Peter Mommsen entrevista para Plough a Tom Holland, historiador, aficionado al críquet y podcaster, acerca de cómo el cristianismo cambió la visión que la humanidad tiene del sufrimiento.

Peter Mommsen: Dado que el tema es tan amplio, hemos acordado estructurar nuestra conversación acerca de la historia del dolor eligiendo una escultura, una pintura y tres personajes famosos de la historia. Comencemos por las obras de arte. Una es la escultura grecorromana del Laocoonte y la otra es la Crucifixión de San Pedro de Caravaggio. La primera es pagana, en tanto la segunda es, obviamente, cristiana. ¿Qué sucedió entre ambas?

Tom Holland: La estatua del Laocoonte cuenta una historia que aparece en La Eneida de Virgilio, ambientada en la Guerra de Troya. Los griegos han dejado ese extraño caballo y los troyanos piensan “Llevémoslo dentro de las murallas de Troya”. Laocoonte lanza una espada al costado del caballo y hay un sonido metálico que quizá sugiera que hay hombres con armaduras en su interior.

En ese momento, desde el mar aparecen unas serpientes que estrujan a Laocoonte en sus anillos. Para los troyanos esto es considerado una señal de que, al golpear al caballo, Laocoonte ha ofendido a los dioses. Pero, de hecho, lo están estrujando debido a otra ofensa. El resultado de esta confusión es la aniquilación de Troya. De aquí inferimos el sentido de que los mortales son juguetes de los dioses y que, a menudo, los dioses se complacen en destruir a los humanos. Es lo que, muchos siglos después, Shakespeare expresó en El rey Lear: “Como las moscas a los muchachos licenciosos, así somos a los dioses / por divertirse nos matan”.

Por contraste, la pintura de Caravaggio muestra la crucifixión de Pedro. Lo que resulta elocuente acerca del cambio radical con respecto al período clásico es que la humillación implícita en una crucifixión ha sido transmutada; Pedro es el héroe de esta pintura. Los dioses no se están burlando de él; no es una criatura cuyas esperanzas hayan sido truncadas por el destino. Porque nosotros, claro está, sabemos que Pedro surgirá como la roca sobre la cual está construida la iglesia de Cristo y que sus herederos serán sucesores de los césares como los amos de Roma y se colocarán a la cabeza de la iglesia cristiana.

¿Por qué razón un héroe humillado lucía extraño para los creadores del Laocoonte?

Para griegos y romanos, la capacidad de tolerar un dolor insoportable era la medida de un hombre. El ejemplo clásico es Mucio Escévola quien, según el historiador Livio, se infiltra en el campamento enemigo, es capturado y exigido a revelar lo que sabía. Y, como señal de su desprecio por esa exigencia, mete su mano en el fuego hasta que se consume, sin manifestar ni una pizca de dolor. Este es el tipo de historia que los romanos adoraban. El dolor que un héroe soporta es la medida del héroe.

Laocoonte y sus hijos, entre 27 a. C. y 68 d. C., Museo Pio-Clementino, Rome. Fotografía de David Jones.

Conversely, the pain suffered by, say, a slave who is nailed to a cross is contemptible. There is elevated pain and there is servile pain. The servile pain is to be mocked and despised.

En cambio, el dolor sufrido por, digamos, un esclavo clavado a una cruz es despreciable. Hay un dolor elevado y un dolor servil. El dolor servil debe ser ridiculizado y despreciado.

Así que, por definición, ¿la víctima de una crucifixión no puede ser heroica?

El objetivo central de la crucifixión es humillar y degradar. Se trata de ver el castigo como algo paradigmáticamente apropiado para un esclavo rebelde. No solo es insoportablemente doloroso y prolongado ―una persona podía sobrevivir en la cruz por días―, sino que también es público. Se lo cuelga a uno como un pedazo de carne y los sufrimientos que se padecen son objeto de escarnio público. No hay nada que uno pueda hacer para espantar los pájaros que picotean los ojos o atacan los genitales. No se puede evitar que las personas observen los jadeos mientras uno lucha por erguirse para tragar un poco de aire. Eso hace que uno se convierta en un anuncio publicitario del poder romano.

Esa es la pena impuesta a los que se rebelan a la ley romana en las provincias y, de ese modo, se vuelve el destino padecido por Jesús. El titulus, ese cartel fijado sobre su cabeza por orden de Pilato, dice que es el rey de los judíos. Y no puede haber rey de los judíos en una provincia romana.

Los mismos romanos eran reacios a hablar sobre los hechos reales de la crucifixión. ¿Por qué?

