Algunas veces se hace referencia a Alemania Oriental como “el lugar más ateo de la tierra”. En 2012, este tipo de titulares recorrieron el mundo cuando la Universidad de Chicago publicó un estudio global comparando las creencias sobre Dios a través del tiempo y el espacio y, Alemania Oriental encabezó las listas del ateísmo. Casi el 60 por ciento de las personas de Alemania Oriental dijeron que no creían en Dios y que nunca lo habían hecho. En el resto de Alemania, menos de una de cada diez personas dijo lo mismo, y en los Estados Unidos menos de una de cada veinte comparte esta opinión.
La pregunta es, qué causó este ambiente cultural único en el que no hay solo un declive de la religión institucional, el cual también observamos en el mundo occidental, sino una expansión de ausencia de fe en general que vale la pena preguntarse.
Muchos estudios han indicado que existe una correlación entre la fe y la educación. A nivel mundial, los ateos han cursado más años de estudios formales que la población promedio. Esto implicaría que dejar de creer en Dios involucra alguna forma de elección intelectual.
El monumento reconstruido a Martín Lutero y las ruinas de la Frauenkirche, en Dresde, que la RDA dejó en ruinas como monumento conmemorativo de la guerra. Fotografía de Giso Löwe / Creative Commons, noviembre de 1958.
Las personas que se declaran ateas convencidas, opuesto a aquellas que no pertenecen a ninguna comunidad religiosa, siguen siendo una minoría en todo el mundo. Incluso en China, que es oficialmente atea y de acuerdo con muchos estándares una sociedad secular, la Encuesta Mundial de Valores de 2018 encontró que solo una tercera parte de las personas se identifica como atea. Por lo tanto, los no creyentes puros son conscientes de las minorías intelectuales en el mundo, excepto en Alemania oriental.
De acuerdo con el estudio de la Universidad de Chicago, Alemania Oriental es la única parte del mundo donde la mayoría no cree en Dios; la norma con la que las personas crecen. Para muchas personas allí, requeriría un esfuerzo intelectual consciente para volverse religioso.
Tómame como ejemplo. Nacido en 1985, pertenezco a la última “Generación del Este”, nacida en la República Democrática Alemana (RDA) pero demasiado joven para recordarla realmente. Sin embargo, sus políticas me moldearon a mí y a mi generación. Cuando era adolescente participé en un programa de intercambio estudiantil a Israel, donde nuestro grupo se encontró con compañeros judíos y musulmanes, el encuentro buscaba aumentar la empatía. Sin embargo, las dificultades empezaron a surgir de inmediato cuando nuestra delegación, todos nacidos en la Alemania oriental, no pudo participar en preguntas sobre religión.
“Yo no oro”, les dije a mis compañeros musulmanes y judíos. “¿Qué quieres decir?” preguntaron ambos, sorprendidos. “No oro, no soy religiosa”, respondí. Contemplando sus rostros inexpresivos, poco a poco empecé a darme cuenta de que los organizadores del programa no habían tenido en cuenta que la delegación supuestamente cristiana de este intercambio multiconfesional no era cristiana en absoluto. Quienquiera que haya tenido la idea evidentemente no conocía de ausencia total de la religión en nuestra vida. Ni siquiera pude explicar teóricamente lo que significaba ser cristiano, porque no tenía un concepto real de ello más allá de los eventos del calendario extremadamente secularizados como Navidad y Pascua, los cuales aún marcaban el año para nosotros.
Este embarazoso encuentro me hizo dar cuenta por primera vez de que la forma en que había crecido no era “normal”. Toda la visión del mundo era claramente inusual; otras personas oraban a Dios pidiendo guía y apoyo; yo sabía que estaba por mi cuenta. Los creyentes compartían la noción que existe alguna forma de vida después de la muerte premiando el bien y castigando el mal, lo que le da sentido a su vida aquí y ahora. Yo, por otra parte, con frecuencia me preguntaba, incluso cuando era pequeña, cuál era el sentido de la vida si todo lo que se hacía era crecer, trabajar, morir y ser borrado. Cuando perdía parientes, amigos y mascotas, sabía que los había perdido para siempre; mientras que otros mantenían la idea de que había otra forma de reunirse en otra vida o al menos que las almas continuaban existiendo en algún otro lugar.
