A menudo el alcoholismo se manifiesta en promesas no cumplidas. Si eres afortunado, son promesas que te has hecho a ti mismo. Debo recortar mis gastos. Jesús, jamás haré ESO de nuevo. Esta será la última vez —La última copa, como el tango que cantaba Carlos Gardel— y luego me detendré.

Algunas de esas promesas son tácitas: las del nunca más. Pero una de las experiencias de adicción más comunes es enterarte de que eres capaz de mucho más de lo que jamás pensaste. ¡Puedes hacer lo que desees! ¡Nada puede detenerte! No te agradará.

El alcohol en sí mismo es un gran hacedor de promesas. Podrías decirle: esa morena de piel dorada que está en el vaso, con sus cubos de hielo que tintinean como brazaletes mientras se inclina hacia tus labios. El alcohol promete mucho y, por un buen tiempo, cumple. Tengo muchos buenos recuerdos y quizá más cosas que probablemente fueron buenos recuerdos cuando sucedieron. Cuando el trueno retumba y las luces de la calle comienzan a balancearse allá en lo alto, ¡qué maravilloso es estar bajo el relámpago! ¡Qué maravilloso es pararte en tus patas traseras contra el cielo!

El alcohol promete confianza (cuando di mi primera conferencia pública ya llevaba tres tragos, y ahora dar conferencias públicas es la parte más lucrativa de mi trabajo). El alcohol promete camaradería (conocí a mi mejor amigo en aquellas noches largamente derramadas cuando íbamos por las calles rugiendo, discutiendo hasta la hora del desayuno acerca de si la educación es real). El alcohol promete éxtasis, y en esa brillante oscuridad absoluta y feliz tendrás la seguridad de estar besando a Dios, o a punto de hacerlo. El éxtasis real siempre llega con un nuevo trago.

Mi mejor amigo y yo solíamos citarnos mutuamente a Shakespeare: “Dormíamos durante el día desconcertados, y encendíamos las noches bebiendo”. ¡Era cierto! Eso era lo que se nos había prometido. Era casi cierto. 

En la actualidad, todo el mundo parece ser muy positivo y se espera que te preocupe que aquel éxtasis no fue real. Sí, de acuerdo, el éxtasis prometido era falso. Pero, si nadie jamás te promete el éxtasis, ¿cómo sabrás qué puedes esperar? Sé agradecido con el alcohol, porque todas sus promesas pueden ser una lista de todo aquello que quizá te quite, pero también son una lista de todo lo que necesitas. Da las gracias a la señorita Bebida, que es atrapante y alegre y educativa y muy, muy fuerte.

Te enseñará qué es la justicia, porque lleva cuenta de todo lo que te ha prestado y, si eres un cierto tipo de persona, te lo reclamará todo algún día con un interés vivo y resplandeciente.

Las personas “normales” se hacen promesas pequeñas y adorables, y luego las cumplen. Las personas “normales” que “tienen problemas con la bebida” simplemente se alejan de ellas. ¡Qué aburrido! ¿Qué saben esas personas?

Cómo amar a su cónyuge, por supuesto, sea como sea. Cómo mantener un empleo. ¡Pero qué bien! (Tengo una teoría en desarrollo según la cual las personas que jamás se vuelven alcohólicas simplemente obtienen menos de su trago. ¡No lo conocen como yo!).

Si no sabes cómo hacer estas cosas, entonces hay una buena chance de que termines en una de esas metáforas controladoras de la cultura estadounidense: “en las salas” de un programa de los Doce Pasos. Las personas “normales” realmente aman AA. De verdad desean creer que una vez que has sido suficientemente castigado por tu diversión, encontrarás a Dios y cederás y no le costará a nadie más ni un centavo. A las personas “normales” les encanta AA en tanto metáfora, como un lenguaje que pueden usar para hablar de arrepentimiento y transformación sin involucrarse con toda la política de Jesús. Las personas “normales” (sí, sé que las personas normales no existen) están desesperadas por creer que AA funciona para todos. A los cristianos en particular les encanta AA porque te hace aceptar a Dios, y de ese modo, como lo dice David Foster Wallace en La broma infinita, no “morir en el lodo”. A veces, AA se llama a sí misma “la solución espiritual”, y si hay algo que los estadounidenses quieren es una solución al problema de otras personas.

