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    Un testimonio vivo del matrimonio

    por Johann Christoph Arnold

    lunes, 22 de mayo de 2017

    Otros idiomas: Deutsch, English

    4 Comentarios
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    • Jairo Condega

      Gracias Johann, infinitamente gracias, Dios te tenga en la Gloria Celestial, tus escritos son mensajes de fe, perdón, recociliación y amor a Dios y al projimo. Desde Nicaragua te recordaremos siempre.

    • Oscar González H

      Me parecen Libros muy interesantes para crecer espiritualmente,asi que voy a leerlo. Muy agradecidos por los libros,espero leer muchos.

    • sara

      hermoso cuanto quisisera que mi matrimonio este complementado por todo el mensaje que lei, lastimosamente mi esposo cree en Dios a su manera. el dice que no es necesario ir a la iglesia pero en si desconoce todo el plan de Dios soy catolica carismatica y pido a nuestro padre celestial que transforme su corazon, por que siento que ya no me ama, y pienso qiue estamos juntos por el bien de mis hijas pero yo lo sigo amando, justamente por que hemos sido bendecidos por el Señor

    • Wanda Marin

      excelente testimonio de vida matrimonial

    En 2014, Roma fue testigo de una extraordinaria reunión de cuatrocientos intelectuales y líderes religiosos de todo el mundo, convocados en un coloquio internacional para hablar sobre la complementariedad del hombre y la mujer en el matrimonio. El nuevo libro de RIALP La vida bella incluye dieciséis de estos discursos.

    Es una alegría estar aquí con todos vosotros para celebrar y proclamar el tesoro del matrimonio que Dios nos ha dado, un plan que hoy es tan perfecto como lo fue en el principio: un hombre, una mujer, para toda la vida.

    Este encuentro me da mucha esperanza y muestra la im­portancia de proporcionar testigos vivos del designio de Dios para el matrimonio. Los niños y los jóvenes necesitan desesperadamente ver modelos que demuestren con sus vidas que el matrimonio fiel es uno de los caminos más maravillosos en que uno puede servir a la humanidad.

    Pero los matrimonios por sí solos no se bastan. Necesita­mos fuertes comunidades de fe que los sostengan y apoyen.

    Mi mujer, Verena, y yo, lo hemos experimentado durante cuarenta y ocho años de matrimonio. En nuestra boda hi­cimos votos de fidelidad para toda la vida —con Jesucristo como fundamento de nuestro matrimonio—, que se han es­tado utilizando en la Iglesia Anabaptista durante unos qui­nientos años. Recibimos la bendición del Dios de Abraham, Isaac y Jacob, transmitida desde hace miles de años. ¡Dios realmente nos bendijo! ¡Tenemos ocho hijos, cuarenta y cua­tro nietos, y dos bisnietos!

    El año pasado, a mi mujer le diagnosticaron un cáncer gra­ve y hace poco sufrió un infarto. Parecía que el diablo estaba intentando a toda costa que no viniéramos a Roma, pero, gra­cias a Dios, hoy estamos aquí.

    Pero los matrimonios por sí solos no se bastan. Necesitamos fuertes comunidades de fe que los sostengan y apoyen. 

    Comparto esto porque somos como todos los demás, con nuestras peleas y retos, y hemos llegado a entender lo importan­te que es pertenecer a una comunidad de creyentes que proteja los valores que sustentan el matrimonio. Esto es así en Bruder­hof, la comunidad de la Iglesia de la que vengo, y también en todas las grandes tradiciones de fe que hoy se encuentran aquí. Por eso tengo esperanzas en que el matrimonio como Dios lo planeó siga brillando incluso en estos tiempos oscuros.

    Vivimos tiempos borrascosos. Lo mismo ocurría en 1920, cuando mis padres, Eberhard y Emmy Arnold, comenzaron una pequeña comunidad en Alemania basada en las enseñan­zas de Jesús e inspirada en el testimonio de los primeros cristia­nos. Se reunieron parejas de solteros y casados para vivir una vida compartiendo todo, como se describe en los Hechos de los Apóstoles. Ese humilde comienzo ha crecido hasta llegar a veinticinco comunidades Bruderhof en cuatro continentes.

    Trabajando como pastor de este movimiento durante los últimos treinta años, he visto el declive moral y espiritual de la civilización occidental, junto con la trágica ruptura de la familia. Y por ese motivo, nos hemos determinado más aún a defender la santidad de la vida, el sexo y el matrimonio.

    Creemos que el matrimonio es algo más que un contrato privado entre dos personas. Dios no solo tenía en mente la feli­cidad personal de los individuos, sino la creación de relaciones basadas en el temor de Dios en una comunión de familias bajo su gobierno. El matrimonio es parte de la creación original del Creador y santifica cada generación «hecha a imagen de Dios». Él creó al hombre y a la mujer, que a través de su unión pueden llenar la tierra y prosperar. En el plan de Dios, cada niño tiene un padre y una madre.

