Este año Plough lanzó un nuevo concurso de poesía, el Premio de Poesía Rhina P. Espaillat. El editor de poesía de Plough, A. M. Juster, habló con la poeta, que acaba de cumplir ochenta y nueve años.

A. M. Juster: Hace unos diez años, Laura y yo recibimos en Washington D. C. la visita tuya y de Alfred, tu esposo ya fallecido. Fuimos al Monumento Nacional a la Segunda Guerra Mundial, que recién había sido inaugurado, para acompañar a Alfred, quien había peleado en la batalla de las Ardenas. También caminamos por la calle 16, donde viviste durante un tiempo cuando eras una niña pequeña.

Rhina P. Espaillat: Esa visita significó mucho para mí. Siempre había deseado ver esa casa y estaba muy agradecida a ustedes por haberme llevado allí. Creo que tenía apenas tres años cuando viví en ella, y el único recuerdo nítido que conservo de Washington es estar de pie en el asiento trasero del auto de mi tío abuelo, mirando hacia fuera de la ventana ovalada y viendo cómo el monumento a Washington se alejaba en la distancia.

Recuerdo pequeños hechos: la mujer joven que cuidaba a mi primo George y a mí nos dijo que no podíamos jugar con niños negros. Se lo conté a mi padre y él dijo: “¿En serio les dijo eso? Muy bien, tendré que hablar con ella”. Eso hizo y ella no volvió a hacer nada por el estilo. Porque nosotros somos mestizos, ¡y cómo alguien iba a decir a tus hijos que no debían jugar con niños que eran parte de tu familia!

¿Tu padre y tu tío abuelo habían huido de República Dominicana porque se habían levantado contra Trujillo?

No fue tan simple como eso. Estaban en Washington D.C., ocupándose de asuntos diplomáticos de República Dominicana, que debía dinero a Estados Unidos. Mi tío abuelo estaba allí como emisario, no como embajador; era ministro, es decir, un funcionario del estado.

En el otoño de 1937, cuando se llevó a cabo la matanza de haitianos en República Dominicana, entre 18,000 y 20,000 personas en la frontera perdieron la vida. Trujillo envió su ejército, un verdadero ejército privado. Se trataba de la policía y de otras fuerzas civiles, pero él las había transformado en su ejército privado y hacían lo que se les mandaba. Así que mataban a personas que habían vivido en la frontera por generaciones.

Los padres de Rhina Espaillat en el Parque Central, Nueva York, 1947. Todas las fotografías gentileza de Rhina P. Espaillat

Eran tan dominicanos como yo, pero Trujillo tenía esa actitud contra los negros. Su madre era haitiana y creo que él tenía todo tipo de complejos. Era un hombre muy complicado, muy enfermo. Quería borrar la negritud de nosotros. Además, era algo que tenía a mano, como los judíos para Hitler; a mano y muy conveniente. Solía decir a los dominicanos: “Es evidente que estamos teniendo problemas económicos porque esta gente está atravesando la frontera”.

Pero mi padre y mi tío abuelo no huyeron de República Dominicana; ya estaban en Estados Unidos en ese momento. Después de la masacre, mi tío abuelo dijo: “Se acabó”. Cuando le mostró a mi padre la carta que había enviado al gobierno dominicano, mi padre le dijo: “Sabes lo que esto significa, ¿verdad? Sabes lo que va a suceder”. Perdería su cargo en el gobierno y no le sería permitido regresar. Él dijo: “Sí, pero a veces uno debe hacer lo que debe hacer”. Era un hombre valiente, un hombre bueno.

¿De allí se trasladaron a la ciudad de Nueva York?

Sí, porque ellos solo tenían lo que habían llevado en sus valijas. Eso era todo. No tenían trabajo. No tenían un lugar donde vivir, porque la casa de la calle 16 ya no era nuestro hogar.

La foto en la "tarjeta verde" estadounidense de Rhina Espaillat, 1939

Mi madre hizo algo realmente loco. Me llevó de vuelta a República Dominicana; ella ya había perdido a un hijo como consecuencia del estrés y de la tristeza del exilio. Estaba muy enferma y pensó que no volvería a ver a su madre. En República Dominicana recogió su máquina de coser, porque sabía que tendría que ganarse la vida en Nueva York y luego regresó a esa ciudad. Me dejó al cuidado de la madre de mi padre, con quien estuve por casi dos años.

