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    Piriapolis harbor, on southern Uruguay’s Atlantic coast

    No hay prueba que no acarree una bendición

    por Stan Ehrlich

    lunes, 21 de agosto de 2017
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    En este artículo que se basa en una carta escrita a un hombres encarcelado, Stan, un judío sobreviviente del Holocausto, ofrece empatía y ánimo en momentos de pérdida personal.

    Leí atentamente el párrafo acerca del compañero que fue tratado por un tumor en el cerebro. Me conmovió lo que de él relataste, y lo que dijiste del efecto que tuvo en ti, y en mí también. Estoy contigo, y me doy cuenta de que no es suficiente exclamar "¿cómo puede ser?” No sé cuánto he contribuido, no sé cuánto contribuyo, lo que sí sé es cuanto he estorbado... pero con todo, aquí estoy tratando todavía de meter el hombro. Ingiero tus palabras, y me llevan a preguntarme: ¿he yo siempre conocido a todos los mensajeros que me mandó Dios? ¿Me he dado yo cuenta cada vez que "no hay prueba que no acarree una bendición"?

    Otras gracias te debo por haberme contado la historia de tu vida y de la vida de tu familia, como lo del fallecimiento de tu hermana. Querido hermano, he quedado muy impresionado, desde luego, por todo lo que me contaste, y no es fácil responder, pero igual quiero tratar.

    Mira, por un lado sé — y tú sabes — que en este mundo hay millones de casos como el tuyo. Y al mismo tiempo el tuyo es único, porque es tuyo. Y yo me doy cuenta de tu dolor, del dolor de tu hermana, pero también me doy cuenta de lo que sufrió (¡y sufre!) tu madre, y hasta él o aquellos que causan el sufrimiento. El encadenamiento del mal en nuestro mundo es tan grande, tan fuerte, tan terrible... que tú le has encontrado la única respuesta a este mal: tu fe en Jesucristo. Jesús agonizó en la cruz, el tormento más terrible que se conoció en su tiempo,... y perdonó.

    Recuerda que tu firmeza en la fe no sólo te sostiene a ti, sino que contribuye a la obra redentora de nuestro Señor.

    Yo me doy cuenta de lo que tú sufriste, un niño, y tu hermana, una niña. Y yo sé que son millones, literalmente, que sufren en la misma forma por todo nuestro globo. Y sé también que la culpa es nuestra, porque todos en este mundo vivimos para satisfacer nuestras ganas en lugar de satisfacer la voluntad de Dios, por más que la conozcamos muy bien.

    Yo, que siempre he tenido una vida muy protegida, casi no tengo derecho a hablar de sufrimiento, pero sin embargo lo hago, porque es al sufrimiento de Jesucristo que todos debemos tanto, Y porque el sufrimiento nuestro puede adquirir sentido y razón si lo miramos bien.

    Yo lo interpreto así: si mi sufrimiento me hace pensar en el sufrimiento de Cristo, se transforma en parte de su sufrimiento, y me hace parte de su obra redentora. En San Mateo 10:38, Jesús dice que él que no asume su propia cruz no es digno de Él, que también se puede interpretar como que él que sí acepta su propia cruz es digno de Él, que a mí me parece que es lo mismo que colaborando en su obra de redención.

    Además, que tú le pidas al Señor que te ayude a olvidar y perdonar es algo que yo acepto como un llamado a que yo también acepte y perdone, y más aún, ¡porque yo tengo mucho menos que olvidar y perdonar que tú, muchísimo menos, que ni comparar!

    No sé si cuando salgas irás a Puerto Rico, o te quedarás en este país. A lo mejor no haya mucha diferencia. Pero sea donde fuera, te deseo toda la fuerza espiritual y otra para que te quedes en la vía de la fe. Tú y yo hemos recibido el mayor don posible: el don de la fe. La fe nos descubre la verdad, nos lleva al amor, nos hace soportar contrariedades. No es por nada que San Pablo nos aconseja vestirnos con la armadura de la fe.

    Bueno, querido hermano, a mi vez te encomiendo a tus ángeles guardianes y a la gracia de Dios. Recuerda que tu fe y tu firmeza en la fe no sólo te sostienen a ti, sino que contribuyen a la obra redentora de nuestro Señor.

    Piriapolis harbor, on southern Uruguay’s Atlantic coast
    Contribuido por StanEhrlich Stan Ehrlich

    Stan Ehrlich, un judío alemán-belga y sobreviviente del Holocausto, se convirtió a la fe cristiana a la edad de 34. Luego compartió sus pensamientos con un amplio círculo de amigos y parientes con quienes mantenía una correspondencia extensa.

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