Había crecido en un mundo que tenía sentido sin Dios y nada podía cambiar eso ahora.
A un nivel abstracto, empecé a entender, por qué la mayor parte de la humanidad encuentra consuelo, certeza y propósito en la religión. Pero, para el momento en que lo resolví, se había convertido en un juego mental intelectual para mí. Había crecido en un mundo que tenía sentido sin Dios y nada podía cambiar eso ahora.
Me di cuenta cuan desolada debe sonar una existencia atea para los cristianos. Desde entonces, muchos han intentado convencerme de que le dé una oportunidad a la religión para que impregne mi vida. Por ejemplo, en una boda católica a la que asistí hace algunos años, el sacerdote observó que yo había permanecido sentada durante toda la misa, absteniéndome respetuosamente de arrodillarme, cantar y rezar. Él se sentó a mi lado a la hora del té y me dijo que el ateísmo no es una forma de llevar una vida. Mientras miraba suplicante alrededor de la habitación buscando a alguien que me rescatara de esta incómoda situación, me pregunté, cuál creería el sacerdote que era el propósito de tener esta conversación. ¿Realmente pensó que podría cambiar toda mi perspectiva mientras comíamos una rebanada de pastel Selva Negra? Agradecí que se preocupara por mi alma pero no podía obligarme a mí misma a creer en Dios, más de lo que él podría dejar de creer en Él.
Hoy en día, treinta años después de la caída del Muro de Berlín, las personas del este de Alemania siguen viviendo un ambiente cultural singularmente ateo. Con frecuencia, las personas se sorprenden del hecho de que los antiguos alemanes del lado oriental no regresaran a las iglesias después del colapso del sistema que expulsó la religiosidad de la mayor parte de sus vidas. Desde el punto de vista de las sociedades intrínsecamente cristianas de Occidente, las políticas agresivamente ateas de la dictadura de la RDA parecían suprimir más que erradicar las creencias y prácticas religiosas durante la Guerra Fría. El cristianismo cultural parecía, tan obviamente, una parte intrínseca de la vida en Europa que muchos esperaban que resurgiera en el Este cuando el régimen y sus políticas desaparecieran en 1990. Sin embargo, esto nunca ocurrió.
Después de que la Segunda Guerra Mundial, la Zona de Ocupación Soviética que más adelante se convertiría en la RDA contenía aproximadamente un 82 por ciento de protestantes y 12 por ciento de católicos; lo que significaba que casi todos pertenecían a una comunidad cristiana. En 2022, estas cifras se situaron en menos de quince (15%) y cinco por ciento (5%) por ciento respectivamente.
Esta marcada caída en tan solo unas pocas generaciones que no puede atribuirse simplemente al socialismo. De los otros antiguos estados satélites soviéticos, solo los niveles de no creyentes de la República Checa se acercaron a los alemanes del lado oriental en el estudio de Chicago, con un 40 por ciento que sostiene no creer en Dios. Sin embargo, países como Polonia (3%), Eslovaquia (12%) y Hungría (15%) muestran que la religión generalmente resistió la erosión socialista y no menos importante en la propia Rusia donde únicamente siete por ciento (7%) expresó que no creía en Dios y que nunca lo había hecho.
Erich Honecker con representantes de las iglesias en una reunión del Comité Martín Lutero, 13 de junio de 1980. Fotografía de Schneider / Creative Commons.
Alemania Oriental se distinguió notablemente de otros estados socialistas en cuanto a que hubo menos resistencia interna y externa a las políticas del ateísmo durante la Guerra Fría por parte de la población general comparada con otras naciones de Europa del Este, donde con frecuencia la religión se convirtió en un punto de encuentro.