Les parecía sórdida. Sentían que estaba por debajo de su dignidad representarla en el arte, incluso escribir sobre ella. Josefo describe cómo Tito, el general romano, hizo que sus soldados crucificaran a numerosos prisioneros ante las murallas de Jerusalén. Pero no describe cómo era ser sentenciado a esa muerte, cuál era el proceso, cuánto tiempo se podía pasar en la cruz, qué sucedía con el cuerpo una vez que la persona moría. Solo en los evangelios obtenemos esa información. Y los evangelistas, por supuesto, no escriben como romanos.

Incluso para ellos, sin embargo, la cruz aún era un “escándalo” de un modo muy intenso.

San Pablo dice que es un escollo para los judíos, pero para todos los demás ―griegos y romanos― es un escándalo. Para Pablo, el hecho de que Jesús fuera crucificado está en el centro de la misión de Jesús y de cómo se relaciona con el plan de Dios. Por ese motivo, todo ―la misma naturaleza del mundo, de Dios, de la relación de Dios con la humanidad― ha sido trastocado por esto. Es lo más impactante que se puede imaginar.

Al llegar los siglos II y III, los escritores cristianos parecen incómodos cuando hablan de la crucifixión. Para los críticos del cristianismo, paganos y judíos, la forma en que Jesús murió se vuelve un punto de ataque al que vuelven una y otra vez. Incluso después de la conversión de Constantino y de que el Imperio romano comenzara a volverse en gran parte cristiano, hay una reticencia a retratar a Jesús en la cruz.

Una de las primeras representaciones de ese tipo hechas por un cristiano es un marfil que se encuentra en el Museo Británico. Se trata de una pieza ejecutada a principios del siglo V, un siglo después de la conversión de Constantino. Jesús aparece como un atleta. Está clavado a la cruz, pero luce increíblemente musculoso y viste el taparrabos de un vencedor olímpico. Su expresión es serena y digna. Se trata de una tradición que permanece a través de los siglos, sin duda en el mundo ortodoxo, hasta el presente. Hay una reticencia a insistir con las agonías, los horrores, el sufrimiento, el calvario completo.

Sin embargo, al mismo tiempo, desde el principio el sufrimiento de Cristo se vuelve un modelo para el sufrimiento de los mártires: el sufrimiento como imitatio Christi, una imitación de Cristo. Como dice Pablo, sin el ejemplo de Cristo, sin el hecho de que se levantó de entre los muertos, todo sería una locura sin sentido; el sufrimiento simplemente sería sufrimiento. Pero, puesto que Cristo nos ha dejado este modelo de triunfo sobre el sufrimiento, aquellos que lo siguen pueden ser parte de él.

Caravaggio, La crucifixión de San Pedro, óleo sobre tela, 1601.

En el plano posterior de cualquier retrato de los santos, incluyendo los de Caravaggio, siempre está la imagen de Cristo en la cruz. Caravaggio pinta a San Pedro como un hombre viejo que, claramente, está sufriendo. No es un atleta como en el crucifijo de marfil del siglo V; no es una imagen de la dignidad. Eso está en línea con el retrato de Cristo que surge en la cristiandad latina. Alrededor del año 1000, comienzan a aparecer retratos de Cristo en pleno sufrimiento en la cruz. A lo largo de los siglos siguientes, el énfasis puesto en los sufrimientos de Cristo se vuelve más y más intenso, y lo mismo sucede con el sentido de identificación que los cristianos experimentan con esos sufrimientos.

Hay un registro del siglo II de mártires que fueron lanzados a la arena en Lyon. Uno es de una mujer de origen noble, pero no se nos dice su nombre. En lugar de ello, se nos dice el nombre de una de sus esclavas, Blandina. Blandina sufre terriblemente en la arena, y el autor nos dice que al morir se parece a Cristo en la cruz. Esa es una visión paradigmática del modo en que la comprensión cristiana de la crucifixión cambia completamente las normas sociales y de género que habían prevalecido en el Imperio romano. Blandina, una esclava, es comparada con Cristo, mientras que su señora y los hombres que están en la arena, no.

Los cristianos primitivos creían que Blandina, en tanto mártir, no tendría que esperar el Día del Juicio Final para entrar en la morada celestial. En lugar de eso, esta esclava sería escoltada directamente al santuario interior del palacio de Dios y sería sentada al lado de Dios por encima de todos los demás.

El martirio de Blandina, ilustración de Jan Van Luyken en Espejo de los Mártires, 1685.

