Gertrud Wegner, mujer de casi 94 años, murió la semana pasada en una de las comunidades Bruderhof. Pasó 90 años viviendo en este movimiento comunitario, al haber llegado solo cuatro años después de su fundación. Sufrió de varios males a lo largo los años, incluyendo el accidente descrito abajo; no obstante, la paz que ella irradiaba hasta el final era increíble, resultado de una vida dedicada a servir y ayudar a los demás, con una simple y humilde confianza en Dios.

Me encontraba en Washington, D.C., con mi esposo en una feria comercial cuando me caí y me lastimé gravemente la espina dorsal. Inmediatamente supe que estaba en condición crítica; no tenía sensación en ninguna parte del cuerpo y estaba completamente paralizada del cuello hacia abajo.

Dos operaciones ayudaron mucho, pero las horas de terapia—dos sesiones diarias—exigían trabajo duro y perseverancia. Era agotador. Y mi médico ni siquiera sabía si recuperaría la capacidad de moverme…Mi accidente me enseñó humildad porque todo, hasta la cosita más pequeña, lo tenían que hacer otros para mí. De mes en mes hubo pequeñas mejoras, pero fue una batalla larga y cuesta arriba. Hubo momentos difíciles, pero también aprendí a aceptar mi debilidad. Traté de recordar las palabras del apóstol Pablo, que la fuerza de Jesucristo se manifiesta de la manera más gloriosa por conducto de nuestra debilidad.

Ha habido otras batallas en mi vida personal, pero cada vez mi deseo de paz, y la confianza de que volvería a encontrarla, me han sostenido. Parece que, si has logrado estar en paz una vez en tu vida, retorna a ti una y otra vez.

Cuando pienso en el curso de mi vida, muchas cosas me vienen a la mente. Quisiera haber sido mejor madre para mis hijos. Quisiera haber pasado más tiempo con mi padre cuando se moría de cáncer. Quisiera haber mostrado más amor a mi madre y haberla apoyado más, especialmente en aquel tiempo. Quisiera haber sido más amable hacia los demás…Hay tantas cosas que uno desearía volver a hacer y hacerlas mejor, pero eso no ayuda en nada. Lo único que podemos hacer es aceptar nuestras limitaciones y comenzar de nuevo cada día.

La esperanza de poder servir a Jesús y a mis hermanos y hermanas hasta el último minuto de mi vida me da esa paz, aunque sé bien que esto sería una gracia especial y que es una presunción pedirlo. Mientras más vieja me pongo, más convencida estoy que la paz no es algo que podemos “poseer”. Nuestra paz es inmerecida.

Estos párrafos son extractos del capítulo ‘La fuerza de la debilidad’, del libro En Busca de Paz por Johann Christoph Arnold.