Justo después de que la decision que anuló Roe y Casey fuera filtrada, Plough publicó un artículo de la experta legal Erika Bachiochi titulado “Después de Roe v. Wade y Dobbs v. Jackson”, en el que convocaba a los lectores a tomar nota de la sabiduría de las activistas por los derechos de la mujer del siglo XIX, mientras navegan en un mundo donde el aborto ha vuelto a ser ilegal en muchos estados. Las siguientes cartas de activistas, académicos y periodistas son una respuesta a su artículo.

Leah Libresco Sargeant, Other Feminisms substack: Agradezco la investigación acerca del trabajo de las feministas de finales del siglo XIX, que apoyaron a las mujeres y se opusieron al aborto. Algunos movimientos modernos de justicia social, en cambio, tienden hacia lo transhumano, es decir, intentan liberar a los seres humanos de cualquier límite acerca de lo que podemos ser o hacer. Cualquier restricción se vuelve sospechosa.

En esencia, muchos activistas modernos buscan liberarse de ser humanos. Por lo tanto, un feminismo moldeado según esos puntos de vista no aboga por la libertad de las mujeres para ser mujeres en el mundo. En lugar de eso, aboga por el derecho de la mujer a liberarse de las cargas de ser mujer.

En tanto las primeras feministas provida consideraban que la capacidad de un hombre para abandonar al niño que había procreado era una falta moral grave, el feminismo actual a menudo considera la capacidad de abandono como el prerrequisito básico para ser un ciudadano en igualdad de condiciones. Su argumento depende de considerar la unidad básica de la sociedad como el ciudadano solo y sin responsabilidades.

Este punto de vista subestima a todas las personas, no solo a las mujeres. Nuestros vínculos mutuos no son un “extra” ni un bien suntuario. Pero cuando colocamos a la persona sin ataduras en el centro de nuestra antropología, nuestros vínculos mutuos son desestimados como opcionales: “¡Si no podías mantener a un bebé, un amigo, un matrimonio, no lo hubieras tenido!”. Todos nosotros comenzamos nuestra vida siendo dependientes, y dependemos de los otros incluso en la adultez para obtener ayuda que nos permita cuidar de aquellas personas vulnerables que forman parte de nuestra vida.

Una manifestante jóven en un desfile sufragista en la ciudad de Nueva York, 1912 Fotografía cortesía de la Library of Congress


Ayala H., Escritora mizrají estadounidense (@prolifejewess): “Los apetitos sexuales de los hombres… y la subsiguiente falta de responsabilidad a menudo colocaban a las mujeres en una posición donde se sentían indefensas para rehusarse, y se las abandonaba para que afrontaran solas las consecuencias”. Esa es una de las opiniones más importantes para que los activistas provida tengan en cuenta en un mundo posRoe. Con elocuencia, Bachiochi conecta la fuente del antinatalismo con los horrores a los que conduce.

Nací en 2003. El feminismo con el que crecí luce muy diferente al que Bachiochi describe. El movimiento original fue intencionalmente subvertido por los antinatalistas en los sesenta y setenta con la finalidad de avanzar en la causa de la revolución sexual. Recientemente, feministas como Sue Ellen Browder han sacado a la luz el cabildeo que intervino en ese cambio. Si se presta atención al movimiento por las mujeres de la actualidad, la penetración que ha tenido ese cambio resulta innegable.

Cuando ingreso a los espacios feministas de la actualidad, me reciben con la narrativa de que los cuerpos de las mujeres existen para ser usados. Si una mujer no desea tener sexo casual con extraños o llevar a cabo una tarea alienante para una corporación, ha internalizado la misoginia.

Para mi espanto, muchos “feministas” varones orgullosamente se hacen eco de las creencias del hombre que me violó cuando tenía quince años. Para ellos, las mujeres no son unas cuidadoras poderosas, sino unos pantalones para desabrochar y unos músculos para dejar exhaustos. No hay respeto por la capacidad casi divina de crear vida; solo desdén por los recursos que un niño extrae del cuerpo femenino y, por consiguiente, de su capacidad sexual. ¿Qué sucede en la horrenda eventualidad de que una mujer comience a cuidar de una nueva vida como resultado de uno de esos encuentros sexuales? Los hombres tienen la libertad de arrojarnos en la clínica de abortos y seguir adelante rumbo al próximo cuerpo. Después de todo, ellos están a favor del derecho a decidir.

Este ciclo debe concluir. En el futuro, deberemos reconocer la conexión entre el abuso a las mujeres y el antinatalismo. Es imperativo que los activistas provida recuperen el feminismo, respeten la sexualidad femenina y hagan responsables a los hombres por su trato hacia las mujeres. No existirá una cultura de vida hasta que las mujeres y nuestros niños sean valorados por encima de las exigencias corporativas y sexuales.


