Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros. Nos vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo. Pues a nosotros, los que vivimos, siempre se nos entrega a la muerte por causa de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo mortal. Así que la muerte actúa en nosotros, y en ustedes la vida.

—2 Corintios 4:7-12

Dios necesita combatientes por su reino que perseveren en las buenas y en las malas. Necesita personas cuyos espíritus estén en el cielo, aunque sus vidas estén extremadamente afligidas y sometidas a toda clase de tormentos en la tierra. ¿Acaso Dios quiere fastidiarnos? No, por supuesto que no, nos quiere usar, usarnos como soldados para revelar la vida de Jesús aquí en la tierra.

Cuando sufras tribulación, toma en cuenta que debes hacerlo de tal manera que no solo sea una victoria para ti, sino una victoria sobre el sufrimiento en general. Esto es lo que he experimentado con epilépticos, con ciegos, cojos, sordos, y en general entre los llamados enfermos incurables. Les digo: Alégrate de que estás así. Ahora bien, trae algo de la muerte y resurrección de Jesús a tu situación, a tu prueba, tu necesidad, tu muerte, al dominio de lo incurable que todavía vemos delante de nosotros. Trae algo de Cristo a tu condición. Entonces ayudarás a conseguir la victoria para el mundo entero.

Martín Malharro, Crepúsculo. Dominio público.

Para decirlo claramente, si nadie está dispuesto a sufrir enfermedad, si nadie está dispuesto a asumir los dolores de la muerte de Cristo, ¿cómo seremos victoriosos sobre la muerte? Si siempre estamos gimiendo y resentidos porque no somos tan saludables como quisiéramos, ¿entonces de qué le servimos a Dios? ¿Cómo puede revelarse en nuestro cuerpo la vida de Jesús?

Todos tendremos que pasar por el camino de la muerte, pero también podemos andar en el camino de la resurrección. Por tanto, sométete a la muerte, aunque algo de ti parezca destruirse para siempre. Deja que se destruya. Pero no temas, aunque sufras en espíritu y tengas que comprender lo débil que eres. El resucitado puede impregnar tu debilidad para que puedas estar más vivo que mucha gente orgullosa que, con toda su salud y fortaleza, se pavonean con despreocupación y jactancia por la vida.

Cuando tengas que padecer enfermedad, en especial alguna que sea humanamente incurable, mantente tranquilo, reflexiona y recuerda a Aquel que murió y volvió a la vida. ¡Regocíjate! Haz uso de tu aprisionamiento y clama al Señor en fe. Entonces él estará a tu lado. Serás más feliz en tu prisión que aquellos que andan por las calles con buena salud.

Ah, amigos míos, el Salvador quiere ayudarnos en todas las vicisitudes de la vida. Recuerda, nuestra tribulación solo dura “diez días” (Apocalipsis 2:10), es decir, poco tiempo. Aunque pueda estar en peligro tu vida, se fiel. Entonces recibirás el poder de la vida, no solo en el sentido de que vivirás, sino que tendrás fortaleza, justo donde estás, para servir a la vida más allá de ti mismo. Tu fidelidad en verdad tendrá un significado eterno.


Extracto de El Dios que sana.