¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!
El nacimiento de Cristo no solo sucedió por el bien de tu alma, sino que ocurrió por el bien de Dios, por el bien de la creación y por el bien de todas las criaturas vivientes. Aconteció para traer de nuevo a la luz la gloria de Dios en un mundo grande y vasto que se extiende por el cielo, la tierra y debajo de la tierra, para que una vez más la tierra proclame la gloria de Dios (Sal 19:1).
En la época de Noé, Dios quiso que el arco iris fuera un pacto para todo el mundo y para la humanidad en el mundo (Gén 5). “Nunca más os destruiré”, dijo Dios. “Os preservaré”. Pero ¿para qué? ¿Vale la pena tomarse la molestia de preservarnos a nosotros, seres humanos desdichados, para una miseria eterna, para una aflicción sin fin que toma diferentes formas y aspectos en distintos momentos? ¡No en absoluto! No es para eso nuestro rescate; no es esa la razón por la que Dios, el santo y justo, ha tolerado nuestra vida carnal durante tanto tiempo. No, la humanidad ha sido preservada para la venida del Hijo del Padre, a fin de que las personas, por corruptas que sean y por sumidas en el pecado que estén, puedan volver a encontrar la vida del Creador a través del Hijo (Jn 3:17), para que los perdidos puedan acercarse de nuevo al Padre con vida nueva (Rom 6:4).
Por eso, hoy también recordamos el pacto de Dios que comenzó con Noé, se confirmó en Abraham y se concluyó con Jesucristo. Este día nos recuerda el pacto, en el cual quienes escucharon noticias sobre el nacimiento de Cristo están especialmente llamados a ver cómo la gloria de Dios puede ser engrandecida en la tierra, y cómo la paz en la tierra puede crecer y conducir de nuevo al favor de Dios, para que todo en la creación sea una vez más “muy buena” (Gén 1:31).
La Navidad es un día de alianza
Que este día de Navidad sea un día de alianza (2 Co 3:6). Que la Navidad sea un día para unir a muchos en el espíritu de la verdad y la justicia de Dios, un día para estrecharnos la mano y decir: “Olvidémonos de nosotros mismos. Pensemos en nuestro salvador y en su obra para Dios Padre y para el Espíritu Santo. Que le ayudemos, en lugar de ser cristianos perezosos que no hacen más que festejar. Trabajemos, suframos y perseveremos, e incluso muramos en nuestro Señor Jesús. Que nuestra única preocupación sea ver que su obra continúe; que la gloria de Dios se extienda por todo el cielo, sobre todos los pueblos y sobre todas las profundidades; que las corrientes del Espíritu Santo vuelvan cuando hayamos muerto a la carne y caminemos en la vida renovada (Rom 8:9-15), y podamos presentarnos ante Dios como sus hijos, a través del Señor Jesús”.
Por el momento, esto significa que tenemos que celebrar el día de Cristo, el verdadero día de Cristo, en silencio y de una manera diferente a la mayoría de las demás personas. La Navidad se ha convertido en una fiesta del árbol de Navidad para el público en general. La mayoría de la gente está entusiasmada con este día sin saber exactamente por qué, por lo que practican todo tipo de tonterías. En consecuencia, desperdician su vida terrenal en cosas temporales. Y hay poco que podamos hacer al respecto.
Pero hay una cosa que sí podemos hacer: sentir compasión por los millones de personas que, con las mejores intenciones, gastan sus fuerzas en asuntos terrenales sin comprender los asuntos del cielo. Esta compasión debe impulsarnos a fortalecer nuestro pacto con Dios y entre nosotros, para que la causa de Dios avance y alcance su propósito. Entonces, toda la humanidad verá la luz de Dios, el gran plan de salvación del Padre (Hch 2:14-21).
Fotografía de Alain Gehri.
Adorar como los pastores: en los márgenes
Hay mucho que podemos hacer sin alardes para servir a Dios, si nos reunimos alrededor del pesebre como los pastores de Belén y lo adoramos en silencio, recordando al gran Dios que quiere convertirse en nuestro Padre por medio de este Hijo (Lc 2:15-18). No vacilemos porque hay pocas personas que ahora alaban a Dios en el Señor Jesucristo de esta manera. Es posible que nunca haya muchos que se sientan llamados a trabajar para el reino de Dios. Pero este pequeño rebaño tiene que entregarse por el mundo entero, por el Dios vivo, por el bien de todos, al igual que unos pocos pastores despreciados tuvieron que estar allí en nombre de toda la humanidad para ver y oír a los coros de las multitudes celestiales y transmitirnos las palabras que vinieron del cielo: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”.
