“¿Lo ves?”, pregunta Coro Uno a través del espacio de nuestro salón de reuniones. “¿A quién?”, responde Coro Dos, por encima de las cabezas de la orquesta, cuyos arcos se alzan y descienden por debajo de la respuesta que vuelve: “Al esposo, Cristo”. Cuatro jóvenes sopranos comienzan suavemente el contrapunto, “Oh, Cordero de Dios, santísimo”, luego se dan cuenta de que necesitan elevarse por encima de ambos coros y todos los instrumentos de viento. Su próxima línea es más enérgica a medida que los coros ganan intensidad en su lamento de llamado y respuesta. “Vengan, hijas, compartan mi angustia…”.

Absortos en las páginas de la Pasión según San Mateo de J. S. Bach hay una treintena de instrumentos y casi un centenar de voces divididas en nueve partes. Estamos tan absortos, que el director nos ha perdido y así, vacilando, nos detenemos cerca de la página dieciocho de este primer coro complejo. Cuando piensas en ello, resulta sorprendente que hayamos llegado tan lejos, considerando que algunos en el coro no pueden leer música y otros en la orquesta han estado aprendiendo a tocar un instrumento por apenas dos o tres años. Casi ninguno es lo que uno podría llamar un profesional.

Así pues, ¿por qué un coro del Bruderhof estaría emprendiendo el más importante oratorio de Bach, que dura tres horas, implica dos coros y tiene casi trescientos años?

Vitral de J.S. Bach en la iglesia Thomaskirche en Leipzig, Alemania. (modificado) Todas las imágenes del dominio público.

No somos completos principiantes en la música coral; los coros más célebres de El Mesías de Händel resuenan cada Navidad, y ocasionalmente un coro comunitario ha dedicado meses para interpretar el Oratorio de Navidad de Camille Saint-Saëns o LaCreación de Joseph Haydn.

La Pasión según San Mateo, sin embargo, requiere una consideración aparte. Aquí no resuena el coro “Aleluya”, no hay portones que se abran de par en par para el Rey de Gloria, fuerte y poderoso en batalla. Cada acorde, cada coral lleva a todos los participantes en una dirección: Gólgota.

Hay temporadas cuando el alma quisiera dar un paso al costado, salirse del camino rumbo a esa colina particular en cualquier callecita que aparezca. Pero las reuniones comunitarias como nuestro ensayo de coro son nuestros servicios de culto verpertino. No es algo que uno se saltaría salvo que estuviera cuidando a niños pequeños o en la cama con gripe. Hay también una sección realmente mínima destinada a una audiencia: quizá diez sillas para los ancianos, un visitante o dos, alguien con laringitis. Así que, a menos que estés realmente fuera, estás dentro.

Pero es posible encontrar un punto medio por un momento. Desde donde estoy, entre los altos de Coro Dos, puedo ver un grupo compacto de muchachos de secundaria en Coro Uno, inclinados, solo aguantando. “Parecen una manada de bisontes capeando una tormenta de nieve”, dice el alto a mi izquierda, y no puedo evitar reír un poco, pero con algo de compasión, porque, digamos la verdad, a su edad yo intenté el mismo truco. Quizá los padres de mi generación lo tenían un poco más claro; a todos se nos asignó a mentores vocales muy seguros de sí mismos para que se sentaran a nuestro lado. Si trataba de sumergirme en el silencio, mi asistente reaccionaba sosteniendo el libro más arriba y subrayando cada palabra con énfasis . Solo puedes hacer el intento de ignorar un fervor así durante un lapso tan extenso.

Mi esposo Jason es el director ahora. No tiene formación tradicional, pero su padre lo hizo por años y su abuelo lo hizo antes. Él es músico y preferiría ser parte de la orquesta, pero alguien tiene que dirigir el tránsito, incluso si apenas nos animamos a perder la marca en la página para levantar la vista, y los primeros violines tienden a adelantarse al compás de entrada.

Sé que Jason ha pasado mucho tiempo pensando cómo volver esta práctica dinámica y con sentido, cómo mantenerla fluyendo sin pasar por alto los baches. Pero antes, algunos amigos tienen unas pistas para darle al joven director. Incluso si están murmurando, los conozco lo suficiente como para saber lo que se viene.

“En los setenta, las prácticas solían durar dos horas, y de ese modo podíamos realmente ensayar cada parte. Estas armonías de Bach son complejas. ¡Si queremos ser capaces de cantar esta pieza dentro de diez años, debemos trabajar duro!” Mi esposo asiente con la cabeza.

¿Qué parte somos realmente: la muchedumbre o los dolientes? Y si estamos en el borde de la multitud, observando, eso también tiene un costo.

El que sigue: “Sería razonable que estas prácticas fueran cortas y buenas. Los muchachos de secundaria tienen mucha tarea y, además, si quieres que tengan una experiencia positiva del coro, no exijas tanto su capacidad de atención”. Jason asiente de nuevo.

