¿Qué se necesita para subsanar las divisiones que separan a los cristianos de las diferentes confesiones? En noviembre de 2021, el cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena, y el pastor del Bruderhof Heinrich Arnold, dieron la bienvenida a los asistentes a la catedral de San Esteban reunidos para conmemorar la histórica persecución de los anabautistas. Fue la primera vez en la historia de la ciudad que algo así se hacía. El evento miraba al futuro y también al pasado: celebraba la fundación de dos nuevas comunidades del Bruderhof en Austria, ambas instaladas en predios donde antes hubo monasterios. Los siguientes fragmentos seleccionados referidos a los hechos de ese día han sido editados para adaptar su extensión y para mayor claridad.

La sanación de la memoria

Cardinal Christoph Schönborn

Estamos reunidos hoy en este lugar especial para “recordar las cosas de antes”, como Dietrich Bonhoeffer tan bien dijo. Aquí, en nuestro país, muchos cristianos fueron perseguidos por su fe. En este servicio, que recuerda a los anabautistas víctimas de persecución en Austria, no podemos mencionar a cada uno por su nombre. En nombre de todas esas víctimas, sin embargo, deseamos recordar particularmente a dos matrimonios: Elsbeth y Balthasar Hubmaier y Katharina y Jakob Hutter. Su testimonio aún es importante hoy para muchos cristianos en Austria.

Nuestro Señor Jesús advirtió a sus discípulos que serían perseguidos, pero ¡qué doloroso tiene que ser para él que esa persecución sea hecha por otros cristianos! Por un lado, entonces, este servicio tiene por finalidad expresar nuestra tristeza y hacer una reflexión penitencial acerca del hecho de que algo así haya sucedido en nuestro país.

Sin embargo, por el otro lado, deseamos agradecer a Dios por habernos reunido hoy en esta iglesia, no como perseguidores y perseguidos, sino como hermanos y hermanas, que contemplan juntos a Cristo, quien nos redime de todos los pecados a través de su sufrimiento. Solo Dios puede redimirnos de nuestros pecados y de la carga de pecados pasados. El siguiente pasaje del Salmo 51 ofrece una introducción adecuada a este servicio de conmemoración:

Esconde tu rostro de mis pecados,
Y borra todas mis maldades.
Crea en mí, oh, Dios, un corazón limpio,
Y renueva un espíritu recto dentro de mí.
No me eches de delante de ti,
Y no quites de mí tu santo Espíritu.
Vuélveme el gozo de tu salvación,
Y tu espíritu noble me sustente.
Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos,
Y los pecadores se convertirán a ti.
Líbrame de homicidios, oh, Dios,
Dios de mi salvación;
Cantará mi lengua tu justicia.
Señor, abre mis labios,
Y publicará mi boca tu alabanza.
Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría;
No quieres holocausto.
Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado;
Al corazón contrito y humillado no
despreciarás tú, oh, Dios.

Oremos:

Gracias, querido Padre, por reunirnos hoy con corazones gozosos, pero también con corazones rotos y contritos. Perdónanos, querido Señor, dondequiera que hayamos herido a tus hijos en el pasado, aquellos que son nuestros hermanos y hermanas. Sana la memoria de aquellos cristianos que fueron perseguidos aquí, en nuestro país. Perdona y redime la injusticia que ha tenido lugar aquí. Concede que podamos ahora, en este país, dar testimonio de la unidad entre los cristianos que pertenecen a diferentes confesiones. Por tu gloria y la construcción de tu reino. Amén.

El camino a la unidad cristiana

Heinrich Arnold

Dijo Jesús: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Jn 13:35).

Los hilos del plan de Dios atraviesan la historia, entretejidos en una tela que un día será completa en un perfecto tapiz del reino de amor y justicia de Dios. Los hilos coloridos son vidas que ardieron con amor por Jesús y por otros, los muchos que permanecieron fieles a través de juicios y tribulaciones y pusieron su vida al servicio de otros y por su fe. Jesús mostró el camino con su vida, sus enseñanzas y milagros de curación; con su sufrimiento, sangre, muerte y resurrección.

