¿Podemos recordar cómo ser amigos? ¿Cómo valorar las amistades que superan los temas divisivos? Esos anuncios de ataque pueden captar nuestra atención, pero no allanan el camino para una vida verdaderamente floreciente.

Necesitamos lo que siempre hemos necesitado: servidores públicos fieles. Pero la alienación política que sentimos unos por otros socavan el orden de la sociedad civil establecido por Dios. Si nos odiamos y desconfiamos unos de otros y, por lo tanto, solo confiamos condicionalmente en el gobierno que surge de nuestro proceso democrático, ¿cómo podemos obedecer el mandato de Romanos 13 de someternos a las autoridades gobernantes? ¿Existe alguna nación tan resiliente que sea inmune a la destrucción mutuamente asegurada que se originó por el resentimiento que hemos estado fomentando unos hacia otros? “Si quitaras el lazo de la buena voluntad del universo”, advierte Cicerón en De amicitia, “ninguna casa o ciudad podría sostenerse, ni siquiera la labranza de los campos perduraría.”

Caren Canier, Tres amigos, óleo sobre lienzo, 1978. Todo el arte de Caren Canier. Usado con permiso.

En la última década, como conciudadanos, hemos soportado nuestra cuota de tormentas; desde una pandemia hasta huracanes. Tales experiencias compartidas deberían haber formado reservas de buena voluntad y confianza que podríamos aprovechar para impulsar nuestra sociedad hacia un futuro de solidaridad.

Pero algo ha salido mal. De nuevo, Cicerón suena sorprendentemente familiar: “Nuestra práctica política y el rumbo que nos marcaron nuestros antepasados ya se han desviado mucho del camino”. ¿Cuál es el problema principal, en su opinión? ¿Qué ha permitido esta desviación de la buena práctica de los ciudadanos de la antigua república, y su deslizamiento hacia la tiranía y rumbo al imperio? Resulta tan familiar: “Me parece ver ahora al pueblo distanciado del Senado y los asuntos más importantes del Estado determinados por el capricho de la turba. Más gente aprenderá a iniciar una revolución que a resistirla”.

Dice Cicerón, sobre todo son las amistades de ciudadanos sabios y virtuosos las que preservan un Estado. Considerando las vidas y las amistades de los buenos ciudadanos de la república temprana, “nos es imposible siquiera sospechar que alguno de estos hombres importune a un amigo para algo contrario a la buena fe o a su juramento solemne o perjudicial para la república. Por lo tanto, que se establezca esta ley en la amistad: ni pedir cosas deshonrosas, ni hacerlas, si se piden”. Para preservar la república, primero debemos reparar nuestras amistades; para reparar nuestras amistades debemos convertirnos en ciudadanos de virtud.

Sin virtud, dice Cicerón, es posible mantener relaciones, pero no verdaderas amistades. Cicerón llega incluso a afirmar, “La amistad no puede existir sino entre hombres buenos”. Él elogia lo que llama “amistades naturales”; las relaciones familiares que nos resultan tan fáciles: “se prefiere a los compatriotas antes que a los extranjeros y a los parientes antes que a los extraños, porque con ellos la propia naturaleza engendra la amistad”.

Pero estas amistades fáciles, dice él, “carecen de constancia”. Estas amistades naturales deberían llamarse mejor “relaciones” y, agrega, “la amistad supera a la relación en esto: la buena voluntad puede eliminarse de la relación, mientras que de la amistad no”. En otras palabras, si no soy una buena persona y no deseo el verdadero bien para mis primos o mis compatriotas, aún puedo llevarme bien con ellos, pero sin esta buena voluntad, no puedo decir que sea verdaderamente su amigo, ni puede el poder casi divino de la amistad, capaz de preservar el Estado, surgir de relaciones tan comprometidas.

Casi se puede oír decir a Cicerón: “Hay amigos que llevan a la ruina y hay amigos más fieles que un hermano” (Prov 18:24).