Luego trata de ir por el camino del medio. “Tenores, vamos a intentarlo de nuevo; ahora los bajos; ahora ambos coros, comenzando por B, con la orquesta”. Bach es su compositor favorito, así que no puede evitar cada tanto señalar que estamos a punto de pasar por alto algo que no deberíamos perdernos: once discípulos que, consternados, le preguntan al Señor “¿Soy yo?” y luego dejan un silencio repicando para el duodécimo, quien sabe muy bien que él es el traidor. O el modo en que las cuerdas crean lo que el compositor Leonard Bernstein llamó un “halo” alrededor de cada palabra que Jesús dice, hasta sus últimas palabras de desolación en la cruz cuando se silencian y lo dejan abandonado y solo.

La mayoría de las veces, sin embargo, Jason sabe que la música habla por sí misma, y su tarea es asegurarse de que le estemos haciendo justicia. A veces eso significa ensayar las piezas sin orden; comenzamos imitando a una turba enfurecida, cantando a los gritos “¡Su sangre se derramará sobre nosotros y sobre nuestros hijos!”, y acabamos con un coral que pregunta en medio de la perplejidad de la pena:

Oh, Señor, ¿quién se atreve a golpearte,
quién es tan pecador para acusarte,
ridiculizarte y burlarse de ti?
Confesión no necesitas
tú que de transgresión no sabes,
en tanto nosotros y nuestros hijos, sí.

Pero ¿realmente sabemos? ¿Y qué de nuestros hijos que se sientan junto a nosotros y sujetan el otro extremo de la partitura? ¿Qué parte somos realmente: la muchedumbre o los dolientes? Y si estamos en el borde de la multitud, observando, eso también tiene un costo.

Más tarde, en nuestra sala de estar, hablamos sobre el ensayo mientras nuestros hijos hacen su tarea y escuchan la música que les gusta, no muy diferente de mis propias evasiones adolescentes con mis auriculares, a decir verdad, aunque es posible que ellos no lo crean. (¿Todavía cantarán algunas de esas canciones dentro de trescientos años?). Jason se pregunta qué hacer distinto la próxima vez; es entonces cuando oigo que aquello que creí con respecto a los murmuradores era correcto.

¿Y si el comentario acerca de la capacidad de atención de los adolescentes los estuviera subestimando? Claramente, para algunos muchachos, incluso diez minutos es demasiado, pero los límites externos posibles no son puestos a prueba si jamás se intenta alcanzarlos. Entonces, una vez más, si esta imponente y gloriosa obra encuentra o no el camino hacia el corazón, realmente tiene poco que ver con la edad. Sospecho que muchos de nosotros sabemos de épocas en las que la amargura, el enojo o el miedo congelan todo aquello que la Pasión comunica. Me he sentado en silencio, alejando la música, a pesar de que cada coral habla de un salvador que jamás nos abandona: “A él confía tu camino, por cuanto no te abandonará”. “Su ayuda está cerca de todo aquel cuya fe en él reside". Cuando el frío finalmente se desvanece, el mensaje cobra sentido de nuevo. Siempre lo hizo, es solo que yo no quería que así fuera. “Del mal me defiendes; recíbeme, guíame a casa”. “Junto al Señor vigilando estaré para que el mal no me descarríe”.

¿Por qué una línea de apertura invita a cualquiera a compartir la angustia? ¿Quién acepta esa invitación?

Podemos estar acostumbrados a mantener lejos el dolor, a construir las frías fachadas que nos evitan sentir. Pero ¿por qué una línea de apertura invita a cualquiera a compartir la angustia? ¿Quién acepta esa invitación? Quizá las personas que están llevando sus propias cargas pesadas. Para unos amigos cuyo bebé nació muerto, para una viuda que perdió a su esposo después de una larga batalla contra el cáncer, aquí hay alguien que ha descendido hasta la muerte con ellos. Para la pareja que ha estado orando durante años para tener un hijo: “Solo no me dejarás, pues conoces el sabor de la pena”. Una vez que has cantado u oído esas palabras, vuelven a ti como un eco en medio de un silencio.

La pena es el lenguaje de esa obra y el coro final nos trae al lugar donde podemos depositar nuestra pena: con Jesús en la tumba. La letra original en alemán escrita por Christian Friedrich Henrici lleva todo el peso del dolor del mundo. Sin embargo, como a menudo sucede con las traducciones, el inglés en nuestra partitura vocal se desvía ampliamente del original, privilegiando la positividad y la rima por encima de la fidelidad:

Por un momento, Señor, Tú duermes,
Oh, Salvador bendito, hacia Ti el corazón se vuelve,
Serenamente descansa, descansa serenamente.
La muerte, que en su poder te tiene,
Cuando sus lazos Tú disuelvas,
Será un portal de cordialidad
Guiando al hombre a la inmortalidad
Donde él Tu gloria verá.