El Espíritu Santo estableció la iglesia cristiana en Pentecostés, construida sobre la roca de la fe en Jesucristo, personificada en y dirigida por Pedro y los demás discípulos e integrada por todos los que se sintieron compelidos por el llamamiento del Espíritu para alejarse del pecado, arrepentirse y ser bautizados, y vivir una nueva vida de amor en hechos y en palabras. El mensaje y el rebaño crecieron, florecieron y se diseminaron, a pesar de —incluso alentados ante— la persecución. La iglesia también atravesó épocas de debilidad y decadencia a través del engaño y astucia del maligno, y de la naturaleza caída de los hombres. Pero siempre hay chispas y cenizas avivadas y vueltas a encender por el Espíritu Santo, convertidas en llamas de renovación. Esos son hombres y mujeres de fe y coraje, los pilares de un reino que crece. 

Una de esas renovaciones fue el movimiento anabautista primitivo hace quinientos años, que tuvo su despertar aquí en esta tierra, un llamamiento de renovación hacia el verdadero y puro discipulado de Jesús. A través de la obra del espíritu de Jesús, la iglesia debió volverse visible, una realidad en carne y hueso, una comunidad de seres humanos que, a pesar de su debilidad, son una señal de la venida del reino de Dios de amor, paz y justicia perfectos. Este discipulado tuvo su costo. Muchos fueron perseguidos y perdieron su sustento, su hogar, su familia, incluso su vida por permanecer fieles a su fe recién encontrada y a su llamamiento. 

Este mismo llamamiento inspiró la fundación de la comunidad del Bruderhof hace cien años. Es la razón por la cual el fundador del Bruderhof, mi bisabuelo Eberhard Arnold, inspirado en la iglesia cristiana del siglo I y en cada movimiento de renovación hacia el completo discipulado, fue en busca de los descendientes de los anabautistas primitivos, los huteritas en América del Norte, y en 1930 fue ordenado pastor huterita. Por ese motivo los fundamentos y el orden eclesial del Bruderhof provienen de nuestros hermanos y hermanas en la iglesia huterita. (Por cierto, esta historia es especialmente importante para mí, porque mi esposa Wilma es huterita y mis hijos y nietos han heredado este legado).

Me parece importante que Dios nos haya conducido a Austria justo a tiempo para celebrar el centenario de nuestro Bruderhof. Solo cuatro años atrás varios hermanos y hermanas austríacos católicos nos alentaron a considerar la instalación de una comunidad del Bruderhof aquí. Ni en nuestros sueños más osados hubiéramos imaginado lo que Dios proveería mientras tanto. Agradezco a muchos de ustedes que hoy nos acompañan y que han alentado y apoyado nuestro nuevo comienzo aquí en Austria.

¿Por qué después de dos mil años aún no hemos alcanzado la unidad por la que Jesús oraba?

La oración final de Jesús por la unidad entre sus discípulos, citada en Juan 17 —“para que todos sean uno; como tú, oh, Padre, en mí, y yo en ti”—, es vital e importante hoy. ¿Somos todos uno hoy? ¿Qué quiso decir Jesús con eso? ¿Cómo podemos ser uno? Qué tragedia es que nosotros, los cristianos, estemos aún tan divididos, no solo porque tenemos tradiciones y doctrinas diferentes, o por llamarnos católicos, ortodoxos, protestantes y anabaptistas, sino porque no tenemos amor suficiente entre nosotros. ¿Por qué después de dos mil años aún no hemos alcanzado la unidad por la que Jesús oraba?

Hace veinticinco años, mi padre Johann Christoph Arnold habló acerca de este difícil asunto con el cardenal Joseph Ratzinger, que entonces era el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. El futuro papa Benedicto XVI hizo una declaración profunda acerca de lo que implica la verdadera unidad. Es una declaración con la que los anabautistas primitivos, creo, estarían de acuerdo. Dijo:

No podemos traer unidad a la iglesia con maniobras diplomáticas. El resultado solo sería una estructura diplomática basada en principios humanos. En lugar de eso, debemos abrirnos más y más a nuestro Señor Jesucristo. La unidad que él trae es la única unidad verdadera. Todo el resto es una construcción política, que es tan transitoria como todas las construcciones políticas.