Aristóteles está de acuerdo. Él identifica, de manera célebre, tres niveles de amistad: aquellas basadas en el placer, en la utilidad y en el carácter. Los amigos por placer podrían ir a pescar o a jugar golf juntos; los amigos por utilidad podrían ayudarse mutuamente en los negocios; pero los amigos de buen carácter, amigos “en el bien”, aman el bien en el otro, comparten sus alegrías y tristezas y están impulsados por un interés genuino en el alma del otro, con completa honestidad.

Caren Canier, Dos mujeres conversando, óleo sobre lienzo, 1975.

Cicerón habla de la amistad con algo que roza el temor reverente: “La amistad no es otra cosa que una concordia en todas las cosas, humanas y divinas, unida a la benevolencia y el afecto mutuos y, me inclino a pensar que, con la excepción de la sabiduría, ningún bien mejor ha sido dado al hombre por los dioses inmortales”. Podría parecer exagerado este énfasis pagano en la amistad, pero Cristo habla de manera similar: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15:13).

La amistad de una persona sabia y buena, que para Cicerón es el mayor tesoro que se podría poseer, se nos ofrece en Jesús, quien, mediante su amistad, nos moldea para convertirnos en personas capaces de ofrecerle a él, y los unos a los otros, una amistad semejante.

De Aquino retoma el tema. Es cuidadoso en este punto; desea preservar la singularidad de la dependencia que cada uno de nosotros tiene solo de Dios: no necesitamos a otros de la manera en que necesitamos a Dios. Sin embargo, “si hablamos de la felicidad de esta vida, para que el hombre pueda obrar bien, ya sea en las obras de la vida activa o en las de la vida contemplativa, necesita la compañía de amigos”.

De Aquino hace énfasis en el aspecto desinteresado de esta virtud, sugiriendo que uno solo puede alcanzar el amor universal (ágape) experimentando primero el amor parcial (filia). Pero quiere decir más que esto y toma su inspiración de Agustín: “La compañía de los amigos conduce al bienestar de la felicidad. De ahí que Agustín diga que ‘las criaturas espirituales no reciben otra ayuda interior para la felicidad que la eternidad, la verdad y la caridad del Creador. Pero si se puede decir que son ayudadas desde afuera, quizás solo por esto se ven unas a otras y se regocijan en Dios, en su comunión’”.

En otra parte de la Suma Teológica, De Aquino se enfrenta a la cuestión de cómo podemos tener amistad con enemigos y pecadores. Podemos desear su bien, seguramente. ¿Pero podemos amarlos verdaderamente? En respuesta, señala cómo nuestro amor por nuestros amigos se extiende a aquellos a quienes ellos mismos aman. Por lo tanto, dado que todas las personas son amadas por Dios, podemos amar a todos con verdadera amistad, así como nos amamos unos a otros en Cristo.

No obstante, es Agustín quien es considerado el filósofo cristiano de la amistad más completo. Basándose en la definición de amistad de Cicerón como acuerdo con amabilidad y afecto sobre las cosas humanas y divinas, Agustín añade a Cristo. La verdadera amistad cristiana es una expresión de estar unidos unos con otros como amigos, a través de nuestra unión con Cristo. En última instancia, la amistad que más importa es nuestra amistad con Dios. En un sermón, Agustín parece desbordarse con esta comprensión y su alegría consecuente:

Amemos, amemos libremente y por nada. Después de todo, es a Dios a quien amamos, de quien no podemos encontrar nada mejor. Amémoslo por su propio bien, y a nosotros mismos y a los demás en Él, pero aún por su bien. Después de todo, solo amas verdaderamente a tu amigo cuando amas a Dios en tu amigo, ya sea porque Él está en él o para que Él pueda estar en él (Sermón 336.2).

Es el deleite, la cualidad superlativa de la amistad en lo que Agustín hace énfasis. Necesitamos amigos, pero no necesitamos algo ajeno a ellos, que provenga de ellos. Los necesitamos a ellos mismos: “Un amigo debe ser amado libremente, por sí mismo, no por otra cosa. Si la regla de la amistad te urge a amar a los seres humanos libremente por su propio bien, ¡cuánto más libremente debemos amar a Dios, quien te pide que ames a otras personas! No puede haber nada más agradable que Dios” (Sermón 385:4).