Con el fin de explicar esta divergencia, tiene sentido analizar las experiencias únicas de los alemanes orientales. La diferencia más obvia con las otras naciones que terminaron bajo la influencia soviética es que eran alemanes. Habían vivido bajo el régimen nazi, donde la erosión del cristianismo ya había avanzado. Buscando una autoridad moral absoluta sobre sus súbditos, el régimen de Adolfo Hitler había incorporado a las organizaciones juveniles cristianas a sus propias Juventudes Hitlerianas, impulsó una unificación de los protestantes en una iglesia del Reich controlada por el Estado (Reichskirche) y firmó un concordato con la iglesia católica.
A pesar de la notable resistencia del nacismo por parte de ambas denominaciones, también hubo mucha conformidad y aceptación tácita de la intromisión gradual de la ideología nazi en esferas tradicionalmente reservadas para la religión. Las esvásticas aparecieron en las iglesias. A los recién casados se les regalaba el libro de Hitler Mein Kampf ; los chicos y chicas aprendieron a valorar la fuerza por encima de la caridad.
El público alemán también se sintió profundamente perturbado por la experiencia de la guerra, la derrota y la conquista. Lo anterior se aplica especialmente en el Este, donde el Ejército Rojo se involucraba en saqueos y violencia generalizados, incluyendo violaciones. Los historiadores estiman que alrededor de dos millones de mujeres fueron violadas por soldados soviéticos. Algo de lo que la gran mayoría nunca habló. Añádase a este trauma el sentido colectivo de culpa y vergüenza cuando salieron a la luz los horribles detalles de la guerra y el Holocausto, además de que emerge una imagen de un pueblo moralmente desorientado y desilusionado.
Una vez establecida la RDA, sus políticas siguieron socavando los debilitados fundamentos del cristianismo en Alemania Oriental. Sus medidas hacia las iglesias variaron en intensidad y métodos a lo largo de los años pero que, en última instancia, estaban dirigidas a la eliminación gradual de la religión. Al igual que la Unión Soviética, Alemania Oriental siguió la doctrina de Karl Marx de que la religión era el “opio del pueblo”, efectivamente un medio para mantener a las personas en el lugar que se les adjudicó en la sociedad y soportar la explotación a cambio de la salvación en el más allá. No obstante, el régimen era consciente de que había heredado una sociedad profundamente enraizada en las tradiciones cristianas y que estaba cansada del conflicto. Por consiguiente, el intento de abolir directamente a la iglesia protestante y católica se consideró demasiado agresivo. El plan consistía más bien en vincularlas a las estructuras estatales donde podrían ser observadas, controladas y vaciadas con el tiempo.
La RDA se enfocó en formar a los jóvenes en un mundo sin Dios, en lugar de enfrentarse directamente a las iglesias.
Con frecuencia, la crítica occidental a la política anticristiana en la RDA se ha centrado en la represión tangible o la destrucción directa de la religión. A lo largo de las cuatro décadas de la existencia del Estado, se demolieron alrededor de sesenta iglesias. Algunas sufrieron daños por la guerra, pero no todas. Muchos representantes de la iglesia críticos del Estado fueron arrestados, como el pastor luterano ordenado Georg-Siegfried Schmutzler, quien fue detenido el 5 de abril de 1957 y fue condenado a cinco años de prisión (de la cual fue liberado a principios de 1961 tras una intensa reacción del público). Casos de represión agresiva como este son los que las personas frecuentemente asocian con el ateísmo del Estado de la RDA.
Sin embargo, más importantes para el desarrollo de la religión a largo plazo en Alemania Oriental fueron las políticas que distanciaron a los jóvenes de las iglesias de formas menos obvias. Aquí También, la RDA inicialmente aplicó un enfoque de mano dura atacando a las organizaciones juveniles de la iglesia como la Comunidad Joven que tenía estrechos vínculos con sus contrapartes de Alemania occidental. En 1952, Erich Hibecker, quien se convertiría en el líder de Alemania oriental en 1971 fue responsable del desarrollo juvenil en la década de 1950, calificó a la Comunidad Joven como “una organización encubierta para los belicistas, el sabotaje y el espionaje en nombre de los estadounidenses”, y alrededor de trescientos miembros fueron expulsados de sus escuelas.