Es la forma más difícil, por cuanto en las maniobras políticas las personas son activas y creen que pueden alcanzar algo. Debemos esperar en el Señor, que él nos dé unidad y, por supuesto, debemos ir a su encuentro limpiando nuestro corazón… Juntos permitamos que el Señor nos limpie y aprendamos la verdad de él, la verdad que es amor, para que él pueda hacer su obra y para que él nos una. *

Nos reunimos hoy con todos ustedes para recordar a los antepasados anabautistas que dieron todo lo que tenían, incluso su vida, en un costoso discipulado. Reafirmemos también nuestro propio compromiso personal con una vida de discipulado que da testimonio del reino de Dios. Asimismo, tal como el papa Benedicto XVI nos animó a hacer, “permitamos que el Señor nos limpie y aprendamos la verdad de él, la verdad que es amor, para que él pueda hacer su obra y para que él nos una”.

* Acotaciones del cardenal Joseph Ratzinger durante una asamblea celebrada el 24 de junio de 1995, en Roma.

Hermanos trágicos: jesuitas y anabautistas

Eduard Geissler
El doctor Geissler es secretario del Hutterer Arbeitskreis Tirol und Südtirol (Comité de Trabajo Huterita, Tirol y Tirol del Sur).

Quisiera comenzar observando el contexto histórico que rodea la persecución de los anabautistas, particularmente el trágico rol que tuvo la orden jesuita. El cardenal Schönborn y Heinrich Arnold han redactado la siguiente invitación para el servicio de hoy:

Ya no nos dirigimos más unos a otros como miembros de dos bandos diferentes, sino simplemente como hermanos y hermanas. A pesar del peso de la historia y de todas nuestras diferencias teológicas, estamos unidos como cristianos que se han encontrado unos a otros y desean aprender unos de otros cómo servir fielmente a Jesucristo hoy.

¡Imaginen las bendiciones que se habrían derramado si se hubiera prestado atención a esta sabiduría hace quinientos años!

Lamentablemente, lo que aconteció fue muy diferente. En 1550, Fernando I, emperador del Sacro Imperio Romano, facilitó el establecimiento del primer colegio jesuita en el imperio, aquí en Viena. Siguieron muchos más de esos colegios y se constituyeron en centros de la Contrarreforma. Fernando nombró al superior provincial jesuita Pedro Canisio, luego canonizado, como su teólogo de corte, porque reconoció —mejor tarde que nunca— la necesidad de la Iglesia católica romana de ser reformada. Vio en los jesuitas, cuya orden fue fundada en 1534, una cura milagrosa para el protestantismo y el anabautismo en sus tierras heredadas, una que restableciera esas regiones a un catolicismo puro.

A partir de 1527, primero como príncipe territorial del Tirol y luego como rey y emperador, Fernando había desencadenado una ola de persecución contra los anabautistas, que eran tenidos en alta estima por parte de la población. Los adherentes al movimiento fueron quemados vivos, decapitados o ahogados. Sus hijos les fueron arrebatados, su propiedad fue confiscada y sus casas, quemadas junto con las de aquellas personas que les daban cobijo. The Chronicle of the Hutterian Brethren informa acerca de veintitrés ejecuciones solo en Viena, con una nota que decía “y muchos ejecutados de forma secreta”, aludiendo a una gran cantidad de muertes no denunciadas. Las víctimas solo podían escapar a la persecución si renunciaban a su fe anabautista o si huían. Moravia recibió a muchos refugiados, que fueron protegidos por la nobleza local y más tarde formaron comunidades prósperas.

Un grupo de cristianos genuinos, devotos de Cristo, cumplían un papel clave en la persecución de otros cristianos igualmente genuinos y devotos.

¿Por qué una brutalidad así? El estado consideró que los cimientos del orden existente estaban amenazados por los anabautistas, quienes rechazaban todas las formas de violencia, lo que era particularmente importante para el imperio durante una época de conflicto frecuente con los otomanos. Los anabautistas también se negaban a prestar juramentos. Buscaban establecer sociedades alternativas que siguieran el ejemplo de los cristianos primitivos, sociedades no restringidas por las jerarquías eclesiásticas existentes. La rama principal del movimiento anabautista en Austria, los huteritas, tenían todas sus posesiones en común, según lo que indica el libro de los Hechos. Al establecer asentamientos en consonancia con esos compromisos, también rechazaban el bautismo de infantes. Eso significaba que, desde un punto de vista católico romano, los niños eran “privados” de un lugar en el cielo si morían antes de ser bautizados.

