La pasión, la muerte y la resurrección de Cristo, marcaron el inicio de un nuevo orden social: inició una era de trascendencia espiritual y moral para la vida humana. Oración y penitencia son importantes para recordar y conmemorar cada año estos sucesos; sin embargo, más importante es creer que el Resucitado sigue vivo hoy. Cada niño, cada joven, cada adulto que sufre y que muere por hambre, enfermedad, violencia o injusticia, es el Crucificado clamando por un mundo nuevo; por un Reinado opuesto a la perversión y miseria en un mundo que va a la total deriva.

En general los cristianos por herencia Paulina, relacionamos el sufrimiento y muerte de Jesús como consecuencia de nuestros pecados. Así mismo, hay quienes lo ven como la expiación de sus faltas y debilidades, y hay quienes hasta se atribuyen salvación personal e inclusive la entrada al cielo. Aspectos todos de gran relevancia, pero ¿Dónde hemos dejado la buena notica del Reino de Dios? y ¿Cuántos de nosotros cristianos comprometidos estamos listos para sufrir persecución y muerte por amor a Cristo y su Reino?

Jesús nos dice con exactitud: les aseguro que el que no acepta el Reino de Dios como un niño, no entrará en él (Mc 10:15; Mt 18:3; Lc 18:17). La exquisitez divina de la resurrección de Cristo es algo que un niño puede ver y entender. Para que un adulto vea esto, implica sacrificio, conlleva renuncia, disciplina y plegaria, y sin embargo, se puede lograr aún hoy en un mundo lleno de perversión donde millones sufren, incluyendo niños.

Jesús también nos dice: Te aseguro que el que no nace de nuevo, no puede ver el Reino de Dios (Jn 3:3-5). Con la resurrección de Jesús, comenzó el peregrinar histórico que lleva más de veinte siglos esparciendo la buena notica del Reino de Dios; que ha sido, es y será: luz de resurrección a quienes se arrepienten y dejan todo para seguirlo.

Sólo hasta entonces podemos ver y entender, que el misterio de la muerte y la resurrección de Jesús es Redención, fuente de amor, fuente de perdón y fuente de gracia para la creación; es el Espíritu de Dios abriendo las puertas de su Reino. Un Reino que busca transformar y dar vida eterna al humano (Mt 6:33, Mc 10:17-27). Un Reino de amor, paz y justica que, como el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, nos invita a congregarse y participar en lo común. Porque vivir juntos para compartir y servir con amor unos a otros en unidad con Cristo, es el camino que acerca el Reino de Dios al mundo.