Jesús entró en el Templo y echó de allí a todos los que compraban y vendían. —Mt. 21:12a

Leemos en el evangelio que la Semana Santa empezó con Jesús entrando en el templo y ahuyentando a los que compraban y vendían. Luego, él regañó a los vendedores de palomas: “¡Sácalas de aquí!” Su mandato fue tan claro que pudiera haber dicho: “Yo tengo derechos sobre este templo y solo yo tendré soberanía aquí, solo yo estaré aquí”.

¿Qué nos enseña esto? El templo donde Dios quiere reinar es el alma humana, la que él creó y elaboró a su semejanza. Leemos que Dios dijo: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza” (Gn. 1:26). Y así lo hizo. Creó cada alma humana tan parecida a él, que nada en el cielo ni en la tierra se le asemejan tanto como lo hacen los humanos. Dios quiere que cada templo sea tan puro que solo él more allí. Por eso, le agrada que preparemos bien nuestras almas para él y le complace que lo hagamos así, para que solo él esté en nuestros corazones.

Pero, ¿quiénes son, exactamente, aquellos que compran y venden? ¿No son la gente buena? ¡Mira! Los mercaderes solo se mantienen en guardia contra los pecados mortales. Se esfuerzan por ser gente buena, que hace obras para la gloria de Dios, tales como ayunar, contemplar y orar, que son buenas todas; pero lo hacen para que Dios les dé algo en cambio. Sus esfuerzos dependen de que Dios haga algo que ellos desean ardientemente.

Son mercaderes todos. Buscan cambiar algo por otra cosa y comerciar con nuestro Señor. Pero serán estafados en su negocio, ya que todo lo que tienen, o han ganado, es, en realidad, un regalo del Señor. Debemos recordar que todo lo que hacemos es con la ayuda del Señor; por ende, Dios no nos debe nada. Dios no da ni hace algo por nosotros, sino por su propia voluntad. Somos lo que somos por la obra de Dios y lo que tenemos, lo hemos recibido de Dios, no de nuestra labor.

Cuando ya se había limpiado todo, no quedaba nadie más que Jesús.

Por eso, Dios no nos debe absolutamente nada, ni por nuestras obras ni nuestras ofrendas. Él nos da todo libremente. Además, el mismo Cristo dijo: “separados de mí no pueden ustedes hacer nada” (Jn. 15:5).

Quienes quieren comerciar con Dios, son personas tontas. Saben poco o nada de la verdad. Y Dios los golpeará y los echará del templo. Luz y oscuridad no pueden existir juntas. El mismo Dios es la verdad. Cuando entra al templo, ahuyenta ignorancia y oscuridad, y se revela en luz y verdad. Luego, cuando se revela la verdad, los comerciantes deben salir, porque a la verdad no se la puede comercializar.

Dios no busca beneficio propio. En todo, actúa por amor. Por eso, quien está unido a él también vive así; es libre y sencillo. Vive por el amor, sin cuestionar, y solo para la gloria de Dios, sin buscar ventaja propia. Dios, y nadie más, está obrando por medio de él.

Mientras buscamos algún tipo de pago por lo que hacemos, mientras deseamos recibir algo de Dios a manera de intercambio, somos como los mercaderes. Si te quieres librar del espíritu comercial, entonces, por el amor de Dios, esfuérzate en las buenas obras, pero hazlas solo para la gloria de Dios. Vive como si tú no existieras. No esperes ni pidas algo a cambio. Entonces, el mercader dentro tuyo será echado del templo que Dios ha hecho. Luego, solo Dios morará allí. ¡Mira! Así se limpia el templo: cuando una persona piensa solo en Dios y honra lo solo a él, tal persona, y nadie más, es libre y genuina.

Jesús entró al templo para ahuyentar a quienes estaban comprando y vendiendo. Su mensaje fue audaz: ¡Sácalo todo de aquí!” Observa bien, no obstante, cuando ya se había limpiado todo, no quedaba nadie más que Jesús. Cuando está solo, puede hablar en el templo del alma. Contempla esto, porque es verdad. Si otra persona está hablando en el templo del alma, Jesús se queda quieto, como si no estuviera en casa. De hecho, no está en casa cuando hay invitados extraños con quienes el alma conversa, invitados que siempre buscan algún negocio. Si el alma quiere dejar que Jesús hable y quiere escucharlo, debe estar sola y quieta.

Cuando el alma está limpia, ¿qué le dice Jesús? Su palabra revela lo que él es y todo lo que el Padre le ha enseñado. Revela la majestad del Padre con poder infinito. Si tu espíritu descubre este poder, tú también tendrás un poder similar para todo lo que haces, un poder que te hará vivir de manera íntegra y pura. Ni la alegría, ni la tristeza, ni ser alguno creado, podrá perturbar tu alma. Cristo permanecerá y echará fuera todo lo vano e insignificante.

Cuando Jesús está unido con tu alma, la marea baja por sí misma, fuera de sí y más allá de todo lo creado, con gracia y poder, para volver a su origen. Entonces, tu ser carnal y caído se volverá obediente a tu ser interior y espiritual. Luego, tendrás la paz duradera sirviendo a Dios sin condiciones, sin esperar nada a cambio. 


Publicado en inglés en Bread and Wine. Traducción de Coretta Thomson.