La pornografía está por todas partes. Nada menos que la mitad de los niños se ven expuestos a contenido pornográfico durante su preadolescencia, y se estima que entre un 84 % y 93 % de los varones y entre un 57 % y 62 % de las mujeres han visto pornografía antes de llegar a los dieciocho años. La facilidad de acceso es muy preocupante: hay unos pocos sitios de contenido para adultos que piden una «verificación de edad» aun menos estricta que el típico captcha «marca todas las imágenes que muestran un bote», y, en los sitios de las redes sociales ­–que rara vez tienen filtros­–, es muy fácil encontrar fotografías y videos pornográficos. Un estudio realizado arrojó como resultado que el 11 % de los hombres usuarios de internet y el 3 % de las mujeres se reconocen adictos a la pornografía, a la vez que el 5 % de los pastores y el 12 % de los pastores dedicados al ministerio con jóvenes reconocieron ser adictos a la pornografía.

Es probable que conozcas a alguna de estas personas. Podría ser un amigo, un familiar, un profesor, incluso un líder o pastor; seguramente se sienten avergonzados por su conducta, y con toda razón. Lo que buscan es perverso, y lo saben. Asumo que para la mayoría de los lectores estos datos son motivo de tristeza y preocupación. La pornografía es un peso sofocante para el alma de la persona adicta: le insume horas de su tiempo y es una carga invisible que le oprime el corazón. A los niños los expone a una visión corrompida del sexo, aun antes de haber experimentado las primeras sensaciones sexuales de la pubertad.

¿Qué podemos hacer? El mejor ataque es una buena defensa, y, a menos que se prohíba la pornografía o se implemente en los servidores de internet algún tipo de filtro que requiera un consentimiento apropiado para los sitios de contenido más duro, seguiremos expuestos a contenido basura a través de cada dispositivo y rúter de acceso a internet. Existen filtros útiles para bloquear contenido no deseado en los dispositivos que usas regularmente (incluido el rúter, que puede exponer a tus hijos a material pornográfico a través del celular de alguno de sus amigos). Todas las familias deberían instalar algún sistema de protección.

Fotografía de Chris Barber

Sin embargo, la prevención no es equiparable al tratamiento. Para alguien que es adicto a la pornografía, los programas de filtrado de contenidos o de responsabilidad personal solo reducen su posibilidad de ver contenido explícito o hace que lo piensen dos veces antes de mirar ese contenido porque existe un mayor riesgo de ser descubierto. En la actualidad, usar palabras como «locura» para referirse a la enfermedad mental no es políticamente correcto, pero no encuentro otra manera de describir la actitud de un padre que se esconde en el baño con el iPad de su hijo para usarlo de manera indebida o del empleado, por lo demás buen trabajador, que accede a contenido ilegal desde una computadora en el trabajo aun después de ser advertido que sería despedido. Para quien está dominado por una adicción, la locura y la insensatez se vuelven la norma.

Como ocurre con muchas otras enfermedades, las personas afectadas deben acudir a un lugar donde estén convencidos de que podrán recuperarse y, luego, actuar en consonancia con esa convicción. Igual que ocurre con la depresión y otras enfermedades mentales, la fuerza de la adicción se potencia cuando la persona cae en el aislamiento. Las personas adictas a la pornografía continúan siéndolo, en buena medida, porque están convencidos de que su pecado es demasiado indigno para nombrarlo, demasiado poderoso para dominarlo y está tan arraigado en ellos que los define como personas. Para combatir estas falsedades, necesitan escuchar que es seguro y beneficioso confesar su adicción y que pueden encontrar la fuerza para superar su adicción.

Confesarse es seguro y beneficioso

Comienzo por este punto porque es el primer paso y, por ende, el más difícil. La mayoría de las personas con algún tipo de adicción atraviesan una etapa de autoengaño en la que se convencen de que pueden salir adelante sin pedir ayuda. Pero llega un momento en el que se dan cuenta de que sus intentos de superar la adicción por sí mismos los lleva a recaer una y otra vez, y es entonces cuando o bien piden ayuda o caen en la desesperación porque les resulta imposible hacerlo. La vergüenza de tener que admitir lo que han hecho y el temor de perder a su familia o el empleo (si están en el ministerio) son poderosos factores de disuasión.

Si quieres que las personas se sientan seguras para confiarte sus problemas, lo más importante es que sepas escuchar. Si eres rápido para criticar, tienes tendencia a hablar de los demás o no le das tiempo a quien habla contigo de decir lo que piensa, ninguna persona querrá compartir contigo sus secretos más oscuros. Por el contrario, si eres paciente, afable, sincero, si te muestras atento y no caes en el hablar por hablar, las personas que necesitan ser escuchadas, se acercarán a ti. Si sientes que tu amistad es demasiado superficial para este tipo de conversaciones, quizá deberías pensar de qué manera estás usando tu lengua y tus oídos.

Cuando alguien se sincera acerca de su adicción, nos está pidiendo ayuda y una actitud responsable. Necesita saber que, si se confiesa, los demás lo ayudarán a hacer lo que sea necesario para liberarse de su adicción.

También es necesario crear espacios donde las personas puedan compartir cómo se sienten. Los hombres y las mujeres (muy especialmente, los hombres) no siempre encuentran espacios donde puedan hablar abiertamente sobre sus luchas. A veces, un grupo de oración o de estudio bíblico o algún otro encuentro programado puede cubrir esta necesidad, pero no siempre es así. Si el nivel de intimidad de tu grupo no va más allá de pedir oración por la operación de juanete de la tía Edna, es señal de que un cambio es necesario.