Alexandra DeSanctis Marr, Centro de Ética y Políticas Públicas (Washington, DC): Erika Bachiochi —mi colega en el Centro de Ética y Políticas Públicas— ofrece un meditado argumento acerca de cómo los activistas provida pueden hacer que el aborto luzca menos atractivo apoyando a las mujeres en circunstancias difíciles. Este es un objetivo necesario y noble. Así como es importante ofrecer protección legal a los niños no nacidos, también debemos reconocer la importancia de reducir o eliminar la percepción de la necesidad de abortar.

Podría decirse que este último objetivo es más difícil que adoptar políticas para proteger a los niños no nacidos. Bachiochi tiene razón cuando dice que la desesperación a menudo contribuye a que una mujer se decida por un aborto, pero es imprescindible recordar que ninguna desesperación justifica un aborto. Ya sea que una mujer sufra debido a la pobreza, la falta de apoyo del padre de la criatura o la ausencia de una red de contención social, la violencia contra su hijo jamás es aceptable, como tampoco es una solución a ninguna de sus aflicciones.

Como señala Bachiochi, las feministas tempranas creían que el aborto no solo era una abdicación de la responsabilidad hacia el propio hijo y, por consiguiente, algo moralmente reprobable, sino además que el aborto legal podría ser dañino para las mismas mujeres. Esa predicción se ha vuelto realidad. En 1996 los economistas George Akerlof, Janet Yellen y Michael L. Katz escribieron en un artículo publicado en la Quarterly Journal of Economics que la aceptación extendida del aborto y la contracepción ha conducido a una disminución de casamientos “apurados”, que a su turno ha llevado a un aumento de la pobreza infantil y a una tendencia que ellos llaman la “feminización de la pobreza”. “Al hacer que el nacimiento de un niño dependa de la elección física de la madre, la revolución sexual ha transformado el apoyo al matrimonio y a los niños en una elección social de los padres”, escriben.

En efecto, hay espacio para que los provida discutan acerca de las mejores formas de apoyar a las mujeres necesitadas para que el aborto no luzca como la mejor solución disponible. Tal como Ryan Anderson y yo argumentamos en nuestro nuevo libro Tearing Us Apart, una de las piezas cruciales del rompecabezas tiene que ver con recibir educación sobre las muchas formas en que el aborto ha dañado a las mujeres y con aprender a comunicar esa realidad a quienes creen que el aborto es beneficioso.


Charles C. Camosy, Facultad de Medicina de la Universidad de Creighton: Erika Bachiochi es una de esas raras académicas que buscan meticulosamente obtener una versión fidedigna del relato y que se muestran audaces al extraer enseñanzas para nuestro presente.

Y si alguna vez hubo un momento para prestar atención a su voz, ese momento es ahora. Nuestro realineamiento actual, que presenta un nivel sorprendente de fermento político creativo, proporciona al movimiento provida una oportunidad excepcional de escuchar a las feministas del siglo XIX. En efecto, probablemente este sea el mejor momento desde principios de 1980 para que este mensaje se abra camino. En aquellos días, grandes franjas del movimiento provida suscribían el fusionismo a la Reagan, haciendo alianzas que comprometían sus principios provida.

Los provida tienen el deber de emular a aquellas feministas que rechazaban elegir entre buscar la justicia prenatal y abordar los factores subyacentes que con gran frecuencia conducen a las mujeres vulnerables al aborto. De hecho, los dos objetivos se refuerzan mutuamente.

Agregaría un punto extraído de la insistencia de la enseñanza social católica con respecto a una opción preferencial por los pobres. Esa enseñanza implica seguir a Bachiochi y a las feministas de la primera ola con respecto a buscar apoyos sociales robustos para aquellas mujeres vulnerables en lo económico. Pero también significa tomarse con seriedad los puntos de vista de los pobres. Resulta significativo que sean las clases privilegiadas las que brindan más apoyo a los derechos vinculados al aborto: las clases más vulnerables tienen una mayor tendencia a apoyar la justicia prenatal. Escuchar a las “voces que faltan” en nuestro discurso sobre el aborto significa escuchar a las personas que son de manera desmesurada antiaborto.


Maria Oswalt, Rehumanize International and Life Matters Journal: “Los pobres claman por justicia e igualdad, y nosotros les respondemos con aborto legalizado. (…) Creo que en una sociedad que permite que la vida de incluso un individuo (nacido o no nacido) dependa de que esa vida sea “deseada” o no, todos los ciudadanos están en peligro”.

He estado reflexionando acerca de esas palabras desde la histórica revocación de Roe y Casey a fines de junio. Fueron escritas apenas un año antes del fallo sobre Roe v. Wade, en 1972, por Graciela Olivárez, una feminista y abogada estadounidense de ascendencia mexicana que cumplió funciones en la Comisión Presidencial sobre el Crecimiento de la Población y el Futuro de Estados Unidos.