Mientras tanto, mi padre y mi tío abuelo encontraron un apartamento y también empleos. No eran gran cosa, pero permitían pagar la renta. Para cuando me mandaron a buscar, tenían algo que podía ser considerado una vida. Llegué en la primavera de 1939 y pensé que aquello estaba helado.

Cuando publicaron tus primeros poemas en Ladies´ Home Journal estabas asistiendo a la secundaria en Manhattan. Y luego fuiste a estudiar en Hunter and Queens College antes de volverte una profesora en las escuelas secundarias de Nueva York. ¿Cómo era enseñar poesía en una clase de una secundaria pública? ¿Era difícil hacer que los estudiantes se entusiasmaran con algunos poetas?

No, de hecho, me resultó fácil. A veces tenía dificultades con los varones. Solían poner sus manos por delante y decir: “No, no, no, no. Yo no hago poesía”. Yo siempre respondía: “Sí, lo haces. Es solo que no sabes que lo haces”. Descubrí que la manera de enseñar a los niños en Nueva York es hacerlos reír.

Adoraban La Ilíada y La Odisea porque yo solía representar algunos papeles. Una vez estaba interpretando la escena en la que Helena va hasta las murallas de Troya para que los troyanos puedan verla. Me senté en el borde del escritorio y dije: “Los ejércitos la admiraban, y los hombres viejos de Troya la admiraban. Entonces ella se quitó el velo”. Al hacerlo, salté del borde del escritorio y aterricé con los dos pies en la papelera. Eso les gustó mucho. 

¡Me lo puedo imaginar!

Se trata de hacerles sentir que esto no es tan sagrado como para no ser tocado por la mano del hombre. Uno debe hacer que sientan la poesía como suya, y eso se hace llevándolos a esa vida. Con un dejo de cotilleo dije: “¿Pueden imaginar lo que pensaron los sirvientes cuando su señor, Menelao, estaba fuera de casa y este apuesto caballero de Troya llega y se queda con la reina? ¿Qué les parece?”

Pero además de eso, debes construir la psicología de esa historia, las formas maravillosas en las que Homero nos hace saber que eran soldados, pero que tenían miedo a la muerte. Homero quiere que sintamos lástima hacia el soldado que no es un griego, sino un troyano; el enemigo es humano y eso es lo que importa.

Uno de tus poemas más apreciados se llama Bilingual/Bilingüe. ¿Puedes contarnos acerca de cuál fue tu inspiración y cómo lo compusiste?

Ese poema surgió de la realidad en el apartamento de mis padres, donde se me permitía hablar en inglés de puertas afuera, pero no adentro. Mi padre quería que fuera bilingüe. Decía: “Ella debe ser parte del mundo, así que español adentro, inglés afuera”. Solía llegar de la escuela y decir: “Déjenme contarles lo que la maestra dijo hoy”. Y él decía: “No, no, mija, dímelo en español, en castellano”. Yo le respondía: “Quiero contarlo tal como ella lo dijo”, pero él se mantenía bien firme. En casa aquello era sagrado: yo debía hablar en español.

Así que Bilingual/Bilingüe prácticamente surgió junto con esa circunstancia. Debía tener un poquito de español en cada uno de los versos pareados, pero hacia el final el español ya no está entre paréntesis: a esa altura ya estamos unidos en él.

Unidos en él, eso es. Has traducido a Richard Wilbur y a Robert Frost al español. ¿Hay otros poetas que hayas abordado o estés planeando abordar?

La idea que tengo forjándose en mi cabeza es un libro de dos poetas: Emily Dickinson y Sor Juana Inés de la Cruz. Para mí son las dos primeras grandes poetas del continente. Esas dos mujeres son, a mi criterio, las más innovadoras, las más audaces, y quizá las más dotadas de los inicios de este doble continente.

También he abordado a Edward Taylor y a George Herbert. Es interesante que me sienta atraída hacia los poemas religiosos, los poemas en los que alguien extremadamente brillante discute con Dios o finge discutir con Dios o hace algo inesperado en lugar de decir “Eres perfecto, eres perfecto, eres perfecto”, lo que es aburrido. Me gusta cómo Herbert trata a Dios. Dice: “Golpeé la mesa. Dije: basta, se acabó. ¡Ya tuve suficiente contigo!” Eso es maravilloso.