El 10 de octubre de 2024, nuestra querida amiga de la familia, Nina Postupack, falleció tras una batalla de dos años contra el cáncer. Ella y su esposo eran una pareja católica mayor, cuya compañía ha sido una fuente de aliento y alegría para nosotros durante más de una década. Hemos intercambiado visitas familiares durante la Navidad; hemos pasado veranos, otoños, inviernos y primaveras viendo a mis hijos jugar fútbol, baloncesto y béisbol.

Caren Canier, Distanciamiento social, óleo sobre panel, 2021.

En el funeral de Nina, la efusión de gratitud y amor fue notable. Había sido la primera secretaria del condado en el condado de Ulster, y las palabras pronunciadas tras su muerte – desde ambos lados del espectro político – dieron testimonio del carácter de alguien que había aportado gracia y dignidad a ese cargo. El congresista Marc Molinaro, republicano, reflexionó sobre la manera en que Nina había sido una defensora del acercamiento a la comunidad y un rostro amable y acogedor del gobierno para innumerables personas. “Su legado”, dijo, “es de dedicación, pasión y servicio inquebrantable”. El congresista Pat Ryan, demócrata, añadió: “El condado de Ulster perdió hoy a una verdadera servidora pública. Nina Postupack fue una de las mejores personas que he tenido el privilegio de conocer y con las que he trabajado. Dedicó su vida a hacer el gobierno más accesible y a mejorar la vida de nuestros vecinos en todo el condado. Nina siempre tenía una sonrisa a flor de labios y estaba permanente centrada en lo que podía hacer para servir a los demás y para hacerles la vida mejor y más fácil”.

Parece banal; una empleada de condado en una oficina del norte del Estado de Nueva York, una esposa y madre católica. Sin embargo, con seguridad, esto es precisamente lo que significa toda esta tradición de la amistad, o al menos, una de las cosas. Es parte del legado que el cristianismo nos transmite de los antiguos griegos y romanos, que esta mujer pudiera encarnar la virtud cívica, la amistad pública y la magnanimidad que Cicerón había limitado a los grandes hombres de Roma. Ella fue, a su manera discreta, una verdadera servidora pública.

“¿Qué nos consuela en esta sociedad humana, tan llena de errores y problemas, sino la sincera lealtad y el amor mutuo de los amigos verdaderos y buenos?” Esa es nuevamente una cita de Agustín, en La Ciudad de Dios. Eso fue Nina para nuestra familia. Y ese es el tipo de amistad y servicio, inspirado por el Espíritu Santo, que unirá el desgastado tejido cívico de nuestros países, incluso hoy en día.

Y quizás nuestras diferencias puedan ofrecer sus propios dones. “Hierro con hierro se aguza; así el hombre aguza a otro”, nos dice Proverbios. Si se dejaran solas, ambas hojas se embotarían y perderían su valor.

Dice nuestro Señor: “Ya no los llamo siervos, porque el siervo no está al tanto de lo que hace su amo; los he llamado amigos, porque todo lo que a mi Padre le oí decir se lo he dado a conocer a ustedes” (Jn 15:15). Es parte de nuestro discipulado que nos hagamos amigos de Cristo, y que, siendo sus amigos, podamos amar incluso a nuestros enemigos —incluso a nuestros oponentes, a la gente del otro lado del pasillo—, porque Él los ama.

Juntos como amigos en lo bueno, y particularmente como amigos en Cristo, las divisiones que han azotado a nuestro país pueden ser trascendidas. Es aprendiendo a vivir en esta amistad que surgirá una nueva era, comenzando en nuestros hogares, nuestras familias, nuestras comunidades y extendiéndose desde allí por todo el país y por todo el mundo.


Traducción de Clara Beltrán