Aquellos en nuestra comunidad que tienen ascendencia alemana consideraban que Bach había sido traicionado, y hace unas décadas algunos de nuestros mejores lingüistas comenzaron a buscar una traducción más ajustada para este y otros coros y arias. Acabaron por adaptar una versión más nueva que se acercaba más al tono del texto de Henrici. Los aspectos prácticos del cambio fueron costosos e implicaron metros y metros de cinta correctora blanca retipeada y pegada a mano a cientos de copias, palabras estiradas para hacerlas coincidir con los ocho pentagramas distintos que había en cada página. Pero, sin duda, el resultado hizo mayor justicia a lo que Bach tenía en mente:

Con lágrimas de pena, amado Señor, partimos.
Lloran los corazones por ti, oh, Salvador bendito
Descansa suavemente, suavemente descansa.
Descansa tu cuerpo gastado y herido.
En tu tumba, oh, Jesús bendito
Que el pecador, gastado por el llanto,
Encuentre consuelo en tu cuidado
Y que el alma agotada encuentre descanso.
Salvador bendito, duerme ahora, y tu descanso toma.

Aún no es tiempo para la resurrección. El peso de este sacrificio no puede ser solapado. Aunque parezca contradictorio, en ese espacio de muerte, los dolientes pueden estar en paz: su pena está con Dios. Y aquellos que saben que han pecado encontrarán la redención.

Aquellos que saben. Sin embargo, a mis quince años no podía ser importunada con el concepto de pecado; sin duda no había nada malo en mí. Todo lo que sabía era que estaba involucrada en otra práctica de coro centrada en la traición y la aflicción. Si acaso estaba teniendo pensamientos malvados, estaban dirigidos al director del coro quien, con mucha palabrería, de nuevo estaba insistiendo en un punto que Bach inmediatamente explicaría mejor una vez que la música realmente comenzara. Sin duda, esos chelos que se sacudían y estremecían evocaban un terremoto. El tenor solista alcanzaba notas atormentadas y sobrecogedoras. Estaba el sonido del velo del templo mientras se rasgaba. En un nivel técnico, estaba lista para admitir que eso era genial. Ligeramente molesta, ligeramente impresionada, carecía de la más absoluta preparación para lo que seguía.

A lo largo de dos compases breves, ambos coros se mezclaban en la voz del centurión, que levantó los ojos a los pies de la cruz mientras caía en la cuenta: “Verdaderamente, este era Hijo de Dios”. Es la declaración más rutilante, una pared de sonido que llega desde la colina a los cielos, sin ningún desvío. Los ángeles debieron haberlo anunciado, pero en lugar de eso, es una admisión que hace el hombre responsable por la muerte de Jesús, que viene demasiado tarde a salvarlo. Si me hubieran arrojado contra el suelo, no me habría sentido tan impactada.

Debe haber un punto donde el suelo deje de temblar y todos nosotros, que tuvimos que ver con la muerte de Cristo, podamos decir: “Verdaderamente, este era Hijo de Dios”.

Mi terremoto había golpeado tardíamente y yo no podía recuperar mi punto de apoyo. En algún momento me di cuenta de que el tenor solista estaba continuando la historia, pero ¿cómo podía haber algo más para contar? Limpiándome las lágrimas con la manga desgraciadamente, inútilmente, no podía leer las palabras que de pronto realmente deseaba ver, mientras el coro colocaba al Hijo de Dios en su tumba:

Y ahora el Señor es puesto a yacer,
Señor Jesús, descansa en paz.
Sus penas han terminado, por todo pecado nuestro expiado,
Señor Jesús, descansa en paz.
Oh, cuerpo consagrado, mira, con lágrimas de arrepentimiento lo regaremos,
Pues nuestra ofensa a esa muerte ha conducido.
Señor Jesús, descansa en paz.
Mientras haya vida, déjanos al Señor adorar y alabar.
Que él al hombre total redención ha ofrecido.
Señor Jesús, descansa en paz.

Mientras haya vida. Ha pasado una vida desde aquel terremoto. No todo cambió de inmediato. Pero la tierra se mueve bajo los pies la primera vez que uno se entera ―de verdad se entera― de que Dios es. Al final, necesitas hacer algo al respecto.

Aún ensayamos partes de la Pasión según San Mateo casi todos los años. No siempre contamos con un tenor que se anime a cantar su parte a través del terremoto, y si no lo tenemos, entonces el centurión tampoco puede hablar. Sé que no debería importar cuando cada línea y cada nota que Bach escribió es tanto crucifixión como redención. Sin embargo, debe haber un punto donde el suelo deje de temblar y todos nosotros, que tuvimos que ver con la muerte de Cristo, podamos decir, en una voz: “Verdaderamente, este era Hijo de Dios”.


Traducción de Claudia Amengual. Escucha la versión completa de la Pasión según San Mateo en inglés, representada por The Bach Choir y Thames Chamber Orchestra.