Ninguna de estas persecuciones fue especialmente exitosa. El movimiento anabautista creció a pesar de ellas. Eso cambió después de la llegada de los jesuitas y de que la nobleza protestante de Bohemia perdiera su influencia luego de la batalla de la Montaña Blanca en 1620. Dos tercios de los aproximadamente 30,000 huteritas se convirtieron al catolicismo. El resto huyó a Eslovaquia occidental y a Transilvania en Rumania.

A lo largo de las décadas siguientes, los jesuitas hicieron proselitismo en áreas anabautistas del imperio y dirigieron ásperas polémicas hacia esa comunidad, buscando persuadir a aquellos encarcelados en cámaras de tortura de que renunciaran a su fe anabautista. Ponían su foco en los asentamientos huteritas. La persecución en Moravia comenzó con una campaña simple y argumentativa. Luego de eso, los jesuitas comenzaron a emplear tácticas más brutales. Esbirros fueron contratados para eliminar violentamente a los líderes comunitarios, la prédica anabautista fue prohibida y los niños fueron arrebatados a sus padres anabautistas. Las conversiones forzosas tuvieron éxito. Solo un muy pequeño remanente de unas ochenta personas, incluyendo niños, pudo huir en plena noche vía Valaquia hacia Ucrania. Con el apoyo de los menonitas, los huteritas pudieron reconstruirse exitosamente. Luego tendrían que emigrar nuevamente, esa vez a América del Norte.

La historia de la persecución anabautista a manos de los jesuitas es uno de los capítulos más trágicos de la historia cristiana. Se trataba de un grupo de cristianos genuinos, devotos de Cristo, los jesuitas, que cumplían un papel clave en el hostigamiento y la persecución de otros cristianos igualmente genuinos y devotos, los anabautistas. Está claro que ambos bandos compartían preocupaciones, pero extraían diferentes conclusiones.

Desde el punto de vista espiritual, ambos grupos compartían raíces en el misticismo medieval tardío y en el movimiento laico Devotio Moderna. Ambos tenían la misma convicción básica acerca de que una relación personal con Dios o el seguir a Jesús incondicionalmente presuponían un compromiso contraído a partir de una fe madura. Para los anabautistas, esto significaba el bautismo de fe. Para los jesuitas, esto significaba una oración de rendición total después de haber completado sus ejercicios espirituales. De pronto, el catolicismo tenía una contraparte al bautismo del creyente, un factor que probablemente también contribuyó al éxito de la Contrarreforma.

Más aun, ambos grupos se volvían hacia el modelo de la iglesia primitiva. Los anabautistas querían recuperar ese modelo, fundando iglesias sobre el principio de “vino nuevo en odres nuevos”. Los jesuitas deseaban renovar la iglesia para que la iglesia católica fuera una “iglesia genuinamente espiritual con cristianos genuinamente espirituales”. Ninguno de ellos deseaba regresar a la iglesia que existía antes de la Reforma. Ambos enfatizaban el hecho de poner la fe en práctica en la vida cotidiana, siguiendo las directrices en la Biblia en tanto “hacedores del mundo”, lo que presupone un conocimiento de la Biblia. Y ambos bandos invirtieron en educación, estableciendo sus propias escuelas de alta calidad.

La supresión de los anabautistas y su rápida expulsión silenciaron su prédica y su ejemplo. Este silenciamiento abrió un hueco espiritual en Europa Central que, en mi opinión, aún no se ha llenado, a pesar del florecimiento de iglesias libres, misiones católicas populares y otros despertares. Pero, con alegría, puedo ver que ese hueco ahora empieza a llenarse. Las siguientes cosas han contribuido a ello:

Trabajar por la sanación de la memoria. Además de proporcionar detalles históricos, la inauguración de memoriales reúne a los herederos del estado y la iglesia católica con aquellos de las víctimas, los huteritas.

