Coretta: Akamasoa Argentina está en su etapa inicial; su visión es ayudar a las personas a construir sus propios hogares y barrios y, en el proceso, aprender nuevas habilidades sociales y técnicas para romper el ciclo de la pobreza ¿Cómo empezó?

Gastón: He participado en obras humanitarias acá en Argentina durante años, pero de noche llegaba a mi casa preguntándome, ¿qué pasará con ese chico? Lo logramos sacar de la desnutrición, pero ¿irá a la escuela?, ¿tendrá una buena educación?, ¿podrá insertarse en el mercado laboral y tener un salario bueno?

Luego, escuché la historia del padre Okepa, un sacerdote argentino radicado en Madagascar. En 1989 fundó Akamasoa, que significa en Malagasy “los amigos buenos y fieles”. El punto de inflexión ocurrió para él cuando vio a docenas de niños peleando con animales por comida, y dijo: “si yo sigo hablando no más, soy un sinvergüenza. Tengo que hacer algo concreto por estos niños y familias, algo que esté sostenido por tres pilares fundamentales: el trabajo, la educación y la disciplina”. Eso parecía una utopía, porque eran basurales el tamaño de canchas de fútbol.

El padre Okepa se puso a trabajar. Empezaron a crecer en tamaño las comunidades, hasta que Akamasoa se convirtió en una ciudad de más de veinte mil personas, con hospitales, comercio, viviendas, hoteles, luz, agua, cloacas, maternidades y cementerios. Es una obra que trabaja desde el inicio hasta el final de la vida, con una regla muy clara: hay que trabajar por el pan. Yo decidí viajar a África para trabajar a su lado y traer este modelo a la Argentina.

¿Podría contarnos más sobre cómo abordó el trabajo humanitario?

Creo que cada ser humano es mi hermano y mi hermana. Cuando yo quiero ayudar a alguien que está en pobreza no me debe importar la ideología, la nacionalidad o el credo religioso. Debo ayudarlo porque es un ser humano que está sufriendo.

Y después de un rato, uno puede hablar sobre qué es lo que le hace bien a su vida. Ya que la población urbana y pobre de Argentina no suele ser cristiana, yo siempre digo que gran parte de lo que nosotros logramos es producto de la providencia. Sin embargo, creo que es Dios quien nos ayuda. Esta semana nos estábamos quedando sin ingresos para las cuatro casas que teníamos que entregar el 3 de diciembre y realmente la desesperación era grande. Fui a la misa el domingo y dije: “Dios mío, no hay más recursos”, y de pronto aparecieron los recursos. Ya sabemos que vamos a terminar a tiempo. Dios siempre escucha nuestras oraciones. Dos más dos son cuatro, pero dos más dos más Dios es cualquier número.

¿Qién dijo que los más pobres no pueden construirse viviendas dignas? Todas las fotografías cortesía de Akamasoa Argentina.

En Akamasoa Argentina recordamos la Regla de Oro: ¿Cómo quisiera que actuaran conmigo, si hubiera nacido en la pobreza? ¿Me hubiera gustado que me gritaran, me excluyeran, que no me hablaran, que no me tendieran la mano, que me odiaran? O, ¿hubiera querido consideración, misericordia, trabajo desinteresado y apoyo? Akamasoa significa “los buenos amigos” y los amigos se acompañan en todos los momentos. Lo mejor de tener buenos amigos es que las alegrías se multiplican y las tristezas se dividen.

Muchas veces, las ONG internacionales, e incluso las obras humanitarias religiosas, malentienden la caridad. Caen en el asistencialismo, en ayudar, más para ayudarse a sí mismo que para ayudar al otro. Y eso termina haciendo que el pobre quede más dependiente y excluido. Lo que necesitamos es gente libre, gente que pueda vivir de su propio esfuerzo. No es ni dar la caña ni dar el pescado, es dar la fuerza para sostener la caña.

He tenido la experiencia de laborar en organizaciones humanitarias en las que yo veía, con tristeza, que tenían muchísimos empleados y poco se hacía por la causa que decían defender. La organización nuestra tiene siete personas rentadas y tiene casi tres mil voluntarios. Hay estudiantes, arquitectos, ingenieros, abogados, ciudadanos, amas de casa, en fin, individuos, que ven al otro y dicen: yo tengo que ayudar. Cuando viene alguien a Akamasoa, le pregunto: “Hermano, ¿qué sabes hacer, qué puedes aportar?” Si mañana me muero, no quiero gente que diga, ¿y ahora, para dónde vamos? No, ya sabemos para dónde vamos.

Ya ha mencionado algo de su vida. ¿Podría contarnos más?

Soy argentino, nacido en la provincia de Santa Fe. Cuando era niño, mi padre llegaba extenuado a las diez de la noche, se sacaba la corbata y me hablaba preocupado de la Argentina. Mi viejo hablaba con orgullo del país que había construido su padre y esa generación, esos seis millones de inmigrantes que vinieron a la Argentina sin nada y que hicieron del país el asombro del mundo. Éramos un territorio con un 84% de la población analfabeta, y al cabo de treinta años nos convertimos en el primer país del mundo en erradicar el analfabetismo. Un país que sorprendía por su desnutrición, llegó a ser más industrializado que Gran Bretaña, que había logrado reducir la pobreza al dos por ciento. Sin embargo, hoy tenemos un 50% de la población en la miseria. Y eso a mi viejo le dolía.