La alegría de estos pastores no provino de que ellos fueran los que habían oído y visto las maravillas, sino que se había dado una nueva luz al mundo entero, que Dios había visitado de nuevo a su pueblo (Lc 1:68-79). Nosotros también debemos prepararnos en pequeños grupos, como un pueblo unido a Dios por medio de Jesucristo, hasta que estemos listos para recibir gracia tras gracia, revelación tras revelación, para el mundo y para la humanidad, para la gloria de Dios. ¡Este debe ser nuestro gozo! En verdad, la Navidad pertenece a todo el cielo. La Navidad pertenece a toda la tierra. Y, por último, la Navidad pertenece al mundo de los muertos, porque al final, en el día de Cristo, los muertos resucitarán y alabarán a Dios en la vida.
La expectativa fomenta entendimiento
Si esto es lo que conmueve nuestros corazones, entonces estamos en un estado mental en el cual un mensaje del cielo puede conmovernos. ¿Qué fue lo que hizo que aquellas personas —María, José, Zacarías, Isabel, Ana, Simeón y otros que esperaban el reino de Dios— pudieran recibir un mensaje del cielo? Sin duda, fue el gran corazón que la palabra de Dios les había otorgado. Fue a través de las escrituras que recibieron grandes pensamientos y volvieron conscientes de las grandes promesas. Estaban consumidos por el dolor por la miseria de su pueblo y del mundo entero. Pero también se fortalecieron en la fe gracias a las promesas de Dios, en las que todos los confines de la tierra verían la salvación del Señor. En este estado de ánimo se liberaron de las cosas terrenales que los ataban y volvieron capaces de ver y oír mensajes divinos. Si queremos ser un pueblo de Dios, tendremos que ser capaces de ver y oír al Señor.
Pero no pienses que ahora, por ejemplo, mientras estás sentado aquí, de repente verás u oirás algo. Por supuesto, a algunos les puede pasar, pero la mayoría de los cristianos tienen su atención puesta en otra parte. Lo único que pueden hacer es reflexionar sobre el pasado, con la esperanza de encontrar allí alguna verdad. Tienen que escribir tomos sobre cada frase de la Biblia intentando comprenderla.
No debería ser así. Si somos un pueblo de alianza, somos recipientes de la palabra de Dios y el derramamiento del Espíritu Santo, ya que la Biblia dice que todos serán enseñados por Dios mismo (Jn 6:45; Is 54:13). Y deberíamos anhelar escuchar de nuevo la voz de Dios, desear experimentar la vida de Jesucristo resucitado, suplicar que el poder y la luz del Espíritu Santo se hagan visibles de nuevo, para la gloria de Dios.
¿Por qué es tan débil el cristianismo?
¡Qué ciegos se han vuelto la mayoría de los cristianos! No han experimentado nada de esta nueva vida, y ni siquiera creen que deberían experimentar más. Es extraño considerar que hoy en día el cielo está lleno de júbilo, conocimiento, verdad, justicia y nueva vida, sin embargo, en la tierra solo hay pequeños grupos de cristianos que se esfuerzan por unirse a los que están en el cielo, para la gloria y el honor de Dios. Amigos míos, esto es suficiente para entristecernos en este día de Navidad, que debería ser un día de nueva creación (2 Co 5:17). Cada vez hay menos personas en la tierra capaces de alabar a Dios como lo hicieron los pastores.
Ciertamente hay muchas personas que se sienten conmovidas por el cristianismo. Pero hay una diferencia entre sentirse conmovido por las formas cristianas y sentirse conmovido por el Espíritu enviado por Dios, que nos pone en una verdadera relación con él. Aun así, no dejaremos que nos quiten nuestra alegría, porque sabemos que hay un gran regocijo en el cielo. Sabemos que el Señor Jesús está siendo alabado en todos los cielos, incluso hoy.
