Muchas personas se acostumbran al dualismo, en el que sus vidas se dividen en partes, y esto produce una gran tensión. También lo observamos entre la llamada gente religiosa, quizá sobre todo entre ellos. Pero Jesús fue absolutamente de una mentalidad no dividida. Demandó que vendiéramos todas las joyas, a fin de comprar la única perla de gran precio. No debiéramos mirar una cosa con un ojo y tratar de seguir a Jesús con el otro. Si reflexionamos a fondo sobre esto, cada uno de nosotros se dará cuenta de que tiene que confrontar la doblez en su propio corazón. Debemos renunciar a toda duplicidad. Queremos ser de un corazón y un alma, tanto dentro de nosotros como con nuestro prójimo. Es una cuestión de vida o muerte. A menos que encontremos la integridad de corazón y de mente, nuestra doblez nos hará pedazos.

Debemos ser fieles hasta el final. Si somos fieles a Dios, nada podrá separarnos de su paz.

Una promesa hecha a Dios no puede hacerse sobre la fuerza de la fidelidad humana. Debemos depender de la fidelidad de Dios. Nadie es lo bastante fuerte en su propia fortaleza para soportar, por ejemplo, lo que padecieron los primeros mártires cristianos y otros a lo largo de la historia; pero Dios es fiel. Si nos rendimos a él, sus ángeles lucharán por nosotros.

¿Todavía tenemos nuestro primer amor por Jesús, nuestra disposición a darlo todo, incluso a enfrentar la muerte por su causa? Hoy tenemos una casa y un hogar, pero no sabemos qué nos deparará el futuro. Los tiempos son muy inciertos. En el curso de la historia de nuestra comunidad hemos tenido que ir de un país a otro. No podemos ofrecer la seguridad humana. Jesús promete a sus discípulos que serán perseguidos y que sufrirán. No podemos prometer nada mejor. Nuestra única seguridad es Jesús mismo.

No debemos olvidar que Jesús nos enseñó un camino de amor pleno y total, un camino que implica amar incluso a nuestros enemigos y orar por aquellos que nos persiguen. Como discípulos de Jesús, no se nos prometen solo días buenos. Debemos estar preparados para la persecución. A lo largo de la historia hay gente que ha sido asesinada por sus convicciones. Deberíamos estar agradecidos, de que hemos sido protegidos hasta ahora, pero también debemos estar listos para sufrir por nuestra fe.

Si amamos a Dios con todo nuestro corazón, alma y ser, si vivimos nuestras vidas por causa de su honor y para el reino de Dios, entonces podemos referirnos a él con seguridad en nuestras oraciones como «A ti clamo, Señor, roca mía». No importa si tenemos enemigos, ni lo que estos digan sobre nosotros. Escucharemos la voz de Dios en nuestros corazones y seremos fieles.

Debemos ser fieles hasta el final. Para un cristiano la etapa más peligrosa es la mitad de su vida. Al comienzo, cuando nuestra fe es nueva, Dios parece estar especialmente cerca de nosotros. Sin embargo, después de varios años la tibieza se impone. Si somos consagrados, Dios nos sostendrá durante nuestros años intermedios, aunque todavía debemos estar vigilantes. Pero no tengamos miedo. Si somos fieles a Dios, nada podrá separarnos de su paz.


Extracto del libro Discipulado.