En tanto mujer hispana, siempre he admirado el coraje de Olivárez. Era una de los dos miembros de la comisión que discrepaban con la recomendación del aborto como método de control de la población. Comprendió una verdad que muchas personas bien intencionadas habían pasado por alto: en lugar de aliviar la desigualdad, el aborto legal la perpetúa.

Estados Unidos tiene una larga y sórdida historia de control de las decisiones reproductivas de las mujeres, en particular, las mujeres de color y las pobres. Desde la violencia sexual contra las mujeres esclavizadas hasta los peligrosos experimentos anticonceptivos practicados con mujeres puertorriqueñas, las “apendicectomías de Misisipi” y otras formas de esterilización forzosa, cada generación en la historia de nuestra nación ha sido testigo de una horrenda injusticia reproductiva.

A la luz de esto, puedo entender por qué algunos temen cómo las restricciones al aborto podrán impactar en esas poblaciones marginadas. Sin embargo, el aborto no es una decisión equiparable a elegir si usar un método anticonceptivo o buscar la esterilización. El aborto es el fin de la vida de un ser humano. Es una forma de violencia llamada “asesinato legal” por el ícono de los derechos civiles Fannie Lou Hamer, quien fue esterilizada forzosamente en 1961. Hamer comprendía el dolor de la injusticia reproductiva. Esa comprensión le permitió entender que el aborto legal era otro intento por controlar a la comunidad negra mediante el asesinato de sus hijos. En palabras suyas “Nadie será libre hasta que todos sean libres”, realmente quería decir todos, incluso los no nacidos.

En los cincuenta años transcurridos desde que Olivárez manifestó su discrepancia, las comunidades marginadas han perdido millones de vidas debido al aborto legal, y la desigualdad en los ingresos en Estados Unidos solo ha empeorado. Las comunidades afro y latina aún se ven desproporcionadamente impactadas por la pobreza y la violencia, incluyendo la violencia del aborto: en todo el país la proporción de criaturas negras abortadas es de cinco a uno con respecto a las criaturas blancas, y las madres negras enfrentan diferencias atroces en la atención de salud. La revocación de Roe no va a resolver de inmediato esos problemas —aún tenemos por delante un largo camino para terminar con el aborto legal en cada estado—, pero tengo la esperanza de que sea un paso en la dirección correcta. Cuando expandimos la protección a los vulnerables, todos ganamos. Las familias de bajos ingresos y las mujeres de color merecen una verdadera justicia, y en un mundo posRoe podemos asegurarnos de que incluya una justicia reproductiva holística y no violenta.


Erika Bachiochi responde: Después de que Plough publicó mi artículo, la Suprema Corte emitió su opinión oficial con respecto a Dobbs v. Jackson Women´s Health, revocando Roe v. Wade y Planned Parenthood v. Casey.

No resulta sorprendente que los jueces Breyer, Kagan y Sotomayor redactaran una opinión discrepante y con un enfoque autonómico, en la que se sugiere que, sin el derecho constitucional al aborto, las mujeres eran relegadas a ser ciudadanas de segunda clase. La siguiente línea es particularmente notable: “En 1868, la mayoría de las mujeres tenía una visión cortoplacista de sus derechos: si la mayoría de los hombres no podía entonces imaginar otorgar a las mujeres control sobre su cuerpo, la mayoría de las mujeres no podía imaginar tener esa clase de autonomía”.

Si aquellos que discrepaban se hubieran molestado en indagar en los puntos de vista de las defensoras de los derechos de la mujer de aquella época, habrían descubierto que esas mujeres hablaban y escribían a menudo acerca de controlar su propio cuerpo. Simplemente no creían que el control se extendiera a violar el cuerpo de otros: el cuerpo de sus propios hijos.

Cada uno de los maravillosos comentarios a mi artículo ve la posibilidad de, como Maria Oswalt expresa, una “justicia reproductiva holística y no violenta”. Esto es solidaridad, justicia auténtica; son las justicias discrepantes las que tienen una visión cortoplacista de nuestros derechos. Para las feministas tempranas, nuestros derechos no estaban basados en los ideales con perspectiva masculina de “autonomía” sin responsabilidades, sino en nuestra responsabilidad humana común de cuidar unos de otros.

En su calidad de obstetra y ginecóloga, Alice Bunker Stockham escribió en 1887: “¿Mediante qué razonamiento falso se convence a sí misma de que otra vida, que aún depende de ella para existir, con iguales derechos y posibilidades, no puede reclamarle su protección?”. Es el falso razonamiento de una sociedad construido, durante más de medio siglo, sobre mentiras misóginas. Ha llegado nuestra hora de reconstruir, y de hacerlo sobre bases sólidas.


Traducción de Claudia Amengual