Mis padres siempre buscaron las soluciones a largo plazo. Si alguien tocaba el timbre en mi casa, mi mamá decía: “Está muy bien, dale un sándwich, pero muchísimo mejor que entre a casa, que le enseñemos lenguaje y matemática, y que le preguntemos cómo va la escuela”. Entonces, crecí en un lugar donde convivía con gente que tenía menos posibilidades que mi familia.

Un oasis de esperanza en Argentina

Después fui a un colegio cuyo lema era “Ser hombre para los demás”. Siempre nos preguntaban: “¿Qué van hacer con todo esto que han recibido? ¿Van a mirarse solamente el ombligo? ¿Van a trabajar? O, ¿van a vivir mirando al prójimo?” Después de mis estudios universitarios, renuncié a mi trabajo seguro en el negocio familiar y empecé a trabajar con chicos que tenían desnutrición.

Sin embargo, este trabajo también me turbaba. Si Mateo no está nutrido bien en su primer año de vida, si no recibe estimulación social, no se podrá insertar en la educación inicial. Si no se incierta en la educación inicial, después no podrá tener un trabajo digno, y si no tiene trabajo digno, no dependerá de sus propios recursos. Vi la realidad y dije: “¿qué hago con esto?”.

Fue el momento cuando descubrí la vida de Padre Opeka. Vi su obra y dije: él lo hizo en el quinto país más miserable del planeta, así que no me digan que no se puede hacer en Argentina.

¿Qué ha aprendido de su trabajo?

Para la gente de la zona en donde trabajo, la vida es una lucha diaria, porque son personas que han caído en la pobreza y han conocido la miseria a un nivel que nosotros no podemos imaginar. Yo puedo hablar de pobreza, pero no conozco el hambre que ellos han pasado; he sentido frío, pero no conozco el frío que ellos han sufrido. Yo he tenido mis cruces y algunas cruces son parecidas a las de ellos, pero cada uno las carga como puede. Así que, para mí, para levantarles el ánimo a estas personas para que la obra siga en marcha, puede ser difícil.

Con el tiempo me he dado cuenta de que, en vez de preguntarme por qué me pasó tal cosa, debo preguntarme para qué. Cuando pasas del por qué al para qué, ves la vida de otra forma. Quién voy a ser: ¿solo alguien que nació, se reprodujo, estudió y trabajó cada día? No; quiero ser alguien que, además, hace algo para lograr un mundo mejor, comenzando por mí mismo y mi metro cuadrado. El fatalismo no es buen consejero; algunos dicen: “Bueno, ya está, confórmate con eso, es lo que te tocó”. No, no me voy a conformar con eso. No puedo cambiar las cartas que me tocaron, pero sí puedo jugarlas de la mejor manera.

El padre Okepa me enseñó algunas lecciones. Por ejemplo, un día le había dicho: “Pedro, ya enterramos ocho personas hoy, ¿cómo ves una vida enterando gente todo el día?” Hice la pregunta porque una cosa es vivir tres meses allí y otra cosa es permanecer hasta cincuenta años. Bueno, resulta que Pedro ha enterrado cinco mil personas, ha tenido que levantarse después de cinco mil cachetadas.

Un niño debe hacer cosas de niños

Otro día yo estaba medio angustiado por el estado del trabajo y Pedro me dijo: “en la vida hay que perdonar, olvidar y continuar”. Me contó cómo un día habían terminado un barrio y un tipo quemó una casa. Al final, se prendieron más de 150 casas, tenían el alma rota, se había quemado todo el trabajo. Él fue al otro día, los miró y les dijo: “Tenemos dos opciones: o nos largamos a llorar y abandonamos esto, o nos ponemos a reconstruir”.

En otra oportunidad, un compañero de trabajo, después de treinta años laborando con él, le robó los salarios de ocho mil empleados. Les dijo: “Nos robaron el salario de ocho mil, pero no hay otra opción que perdonar, olvidar y continuar”. No hay que llenarse de rencor y repetir cómo tal persona dijo tal cosa de ti.

¿Su sueño a largo plazo es ayudar a personas más allá de esta zona particular?

Argentina hoy es una tragedia. Llegamos al siglo XX como un país avanzado, pero entramos en el siglo XXI con la mayor recesión en la historia. La inflación está en un 50%. El 50% de nuestra población vive en la pobreza, y de ese porcentaje, el 70% corresponde a nuestros niños. Tenemos cinco mil villas miseria, donde viven cuatro millones de familias en condiciones lamentables, sin acceso a agua potable, sin servicios sanitarios, sin luz y sin educación. El 50% de los niños no terminan la secundaria; entonces, cada vez más gente se queda por fuera del sistema.

Nuestros gobiernos han intentado solucionar la pobreza repartiendo plata. Pero querer que la pobreza se resuelva entregando plata es como querer que te eduques copiando el título de tu compañero. Es algo absurdo. Si yo creo en alguien, le digo: “bueno, te ayudo por un rato, pero te ayudo para que puedas vivir de lo tuyo”. Por supuesto que hay situaciones límite, pero no estoy a favor de las transferencias sin límite.

Así es la obra Akamasoa. Quiero dejar a mi país en mejores condiciones que de la forma como lo encontré. Aunque sea con los dientes, vamos hacer las casas, vamos hacer el colegio, vamos hacer los centros de salud, pero va a llevar su tiempo. La gente, a veces, se apresura y deja de venir, porque no ven progreso, pero en la vida es mucho más importante la transición y el proceso que llegar a la meta de forma inmediata.


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Esta entrevista telefónica se realizó el 28 de octubre de 2022. Ha sido editada para ajustar su extensión y para una mayor claridad. Imágenes cortesía de Akamasoa Argentina.