Pablo Picasso, Amante del ajenjo, óleo sobre lienzo, 1901

Si acaso los estadounidenses quieren una segunda cosa es una solución al problema de ellos mismos: quieren un plan de autosuperación. Los planes de autosuperación venden. Los planes de autosuperación se sienten bien al principio. La autosuperación proporciona un simulacro de esperanza, y ese es el mejor simulacro que el dinero puede comprar.

Hay una belleza específica bañada de luz en la propia naturaleza en esas mañanas de resaca cuando sales, dolorido, después de haber contado tus monedas para ver si puedes tomar una gaseosa de naranja en la tienda de la esquina, y porque no quieres beber justo en ese instante cuando sientes que quizá esa vez sí puedas cambiar. Te sientes bien al pensar que quizá lo hagas.

La mejor parte de cualquier plan de autosuperación es la parte en la que haces tu lista de tareas y el primer punto es “Hacer la lista de tareas”. Ese punto siempre acaba tachado.

Quizá la característica más convincente de AA es que se siente terrible al principio. A veces ese sentimiento no se mantiene durante toda la primera reunión. Oyes algo que puedes identificar contigo (y aquí pedimos de nuevo prestado el concepto a Wallace) y te sientes lleno de esperanza, y se siente igual que el simulacro, lamento decirlo, pero es mejor. Pero incluso si eres así de afortunado, inmediatamente atónito ante la humildad del reconocimiento, hay algunas noches duras al principio, cuando estás buscando embriagadamente en Google “cuánto vodka por noche es alcoholismo”, así como “signos de alcoholismo” y “dónde queda hígado y cómo sé si duele”. Y luego, finalmente, “aa en mi zona”. Y antes de que te des cuenta estás escabulléndote en esos salones, sin poder mirar a nadie y sin poder decir ninguna de las cosas que intentarán que digas, y has traído tu propio café, porque si bebes el de ellos eso podría significar que les debes algo.

Y todo el mundo es muy acogedor, pero incluso esa bienvenida se siente como un castigo. Como digo, es una experiencia convincente.

Pero hay razones para creer que AA no está bien diseñada. Como el cristianismo, promete una sarta infinita de segundas oportunidades. Siempre puedes arrastrarte y obtener tu medallón de las veinticuatro horas, no importa cuántas veces lo hayas hecho antes. Puedes ir a AA con resaca y puedes ir a AA ebrio, igual que a misa. Si AA vendiera bebidas, podrías llamarla “La barra más baja”.

Si, en lugar de googlear “cómo limpiar vómito de malbec de la alfombra” o “puedo usar el mismo limpiador para lápiz labial y sangre”, buscas “ciencias sociales perdón”, encontrarás incontables páginas de investigación reflexiva y algodonosa que te dirá que las personas indulgentes te harán sentir mejor, como si ese fuera el punto. Pero observa con atención y el cuadro se volverá más complicado. Hay por ahí una ciencia social dolorosa que sugiere que perdonar “demasiado rápidamente” en las relaciones puede estimular que tus compañeros continúen maltratándote. El profesor de Psicología James K. McNulty se especializa en esta área, y es autor de una serie de estudios que muestran que el perdón está correlacionado con un bajo respeto por sí mismo y con un peor comportamiento de los cónyuges. No me importa lo que dicen las ciencias sociales y, de ese modo, no tomo posición con respecto al relativo mérito de la obra de McNulty. Sé que creer que jamás serás perdonado es realmente un mal incentivo para cambiar. Pero ¿acaso saber que siempre serás perdonado es uno mejor?

