónea de Cristo, como alguien sentencioso, cuando es precisamente por medio de la gracia, que los pecados desaparecen en el gran amor de Dios.

Aún hoy sé que tengo mis fallas, especialmente con respecto a mi esposa. Es difícil, porque no tengo la oportunidad de hablar con ella sobre esto. Yo sé que ya no es posible que mi esposa regrese a mi lado. En este momento sé que no pasará, pero espero que nos podamos reconciliar y perdonar espiritualmente el uno al otro, aunque no vayamos a empezar una nueva vida juntos. El amor que tenía y todavía tengo por mi esposa, ya no lo puedo expresar. Es un amor transcendental: mi esposa ya no quiere mi amor, pero lo puedo dar a cualquier persona que encuentro.

Es importante entender, al principio de una vida de casados, que el amor conlleva sufrimiento profundo. Mi experiencia es dolorosa, pero en ella puedo encontrar la obra de Dios. Gracias a Dios, las llagas y el sufrimiento dentro de mí son la fuente de todo mi amor. Yo no estoy solo; soy parte de un grupo de gente que ha experimentado cosas similares. Es una paradoja y a menudo otra gente no entiende. No obstante, yo me presento como un hombre casado, no divorciado. No se puede estar divorciado si no se está casado, desde el punto de vista legal. Pero el matrimonio en el Señor dice: “Yo te tomo como mi esposa para toda la vida”, y al principio de nuestra vida juntos, yo dije esto. Y si mi esposa es infiel, eso no cambia mi decisión de permanecer fiel. Ella probablemente estaría más feliz si yo me volviera a casar; no obstante, yo no tomé la decisión de permanecer fiel el día de la separación, sino el día de nuestro matrimonio ¡Yo soy un hombre casado! He tomado la decisión de ser fiel.

Hay que recordar que el matrimonio es algo que Dios exhorta. Los jóvenes de hoy temen comprometerse. Prefieren vivir solos, o vivir juntos sin compromiso; otros tienen un matrimonio civil y esperan tener una ‘vida amable’. Hay una atracción, pero si una relación va a perdurar, requiere algo más profundo. Cuando una pareja decide casarse ante el Señor, se le invita a estar presente dentro de ellos. Deciden que su amor será un sacramento. Esa alianza entre un hombre y una mujer en el matrimonio cristiano es sumamente bonita y un símbolo del amor de Dios hacia nosotros.

Hoy, a pesar de todo el sufrimiento que he experimentado —y todavía estoy sufriendo, por supuesto, porque mi esposa vive con otro hombre—, hay otro aspecto de mi sufrimiento: mi esposa ha contribuido a mi salvación, porque mi amor por ella me ha llevado más allá de mis capacidades. El Señor dice: “Perdona a tus enemigos”. Yo no estoy seguro si por ahora pueda perdonar, pero sí espero algún día, poder apretar la mano del hombre que vive con mi esposa.

Cuando me casé nunca me imaginé el camino enfrente de mí. Ciertamente es el “camino poco andado”; no obstante, a veces si es difícil el camino, no es que uno se haya equivocado de dirección. El Señor estará allí siempre, para brindar su gracia.


¿Te puedes identificar con la experiencia del autor? Te invitamos a compartir brevemente tu propia historia.

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