Si tú comienzas por dar el ejemplo, eso ayudará a que otros se animen a confesar sus pecados. No se trata de ventilar todos los trapos sucios ni de ser el tipo de persona que comparte todo lo que piensa y siente en las redes sociales, pero los demás notarán si estamos dispuestos a abrirnos, al menos un poco, acerca de nuestra propia lucha con el pecado. Al ver que nosotros nos sinceramos, ellos responderán de manera recíproca reconociendo sus propias flaquezas.

Por último, no hay una manera fácil de enfrentar el hecho de que consumir pornografía tiene consecuencias, y confesarse implica asumirlas. No hay manera de atenuar las consecuencias jurídicas derivadas de esa conducta. Solo puedo decir que, si alguien se encontrara en esa situación, debería saber que el arrepentimiento bien vale la pena. No creo que se deba despedir u obligar a renunciar al ministerio de inmediato a quien confiesa ser adicto a la pornografía, pero las iglesias y los ministerios cristianos deberían establecer con claridad el procedimiento que se seguirá con los miembros de su personal que admitan su pecado.

Cuando alguien se sincera acerca de su adicción, nos está pidiendo ayuda y una actitud responsable. Necesita saber que, si se confiesa, los demás lo ayudarán a hacer lo que sea necesario para liberarse de su adicción. Si está casado, tendrá que contárselo a su cónyuge y asumir las consecuencias, sea una separación o un largo tiempo de sanación para recomponer el vínculo luego de la traición. No podemos librarlos de las consecuencias fruto de sus propias acciones, pero podemos asegurarles nuestro amor y apoyo para enfrentarlas.

Es posible superar la adicción

¿Cuál es el siguiente paso después de confesar su adicción? La desesperanza que genera la adicción es uno de los factores que más contribuye a que el adicto permanezca esclavizado. Parece que se tratara de algo tan simple como no mirar algo que es perverso, por lo tanto, el adicto siente que su deseo constante e irracional de mirar es un estigma y un yugo de los que no puede liberarse. Esa persona que amas y que es adicta a la pornografía ya ha orado y se ha entregado a Dios muchas veces; quizá ha llegado al punto en que sus oraciones pidiendo ser liberada le suenan huecas. Los demonios mienten y mantienen esclavizada a la persona adicta haciéndole creer que o bien su fe es falsa, o bien su Dios lo es.

Hay personas que han consumido pornografía regularmente y han podido romper con el hábito luego de una breve intervención espiritual, pero no es ese el perfil que tengo en mente al escribir estas líneas. Los adictos más necesitados de amor son aquellos que una y otra vez intentan vivir con pureza, pero fracasan cada vez, y esa doble vida les destroza el alma. Estos hombres y mujeres necesitarán personas que los acompañen en su muy largo viaje a la libertad.

Tus seres queridos necesitan escuchar que Dios, en su gracia, verdaderamente los perdona sin importar lo que hayan hecho y que él puede transformar su vida. El único requisito es que estén dispuestos a aceptar su gracia, como sea que se manifieste. Es poco probable que logren superar su adicción al primer intento, pero si persisten en su decisión de vivir con transparencia y sinceridad, irán avanzando en su recuperación. Hay muchas personas en nuestras familias e iglesias que se han librado del yugo de la pornografía; sus vidas dan testimonio del poder sanador del amor de Dios.

Las personas adictas a la pornografía necesitan un amigo dispuesto a preguntarles cómo se sienten y qué necesitan para seguir adelante y no decaer. 

¿De qué manera se manifiesta la gracia de Dios? Existen organizaciones como Bethesda Workshops, Faithful and True y Restoring the Soul que ofrecen programas intensivos de tres días durante los cuales brindan asesoría específica y guía para elaborar un plan de lucha personal de largo alcance (algunos programas incluyen sesiones para cónyuges que se ven confrontados con el dolor de que su pareja es adicta). Si alguien no dispone de tiempo o recursos para inscribirse en un programa intensivo, siempre está la opción de participar en las reuniones virtuales o presenciales de Samson Society, Celebrate Recovery, Sexaholics Anonymous y Sex Addicts Anonymous, que son de libre acceso. Puede ser beneficioso contar con asesoramiento y/o tratamiento psiquiátrico ya que, a veces, las personas consumen pornografía como una manera de combatir la depresión, la ansiedad o superar una experiencia traumática.

Pero el mayor aporte de estos programas y reuniones es que promueven una vida sin mentiras ni ocultamientos. Las personas adictas a la pornografía necesitan un amigo dispuesto a preguntarles cómo se sienten, qué dificultades están enfrentando y qué necesitan para seguir adelante y no decaer. Y también necesitan todas esas cosas que le hacen bien a cualquier persona: largas caminatas, ejercicio físico, comer con amigos, escuchar música y cantar, orar y tener alguien a su lado que los anime cuando tengan una recaída y sientan deseos de abandonar la lucha.

Vivimos en una época en la que es tremendamente fácil caer en la adicción, aun para una persona buena y responsable que desea servir a Dios y amar al prójimo. No es posible superar la adicción sin ayuda; sea que la persona decida o no participar en un programa formal, sí o sí necesitará amigos y familiares que la apoyen en sus propósitos y la sostengan en los momentos de debilidad. Tú puedes ser esa persona que ayude a otros a ver la luz a través de tu sinceridad y confianza, y puedes ser un compañero fiel para una recuperación de por vida. ¡El amor de Dios es más poderoso que la pornografía! Pero los adictos solo pueden asimilar esta verdad y hacerla realidad en su vida en medio de una comunidad.


Traducción de Nora Redaelli