Y postrándose lo adoraron.

—Mt. 2:11

Cuando mostramos honor a otros seres humanos y recibimos lo mismo de ellos, en ese momento estamos deshonrando a Dios. Debemos brindarnos amor, no honor, los unos a los otros. Todo el honor corresponde solamente a Dios, por medio de Cristo.

Quinten Massys, La adoración de los reyes magos, 1526.

Que honremos a Cristo significa que él es distinto a nosotros, que no somos dignos de desatarle los cordones, ni limpiar sus zapatos, ni hacerle cualquier otro servicio. Tenemos que reconocer lo indignos que somos para ser considerados entre sus seguidores. Nadie merece trabajar por él, vivir por él, realizar ninguna obra por él. Solo Cristo es empoderado por Dios de verdad, realmente dotado y enviado por Dios.

¡Cristo es el soberano, el rey, el exaltado! Es exaltado porque asumió la humillación absoluta: nadie más puede bajar a tanta profundidad, desde una posición tan elevada. Nos demostró que Dios está con él, que él es el corazón de Dios, porque recorrió todo el camino desde la cumbre de los cielos hasta el abismo de la humillación. 

Jesús nos muestra quién es Dios, de verdad. Quiere aceptarnos plenamente, a nosotros y nuestro servicio, incluso si no lo merecemos y tampoco ameritamos aplausos. Jesús nos enseña que cuando hayamos hecho absolutamente todo, no habremos realizado más de lo que debemos.

Así pues, ¡fuera con todo honor humano! Entonces seremos libres para brindar honor a quien amamos. Honramos a Cristo en la expectativa, la testificación, el conocimiento que él, el Señor todopoderoso, está por venir. Lo honramos cuando reconocemos que no hay poder tan grande ni dominio tan seguro como el suyo. Tumbará a los altivos de sus tronos y levantará a los humildes. Esa será su misión cuando vuelva.


Extraído de When the Time Was Fulfilled. Traducción de Coretta Thomson.