Ese es el potencial radical que los cristianos ven en el sufrimiento para aquellos que están preparados para consagrar su sufrimiento a Cristo. Las réplicas de eso llegan hasta nuestros días. Explican lo extraño en la pintura de Caravaggio. Esto significa una reconfiguración radical del sentido del sufrimiento para la humanidad. “Los últimos serán los primeros”.

No es una idea que se le hubiera ocurrido a un antiguo espartano o romano.

Se dice que Julio César masacró a un millón de galos y esclavizó a otro millón, y que no solo no se sentía mal al respecto, sino que lo consideraba la medida de su grandeza. Del mismo modo, Leónidas de Esparta, quien murió en las Termópilas, como se muestra en la película 300, fue rey en una ciudad que dependía de una gran población de esclavos. No tenía ningún escrúpulo al respecto. Creía que era el orden del mundo. Los espartanos habían anexado una ciudad vecina y habían esclavizado a su población a la que criaron para ser tan apacible y servil como fuera posible. Mataban a cualquiera que pareciera demasiado arrogante.

Para nosotros, el Tercer Reich es la encarnación absoluta del mal, quizá de un modo en que Esparta no lo es. Creo que eso es porque el Tercer Reich se encuadra en el contexto de una civilización cristiana para la cual el desprecio por el sufrimiento de los otros es visto como una ofensa contra nuestra humanidad compartida. Los espartanos no tenían ese contexto, y esa puede ser la razón por la que los juzgamos con menos dureza que a los nazis.

El punto de vista cristiano ha tenido sus críticos, por supuesto. Es famosa la referencia que Friedrich Nietzsche hizo al respecto como algo deleznable, como una “moral de esclavos”.

Se refiere a la “bestia rubia” castrada por el cristianismo. La idea de que el cristianismo neutralizó las virtudes paganas de heroísmo, fuerza, poder e incluso crueldad ejerció una gran influencia en los nazis. El fascismo fue un intento consciente de volver atrás los siglos de historia cristiana y regresar a la ferocidad primigenia y al énfasis en la gloria y el poder que los fascistas veían encarnados en los griegos y en los romanos, en tanto simultáneamente adoptaban todo lo que era moderno, nuevo y reluciente: aviones, tanques, reactores, lo que fuera. Esa fusión de lo precristiano y lo poscristiano permitió que aquellos que suscribían los ideales fascistas cometieran las atrocidades que cometieron.

Pero es importante reconocer que los mismos cristianos han sido capaces de cometer atrocidades espantosas. Los cristianos adoran a un Dios que sufrió horriblemente en un instrumento de tortura, pero eso no les ha impedido infligir sufrimiento a otros. Esa es la gran paradoja de la historia cristiana.

Tomemos, por ejemplo, la persecución de la Inquisición a los herejes conocidos como cátaros en el siglo XIII, en Francia. La idea de negarle la libertad de conciencia a las personas nos impacta, en tanto seres modernos, como algo horrible y monstruoso. Pero la historia es un poco más complicada, porque los inquisidores hacían gigantescos esfuerzos por persuadir a las personas acerca del error de su opción. No querían condenar a las llamas a las personas que estaban investigando. Quemar a un hereje era una señal de fracaso.

Hay un contraste interesante con relación a las atrocidades cometidas en gran parte de la misma región varios siglos después, al comienzo de la Revolución francesa, cuando los ejércitos revolucionarios se trasladaron a los confines de Francia. Debido a que la Revolución francesa se posicionó deliberadamente contra el cristianismo, desapareció el sentido de que todo ser humano es creado a imagen de Dios y debe ser tratado potencialmente como una imagen de Cristo. Lo mismo sucedió en el siglo XX cuando los comunistas en Rusia y en China lanzaron sus campañas de asesinatos masivos. Carecían completamente de tales inhibiciones, porque no tenían el marco que el cristianismo había provisto. A pesar de que estaban impulsados por una especie de móvil cristiano ―el deseo de estimular a los pobres, los afligidos y los débiles, y de desanimar a los poderosos―, el hecho de que los revolucionarios desecharan el cristianismo doctrinario les permitía actuar con un grado de brutalidad que hasta la Inquisición en su peor expresión fue reacia a llevar adelante.

En la actualidad, la Inquisición y las Cruzadas son constantemente presentadas como ejemplos de la brutalidad de la que es capaz el cristianismo. Pero, por supuesto, los parámetros según los cuales condenamos esos hechos son en sí mismos cristianos.