Los seres humanos responden a incentivos y el perdón se siente bien. Sentirse no perdonado es “repugnante” (apesta) y sentirse perdonado es fantástico. Si la única vara que tiene el arriero sabe a zanahoria, ¿cómo es posible que la mula aprenda alguna vez?

El único requisito para ser miembro de AA es tener “un deseo honesto de dejar de beber”. Casualmente, el alcoholismo no ayuda a confiar en tu propia honestidad. Las memorias de David Carr, The Night of the Gun, es el relato de una adicción y una recuperación que se acerca mucho al tenor emocional del mío. Sus historias son mucho más duras. Si yo escribiera mis memorias, el libro debería llamarse algo así como La noche del vaso conmemorativo clásico de 1982 de Pizza Hut en el que E. T. estira su extraño dedo y dice “Sé buena”, pero la vergüenza resulta bastante familiar. Una de sus piedras angulares es la línea del libro de Norman Mailer Los ejércitos de la noche: “¿Quién puede decir aún dónde estaba qué? Los mentirosos controlaban los candados”. (Copié esto en la parte interior de la tapa del diario que mi primer director espiritual me hizo llevar. No era buena para las citas inspiradoras). Carr lo pone así:

Parte del problema con la recuperación auténtica es que estás estancado con el mismo kit retórico que tenías cuando recaías de forma crónica. Esta vez, realmente estoy en algo. No, esta vez. No, ahora, realmente, realmente así lo creo. Eso era antes; hoy he terminado para siempre con esa mierda. Está bien, sé que lo he dicho antes, pero de una vez por todas, se ha acabado. A menos que así no sea. El adicto comparte el escepticismo de aquellos que lo observan.

La promesa de AA, como la promesa de la confesión sacramental, es que alguien más reunirá toda la vigorosa credulidad necesaria para creerte cuando digas las cosas que nadie en tus zapatos podría decir ni creer. Y entonces esa persona ingenua te extenderá la posibilidad del perdón, una vez más: tu enésima oportunidad. En la confesión, el sacerdote que actúa como Cristo, te hace pasar por la terrible prueba de confiar que prometes que no lo volverás a hacer. El acto de contrición que aprendí cuando me volví católica me hace decir que “tengo la firme intención, con tu ayuda, de enmendarme, de no pecar más, y de evitar todo lo que me conduce al pecado”. Mi amigo (mi Amigo), “tengo la firme intención” de hacer muchas cosas. La semana pasada lo intenté con cada fibra de mi ser —y soy una bestia fibrosa—, pero aquí estoy de nuevo, reculando.

Y, de cualquier modo, te dan la absolución, y el sacerdote es tan alentador como la semana anterior. Es un poco como El día de la marmota, salvo que no aprendes a tocar el piano.

La cultura AA toma el rumbo opuesto. Te entrenan no para decir “mi último trago”, sino “mi último trago hasta ahora”. Te entrenan para recordar que aún estás pendiendo del extremo de tu soga sobre el lodo, así que mejor sé agradecido por cualquier poder superior que sostenga el otro extremo. Se te recuerda, no solo al principio cuando puede llegar como un alivio, sino después cuando parece que estás frotándote la nariz contra ello, que tu recuperación debe ser Un Día a la Vez. Estas afirmaciones rituales son resultado de una dura educación en la flexibilidad de tus más firmes intenciones. Si “las expectativas son solo rencores planificados” (¿te gusta eso? Tengo cientos de ellas), entonces las promesas son solo decepciones planificadas.

Una advertencia, antes de ir al asunto: ni la confesión ni AA funcionan de manera fiable como un ultraperdón estilo zanahoria. Se te puede decir durante la confesión que tienes un problema y que necesitas una ayuda que la absolución sacramental no te dará. No siempre se trata de “Ah, bien, querido, reza dos avemarías y llámame si el sufrimiento empeora”. Es posible que se te pida que hagas cosas.