Debido al levantamiento popular del 17 de junio de 1953, durante el cual se recurrió al Ejército Rojo para salvar el régimen de Alemania Oriental de su propio pueblo, los líderes tuvieron que dar marcha atrás en las medidas más agresivas. Los soviéticos exigieron una política más suave en todos los frentes para estabilizar las estructuras sociales. Si bien los periodos de reconciliación y represión continuaron fluyendo y refluyendo, la RDA se enfocó en formar a los jóvenes en un mundo sin Dios, en lugar de enfrentarse directamente a las iglesias.
Esto empezó antes de la RDA se estableciera como un Estado. En 1946, la Juventud Alemana Libre se formó en la Zona Soviética de Ocupación como una organización centralizada para jóvenes. Honcker, quien supervisó este proceso, convenció al vicario de la catedral católica Robert Lange y al joven pastor protestante Oswald Hanisch para este proyecto, el cual proporcionaba un ambiente secular para jóvenes entre los catorce y los veinticinco años de todos los trasfondos. La inmensa mayoría se unió.
En Alemania del Este, la tarea de secularizar a los jóvenes fue mucho más sencilla, porque se fomentaba que las mujeres trabajaran. Para finales de la década de 1980, más del noventa por ciento (90%) de las mujeres trabajaba, la tasa más elevada de empleo femenino en el mundo. En contraste, en Alemania Occidental, solo la mitad de las mujeres trabajaban, en su mayoría medio tiempo. Como consecuencia, los chicos de Alemania Oriental gastaban mucho más tiempo en guarderías estatales, alejados de las estructuras familiares y comunitarias que podrían haber proporcionado entornos religiosos.
Los eventos cristianos que marcaban la vida de las personas también fueron secularizados. El ejemplo más destacado es la introducción en 1954 de Jugendweihe, (consagración de la juventud), como una ceremonia de mayoría de edad que se diseñó directamente para reemplazar la confirmación. Funcionaba como una mezcla de presión —no participar en la consagración de la juventud podría tener graves consecuencias para los proyectos educativos y profesionales de los adolescentes— y un entusiasmo genuino por una ceremonia que muchos jóvenes disfrutaban puesto que involucraba regalos, celebraciones familiares y ser considerados como miembros plenos de la sociedad. Para 1959, el ochenta por ciento de cada cohorte participaba en el nuevo ritual y, con el tiempo, las cifras aumentaron a más del noventa por ciento.
Jugendweihe, Berlin 2011. Fotografía de Thomas Hummitzsch / Creative Commons.
La Navidad tampoco fue prohibida sino transformada en un gran festival familiar en su mayoría no religioso. El régimen cambió la denominación del dinero extra que los trabajadores recibían en diciembre de “dinero de Navidad” a “prima de fin de año”. Los calendarios de adviento se vendían como “calendarios pre navideños” y no debían tener diseños navideños si querían pasar la censura antes de 1973, cuando las restricciones volvieron más suaves. Por ejemplo, un calendario de Adviento diseñado por Thomas Schallnau, mostraba a Papá Noel aterrizando en el techo de un conjunto residencial en helicóptero.
Las iglesias reaccionaron de diferentes formas. Al principio, tanto los protestantes como los católicos se opusieron a la consagración de la juventud negando a quienes decidían participar en el ritual estatal de la iglesia. No obstante, ante la creciente aceptación de la consagración de la juventud en la población, las iglesias regionales protestantes, organismos eclesiales regionales, cedieron y permitieron que sus miembros asistieran a ambas ceremonias.