Por eso nos regocijamos con todas las multitudes del cielo y no nos permitiremos desviar, aunque la gran mayoría de las personas nunca piensen en el reino de Dios y continúen letárgicamente, año tras año, en su cristianismo. Levantémonos a tiempo y velemos y oremos (Lc 21:36), para poder escuchar la voz del Dios vivo.
Alégrense en nombre de toda la creación
Si esto es lo que anhelamos, debemos vivir con la misma mentalidad que tenían aquellas personas en la época de Jesús. Por eso les digo a todos ustedes: “¡Olvídense de ustedes mismos y piensen en el reino de Dios! Dejen a un lado su egoísmo, abran sus corazones, eleven sus pensamientos y dejen que el nacimiento de Jesucristo les conmueva como una alegría que debe pertenecer al mundo entero”. Si aprenden a hacerlo, regocíjense en nombre de todos los seres vivos. En cuanto a mí, no voy a pensar en mí mismo, sino que me regocijaré en el gran Señor que hace cosas buenas a través de toda la creación.
El Salvador necesita un pueblo de Dios vivo que renuncie a las cosas temporales y se aferre a lo que es eterno. Amigos míos, ojalá tuviera la voz del Espíritu para dejarles claro lo necesario que es eso. Los cristianos estamos demasiado sumergidos en las cosas temporales y terrenales. Es muy peligroso, porque lo que parece ser espíritu, lo que a menudo se llama espíritu, es solo carne pintada. Los corazones de las personas se conmueven, pero ¿por qué? Pruébenlo y verán; con demasiada frecuencia es por cosas terrenales. Sus mentes se conmueven, pero ¿por qué? Por intereses materiales y asuntos externos.
Sin duda, algunos asuntos tienen cierto valor; hay preocupaciones políticas, movimientos sociales y controversias teológicas. Sin embargo, en todos ellos, las personas se hacen pasar por terriblemente importantes, cuando en realidad somos pobres gusanos que ni siquiera nos damos cuenta de la masa de terrenidad que nos separa del Dios vivo.
Debemos levantarnos y buscar de nuevo el reino de Dios, el reinado de nuestro Señor Jesucristo, la entrada y el amanecer de la verdad. Entonces seremos liberados espiritualmente y estaremos abiertos a las experiencias celestiales. Entonces la clara luz del Señor podrá brillar de nuevo a nuestro alrededor y se podrá proclamar la gran alegría que será para todos los pueblos.
Alégrense con fidelidad
Admitiréis que necesitamos un nuevo mensaje, un nuevo lenguaje, porque, en general, los cristianos no tienen esta alegría. Sin embargo, ¡esta alegría será para todos los pueblos! ¿Se reprimirá para siempre? ¡No! El Señor, el Cristo en la ciudad de David, se revelará aún, y habrá de nuevo señales que indiquen dónde encontrar al Señor Jesús. Sin esas señales divinas, no solo permaneceremos tal como estamos ahora, sino que empeoraremos cada vez más, al igual que el cristianismo no está creciendo interiormente, sino que está perdiendo cada vez más su espíritu. Necesitamos nuevas señales que nos muestren dónde está Cristo, que nos muestren el camino de la paz, el camino al reino de Dios. Entonces podremos estar unidos en nuestro regocijo en Dios a través del Señor Jesús.
¡Guardemos este día de Navidad en nuestros corazones y alegrémonos! Alegrémonos, aunque todavía haya tanta oscuridad en la tierra. ¡Estaremos alegres en la esperanza y no vacilaremos! Extendamos nuestras manos, no hacia las cosas que están en la tierra, sino hacia las cosas que están arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios (Col 3:1). Si somos fieles, seremos liberados en el espíritu hasta que, finalmente, seamos aptos para comprender las cosas celestiales y avanzar hacia la consumación del reino de Dios.
Que el Dios Todopoderoso haga que esto se cumpla a través de su gobierno sobre la raza humana, que él ha elegido para sí mismo por medio de Jesucristo, y que seamos reunidos por el Espíritu Santo en su gran y maravilloso reino. Amén.
Fuente: Christoph Friedrich Blumhardt: Sterbet, so wird Jesus leben: 1888–1896, (Zurich: Rotapfel Verlag, 1925), no. 8, traducción al inglés de Jörg Barth y Renate Barth (Plough, 2013). Versión en español realizada por Coretta Thomson desde aquella en inglés.