Querido hermano, no te extrañes si te tuteo, te ruego hagas lo mismo cuando me escribas a mí.
Agradezco tu carta del 6 de mayo y aprecio cuan abiertamente me cuentas tu vida. Estoy contento de saber que de aquí cinco meses saldrás ya de prisión y volverás a tu país. Entiendo también cómo te sientes, entiendo tus angustias y tus esperanzas.
Digo que lo entiendo todo, querido hermano, porque hemos pasado por la misma, tú y yo. No he estado en prisión, es verdad, pero esto no significa que no haya cometido los mismos pecados que tú. He mentido, he robado, he faltado de respeto a mis padres, en otras palabras, he desobedecido a los mandamientos de Dios, que esta es la esencia del pecado, sea grande o chico. Desobediencia es desobediencia.
Pero, así como estamos hermanados en el pecado, podemos hermanarnos en el arrepentimiento. Yo también he pasado por momentos de desesperación, pero debes saber que Dios no quiere que desesperemos nunca. Nunca digas, ni pienses, que “ya no tienes perdón de Dios”. Fíjate que Jesús perdonó al ladrón en la cruz y le dijo que ese mismo día iban a estar juntos en el paraíso, por el mero hecho de que el ladrón había reconocido su falta. En esta situación estamos también nosotros. Nuestro arrepentimiento es lo único que Dios espera de nosotros, y yo estoy convencido de tu arrepentimiento. Ni tú ni yo tenemos alguna razón para desesperar, al contrario.
Tobias Kleinlercher, Celdas en Alcatraz. Wikimedia Commons
Sin embargo, recuerda la parábola del hombre que estaba poseído por un mal espíritu y fue curado, pero, una vez curado, se quedó así no más y no hizo nada con la salud que había recuperado. Entonces, el mismo espíritu malo retornó a su antigua vivienda, acompañado por otros siete espíritus malos. Una vez arrepentidos y curados, tú y yo tenemos el deber de hacer algo por la causa de Dios. Si miramos a nuestro alrededor, veremos el mal estado en que se halla el mundo, tanto, que da miedo, ¿verdad? Pues, tu y yo no podemos cambiarlo, pero sí podemos hacer algo, obedecer a Dios y amar a nuestro prójimo. No es tan fácil como suena, pero Dios nunca pide algo que no podamos hacer. Podemos hacerlo, fallaremos una que otra vez, lo sentiremos y volveremos a la tarea.
Tú me dices que has sido bautizado y me alegro que así sea, porque esto me hace pensar que ya sabes todo lo que te estoy diciendo. Yo también lo sé, pero saberlo no es suficiente para ninguno de los dos. Es el actuar lo que cuenta. Y actuar no es tan duro como parece. Pero cuando nos parezca difícil y estemos a punto de desesperar, acordémonos de Jesucristo; en ese momento, él nos dará la fuerza y la voluntad que nos hace falta.
Tú tienes 23 años, que es una edad maravillosa (¡Yo tengo 81!). Cuando tenía 23 estaba metido en tantas cosas estúpidas, que hoy todavía me da vergüenza. Pero en algún momento Dios me hizo la merced de conocerlo y, aunque soy débil y sonso, pude cambiar de vida. Como yo, tú también puedes hacerlo; dejemos de confiar en nosotros mismos, en nuestra pretendida astucia y todo esto, y sencillamente confiemos en Dios, que al fin y al cabo sabe más y es más poderoso que nosotros, ¿verdad?
Yo creo que tú estás en la vía de comprender esto. Tú tienes todas las razones del mundo para confiar en Dios y en tu propio porvenir, quedándote a su lado, que en realidad es él quien se queda a nuestro lado, mientras le hacemos caso.
Querido hermano, es todo por hoy. Me gustaría que siguiéramos en contacto y, si esta carta te causa alguna pregunta o duda, escríbeme abiertamente. Mientras tanto, deseo que te vaya bien, que juntes ánimo y que confíes en Dios, porque él nos ama a todos, aunque le hayamos fallado, cosa que él bien sabe.