Jesús no fue libre de la tentación de solucionar problemas por la fuerza. Queda la sensación de que Jesús estaba a punto de tomar una decisión bélica, cuando exclamó que arrojaría fuego sobre la tierra y blandiría la espada que trae la división: “¿Creen ustedes que vine a traer paz a la tierra? ¡Les digo que no, sino división! De ahora en adelante estarán divididos cinco en una familia, tres contra dos y dos contra tres. Se enfrentarán el padre contra su hijo y el hijo contra su padre, la madre contra su hija y la hija contra su madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra” (Lc 12: 51-53). Jesús comprendió bien que para que llegara el gobierno de Dios, era necesaria una revolución. De un modo u otro, habría que tomarla por la fuerza.

En un momento dado, Jesús dijo: “Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos ha venido avanzando contra viento y marea, y los que se esfuerzan logran aferrarse a él” (Mt 11:12). Se interpreten como se interpreten, estas palabras revelan la simpatía de Jesús por las personas “fuertes”. Según algunos estudiosos, este pasaje significa que Jesús pensaba que solo los que tenían un carácter violento podían forzar la puerta del reino de Dios y convertirse en sus héroes. Los discípulos de Jesús debían ser combatientes, tal como los zelotes, que lucharan por la independencia de Israel. Según otros, las palabras de Jesús son en realidad una advertencia contra los que quieren establecer el reino de Dios mediante la violencia. En cualquier caso, revelan una profunda irritación con los “tibios”, que piensan que se puede entrar en el reino de Dios sin luchar.

Hacia el final de su vida, la tentación de la violencia no hizo más que aumentar. Jesús descargó su indignación contra los escribas y fariseos clamando venganza divina contra ellos (Mt 23). Las parábolas que empleó concluyen casi todas con violencia. Algunos labradores se rebelaron contra el heredero de la viña y Jesús dijo: “[El amo] hará que esos malvados tengan un fin miserable” (Mt 21:41). De los invitados a la boda del hijo del rey, que se negaron ir, Jesús dijo: “El rey se enfureció. Mandó su ejército a destruir a los asesinos y a incendiar su ciudad”. Este mismo rey dijo a sus siervos: “Átenlo [al hombre que no tenía traje de bodas] de pies y manos y échenlo afuera, a la oscuridad, donde habrá llanto y crujir de dientes” (Mt 22:7-13).

Se podría argumentar que no son más que parábolas, imágenes utilizadas para impresionar a los oyentes y llevarlos al arrepentimiento. Pero, para derribar las costumbres corruptas que convertían el templo en un mercado, Jesús tomó un látigo de cuerdas y echó a los que vendían y compraban en el templo. Volcó las mesas de los cambistas y los asientos de los que vendían palomas y dijo: “Mi casa será llamada casa de oración, pero ustedes la han convertido en cueva de ladrones” (Mt 21:13).

La tentación a la violencia acompañó a Jesús hasta su muerte. Pocas horas antes de su arresto, llegó a dar marcha atrás a sus instrucciones anteriores sobre la pobreza absoluta y la mansedumbre. “Ahora, en cambio, el que tenga un monedero, que lo lleve; así mismo, el que tenga una bolsa. Y el que no tenga espada, que venda su manto y compre una”. Cuando sus discípulos le dijeron: “Mira, Señor, aquí hay dos espadas”, él les dijo: “¡Basta!” (Lc 22: 36-38). Más allá de estas dos míseras armas humanas, Jesús sabía que podía contar con la ayuda de doce legiones de ángeles dispuestos a intervenir en cualquier momento. Solo después de una intensa lucha interior, tras su profunda agonía moral en Getsemaní, Jesús rechazó por completo la opción violenta.

Vasily Perov, Cristo en Getsemaní (Dominio público)

Jesús no fue un teórico de la no violencia. Superó la violencia mediante una sucesión de decisiones cotidianas y una serie de actos redentores. En todas las ocasiones, eligió con libertad el camino de la no violencia en lugar del de la resistencia armada. Por lo tanto, la negativa de Jesús de utilizar la fuerza no fue un sueño extrahistórico de un místico que intentaba olvidar las realidades concretas de este mundo. Él no ignoró la condición humana. Su camino fue un viaje paso a paso entre los obstáculos, los pasos de montaña, las trampas y los acantilados de la historia. Jesús excavó un camino nuevo por la dureza de la realidad humana, un camino que él recorrió primero, cargando sobre sus hombros la cruz y todas las exigencias del reino de Dios: justicia social, transformación radical, compromiso con la verdad y regeneración personal. Estos son los materiales con los que se construye el reino de Dios.

En consecuencia, el castigo merecido por los hipócritas fariseos, el celoso Sanedrín, el cobarde Pilato y la voluble multitud recayó sobre él. Jesús eligió someterse a la crucifixión. Asumió la responsabilidad del aparente fracaso de su misión. Pero su sacrificio no fue una capitulación: desde entonces, ningún hombre, ninguna nación, ningún partido, ningún jefe de Estado, creyente o no creyente, puede olvidar a Cristo. Nadie puede ignorar, honestamente, el hecho de que fue Dios mismo quien fue clavado en la cruz, junto con nuestras injusticias y crímenes. (...)

Jesús se situó entre —y, al final, más allá de— el dilema de violencia o retirada, lucha o huida. Por tentadoras que fueran estas opciones, eligió otro camino. Esto no significa que se negara a desempeñar un papel histórico. No debemos imaginarlo como un sublime yogui, protegido de la contaminación del mundo, en las orillas de la eternidad; o como un asceta que invitaba a sus discípulos a seguirle en soledad para aprender un ideal que no tenía relación con los problemas de este mundo. (...)

Jesús venció al mundo no condenándolo, sino salvándolo (Jn 3:16-18). No ofrece un reino abstracto de ideas, sino acciones redentoras de sanación y liberación. Jesús vino de Dios y volvió a Dios, pero solo después de haber plantado las semillas del futuro: su reino en esta tierra. Y Jesús, el mesías, volverá, porque su objetivo final es salvar a todo el cosmos. Habrá redención, no solo para los humanos, sino para el mundo entero. Su reino llegará plenamente en la tierra, igual que en el cielo.

Jesús rechazó el camino de la violencia. Venció a sus enemigos sin utilizar los métodos comunes de los reinos de este mundo. Su camino fue la cruz. Sin embargo, este camino no era de resignación pasiva o de evitar el conflicto. Para inaugurar su triunfo como el rey pacífico, entró en Jerusalén —el centro de la angustia y el anhelo de la humanidad— libre de las tentaciones de la coacción y el repliegue. Seguido por la larga procesión de sus discípulos, Jesús hizo su entrada en la historia de cada nación y de cada siglo, y sigue haciéndolo, a través de su pueblo, hasta el día en que su victoria sea completa.


Extracto de Jesus and the Nonviolent Revolucion. Traducido desde el inglés por Coretta Thomson.