Cuéntale a la gente acerca de Sor Juana.

La poetisa vestida de disfraz de carnaval, República Dominicana, 1938

Sor Juana es una de mis santas. La adoro porque era tan audaz, tan inteligente. En el México del siglo XVII, no era buena idea que una mujer fuera inteligente, porque estaba rodeada de tipos que pensaban que el lugar de la mujer era la cocina. Ella no quería estar en la cocina. Se hizo monja no porque tuviera una vocación inmensamente poderosa, sino porque quería tener privacidad. Escribió una gran cantidad de textos religiosos que son excepcionales. Y, por supuesto, cumplió con sus deberes de monja. Pero también escribió la poesía amorosa más apasionada.

También escribió poesía en latín, lo que supone más dificultad, por cuanto la prosodia es tan diferente.

Pero lo hizo. Y, lo que es más, incluso escribió poemas en náhuatl. Estudió Filosofía y Música y Ciencia; estaba muy adelantada para su época.

La Inquisición se molestó tanto con ella, que le hizo saber a través de uno de los arzobispos que mejor tuviera cuidado, porque estaba volviéndose vanidosa. Eso quería decir que había publicado su poesía. La atemorizaron diciéndole: “El único modo de liberarte de esto y estar segura es deshaciéndote de tus instrumentos y de todos tus libros”.

Así que ella se deshizo de todo. Se puso sus viejas ropas, cuidó a las monjas enfermas y pronto se contagió y murió. Tenía poco más de cuarenta años.

El otro Cruz es San Juan de la Cruz, y me encanta. Lo que hizo fue escribir, literalmente, cartas de amor a Dios. En sus poemas él se vuelve el alma que, por supuesto, tiene que ser femenina. El alma en sus poemas siempre es una mujer muy enamorada de su esposo a quien de pronto empieza a extrañar. Es absolutamente encantador.

¿En qué más estás trabajando ahora?

He estado trabajando también en Gerard Manley Hopkins, porque me encanta.

Hubiera dicho que es difícil traducir a Hopkins al español.

Muy.

También a Dickinson. Su vocabulario es tan inusual que no sabría cómo…

Puedo arreglármelas con el vocabulario. El problema con ella es que hay que quebrar la sintaxis. No es posible escribir fluidamente del mismo modo en que escribirías una traducción de Frost. Debo escribir de manera ligeramente sinuosa y retorcida, tal como ella lo hace en inglés.

El año 2020 fue una época extraña de muchas formas. ¿Qué te ha producido pena y qué te ha producido alegría en este año que pasó?

Con un primo en la ciudad de Nueva York, 1939

Lo que me ha producido alegría es lo mismo que siempre me produce alegría: tengo una familia maravillosa, un maravilloso grupo de amigos, un grupo de poetas que son como mi familia.

Lo que me hace desdichada es que haya unos 650 niños separados de su familia en la frontera de Estados Unidos con México, y que quizá no vuelvan a ver a sus padres. Eso me parece desgarrador. Me voy a dormir cada noche pensando en eso, porque yo viví dos años sin mis padres. Estaba en casa de mi abuela, rodeada de mis familiares, unos ancianos maravillosos, pero igual extrañaba a mis padres. Así que puedo imaginar lo que están atravesando esos niños; me rompe el corazón.

También hay otras cosas que me preocupan, tales como la distancia increíblemente enorme entre los muy ricos y los muy pobres. En el mejor país, el más rico y más afortunado, eso no debería estar sucediendo.

Hablemos del premio de poesía que Plough creó en tu honor, para reconocer a aquellos poemas que reflejen tu “lirismo, empatía y capacidad para encontrar la gracia de Dios en los hechos cotidianos de la vida”. El trabajo de los jueces es seleccionar aquellos poemas que reflejen los valores de Rhina P. Espaillat. ¿Qué atributos deberían buscar?

Lo que es importante para mí es importante para Plough. Ellos defienden a todos. Hablan en nombre de los israelíes. Hablan en nombre de los palestinos. Incluso hablan en nombre de las personas que se han metido en problemas. Ellos creen, como yo, que todos somos una familia. Eso es ser cristiano para mí.


Leer algunos poemas de Rhina P. Espillat:

Esta entrevista fue llevada a cabo el 22 de diciembre de 2020 y ha sido editada para mejorar su claridad y concisión. Traducción de Claudia Amengual.