Procesos espirituales así cambian la atmósfera espiritual de un país y generan una nueva apertura al mensaje de Jesús. El hecho de que el Bruderhof recibiera una bienvenida tan cálida con respecto a su reciente asentamiento en Austria está, en mi opinión, también relacionado con esto. Oro para que —y así lo espero— ricas bendiciones se derramen del servicio de hoy. 

Escuchar lo que los anabautistas tienen para decir hoy, aprender de ellos y ser desafiados por ellos. Los temas relacionados con el aniversario por estos quinientos años del movimiento anabautista pueden ayudarnos a hacerlo: vivir en libertad de religión y de conciencia, vivir juntos, vivir una vida coherente con las creencias propias, vivir sin violencia y vivir en la esperanza.

Por lo tanto, valoremos la herencia apostólica que todas las iglesias han sido capaces de preservar de modos diferentes en aras del cuerpo de Cristo. Aún hay mucho por descubrir y aprender, para servir a Jesús más fielmente. El movimiento anabautista junto con las iglesias ortodoxas (que no debemos descuidar) pueden sernos de gran ayuda. Ahora tenemos una oportunidad excepcional de hacer este cara a cara con nuestros hermanos y hermanas anabautistas del Bruderhof en Austria. ¡Abracémosla!

Acerca de nuestros antepasados y antepasadas

Cari Boller

Mi nombre es Cari Boller. Tengo veintitrés y vivo en Retz, Austria, en el Bruderhof que fue iniciado hace dos años en el antiguo claustro dominicano que había allí.

Mi nombre completo es, en realidad, Cari Elizabeth Boller. Elizabeth por mi abuela a quien llamábamos “Ankela Lizzie” (ankela es abuela en dialecto huterita). Mi ankela nació en una colonia huterita en Canadá y allí creció. Su padre fue Jacob Maendel. Pudo haber sido descendiente de Hans Mändel, quien fue bautizado en Tirol del Sur en 1537, cuando tenía diecisiete años. Se volvió predicador y misionero, y en los veinticuatro años siguientes contó a miles de personas acerca de Jesús y bautizó a cientos de adultos. En esa época, eso se consideraba un delito capital y fue quemado en la hoguera en Innsbruck, en 1561.

La madre de mi ankela se llamaba Rachel Hofer. Es posible que fuera descendiente de Ulrich Hofer, quien vivió con su familia en Steinebrunn en el Weinviertel, durante el siglo XVI, no lejos de Retz, donde vivo ahora. Pero en 1539 su esposa (posiblemente mi tras, tras, tras, quince veces trastatarabuela) tuvo que observar con los ojos llenos de lágrimas cómo su esposo era encadenado junto con noventa de sus hermanos en la fe para iniciar la larga marcha a Trieste. Por su fe, había sido condenado a servir como galeote en los barcos de guerra austríacos. Un milagro de Dios le permitió escapar y pudo regresar con su familia junto con casi setenta de los otros anabautistas condenados.

Sin embargo, la familia no pudo quedarse en Steinebrunn. Debieron huir a Moravia donde mi ancestro Ulrich murió. El verano pasado visité las ruinas del castillo en Falkenstein, donde Ulrich Hofer y los otros anabautistas fueron condenados y donde ahora hay una exposición que conmemora su sufrimiento. Dos años atrás visité Innsbruck. Allí, en el parque huterita, hay un monumento a Hans Mändel y otros anabautistas.

El testimonio de nuestros ancestros conmovió mucho a mi ankela Lizzie. Cuando joven tomó la decisión de seguir a Jesús con la misma dedicación y determinación. Estaba prácticamente predestinada a casarse en una colonia huterita y a pasar su vida entera allí. Pero Dios tenía otro plan para su vida.

Mi apellido no es Hofer ni Maendel, sino Boller, un apellido que no aparece en las crónicas huteritas. ¿Cómo es posible esto?

¿Estoy preparada, como mis ancestros lo estuvieron, para entregar todo —dinero, familia, felicidad, quizá incluso mi vida—, porque amo tanto a Jesús?

