Jesús nació en un establo.

Un establo, un verdadero establo, no es el alegre y ligero pórtico que los pintores cristianos han edificado para el hijo de David, avergonzados, casi, de que su Dios hubiera sido acostado en la miseria y en la suciedad. No es tampoco el nacimiento de yeso que la fantasía confitera de los figureros ha imaginado en los tiempos modernos; ni el portal limpio y delicado, gracioso por sus colores, con su pesebre aseado y adornado, el borrico extático, el buey compungido, los ángeles tendiendo sobre el lecho su aleteante festón, los pajes de los reyes con los mantos y pastores con capuchones, arrodillados a ambos lados del lecho. Este podría ser el sueño de los novicios, el lujo de los párrocos, el juguete de los niños, el “vaticinado albergue” de Manzoni, pero no es, no, el Establo donde nació Jesús.

Un establo, un Establo de veras, es la casa de las bestias que trabajaban para el hombre. El antiguo, el pobre establo de los pueblos antiguos, de los pueblos pobres, del pueblo de Jesús, no es el pórtico con pilares y capiteles, ni la caballeriza científica de los ricos de hoy o la cabañita elegante de las noches de Navidad. El establo no es más que cuatros paredes toscas, un piso sucio, un techo de tirantes y de tejas. El verdadero Establo es obscuro, sucio, hediondo: lo único que hay limpio en él es el pesebre, donde el dueño prepara el pienso para las bestias.

Gentile da Fabriano, Adoration of the Magi (detail)

Los prados de primavera, frescos en las mañanas serenas, mecidos por el aura, asoleados, húmedos, olorosos, fueron segados; cortadas con el hierro las verdes hierbas y las altas y finas hojas, tronchadas en montón las hermosas flores abiertas: blancas, rojas, amarillas, celestes. Todo se marchitó, todo se secó, todo se coloreó con el color pálido y único del heno. Los bueyes arrastraron hacia la casa los despojos muertos de mayo y de junio.

Ahora esas hierbas y esas flores, esas hierbas secas y esas flores siempre perfumadas están allí, en el pesebre, para satisfacer el hambre de los Esclavos del Hombre. Los animales las atrapan lentamente con sus grandes labios negros y más tarde el prado florido vuelve a la luz sobre los residuos de paja que sirven de cama, convertidos en húmedo abono.

Los primeros que adoraron a Jesús fueron animales y no hombres.Este es el verdadero Establo donde Jesús fue dado a luz. El lugar más sucio del mundo fue la primera habitación del único Puro entro los nacidos de mujer.

No nació Jesús casualmente en un Establo. ¿No es el mundo, acaso, un Establo inmenso donde los hombres tragan y defecan? Las cosas más hermosas, más puras, más divinas, ¿no las cambian, por ventura, por obra de una infernal alquimia, en excrementos? Luego se tienden sobre montones de bosta, y a esto le llaman “gozar de la vida”.

Sobre la tierra, porqueriza precaria, donde todos los afeites y perfumes no bastan para ocultar la suciedad, apareció, una noche, Jesús, nacido de una Virgen sin mancilla, sin más armas que la Inocencia.

Los primeros que adoraron a Jesús fueron animales y no hombres.

Entre los hombres buscaba a los simples, entre los simples a los niños. Más simples que los niños, más mansos, lo acogieron los Animales domésticos. Aunque humildes, aunque siervos de seres más débiles y feroces que ellos, el Asno y el Buey habían visto a la muchedumbre arrodillada en su presencia.


Fuente: Giovanni Papini, Historia de Cristo 5ª Ed. (Trad. Mons. Agustín Piaggio), Editorial Diana S. A. (México), 1962.