Bill Button (1929-2016) fue padre de seis y abuelo de más de veinte. Además de maestro de escuela, fue diseñador de productos y en su vida cotidiana, procedió como pensador y filósofo. En sus últimos años, escribió sus pensamientos y consejos para los jóvenes. El siguiente artículo es del 2011, cuando tenía 82 años.

Cuando era niño, aunque mis padres no iban a ninguna iglesia, me enviaron a la escuela dominical. Querían que yo aprendiera sobre Jesús; no obstante, aparte de las oraciones que hacíamos antes de dormir en casa, no se hablaba de religión. Cuando cumplí catorce años y terminé la escuela dominical, me preguntaron si quería unirme a la iglesia y decidí no hacerlo. No me uní a ninguna iglesia hasta después de casarme, a la edad de veintitrés años.

A fines de 1930, mi padre se había convertido en un pequeño empresario y contratista en nuestra ciudad. Sus conocidos en el negocio le preguntaban a qué iglesia pertenecía y él respondía: "A la iglesia que se reúne los siete días de la semana". Ahora yo también pertenezco a esa iglesia, pero me demoré varios años en encontrarla.

La iglesia que se reúne los siete días de la semana se basa en el espíritu de Dios y su amor sufriente para la humanidad, tal y como fue revelado en la vida, pasión y muerte de Jesucristo; el Nuevo Testamento nos habla de esto. Desafortunadamente, muchas personas quieren seguir al pie de la letra la palabra, en lugar de seguir el espíritu de la palabra. Este buen espíritu me dice que soy pecador por naturaleza, pero, con el amor de Dios revelado a nosotros, a través de Cristo, esta naturaleza impura puede encontrar la redención.

Esta redención no es un evento único, no se logra "ser salvo" y ya. Es una lucha que requiere tomar decisiones cada día, pensar y actuar en el espíritu del amor de Dios por todas las personas. Tengo que servir y amar a mis prójimos. Tengo que amar también la naturaleza, que es un regalo y creación de Dios, y debemos compartirla libremente con los demás. Si soy "salvo" o “no salvo” solo se puede demostrar por mi actitud y acciones diarias, tal como el refrán: "El buen ejemplo vale más que mil palabras".

¿Quién es el prójimo a quien Jesús me pide amar como a mí mismo? En este mundo moderno de comunicación global instantánea y transportación de alta velocidad, todos los que habitamos la tierra somos prójimos. Por ende, para quien ama a Cristo, amar al prójimo implica poner fin al tribalismo, nacionalismo, racismo y a la explotación económica de otras personas. Las oportunidades que quiero para mí, debo trabajarlas también para ofrecerlas a los demás. Las oportunidades a las que me refiero son las posibilidades de obtener las cosas esenciales para vivir, no los lujos.

Cuando Jesús nos pide: "Amen a sus enemigos, y oren por quienes los persiguen" (Mt 5:44), para mí esta es la instrucción más difícil. Es algo que va en contra de mi naturaleza humana y que solo se puede lograr con la ayuda de Dios, a través de la oración y del cuerpo de Cristo, que es su iglesia, mis hermanos y hermanas, quienes me conocen y me apoyan. Ellos también me advierten cuando tengo opiniones y acciones egoístas.

La iglesia de Jesús no es un edificio. Su iglesia es la reunión de personas creyentes y "hacedoras" en el espíritu del amor de Dios. Este es, ha sido y será el cuerpo de Cristo.

Algunos cristianos dan el diezmo para apoyar a su iglesia, contribución que puede ser el 10% de sus ingresos o incluso más. Sin embargo, Jesús pide a sus discípulos el 100%. Consideremos la parábola de la viuda pobre, en comparación con la gran ofrenda del hombre rico (Mc 12: 42-44). Aún así, lo que Jesús quiere de sus seguidores al final, más que el dinero, es el compromiso para mantener a su cuerpo, la iglesia. Él desea que obedezcamos sus mandamientos con nuestra voluntad, con nuestras actitudes y acciones. Quiere que llevemos las cargas de unos y otros y que nos regocijemos con los demás.

¿Qué nos dice Jesús que debemos hacer? "Cargue con su cruz y sígame […] El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía, la encontrará" (Mt 16:24-25). "Anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres […] Luego ven y sígueme" (Mc 10:21). Estas declaraciones exigen entregar todo lo que somos y todo lo que tenemos para seguir a Jesús. Es el 100% que nos pide.

Si te comprometes a unirte con otros, en el esfuerzo de seguir los mandamientos de Jesús, entonces te encontrarás en "la iglesia que se reúne los siete días de la semana". Allí, siempre recibirás mucho más de lo que das. Dios en su inmensa generosidad te dará una familia con muchos hermanos y hermanas, otorgará sentido y propósito para a tu vida, y paz en el corazón que "sobrepasa todo entendimiento" (Fil 4:7).


Traducción de Coretta Thomson