A principios del siglo XX muchos jóvenes cristianos en Alemania y Suiza se sentían infelices con la vida convencional. Querían vivir una vida de discipulado radical. Entre ellos estaba un joven teólogo alemán llamado Eberhard Arnold, que comenzó a vivir en comunidad con un puñado de personas. En esa época, no tenían idea de que descendientes de los huteritas habían sobrevivido a las grandes persecuciones de la Reforma. No sabían que aún había comunidades huteritas en América del Norte. Supieron de ellas cinco años después y se pusieron en contacto. Después de mantener correspondencia durante varios años, Eberhard Arnold hizo el largo viaje hasta Canadá. Pasó un año completo entre los huteritas, buscando la voluntad de Dios. Los ancianos huteritas acordaron ordenar a Eberhard Arnold siervo de la Palabra (o pastor) y, al final de ese año, lo enviaron de vuelta a Alemania como misionero. Aceptó esa tarea obedientemente. En 1931, se volvió el primer misionero huterita, y el pequeño Bruderhof en Alemania se transformó en la primera comunidad huterita en la Europa germanoparlante en más de 350 años.

No mucho después de que Arnold regresó a Alemania de Canadá, una familia joven llegó desde Suiza. Estaban buscando seriamente una vida de discipulado. Su nombre era Boller. Estaban profundamente conmovidos por el testimonio de la iglesia comunidad y decidieron abandonar su iglesia reformada suiza donde él era pastor y unirse al Bruderhof. Eberhard Arnold bautizó a mis bisabuelos, Hannes y Else Boller, y los aceptó en la iglesia huterita como hermano y hermana. Su hijo, mi abuelo Hans-Uli Boller, tenía ocho años. Eso sucedió exactamente tres meses antes de que Adolf Hitler fuera nombrado Reichskanzler.

El Bruderhof y la familia de mi abuelo debieron huir de Alemania. Mi abuelo creció como refugiado en Inglaterra y en Paraguay. Y, cuando joven, emigró a Estados Unidos.

Mientras tanto, mi ankela crecía en una comunidad huterita en Canadá. Ella y su grupo de jóvenes añoraban una nueva vida espiritual. En sus aisladas comunidades canadienses perdieron el fervor misionero de sus ancestros. Cuando el Bruderhof fundó una comunidad en Estados Unidos, en 1954, muchos esperaban que a través del contacto con esos “nuevos” huteritas soplaran nuevos vientos. El matrimonio de mi abuelo Hans-Uli con mi ankela Lizzie, en octubre de 1956, fue el primero de muchos matrimonios entre jóvenes del Bruderhof y jóvenes huteritas. De ese modo, nuestras diferentes tradiciones se vincularon de forma apretada. Yo soy una de muchos que tienen ancestros del Bruderhof y huteritas.

Dios es un Dios del pasado, y le agradezco por el testimonio de mis ancestros Hans Mändel y Ulrich Hofer (así como de otros muchos anabautistas), quienes permanecieron fieles a Jesús y a su fe en tiempos difíciles. Me alegra que hoy recordemos a las víctimas de persecución anabautistas. Para mí es una señal del gran amor de Dios que en el siglo XXI yo pueda vivir en una comunidad anabautista en Austria, la primera de mi familia en más de quince generaciones.

Dios es también un Dios del presente. Después de haberme ocupado de esta historia, debo preguntarme: ¿Cómo puedo vivir más intensamente por Jesús? ¿Estoy preparada, como mis ancestros lo estuvieron, para entregar todo —dinero, familia, felicidad, quizá incluso mi vida—, porque amo tanto a Jesús? Sería difícil para mí hacerlo por mi cuenta. Nos necesitamos unos a otros. Como miembro del Bruderhof, agradezco cada día por tener hermanos y hermanas que transitan este camino conmigo. Pero el Bruderhof también los necesita a ustedes, y le agradezco a Dios por el hecho de que el cardenal Schönborn y tantos otros cristianos hayan dado la bienvenida a nuestra comunidad con un amor tan grande.

Y Dios también es un Dios del futuro. Oro para que bendiga este nuevo comienzo del Bruderhof en Austria, y que eso pueda convertirse en una bendición para muchas personas en este país. Espero que, cuando hoy nos retiremos de este lugar, nos sintamos estimulados y determinados, como discípulos de Jesús, a llevar nuestras pequeñas luces al mundo, que continuemos trabajando para reunir todas nuestras pequeñas llamas hasta que el mundo entero arda por Jesús y el reino de Dios venga a la tierra.


Traducción de Claudia Amengual