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    La iglesia es unidad

    por Eberhard Arnold

    lunes, 02 de octubre de 2017
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    Para comprender a Arnold es vital entender su concepción de la unidad: la unidad era el sello de la iglesia y la única base para la fraternidad cristiana. Ya en 1913, siete años antes de comenzar a vivir en comunidad, se había preocupado por este tema.

    La iglesia es unidad: unidad indivisible de corazón y mente en el Espíritu Santo. Allí donde este Espíritu revela la voluntad de Dios, allí está la iglesia. Allí donde el Espíritu hace a Cristo tan próximo que se cumple su palabra, allí está la iglesia. Ésta se revela en la reunión en unidad de aquellos para los que Cristo ha venido. Es un don de su Espíritu. La fe en el Espíritu Santo debe ser activa como la fe en la comunidad de creyentes, y la comunidad puede nacer sólo allí donde Cristo llega a cada uno por medio de su Espíritu, tocando y llenando lo más íntimo del corazón.

    A menos que nos hayamos rendido completamente al espíritu de unidad, causaremos división, porque nosotros mismos somos personas emocionales y divididas. La separación causada por la vida privada y la propiedad privada —la obstinación desprovista de amor— ésta es la esencia y la naturaleza del pecado. Dios quiere la unidad y la comunidad. La justicia de Dios es el amor que congrega y une.

    Sólo si tenemos corazones dispuestos y sinceros encontraremos la unanimidad en nuestras convicciones. Nunca nos ha resultado molesto que hayan venido hasta nosotros personas que tienen convicciones diferentes a las nuestras. Por el contrario, esto es más provechoso que si no tuviéramos la oportunidad de escuchar ideas contrarias. Todos aportarán del depósito de sus convicciones anteriores aquellos elementos que son verdaderos y los encontrarán de nuevo. Cuanto más variados sean nuestros diferentes trasfondos, más ricos serán los frutos de esta diversidad. Pero nunca se puede producir una unidad de convicción forzando a todos a acatar lo establecido. Sólo la persuasión interior del Espíritu Santo puede llevar a las personas a la verdadera unidad.

    Lo que todos hemos estado buscando es una vida en la que el afecto fraternal sea voluntario, donde no haya una tentativa artificial de hacer a las personas iguales, sino donde todos valgan lo mismo y sean, por tanto, libres para ser muy diferentes. Cuanto más original sea un individuo, mejor. Cuanto mayores sean las diferencias entre las personas, más cerca pueden llegar a estar entre sí interiormente. Nosotros afirmamos la personalidad individual: cada persona, adulto o niño, es único. Pero esta singularidad, llevada a las últimas profundidades, tiene que conducirnos hasta la iglesia. Si todos nosotros descendemos a las profundidades, todos estaremos unidos. Cuanto más originales y auténticos seamos, con mayor plenitud todos seremos uno.

    Nosotros no estamos satisfechos con la unanimidad intelectual. No es suficiente con establecer una meta común y usar toda nuestra fuerza de voluntad para alcanzarla; tampoco basta con vibrar juntos en una experiencia emocional. Tiene que invadirnos algo muy diferente, algo que pueda elevarnos por encima de un nivel puramente humano.

    Unidad significa mucho más que la mera buena voluntad mutua. No tiene nada que ver con las relaciones subjetivas de las personas. Más bien, tiene relación con algo mucho más profundo. El espíritu de unidad es algo extremadamente sobrio por ser algo extremadamente objetivo. Ni siquiera la pura racionalidad nos ayudará. La racionalidad es un gran don, pero no puede llevar a la unanimidad y solidaridad objetivas.

    Aun cuando una cosa no sea completamente comprendida con la inteligencia, todavía es posible alcanzar la unidad de reconocimiento, incluso en las cuestiones más difíciles. Es por medio de la intuición interior como llegamos a ver una situación como Dios la ve. Y la intuición interior sólo puede comunicarla el Espíritu Santo. Sólo puede tener lugar a través del Espíritu que todo lo ve, el Espíritu que percibe todas las cosas, incluso aquellas que la inteligencia no comprende.

    No es suficiente que todos se pongan de acuerdo para hacer un esfuerzo de voluntad. Tampoco basta con que todos tengan la voluntad interior necesaria. Nosotros queremos estar de acuerdo de verdad; que nadie dude de esta voluntad. Pero la voluntad no es suficiente. Nosotros no podemos llegar a la unidad por un mero esfuerzo de la voluntad humana. Una voluntad diferente tiene que triunfar sobre nuestra voluntad. La voluntad de Dios tiene que revelarse.

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    Contribuido por EberhardArnold2 Eberhard Arnold

    Eberhard y su esposa Emmy estaban desilusionados por el fracaso del establecimiento - especialmente de las iglesias - para ofrecer soluciones a los problemas de la sociedad en los turbulentos años después de la Primera Guerra Mundial.

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