Esta política es un ejemplo del deseo de muchos dentro de las comunidades religiosas de encontrar una forma de construir un futuro para el cristianismo dentro del sistema de Alemania Oriental. En la década de 1970, el obispo Albrecht Schönherr, presidente de la Federación de iglesias protestantes de la RDA, que había sido fundada en 1969, anunció: “Queremos ser una iglesia no al lado de, no en contra, sino dentro del socialismo”. La idea era que las iglesias atenuaran su antagonismo hacia el Estado y, a cambio, mantuvieran mayor autonomía frente a la interferencia y represión del Estado.
Entre los representantes más reconocidos de esta postura conciliadora se encuentra Horst Kasner, un sacerdote al que Schönherr ayudó a instalarse en la ciudad de Templin, a unas cuarenta millas al norte de Berlín. Kasner se había trasladado a la RDA desde Hamburgo en julio de 1954, con su esposa Herlind y su hija pequeña Ángela. Cuando era adolescente, Ángela no participó en la consagración de la juventud, pero se unió a la Juventud Libre Alemana y permaneció en ella hasta cuando tenía treinta años; más tiempo de lo usual. Como líder religioso, su padre no se opuso al Estado Socialista e incluso fue apodado por algunos “Kasner Rojo”. Como resultado, Ángela no enfrentó obstáculos ante su deseo de estudiar física en la Universidad Karl Marx de Leipzig. Más adelante, llegaría a ser la canciller de la Alemania reunificada. Fue conocida como Ángela Merkel.
A pesar de estos períodos de tolerancia mutua, el conflicto entre la iglesia y el Estado se volvió a intensificarse cuando el pastor luterano Oskar Brüsewitz se suicidó en 1976 en un acto público en el que se inmoló en la ciudad de Zeitz. Brüsewitz había sido un crítico vocal y excéntrico del Estado hasta el punto en que el liderazgo de la iglesia regional había pedido que lo trasladaran a otro rectorado. Pero tras el suicidio de Brüsewitz, la difamación del hombre por parte del régimen que lo trató de “anormal y enfermo” provocó una fuerte reacción de la comunidad eclesiástica.
El conflicto finalmente se resolvió cuando Erich Honecker reunió a una delegación de líderes protestantes en 1978 y se llegó a un acuerdo viable. Las iglesias estarían mejor protegidas de la interferencia del Estado y se les permitiría mantener instituciones en el ámbito social y de atención médica. Pero lo más crucial, la educación seguía siendo una competencia exclusiva del Estado. Este acuerdo llevó a la estabilización de las iglesias como instituciones en Alemania del Este pero erosionó aún más su influencia sobre los jóvenes, ya que los rituales clave, la educación y el activismo juvenil seguían estando dirigidos por el Estado.
Cuando el cristianismo adquiere una forma que se vuelve más difícil de distinguir que las estructuras seculares, comienza a competir con ellas, y no siempre gana.
Esto no quiere decir que no hubiera resistencia liderada por la iglesia contra la dictadura en la que participaron los jóvenes en gran número. El papel que jugaron las iglesias en la organización y protección de la disidencia está bien documentado. A partir de los años 1960, las iglesias dirigieron la resistencia contra la creciente militarización de la sociedad por parte del régimen. El movimiento pacífico Espadas a Arados estaba estrechamente conectado con las iglesias protestantes, que ayudaban a organizar manifestaciones y otras formas de activismo de manera eficaz, incluso en colaboración con sus homólogos en Alemania Occidental. Los días de la iglesia, foros de discusión y los servicios de Espadas a Arados con frecuencia atrajeron a miles de participantes a lo largo de la década de 1980.
Las iglesias apoyaron otras formas de disidencia en los años 1980, especialmente el movimiento ambiental. En 1986, se fundó la Biblioteca del Medio Ambiente en Zionskirche en Berlín. Esta Iglesia había estado en la parroquia de Dietrich Bonhoeffer, quien había organizado la resistencia contra los nazis, un telón de fondo poderosamente emotivo para los activistas que ahora montaban estanterías caseras en su sótano, donde se almacenaban libros y revistas prohibidos. En 1987, una redada de la Stasi en las instalaciones tuvo un efecto contraproducente espectacular, cuando la gente rodeó a la comunidad para protestar pacíficamente. Otros opositores al régimen se animaron con esto y acudieron en masa a las iglesias, formando así una base para la Revolución Pacífica de 1989.