Puedes presentarte con resaca una vez más a tu reunión periódica de resaca y ser llevado a un lado donde alguien con una voz como pincitas te dirá amablemente: “Sabes que esto no se absorbe a través de la piel, ¿verdad? Debes hacer la tarea”. Hay consecuencias internas para el fracaso repetido, incluso cuando venga con perdón repetido. Y también existe, como sabes, el tipo de consecuencias en las que las personas te miran a los ojos y te dicen lo que necesitas.

Trata de no culparlos. Lo hicieron por tu propio bien y la mayoría de ellos probablemente no lo disfrutó.

Sin embargo, la iglesia y el programa de los Doce Pasos ofrecen mucho más perdón que la mayoría de los demás lugares, y con una buena relación calidad-precio. ¿Funciona? ¿Te vuelve mejor?

Cualquiera que haya estado esperando por demasiado tiempo sabe que la única respuesta es: “Depende”. Y de ese modo das en el clavo de la pregunta más profunda: ¿Importa si funciona?

Por un lado, por supuesto que importa. Estás desesperado por dejar de lastimar a aquellos que amas. Es posible que no te importe tanto morir en el lodo como te había parecido, pero aun así no deseas que tu madre lo vea cuando suceda. Vas a AA y vas a confesarte porque esperas que sea de ayuda, necesitas que lo sea. En el caso específico de AA es moralmente necesario que se te diga que quizá no lo sea, y que haya otras formas. Si AA no es buena para ti, entonces que valga la pena para darte cuenta de que no está funcionando. Continúa buscando, hay otros caminos, desde r/stopdrinking subreddit hasta ansiolíticos y hasta tu iglesia local.

Mi propia recuperación es la de los doce pasos, pero muy poco ortodoxa. Una de las cosas más útiles que leí en mis últimos días de bebida (hasta ahora) es Recovery Options, el libro de Maia Szalavitz y Joseph Volpicelli, el cual, tal como su título lo sugiere, repasa una amplia variedad de abordajes y recursos, y deja claro que la sobriedad puede ser encontrada a través de tantos caminos como personas con necesidad de la misma existen. Cualquiera que haga parecer a AA como la única opción está haciendo una promesa que AA jamás hace, porque sabe que una promesa así sería falsa.

Pero hay un modo en el que no importa si funciona. Incluso en AA, y especialmente cuando acudes a la confesión, es porque estás buscando algo más que una superación moral. El propósito del perdón que le extiendes a los otros probablemente difiera del propósito del perdón que Dios te extiende a ti, pero ninguno de los dos se ofrece como una herramienta para obtener un acatamiento. El deseo honesto de dejar de beber es valioso en sí mismo incluso si no puedes hacerlo perdurar. El deseo honesto de someter tu voluntad y tu vida a tu Poder Superior aún te conecta con ese Poder; la confianza que muestras cuando no está “funcionando” tiene su propia belleza y su propia luz indeseada.

En la confesión no buscas primordialmente una superación moral, sino la reconciliación con Dios. El confesionario es menos un aula de clase y más un lugar de encuentro. En mi propia vida, mi mejor comprensión actual de lo que estoy haciendo no es haberme alejado de la ebriedad hacia la abstinencia; la abstinencia es una ausencia. Es ligeramente más cierto decir que estoy yendo de la ebriedad a la sobriedad: un camino de paz. Pero es más cierto decir que espero ir de la ebriedad a Cristo. Y esto sucede en todas las cosas: no del vicio a la virtud, sino del vicio a Dios.

La promesa que será mantenida no es ninguna de mis agotadoras, sinceras y necesarias promesas de sobriedad, sino la promesa de la presencia de Dios. Él puede decir de forma creíble lo que yo no puedo: que “continuará viniendo”.


Traducción de Claudia Amengual