Empezamos por las obras de arte; ahora vayamos a tres personajes de la historia que ilustran esta visión cristiana. Ya has mencionado al primero.

Sí, Blandina, la muchacha esclava que murió en la arena de Lyon en el siglo II. Siempre me impacta como un personaje fascinante justo al inicio de la historia cristiana. Para sus hermanos creyentes, la nobleza que le otorgó su sufrimiento la redimió de la esclavitud y la elevó a la más alta jerarquía. Esa idea es fundamental para la historia cristiana y se encuentra allí, justo al principio.

Y luego se extendió a aquellos que nacieron con privilegios y que no sufrieron el martirio, tal como nuestro próximo ejemplo, Isabel de Hungría.

Ella fue miembro de la realeza por nacimiento y vivió en el siglo XIII, aproximadamente en el mismo momento de la persecución de la Inquisición a los cátaros. La motivaba el deseo de un tipo de identificación con Cristo que, en esa misma época, también motivaba a los cátaros y a San Francisco de Asís. El anhelo de identificarse con el sufrimiento de Cristo y emularlo a veces es calificado por la iglesia como herejía, y en otras ocasiones es elogiado como un comportamiento de santos.

Al igual que Francisco, Isabel fue canonizada después de su muerte. A pesar de haber nacido en un hogar rico y poderoso, ella tenía presente que el primero debía ser el último, y por eso se humillaba. Trabajaba en un hospital, abrazando a leprosos con llagas, los apretaba contra su pecho y les secaba la frente. Sentía que era llamada por el sufrimiento de Cristo. Ese tipo de comportamiento no habría tenido sentido para nadie antes del período cristiano.

Matthias Grünewald, Santa Isabel de Hungría, grisaille on wood, 1511.

Las acciones de Isabel parecen patológicas, incluso dementes. Sin embargo, creo que ella es, sin duda, una precursora de todo tipo de movimiento vigente en la actualidad. Por ejemplo, ella se negó a ingerir alimentos que provinieran del campesinado de su esposo, que les hubiera sido arrancado. Por ponerlo de algún modo, ella solo estaba dispuesta a comer el alimento que hubiera sido obtenido de un modo ético.

Es posible ver por qué, para las autoridades medievales, este tipo de abordaje podía parecer peligroso. No se trataba solo del camino seguro y piadoso que, en retrospectiva, puede parecer. Otros fueron ejecutados por el mismo motivo.

Nuestro último ejemplo es diferente de muchas formas, pero comparte con Isabel el nombre y su origen real. La recientemente fallecida reina Isabel II no se desprendió de toda su riqueza ni prestó servicios en un hospital. Pero hay algo en su vida que solo se explica en términos de cristianismo, una aceptación de ―sufrimiento puede ser la palabra equivocada― la abnegación.

Cecil Beaton, Retrato de la Reina Isabel II en su coronación, 1953.

Podría sonar ridículo decir que la Reina, quien fue una de las personas más ricas del mundo, vivió una vida de sufrimiento.

Estamos siendo deliberadamente un poquito ridículos en este punto.

Sin embargo, no es realmente tan descabellado. Si aceptamos lo que decían los existencialistas del siglo XX, una de las peores formas del sufrimiento es el aburrimiento. Y en ese sentido, la Reina padeció bastante, por cuanto llevó una vida bastante aburrida. Y definitivamente lo hizo como una cristiana. Para ella, los juramentos que hizo en su coronación fueron un sacramento.

¿Como un voto de una vida religiosa?

Ella fue ungida por Dios y se sentía casada con su rol. Cada Navidad, emitía un mensaje en Gran Bretaña. Cuanto más envejecía, más abiertamente cristiano se volvía ese mensaje. Creo que fue una de las voceras más admirables del cristianismo en la Gran Bretaña contemporánea.

Puedo imaginar a personas de todo tipo resoplando ante la idea de que la monarquía sea una clase de sufrimiento. Pero quizá, en cierto grado, lo sea. Cuando ella murió, creo que muchas personas se sintieron sorprendidas por cuán conmovidas estaban por los rituales y la ceremonia de sus exequias. La sociedad británica es, en algún aspecto, agresivamente secular. Pero aquellas dos semanas entre su muerte y su funeral permitieron que las personas en Gran Bretaña y quizá más allá se hicieran una idea de aquella extrañeza con la cual la misma Reina estaba casada. Y se trataba de una extrañeza cristiana.


Esta entrevista telefónica fue llevada a cabo el 31 de enero de 2023. Ha sido editada para ajustar su extensión y para una mayor claridad. Traducción de Claudia Amengual.