No obstante, el hecho de que las iglesias estuvieran llenas a finales de los años 80 era más una señal de la necesidad de las personas de organizarse y formar comunidades a partir de lo que ellos pudieran aportar al cambio que deseaban, que un giro a la erosión religiosa que ahora avanzaba inexorablemente hacia el ateísmo. Después de la Segunda Guerra Mundial, casi todos habían sido miembros de una iglesia. Para 1989, solo una cuarta parte de la población de la Alemania Oriental lo era y, ningún activismo político cambiaría esto. La tendencia ha continuado sin presión política durante los últimos treinta y cinco años, lo que demuestra que es importante no confundir la historia de los representantes de la iglesia en la RDA con la religiosidad en la corriente principal.
Las personas han intentado encontrar diversas explicaciones históricas para el Sonderweg (camino especial) de Alemania Oriental que se remontan más atrás en el tiempo. Una teoría sostiene que, en contraste con la Alemania Occidental, que por coincidencia histórica terminó con la mayoría de las regiones católicas, la rama luterana del protestantismo a la que se habían adscrito la mayoría de alemanes orientales valora más el individualismo que las estructuras institucionales y, por consiguiente, es más susceptible a los cambios culturales.
También existe el argumento de que los intentos de muchas comunidades protestantes de alinearse con las políticas seculares del Estado, ya sea durante el nazismo, el socialismo o la democracia moderna –por muy diferentes que hayan sido– tuvieron un efecto corrosivo per se. Desde mi punto de vista ateo, gran parte del atractivo de la religión radica en su capacidad para ofrecer un mundo físico y espiritual que proporciona un refugio del ajetreo de la rutina diaria. Las iglesias son edificios hermosos con una atmósfera que ninguna sala de estar u oficina puede igualar. Los líderes religiosos guían con una claridad moral que ningún político electo puede reunir. Cuando el cristianismo adquiere una forma que se vuelve más difícil de distinguir que las estructuras seculares, comienza a competir con ellas, y no siempre gana.
Tomemos la oferta de la RDA de alternativas a las instituciones religiosas. Al igual que las Juventudes Hitlerianas, la Juventud Alemana Libre estaba profundamente politizada, pero no dejaba de ser atractiva para los jóvenes. Les permitía organizar viajes, eventos culturales y actividades juveniles que podían ser gratificantes, como lo demuestra la prolongada membresía de Ángela Merkel. Ella viajó a Polonia entre 1980 y 1981, por medio de la agencia de viajes de la organización y planificó eventos a través de su grupo en Berlín.
Con el tiempo, las instituciones y rituales no religiosos se normalizaron. Muchos años después de la caída del Muro de Berlín, nadie me obligó a tener mi Ceremonia de Consagración juvenil. Yo esperaba la ocasión, las celebraciones familiares, los regalos y el reconocimiento como joven adulta. Tenía muchos amigos que habían tenido una ceremonia de confirmación en vez de la de consagración, por lo que podía ver, no tenían nada que yo no tuviera. Décadas de asimilación y erosión en Alemania del Este han dejado a las iglesias despojadas de las cualidades que en otra época las hicieron especiales para las masas.
No existe forma de evitar la conclusión de que el agresivo ateísmo de Estado de la RDA encontró un terreno histórico y cultural fértil sobre el cual acelerar un proceso que también es visible en otras sociedades secularizadas. Es un fenómeno que vale la pena estudiar en detalle, ya que lo que sucedió en Alemania Oriental podría ofrecer una visión de un futuro que se podría esperar que les sucediera a otras sociedades occidentales.
Traducción de Clara Beltrán