    Como equipo pastoral, mi mujer y yo hemos visto que un matrimonio es vulnerable sin un compañerismo de creyentes que se buscan para darse fortaleza, apoyo, y consejo. Si quere­mos matrimonios fuertes, necesitamos construir comunidades de fe dedicadas a vivir las enseñanzas de Jesús sobre la castidad, el perdón y la compartición. Esto requiere tanto parejas como hombres y mujeres que individualmente demuestren lo que significa ser verdaderos discípulos de Dios. No es fácil. Nues­tra naturaleza humana sucumbe con demasiada facilidad a los deseos pecaminosos. Pero el egoísmo que lleva a la infidelidad y al divorcio se puede superar gracias a Jesús y a su Espíritu. Lo que Dios ha unido puede permanecer junto. A través de Jesús se pueden derribar los muros de la amargura, la culpa y la am­bición egoísta que nos dividen.

    En mi propia comunidad eclesial hay gente de todos los senderos de la vida, incluso algunos que provienen de fa­milias muy rotas. Como las parejas de todos los lugares, las de nuestra iglesia tienen que trabajar duro para alimentar el amor que de verdad permanece. A veces llegan a las crisis por desconfianza, por no perdonarse, o por inmoralidad sexual. Pero con la ayuda de Dios y de los compañeros de la Iglesia, pueden ocurrir y ocurren milagros de reconciliación y cura­ción. La oración es una parte fundamental en este proceso: como dice el viejo proverbio: «Las parejas que rezan unidas permanecen unidas».

    Para proteger a los matrimonios, nosotros como individuos, familias e iglesias, debemos ayudarnos responsablemente y ani­marnos mutuamente. Nuestros hijos necesitan ver una vida de modestia, sencillez, duro trabajo, y sobre todo, de amor a Dios y al prójimo.

    Por supuesto, el plan de Dios no siempre es bienvenido. En 1995 envié mi primer libro, Sexo, Dios, y Matrimonio a mi queri­do amigo el Cardenal Joseph Ratzinger, ahora papa emérito. Él se lo presentó a Juan Pablo II y escribió como respuesta: «Me alegró entregar Sexo, Dios, y Matrimonio al Santo Padre. Estaba muy contento por este gesto ecuménico, y más que eso, por el contenido y la armonía de la convicción moral que brota de nuestra común fe en Cristo. Esa convicción inevitablemente suscitará odio, e incluso persecución. El Señor lo predijo. Pero con Él debemos continuar intentando superar el mal por me­dio del bien».

    Estas palabras han resultado proféticas, porque ese odio y persecución, por desgracia, ha comenzado ahora. Hoy en día, el matrimonio para toda la vida entre un hombre y una mujer se rechaza, y se desprecia a los que lo defienden. Pero debemos continuar protegiéndolo para nuestros hijos.

    La familia es el fundamento para la supervivencia de la raza humana. Debemos permanecer fieles y animarnos los unos a los otros, como estamos haciendo hoy. Doy gracias a Dios porque nuestro hermano el papa Francisco continúa ha­ciendo esto en la «armonía de la convicción moral que brota de nuestra fe común en Cristo». Recordemos las palabras de Jesús: «Donde dos o tres se reúnan en mi nombre, allí estaré Yo también» (Mt 18, 20).

    Necesitamos ser más valientes, como la primitiva iglesia, promoviendo una contracultura donde dediquemos toda nuestra energía a construir el reino de Dios.

    Las falsas enseñanzas sobre el matrimonio no se pueden re­batir solo con palabras. Los niños y los jóvenes necesitan ver el amor y la verdad de Dios en acción. Yo lo experimenté a través del amor de mis padres, que afrontaron obstáculos increíbles durante sus cuarenta y seis años de matrimonio. Pero nunca vacilaron. A través del amor a Jesús pusieron su mirada en el reino de Dios hasta el final de sus vidas.

    Hoy se necesitan estos ejemplos. Necesitamos ser más va­lientes, como la primitiva iglesia, promoviendo una contra­cultura de sencillez y ayuda práctica donde dediquemos toda nuestra energía a construir el reino de Dios, no a perseguir las cosas de este mundo. Los primeros cristianos dieron la vuelta al mundo romano, en parte porque los maridos y las mujeres fueron fieles el uno al otro y a sus hijos, algo que los paganos no pensaban que fuera posible. Con la ayuda de Dios, nosotros también podemos hacer lo mismo hoy. Nunca debemos tener miedo al ridículo y a la calumnia que conllevará nuestro testi­monio. Como escribió el Apóstol Pablo: «No os engañéis, de Dios nadie se burla. Porque lo que uno siembre eso recogerá: el que siembra en su carne, de la carne cosechará corrupción; y el que siembre en el espíritu, del espíritu cosechará la vida eter­na. No nos cansemos de hacer el bien, porque si perseveramos, a su tiempo recogeremos el fruto» (Gal 6, 7-9).

    Por eso, vamos a mantener la cabeza bien alta sabiendo que si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? Vamos a dar juntos un testimonio vivo de que los planes de Dios para el matrimonio y los hijos son alegres, verdaderos y duraderos. Nada será capaz de pararnos en la proclamación de este men­saje sencillo e infantil. Dios tiene en sus manos la hora final de la historia, y obtendrá la victoria.

    Pope Francis recieves Johann Christoph Arnold's latest book in spanish.
    Contribuido por JohannChristophArnold Johann Christoph Arnold

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